EL CUERVO AMBICIOSOUn inteligente cuervo, deslumbrado y encantado por la noble elegancia del caminar de una perdiz, quiso imitarla.
Ensayó mucho, se esforzó durante días con la esperanza de aprender su fino andamiento perdicero. Pero no supo o no pudo emularla con éxito.
Al fin, dejó sus ejercicios muy insatisfecho consigo mismo, pero aún más frustrado quedó cuando quiso retomar su marcha propia, a saltos, es decir, cuando quiso recuperar el modo de avanzar propio de los cuervos, ¡y ya no supo!
Aunque el famoso sociólogo francés Gabriel Tarde (1843-1904) insistió a principios del siglo pasado en la importancia de la imitación en los procesos humanos de socialización, el conductismo desterró la imitación de su programa cientifista, igual que hizo con el concepto de voluntad, tan etéreo, tan poco "positivo", pues no se puede pesar ni medir. Pero es evidente que los niños imitan, voluntaria, espontánea o involuntariamente, cuando aprenden a hablar, a limpiarse los dientes, a jugar a la pelota... Skinner intentó asimilar la imitación al concepto de refuerzo hacia 1953, consciente de su importancia en la psicología humana del aprendizaje.
El mimetismo emocional está asociado al enigma de la transvivencia o "empatía" -término este de moda en las descripciones de la personalidad y del comportamiento de los actores sociales. Sin duda, el ponerse o imaginarse en lugar del otro, el adivinar o representarse lo que sucede en su animus o anima resulta crucial en el mundo de las relaciones personales. Somos monos de imitación, se dice (o cuervos). No sabemos a veces por qué se nos pegan ciertos dejes o pautas de comportamiento, manías o destrezas de personas del entorno, incluso de aquellas por las que no se siente cariño especial ni admiración, pues no sólo imitamos a las personas cuyo comportamiento consideramos ejemplar, se nos pegan también los eslóganes de los anuncios que vemos distraídos, su forma poética facilita su memorización involuntaria. Los hijos de padres maltratadores suelen propender a serlo, aunque sintieran rechazo del maltrato sufrido y lo considerasen injusto.
Desde el positivismo conductista se ha intentado explicar la imitación como un condicionamiento instrumental vicario: Un sujeto -modelo- ejecuta un acto que refuerza al que lo observa. El acto del modelo se convierte en un refuerzo secundario para el observador, que tiende a repetirlo.
Se dice que nadie escarmienta en piel ajena, pero lo cierto es que sí aprendemos en mente ajena, vicariamente. Somos animales sociales y la imitación es la forma más común de aprendizaje social, la del aprendiz con el maestro, la de la hija con la madre... Es el ejemplo lo que arrastra, no la teoría ni la exhortación, y su ingrediente social es -como dice Pinillos (1)- el sine qua non de toda conducta superior real y efectiva.
Pinillos insiste en que la imitación humana exige la función reguladora del lenguaje. No estoy tan seguro, si sólo se refiere a la palabra (oral o escrita), porque poses, gestos, actitudes, hechos... son también decisivos, sin desdeño de otros lenguajes diferentes del verbal: códigos icónicos, simbólicos, imágenes, looks, atavíos, complementos, aderezos, postureos...
Imitamos los comportamientos por afán de emulación. La emulación juega en la imitación como motivo. J. A. Marina incluye la emulación en el "clan sentimental" de los deseos. "Desear" -explica- es una metáfora lexicalizada maravillosamente poética, del latín 'de-siderare', palabra compuesta de un 'de' privativo, y de 'sidus-eris', astro. Así que desear significó echar en falta un astro, un sentimiento de ausencia, antes de significar buscar o anhelar.
La emulación es el deseo de igualar o superar a otro. 'Demulatio' significaba en latín rivalidad, pero "emulación" ha perdido parte de su sentido confrontativo. En todo caso, se trata de una rivalidad -o envidia- que conduce a la imitación, no al odio. Se usa poco en castellano la voz "emulación", tal vez porque los españoles somos más propensos a la envidia que a la admiración o al reconocimiento e imitación de la excelencia ajena (2).
Hoy los medios masivos de comunicación, que por su diversificación más bien habría que llamar medios públicos de comunicación, siguiento a Tarde, muestran en sus altares y escenarios los modelos a imitar o emular que antaño ofrecían los libros de caballerías o las hagiografías de santos y mártires. Ahora no es la beatitud, ni la excelencia moral, ni las obras de caridad, ni el desprendimiento de ambiciones mudanas, ni la abnegación, lo que priva y se ofrece a la mímesis, sino la extravagancia, el éxito, el glamur, la celebridad. Nuestros modelos de emulación no visten saya burda ni andan descalzos (aunque tal vez sí en pelota viva), sino que viajan en deportivos caros o en aviones privados y se exhiben en los escenarios con lentejuelas y una cosmética refinada, y en pasarelas rojas con vestidos de alta costura.
Refiriendo a la imitación, escribió Pinillos con razón que "uno no puede dejar de preguntarse por el uso que la sociedad hará de tan eficacísimo instrumento de manipulación", que permite a unos y unas modelar a otros y otras.
Imitamos emulando para no ser menos que A o B, para autoafirmar nuestro estatus social. La publicidad y el "síndrome de emulación competitiva", que es efecto del bombardeo masivo de eslóganes y consignas propagandísticas, presionan a la gente al endeudamiento -"¿te lo vas a perder"?, "porque tú lo vales" "descubre el producto X"- obligan a la gente a viajar a supuestos paraísos exóticos, a comprar objetos de lujo o a contratar servicios innecesarios. No viene mal a este respecto la lección del viejo estoico: Cuando le preguntaron a Cleantes cómo podía uno hacerse rico, Cleantes (331-232 a.C.) respondió: "Sé pobre en deseos".
En el "tercer entorno", es decir, en la global esfera telemática de comunicación en redes, las actitudes, creencias e ideas se contagian sin contacto físico. Gabriel Tarde ya habló de una "multitud espiritualizada". En la Antigüedad, el Coliseo agrupaba a cien mil personas y, en la Edada Media, las peregrinaciones y las grandes asambleas religiosas agrupaban a las gentes y estandarizaban sus sentimientos y afectos por contacto. Todos los que han asistido a un espectáculo multitudinario, a un concierto masivo al aire libre o a un evento deportivo en un gran estadio, saben con qué facilidad se contagian las emociones y se difunden, sean emociones piadosas o bélicas, oleadas de pánico o de cólera, de entusiasmo o de frustración.
Según Tarde, nuestra época ya no es la de las multitudes ni la de las masas revoltosas de Ortega, sino la "Era de los públicos". Su prospectiva fue acertada. Hoy las gentes se agrupan en torno a nuevas y diversas "galaxias" de gustos y deseos, esferas ideales o imaginarias en el ciberespacio, en infovías y en telarañas electrónicas, superficiales y profundas, oficiales o clandestinas, todas ellas van estructurando algo así como un sistema nervioso planetario.
Para Gabriel Tarde, la imitación es el carácter invariable y distintivo de todo hecho social. "¿A dónde va Vicente? -Adonde va la gente". En costumbres, modas, hábitos de obediencia, educación, la mayoría de las veces la imitación es ingenua e irreflexiva. Tarde ligó la imitación primero a la sugestión y luego a la interrelación. En cualquier caso, para bien o para mal, la imitación es fundamental en la construcción de la realidad social, pero también en la construcción de cada personalidad individual, muy permeable, sobre todo en su juventud, a la influencia del obrar ajeno.
Por eso, el dar buen ejemplo, la ejemplaridad, ha de ser imperativo moral de cualquier autoridad que aspire a ser reconocida y justificada como tal en la familia, en la empresa, en la política... Desde una perspectiva ética, cualquier otra opción merecería ser llamada autoritarismo o tiranía. Porque la voluntad mueve, pero es el ejemplo el que conmueve y arrastra.
Notas
(1) José Luis Pinillos. Principios de Psicología, 5, 10. Madrid 1978.
(2) José Antonio Marina y Marisa López Penas. Diccionario de los sentimientos, II, 4. Barcelona 1999.
La fábula de
El cuervo y la perdiz recrea en español actual la del capítulo XIII del
Calila e Dimna.