domingo, 25 de diciembre de 2011

La mujer en el Antiguo Egipto



Resumen de la conferencia pronunciada por D. José Lull García 
 Alicante 16-11-2011

Por Encarnación Lorenzo Hernández

La información que proporciona la historia de las mujeres en una civilización, siempre escrita por hombres, evidentemente se presenta por ello sesgada, por lo que deben rastrearse las pistas de las condiciones subyacentes ocultas en una pluralidad de fuentes (iconografía, inscripciones, estatuaria, pintura…) para averiguar su situación real en los diferentes aspectos de la vida. Por otro lado, en cada fase de la prolongada historia del Egipto Antiguo, el papel de la mujer fue experimentando cambios, si bien para la época clásica (2.700-332 a.C. aproximadamente) es posible ofrecer una panorámica global.
El puesto de mayor relevancia que una mujer podía alcanzar en la sociedad era el de faraón. Muy pocas gobernaron como tal. Algunas son tan conocidas como Hatshepsut, Nefertiti (que gobernó bajo el nombre de Esmenkare) o Cleopatra, pero también Tausert, en la dinastía XIX, entre 1.188 a 1.186 a.C. Un número ínfimo de casos, si se advierte que los anales registran más de 350 faraones. Sí contamos con ejemplos más numerosos de su gobierno como reina, gran esposa real o regente durante la minoría del hijo ya nombrado faraón.
Especialmente en ciertas épocas, el papel de las mujeres de la realeza fue considerado fundamental para la transmisión del linaje regio. Con frecuencia se plasman en las tumbas reales escenas de teogamia, en las que la reina aparece emparejada con el dios Amón, simbolizando con ello la transmisión de la sangre divina a su heredero. Como era la principal esposa quien transfería el poder dinástico, quienes fuera de la línea sucesoria alcanzaban la dignidad de faraón, ansiaban legitimar su posición contrayendo matrimonio con hijas del faraón anterior y su gran esposa real.
En el plano religioso, el mayor rango al que una mujer podía aspirar era el de divina adoratriz de Amón. Sin embargo, se desarrolló un clero femenino paralelo al del sumo sacerdote de Amón en Tebas. Incluso durante la dinastía XXVI (s. VII-VI a.C.) llegaron a sustituirlo, lo que supuso que esas sacerdotisas fueran las más poderosas en la historia de Egipto, casi un estado dentro del estado, solo situadas por debajo del faraón y con jurisdicción en todos sus dominios. En las tumbas vemos como usaban la cobra o ureus como insignia de su elevado poder.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Tras las huellas de Orfeo

por Encarnación Lorenzo Hernández



Todos conocemos al mítico cantor tracio. Con su música era capaz de detener ríos y vientos o de hacer que las rocas y plantas lo siguieran. Hasta persuadió a los dioses del inframundo para que le devolvieran a su dulce esposa Eurídice, pero en un momento de inseguridad durante el camino de vuelta, la perdió para siempre.
Lo verdaderamente sorprendente de esta bonita y triste historia son sus incontables ramificaciones en los ámbitos de la filosofía, la religión y el arte, tejidas a lo largo de miles de años. No somos conscientes de ellas pero permanecen visibles, como capilares bajo la piel, si miramos con una mínima atención. Me propongo contaros una historia fascinante, que en ocasiones hasta provoca un cosquilleante vértigo, cuando se comprende cuán lejos podemos viajar hacia atrás en la historia sin abandonar el presente. A poco que profundices en ellos, algunos mitos se convierten en la auténtica máquina del tiempo.

El mito de Orfeo

Cuenta la leyenda que el insuperable arte de Orfeo con el canto y la lira lo debía a sus progenitores, el dios Apolo y la musa Calíope, inspiradora de los poetas. Su alegría se apagó con la muerte de Eurídice. Aconsejado por Apolo, se atrevió a descender al reino de los muertos a rescatarla. Para seguir la pista de la metamorfosis de algunas de nuestras ideas culturales clave, es preciso conocer un poco la geografía ultraterrena entre los griegos. En los poemas homéricos, las almas de todos los muertos permanecían confinadas en un territorio subterráneo, el Hades, donde eran terriblemente desgraciadas para siempre pero no se las concebía como inmortales. Alimentadas con sangre, podían desvelar secretos a los vivos: así logró Ulises averiguar, preguntando al espectro del adivino Tiresias, cómo regresar a su añorada Ítaca. Poco a poco se fue abriendo camino una diversificación de los espacios del Más Allá, pero siempre localizados bajo tierra: el tenebroso Tártaro, donde las terribles Furias vigilaban el Lugar de los Castigos; la Isla de los Bienaventurados, también conocida como los Campos Elíseos; y un insípido pedregal, los Campos Gamonales, por los que los espíritus vagaban eternamente aburridos. Con ello, el esquema va adquiriendo un sorprendente parecido de familia con la tripartición cristiana de cielo, infierno y purgatorio.
El Tártaro era el reino de Hades y Perséfone. Hasta él acompañaba Hermes a las almas, que primero debían cruzar la laguna Estigia en la barca de Caronte, pagándole con la moneda depositada en la boca del difunto. Al llegar a la otra orilla, se transformaban en sombras. El temible can Cerbero vigilaba con sus tres cabezas que no escapase de allí ningún espíritu ni tampoco penetraran seres mortales. No obstante, algunos héroes lo lograron: Ulises, Hércules y Orfeo; y creo que ésa podría ser una de las razones por las cuales a las comunidades helenizadas de la época de Jesús les resultó tan fácil comprender y aceptar su bajada a los infiernos y su triunfo sobre la muerte como Dios hecho hombre.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Cum granum salis



No hay ingenio grande sin una pizca de locura. ¡Qué sería de la ensalada sin una pizca de sal! A los grandes genios, ¿les falta un tornillo? ¿No es cierto que la capacidad de concentración -en un problema de matemáticas, por ejemplo- puede ofrecer fácilmente la apariencia de un TOC, de un trastorno obsesivo-compulsivo? ¿No asoció Freud la religión, pero también la filosofía, a una forma de neurosis? Tales de Mileto se concentra en la matemática estelar, predice un eclipse en 585 a. C., pero se olvida de donde pone el pie por mirar las estrellas y cae a un pozo, aún oímos el eco de la criada que le reprocha mirar como un lunático al cielo, con la boca abierta de admiración, mientras no sabe donde pone los pies.
¿No hay un fundamental desequilibrio en todas las mentes privilegiadas? Mozart podía recordar una melodía oída en la calle y transcribirla de memoria en un instante y de corrido en el pentagrama, pero ¿era competente socialmente?, ¿sabía administrar el dinero?
Podríamos extrapolar la extravagancia del genio, a la extravagancia del humano, tan adaptable, tan ensimismado, tan fuera de sí, tan imprevisible, tan insatisfecho, ¿una criatura demente? A veces se nos pide a los profesores que alentemos la diferencia, que cultivemos la creatividad y la originalidad..., ¿no será la creatividad y la originalidad una deformidad de las funciones cerebrales? Aurea mediocritas. Los normales no innovan, pero tienen más posibilidades de adaptarse y ser felices, ¿no? El cultivo de la inteligencia, ¿no nos deja solos? El de la conciencia, ¿no nos abisma en un océano de conmiseración y dolor?
Si por cada cien personas, en las sociedades avanzadas, hay cuatro que padecen trastornos mentales serios, ¿no habrá alentado la evolución en nuestra especie la proliferación de mentes "especiales" de cuasiautistas geniales? Anormales inventores, extravagantes artistas. ¿Acaso no implica toda invención una transgresión de las convenciones?
Este es el interesante tema del artículo de Pedro Donaire en Bitnavegantes: "La ventaja de los trastornos mentales en la evolución humana".

martes, 6 de diciembre de 2011

1848. Seneca Falls: La rebelión de las mujeres


Marie Olympe de Gouges
Hay momentos en la historia que pueden considerarse puntos extremadamente calientes, en los que el magma social largo tiempo contenido explota y sale a la superficie con gran potencia. Mario Vargas Llosa, con una acertada metáfora, llama "cráteres activos" a los puntos principales de un texto literario, en los que sucede un gran número de acontecimientos de elevada intensidad dramática. También la historia, sobre todo la del siglo diecinueve, entretejida de acciones y relatos, podría leerse como una novela, con cráteres humeantes esparcidos aquí y allá en sus páginas. Uno de ellos, indudablemente, sería el año 1848.

 
En el mes de febrero, Marx publica en Londres el Manifiesto Comunista, llamando a la unión de los proletarios de todos los países contra la sociedad burguesa explotadora. Muy poco después, una coalición republicana entre la burguesía y la clase trabajadora se levantaría en París contra la monarquía de Luis Felipe de Orleáns, en defensa de las libertades ciudadanas.

Es igualmente importante para la historia, pero mucho menos conocido, que en ese memorable año se produjo también, en Nueva York, la Declaración de Seneca Falls, de Sentimientos o Pareceres, como la quisieron llamar sus principales promotoras, Elizabeth Cady Stanton (1817-1902) y Lucretia Mott (1793-1880). Su pretensión era defender los derechos de las mujeres, terriblemente oprimidas por esa sociedad burguesa cuyo modelo estaba abiertamente en crisis hacia la mitad de la centuria.


Lucrecia Mott
Quienes escriben la historia suelen cubrir con un espeso manto de silencio las acciones de los que desafían el orden establecido sin éxito, así que no debería sorprendernos descubrir que desconocemos todo o casi todo acerca de figuras tan valientes y modernas como Olympia de Gouges (cfr. supra), guillotinada en 1793 y a quien debemos la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, como réplica a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. La misma había sido promulgada con gran pompa, pretendidamente, en favor de todos los ciudadanos franceses pero- estas son las trampas que tiene el genérico masculino-, en realidad solo se había diseñado y se aplicó, en la práctica, en beneficio de los varones.

Durante muchos años, tampoco nos han contado esos libros que reflejan la historia “oficial” las vicisitudes del Manifiesto neoyorkino de 1848. Para entender mejor su contenido y el proceso de su gestación, es conveniente asomarnos, desde el cómodo balcón que nos proporciona la distancia histórica, al panorama social de la mujer en el mundo occidental entre la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del siglo XIX. A pesar de ser un período muy amplio, pocas cosas variaron durante el mismo en relación al dogma de la desigualdad “natural” entre los sexos, que se mantuvo en un inmovilismo absoluto.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Ser creativo

 Autora del post, Ana Azanza


El tema de la creatividad en el arte me parece una cuestión muy pertinente para este blog. Y dado que no soy artista debo reconocer que hoy en día el arte contemporáneo despista mucho, no es fácil saber si te están tomando el pelo.
Me he topado con una opinión que creo cualificada sobre lo que significa ser creativo. Me refiero a la opinión de Albert Boadella. Asistí a una de sus representaciones teatrales: don Quijote en Manhatann. Creo que es un espectáculo que no podré olvidar. Fue una obra altamente creativa, divertida, bien montada, obra de arte y sin demasiado derroche de medios, una representación más bien sobria, muy bien hecha.

Esto dice Boadella a propósito de ser creativo

:http://www.elsjoglars.com/blog.php?post=486

La creación del mundo

Dentro de unos días debo impartir una conferencia sobre mi forma de hacer teatro en unas jornadas que llevan por título La Creación del Mundo. El lema, sin duda muy sugestivo, resulta totalmente contradictorio con la forma como he forjado mi teatro y he percibido las artes en general. Así me tocará explicarlo ante un auditorio seguro de asistir a los razonamientos de un creador.
En uno de nuestros múltiples decálogos escénicos figura como primer mandamiento “Dejar a Dios como único creador” Parece una obviedad, si nos remitimos a nuestra cultura judeocristiana. Sin embargo, lejos de ser una simple butade refleja un principio esencial que debería regir el ánimo de todo artista en el momento de encararse a una obra. Esta concepción “creativa” es un fenómeno muy actual derivado precisamente de una época que induce al practicante de un arte a repeler cualquier forma de tradición. Todo debe empezar y acabar en uno mismo pues el “yo” obsesivo es hoy la base de cualquier expresión artística que se precie. De aquí la cantidad ingente de productos de esta índole que no alcanzan ni los mínimos técnicos exigibles. Me refiero, naturalmente, al principio indispensable de comunicación con el espectador. El término crear, tal como expresa la primera acepción del diccionario de la lengua española, es “Producir algo de la nada” o sea, absolutamente contradictorio con el acto de elaborar una obra de arte, la cual necesita siempre de la referencia externa y muy especialmente de la tradición artesanal del propio oficio.
Mi teatro no existiría sin la substancia de Aristófanes, Moliere o la Commedia dell’arte por citar solo unos pocos. Pero es que estos colegas titiriteros tampoco hubieran existido sin sus predecesores y así hasta el primer simio que expresó su ánimo amenazante golpeándose a si mismo el pecho para atemorizar a sus rivales. Pienso que nos encontramos ante una confusión interesada, pues aprovechando la epidemia relativista que nos invade, se coloca en el mismo rasero al bricoleur de materias plásticas y Vermeer, eso para no citar las petulantes comparaciones con los manipuladores de alimentos.
Hace unos días, durante el coloquio de una conferencia sobre toros donde, entre otras cosas, alababa la importancia vital de la tradición en la firme y sutil evolución de la lidia, una señorita me preguntó qué significaba exactamente la tradición en el arte. Le respondí que la primera sinfonía de Beethoven, si la escuchaba sin saber a quien pertenecía, era muy fácil confundirla con una obra de sus antecesores Mozart o Haydn pero que esa duda ya no sucedía con la tercera o la quinta que a su vez ejercieron influencias decisivas en otros grandes compositores.
En definitiva, el influjo desacertado que le confiero al término "crear" puede parecer una nimiedad si consideramos sus beneficios publicitarios pero como toda palabra falseada en su significado no resulta totalmente impune. Induce a los jóvenes artistas a una concepción errónea sobre el punto de partida. Se miran a si mismos en lugar de mirar a su exterior. Pierden el sentido de su acto que no es expresar fanáticamente las propias “neuras” sino catalizar las ajenas, y lo que es aún peor, están convencidos que van a inventar algo cuando precisamente todo existe ya en su entorno. Solo se trata de poner la luz sobre lo oculto y devolverlo a la realidad para que tome una nueva dimensión. En este preciso sentido, es mejor cambiar el endiosamiento que conlleva el vocablo "crear" por algo más científico como la simple función de desvelar, y así de paso, cumplimos con el segundo mandamiento que dicta: No tomarás el nombre de Dios en vano.      

viernes, 11 de noviembre de 2011

Les Luthiers LUTHERAPIA

Para una re-visión mordaz de la psicoterapia, la "luthierapia":
"El cruzado y el arcángel". ¡Que os sonriáis!

lunes, 7 de noviembre de 2011

PIDO LA PALABRA

PIDO LA PALABRA

La pluma, la tinta, el papel, el atril.

Los meses de otoño, de marzo y de abril.

La página en blanco, las hojas de más.

El punto y seguido y aparte y final.

La rima, el cuarteto primero, el compás.

La coma, la broma, el silencio, el impasse.

Las musas difusas del atardecer.

La risa, el llanto, el dolor y el placer.

El título, el tropo, la oda, el valor.

La vida, la muerte y el canto al amor.

El hoy, el ayer, el después, el adiós.

El cielo, la tierra, el pueblo y su dios.

La poesía es arma de futuro y tiene un don,

es el alegato de nuestra presentación.

Cuando suena en la guitarra un acorde mordaz,

pido la palabra y también pido la paz.

La pausa, los ritmos, la pronunciación.

Las penas del alma de tu corazón.

El triste piano que vuelve a llorar.

Romance gitano, nostalgia del mar.

Las sombras, las luces, el hambre y la sed.

Las caras, las cruces, el “tú” y el “usted”.

El agua, el fuego, el camino, el redil.

La casa, el terruño, la frase infantil.

La gallina ciega, la vuelta al hogar.

El caballo griego, lo que hay que dejar.

La estación, el reloj, el penúltimo tren.

Aceitunero altivo, andaluz de Jaén.

La poesía es arma de futuro y tiene un don,

es el alegato de nuestra presentación.

Cuando suena en la guitarra un acorde mordaz,

pido la palabra y también pido la paz.


Letra: Juanfra Cordero 2011.

jueves, 3 de noviembre de 2011

¿Por qué no hay vida extraterrestre?




Autora Ana Azanza

Gracias a Blumenberg en el magnífico libro



y que he descubierto se puede leer en internet
http://es.scribd.com/doc/32435815/Blumenberg-The-Genesis-of-the-Copernican-World-Ocr

he rectificado algo que tenía mal comprendido, y es el asunto del giro copernicano de Kant. En primer lugar la expresión "giro copernicano" no la usó él  en el sentido que yo había aprendido de que hasta Copérnico la tierra era el centro del mundo y con Copérnico pasó a serlo el sol. Kant cuando menciona a Copérnico lo hace en el prefacio de la segunda edición de la Crítica de la Razón pura de 1787, escrito seis años después del libro.

Lo primero que hay que destacar es que Kant no sabía que el prefacio a "De revolutionibus" no era de Copérnico, sino de Osiander, que le dió un giro a las tesis de Copérnico queriéndolas presentar como "hipótesis", no como afirmaciones. Esto no formaba parte de la "mens" de Copérnico.  Kant dice  que él quiere que el lector tome sus tesis al modo de Copérnico, como si fuera un experimento mental.

La filosofía es el último de los saberes en haber emprendido el camino de la ciencia. Kant espera que lo mismo que ha ocurrido con las matemáticas, en tiempos de Tales, y con la ciencia natural a comienzos de la edad moderna, ocurra con la filosofía.

Hasta ahora hemos pensado que nuestro conocimiento debía adecuarse a los objetos, ¿no sería más fructífera la hipótesis de que sean los objetos los que dependan de nuestro conocimiento? Pero Kant no utiliza la expresión "giro copernicano": sólo en una nota explica que "deberíamos proceder como hizo Copérnico con sus primeros pensamientos. Habiendo fracasado en el intento de explicar el movimiento de los cielos suponiendo que toda la bóveda celeste gira en torno al espectador, Copérnico sugirió si no tendría más éxito hacer girar al espectador mientras que los cielos quedaban en reposo."

Eso significa que la metafísica puede hacer un experimento similar, rastrear el origen de la intuición de los objetos en sus condiciones de posibilidad y el de los conceptos a priori en las reglas del entendimiento.

Cuando Kant menciona a Copérnico no se refiere tanto al asunto de quien se mueve y quien se está quieto, sino a la relación metodológica entre la hipótesis y la confirmación, que se puede ejemplificar en los casos de Copérnico y de Newton.

Que Copérnico prefigure el pensamiento newtoniano significa que él presentó una hipótesis sin ser capaz de probarla. Hacía falta la aparición de la fisica moderna, que efectivamente comprobó que la tierra  gira. Con independencia de que la historia de la ciencia no acabe ahí y más adelante se averigüe que al contrario de lo que pensaron los antiguos sobre el mundo celeste,  "nada está quieto ahí arriba".

Kant no ve a Copérnico como un imitable revolucionario de la ciencia. Copérnico no estaba en la línea de hacer como Galileo y sus sucesores, "construir preguntas y obligar a la naturaleza a contestarlas." En ese sentido Copérnico no cambió nada, él no era de los que pensaba que la razón sólo descubre aquello que ella misma ha puesto. Copérnico sólo cambió el modelo, pero no la forma de crear modelos. Copérnico no es uno de los transformadores reales de la ciencia. Y por eso Kant no lo menciona más en su obra, ni lo nombra en la serie de los grandes nombres que dieron lugar a la ciencia moderna: Galileo, Kepler, Huyghens y Newton.

Pero Copérnico con su hipótesis heliocéntrica que establecía un nuevo orden en el ámbito de las apariencias, proveyó a Newton de la topografía necesaria por la cual podía inferir a partir de ese orden de los cuerpos, un sistema de fuerzas que no podría ser aparente.

 La "Crítica de la razón pura" sería copernicana en el sentido de que deja abierto el camino a la "Crítica de la razón práctica". La fuerza de la gravedad, dice Kant, nunca habría sido descubierta si Copérnico no hubiera osado atribuir el movimiento a los cuerpos celestes en lugar de al espectador terráqueo.

El saber práctico en términos kantianos se expande en el reino de lo empíricamente inaccesible restringiendo los objetivos de la teoría a las apariencias, como resultado del giro trascendental. La "Crítica de la razón pura" es copernicana en tanto que abre acceso a la razón práctica. Igual que Copérnico con su hipótesis abrió el camino a la gravitación universal, obviamente lejos de la comprobación empírica, pero explicativa al máximo.

Hay otra alusión a Copérnico en "El conflicto de las facultades" de 1798, pero que aleja del tema que nos ocupa.
Sistema copernicano
Me ha sorprendido comprobar que el llamado "giro copernicano" de Kant no tiene nada que ver con el cambio del geocentrismo al heliocentrismo. Al menos no en el sentido en que el filósofo aleman citó al astrónomo polaco.  Cuando Kant se refiere a Copérnico nunca es cuestión de heliocentrismo. No sé de donde he sacado esta falsedad.

Pero me ha llamado todavía más la atención el final del libro de Blumenberg.

Mucha gente no dió crédito a la llegada del hombre a la luna, porque después de todo no parecía un lugar tan exótico como se había pensado. ¿Y si los americanos lo habían filmado en un desierto? Como la capacidad para la simulación ha crecido tanto, también lo ha hecho el escepticismo. La conversación de los astronautas que alunizaron en "Fra Mauro Range" fue tan vulgar que algunos pensaron que debían de estar en cualquier sitio menos en la luna.
Kepler se había  preguntado ¿Cómo sería la Tierra vista en lo alto del cielo lunar? En agosto de 1966 el Lunar Orbiter II hizo la foto.





Como dice Blumenberg, a la vista de esta foto si sólo nos llegaran las palabras o sólo las imágenes desde la luna, no tendría mucho sentido mandar a la gente allí. La única razón por la cual la luna no es un desierto es que el hombre existe, lo contempla y puede hablar sobre ella. Aunque los primeros que llegaron no consiguieran convencer a todo el mundo de que habían estado.

Los avances de la astronaútica destruyen el mito del Siglo de las Luces de que la razón está obligada a medirse con el Cosmos. Las enormes distancias hacen de nosotros un planeta improbable e insignificante en la inmensidad de todo lo que anda por ahí. Unas décadas de astronaútica nos han llevado de vuelta al pre copernicanismo. Tierra es una excepción. Tras la monotonía y lo inhóspito de las fotos de Júpiter y Mercurio no tenemos más remedio que vivir en Tierra. Por ahí arriba quedan los desiertos e infiernos de calor, nada acogedores. Más allá de Júpiter no llega la energía solar necesaria para vivir.

En 1972 las radioseñales que llegaban de  Júpiter lo hacían con tanto retraso que no se podían tomar decisiones simultáneas relevantes sobre la dirección de los instrumentos. El tiempo que se necesita para las transmisiones desde un planeta que no deja de ser uno de nuestros vecinos no dejan espacio para que los requerimientos de la razón puedan aparecer aconsejables. ¿Qué ocurriría con el tiempo requerido para que nos llegaran las radiotransmisiones desde la estrella fija más cercana?

Nunca sabremos qué será de la placa de alumnio que se envió entonces, que contenía información codificada sobre el hombre y la tierra, incluso en la era espacial las expectativas de que después de dejar el sistema solar dicha placa llegue a manos de vida inteligente parece ya un anacronismo.
Esa placa con información para posibles extraterrestres es un tributo a las expectativas cósmicas del Siglo de las Luces.

"¿Cómo vamos a ser los únicos que merezcan existir?" se preguntó Reimarus. La existencia de una inteligencia en el cosmos superior a la nuestra sería la garantía de la evolución de la inteligencia terrestre en el futuro. Entraba dentro de la lógica del copernicanismo que condiciones de existencia en la tierra para la razón no tenían por qué ser especialmente únicas, ya que la tierra no es el centro, no tenemos el punto de vista privilegiado, seguramente nuestra razón también está retrasada con respecto a otros seres razonables mejor situados. La razón en su contingencia terrestre no debería ser solitaria y estar abandonada a las condiciones factuales dadas de una única historia, la nuestra.

Blumenberg ve una conexión inequívoca entre la creencia todavía intacta en la inmortalidad y la idea de que los cuerpos celestes habitables proporcionarían mejores formas de existencia para el hombre.




Estas ideas no eran formuladas en el siglo XVIII para ser confirmadas o refutadas. Pero en ellas se manifiesta la razón como el agente que compara la realidad con lo que podría ser. Por ello hace trabajar a la imaginación, sin ser capaz de determinar sus contenidos. La Ilustración dió a la habitabilidad del universo por seres racionales el rango de postulado práctico, en lenguaje kantiano. Su fuerza estriba en que no podría ser falsado por la experiencia, y el tiempo de la austronaútica no ha cambiado mucho la situación, puesto que no puede haber una prueba de la no habitabilidad y no habitación de los planetas distantes. Sin embargo nuestros planetas vecinos han probado ser lugares de lo más inhóspito para la llamada "exobiología".

Ya en 1971 se reunieron rusos y americanos con el fin de intentar establecer contactos con civilizaciones extraterrestres. Dejando aparte la improbabilidad de encontrar la dirección y los parámetros en que las comunicaciones podrían ser enviadas y recibidas, lo más sorprendente no es pensar que esas inteligencias existan y sean lo suficientemente inteligentes para este diálogo, sino también suponerles una necesidad comparable a la nuestra de buscar señales procedentes del universo y enviarlas.

¿Por qué se asume de hecho que las inteligencias cósmicas deberían ser del mismo tipo que la nuestra y mucho más civilizadas? La probabilidad de que otras criaturas habitantes de otros planetas  sean sustancialmente superiores a nosotros es muy escasa. Hay que asumir que ellos también habrán sido productos de la lucha por la existencia, una selección natural que no favorece las cualidades que nosotros estimamos superiores a nosotros y que nos gustaría tener, sino que precisamente favorece las cualidades que nos hacen sufrir: la preferencia por la auto-preservación, la fascinación por los que son más fuertes, la rivalidad por el rango y posición.

Pero todavía no hemos llegado al nudo de la cuestión. Se ha dicho que atribuir vida y razón sólo a la tierra es una reedición del viejo prejuicio antropológico. Pero la carga de la prueba de haberse liberado del prejuicio va en otra dirección. La premisa sin examinar de los buscadores de vida extraterrestre está en que ellos miran la probalidad de vida en planetas ajenos al sistema solar como una base para asumir también la presencia de la razón. Nada estaría peor fundado: la razón como continuación lógica de la evolución orgánica.

Que el proceso del desarrollo de la vida deba siempre, o en un caso más, conducir a la razón, incluso si esa razón no estuviera en un cuerpo con forma humana, es algo no demostrado que de hecho vuelve a repetir el viejo favor que el hombre se hace a sí mismo poniendo la corona de la creación a salvo. Todos los indicadores antropológicos apuntan a que el hombre en la tierra es la excepción en la naturaleza, en tanto en cuanto sólo ha podido preservar su existencia por medio de un inesperado éxito en la corrección de un desvío, un arreglo que debería ser extremadamente ineficaz si nos atenemos a las leyes de la naturaleza orgánica.

La razón no sería la cima de los logros de lo orgánico, ni siquiera su continuación lógica. Sería una arriesgada forma de desviarse de la falta de adaptación, un sustituto de la adaptación; una forma falsa de tratar con el fallo de los tranquilizadores y funcionales arreglos previos y especializaciones constantes a largo plazo en un entorno estable. Se puede enfatizar esta ruptura más o menos, pero en cualquier caso no se puede dar por hecho que la existencia de vida extraterrestre traiga siempre su correspondiente probabilidad de que la racionalidad emergerá a partir de la sustancia orgánica.

La hipótesis antropológica de que el hombre podría no ser un resultado lógico consistente con el resto de la evolución orgánica, no implica ninguna depreciación de la razón. Para la razón, la pobreza de sus orígenes es un asunto indiferente, puesto que su historia consiste en una reevaluación ascendente: transformando una función improvisada en la mejor y en lo mejor, la seguridad en certeza, la desnuda necesidad en la modalidad de la evidencia y la conciencia en la autoconciencia.

La razón puede ser un triunfo sobre cualquier origen y excentricidad pero apenas puede entenderse como el fin normal de los procesos materiales al estilo de las noosferas de Teilhard de Chardin. Combinando elementos de la Ilustración y de la metafísica cristiana, Teilhard contribuyó a aumentar las expectativas de encontrar vida extraterrestre. El gesto de Teilhard afirmando que aunque la aparición del hombre fue contingente era algo preformado, normal en términos de una ley que gobierna su origen destaca por su dignidad y nivel especulativo. Pero nos priva de entender la historia y la realidad del hombre.

No está mal buscar la consolación de la filosofía, aunque uno se dispone entonces a caer en nuevos "desconsuelos" . Los billones de sistemas solares en el universo pueden implicar la probabilidad de vida en algún lugar, pero el orden de la magnitud de las distancias entre ellos destruye al mismo tiempo lo que para una especulación metafísica podría llamarse el "sentido" en ese estado de cosas.

Contrariamente a su enunciado la física relativista establece el limite absoluto contra el que nuestras pesquisas por encontrar vida van a chocar. Sólo comunicar con alguien en la Vía Láctea excede el orden de magnitud que permitiera la simultaneidad. La barrera insuperable de la velocidad de la luz niega por vez primera al hombre su importancia cósmica.

El ímpetu en la conquista del espacio exterior es como un resto del valor especial asignado a la realidad estelar por la antigua metafísica y su correspondiente degradación de la tierra a "deshechos" del universo. Cuando la gravedad parecía victoriosa se ha convertido en sinónimo de carga. Una razón suficiente por la cual la tierra no es la madre de la austronaútica es que es a la solidez de su suelo a la que toda las naves espaciales regresan rápidamente.

Nicolás Copérnico

Es más que una trivialidad decir que la experiencia de volver a la tierra sólo la puede tener el que la ha abandonado. La reflexividad de la visión copernicana se repite. El oasis cósmico en el que vive el hombre, este milagro excepcional, este planeta azul en medio de un descorazonador desierto celeste, ya no es "también una estrella", sino mejor la única que merece tal nombre.

Sólo con la experiencia de volver aceptaremos que para el hombre no hay alternativas a la tierra, dado que no hay alternativas a la razón humana.

domingo, 16 de octubre de 2011

La pureza moderna: yogur, depilación y vampiro "soft"


Michel Onfray (1959)

Autora Ana Azanza

El filósofo iconoclasta y educador de masas que es Michel Onfray no deja de sorprender. Creó la Universidad Popular de Caen en la que cualquier persona, aun careciendo de diploma universitario, puede iniciarse en la filosofía o en las ciencias. También es suya la Universidad popular del gusto en Argentan, en la que todo el que quiera accede a la buena cocina, al vino, a la gastronomía y las artes. Onfray quiere ser un filósofo al servicio de los más modestos para hacer participar a la gente en la reflexión y en una filosofía de lo cotidiano. Incluso aunque no se esté de acuerdo con todo lo que dice, es de justicia reconocer la dimensión social y cultural de lo que hace.

Después del escandaloso "Tratado de Ateología" que no he tenido el gusto de leer, ha aparecido un "L'Évangile de Michel Onfray!" escrito por un autor que se dice creyente y es de la opinión de que Michel Onfray tiene razón, aunque a primera vista pueda parecer lo más opuesto a un espíritu religioso.

 Onfray no deja títere con cabeza en su examen y crítica de los lugares comunes de la sociedad actual. Su filosofía no es erudición histórica sobre autores, en lo que se ha convertido la filosofía académica. Onfray hace gala de un pensamiento en acción que rompe moldes y tiene su punto.
L'Evangile de Michel Onfray

Entresaco estas líneas a las que todos podemos ponerle el anuncio televisivo de referencia. Los subrayados son míos:

La preocupación por la pureza no es sólo una característica de las religiones monoteístas, la comparte toda la sociedad, especialmente la nuestra. Esta obsesión se observa en las relaciones con los alimentos, los cuidados del cuerpo y la sexualidad.

En primer lugar no se trata de comer cualquier cosa. Mejor que la comida kosher o "hallal", las nuevas prescrpciones alimentarias deben aportar al cuerpo alimentos puros, garantía de un equilibrio permanente, un equilibrio nutricional riguroso. La proporción de azúcares, grasas, proteínas, fibras es seguida cuidadosamente por una clientela sobre todo femenina que busca más la nutrición que la alimentación. Los grandes grupos alimentarios responden a esta necesidad gracias a los nuevos productos llamados "alicamentos", productos con propiedades supuestamente beneficiosas para la salud, complementos alimentarios que aportan vitaminas y sales minerales, productos lácteos vendidos para reforzar las defensas, yogures modificados para facilitar el tránsito intestinal. Con eslogans tipo "la belleza está en el interior", una inquietante confusión se opera entre el alma bella y unos intestinos limpios.

No basta con dar al organismo alimentos puros, hay que eliminar todas las toxinas acumuladas por el entorno y la vida cotidiana, es la tendencia "detox". Este régimen favorece la agricultura biológica, tisanas, cócteles de plantas, preparaciones químicas y vegetales específicas que están ahí para purgar nuestras miasmas y tensiones. Se llega incluso a preconizar purgas para conseguir esa purificación corporal total. ¿Para cuando los tratamientos cerebrales contra las malas ideas?

Esta  pureza tan buscada no debe limitarse al interior del cuerpo, también debe manifestarse exteriormente. No hay que contentarse con alejar el hombre de la bestia, hay que acercarlo al ángel. Ahora bien, en el caso del hombre y de la mujer no son las alas ni las plumas los que crecen antes. Sino los pelos. Desde los años 40 en USA, desde los 50 en Europa se ha abierto la veda contra el vello, animada por una industria cosmética que obtiene unas ganancias nada despreciables. El primer vello en caer está situado no lejos del ala del ángel, se trata del vello en las axilas. Desde los 50 las fotos de las estrellas muestran la ausencia perfecta de cualquier pilosidad en el nacimiento de los brazos. Europa seguirá enseguida la tendencia. Las primeras en depilarse las axilas son las mujeres, pero los hombres lo harán también, particularmente los deportistas para evitar calentamiento y picor debido al sudor. Desde hace 10 años la depilación total del pubis se extiende cada vez más popularizada por ciertas revistas y las películas pornográficas. El cuerpo de los individuos alcanza así el carácter liso e imberbe del desnudo clásico de la pintura occidental, conocido hasta la Maja Desnuda de Goya, primera mujer pintada que muestra algunos de estos pelos. Se puede hacer notar que estas dos prácticas, la depilación de las axilas y la del pubis forman parte de la "Filtra" (estado natural en árabe), que hay que respetar en el Islam según los Hadischt. También hay que señalar que esta depilación es una limitación a la difusión de feromonas, sustancias olorosas que favorecen la excitación y relaciones sexuales.  Mostrar más piel significa tocar a menos. Ya no es necesario preguntarse sobre el sexo de los ángeles, seguro que no tienen. 

Habiendo erradicado el pelo, si es necesario con la depilación definitiva láser, el cuerpo, este animal incurable sigue difundiendo personalidad olfativa. Los olores de la transpiración se han convertido en los enemigos de la cohesión social desde los años 70 cuando un spot telivisivo proclamaba: "Según la nariz son las cinco". Hoy, multitud de desodorantes proponen a mujeres y hombres una frescura absoluta durante cuarenta y ocho horas sin dejar marcas en la ropa. El último olor animal que llevaba todavía algunas feromonas sexuales ha sido vencido. Gracias sean dadas al dios desodorante, el hombre y la mujer son neutros y puros. Olfativamente ya no se molestarán ni se seducirán en los lugares públicos. "Entonces Adán y Eva se dieron cuenta de que su olor estaba desnudo y lo vistieron de "eau de toilette". 

En este mundo neutro y aséptico los niños intentan crecer. Los adolescentes de principios del siglo XXI se depilan, se desodorizan y se perfuman como se les ha enseñado reprobando su primer vello y cogiéndose la nariz al verlos regresar de hacer deporte. Su cuerpo ya esta neutralizado, ahora hay que darle cerrojazo a la sexualidad. Desde los tiempos del SIDA está claro que sólo el preservativo constituye una protección contra las enfermedades de transmisión sexual. La abstinencia es otra promovida por iglesias y padres nerviosos. Sin embargo esta posición no es fácil de defender si uno se contenta de exponerla fríamente. Muchos prelados han hecho el ridículo ante los jóvenes.

Hoy tenemos otra vía para la promoción de la abstinencia, el vampirismo soft, el de las novelas y las películas "Crepúsculo".


Antiguamente los vámpiros representaban la transgresión de lo prohibido, la sexualidad desbocada: ¿No es Drácula el promotor del adulterio en la sociedad victoriana?, ¿no existen numerosas personalidades vampíricas homosexuales o bisexuales? Y sobre todo, la sangre y la muerte están presentes en esos relatos para exacerbar la fragilidad y la peligrosidad de la sexualidad. 

"Crespúsculo" marca un antes y un después tanto en el mundo de los vampiros como en el de las historias para adolescentes. El vampiro se ve integrado en la sociedad y se abstiene de toda iniciativa sangrienta o sexual, que suele ser lo mismo. La heroína adolescente vive un amor platónico en el que la sangre no se vierte nunca: ni la sangre de su yugular mordida por el vampiro ni el del himen roto por el primer coito. Ideal y malignamente tranquilizador para las adolescentes angustiadas por sus primeras reglas. Niños, no al sexo, que provoca el derramamiento de sangre. Observemos que de cualquier forma la sangre será derramada cada veintiocho días. Pero el mensaje subliminal de "Crepúsculo" se difunde más fácil por libros y películas que por las ceremonias de promesa de virginidad en vigor en algunos integristas cristianos anglosajones, en los que la niña de papá agarrada del brazo del mismo declara solemnemente que  no besará antes de casarse. (Sigmund ¿tienes algún consejo para estas buenas gentes?).

Yogur, no más vello, no malos olores, no al sexo, no a la sangre. ¿Dónde queda la vida en ese panorama?





martes, 11 de octubre de 2011

Robinson Crusoe, héroe de la Ilustración




Tal vez sea poco conocido que el famoso relato de Daniel De Foe (1660-1731) se inspiró en la historia verídica de Alexander Selkirk, marinero escocés abandonado en 1705 en una isla desierta del archipiélago de Juan Fernández, frente a las costas chilenas, donde sobrevivió solo, en estado semisalvaje, durante cuatro años y cuatro meses.
La relación de sus peripecias se publicó en 1713, despertando gran interés en el público, pues el suceso evocaba algunos de los tópicos fundamentales del siglo dieciocho: civilización versus estado de naturaleza, la empresa colonial europea en el Nuevo Mundo, la capacidad del ser humano para superar grandes adversidades, aventuras en lugares exóticos todavía por explorar…, a los que la novela de De Foe, publicada en 1719, aún añadiría otros varios, esenciales para la comprensión de la mentalidad contemporánea y que convierten a Robinson, todavía hoy, en un prototipo de constante referencia.

De Foe es uno de esos raros ejemplos de literato tardío ya que, hasta los 62 años, solo había entregado a la imprenta algunos panfletos. Dedicado al comercio y a la política sin éxito, hasta llegó a ser encarcelado en varias ocasiones. Como necesitaba de dinero para dotar a sus hijas, aceptó el encargo de novelar la historia de Selkirk, que debía presentarse a los lectores, ávidos de noticias sobre el suceso, en forma memorialista, como si constituyera el relato fiel de lo acontecido. Del talento del autor para reflejar en el texto,-muy moderno en su época, por su estilo realista y periodístico-, no solo los temas sociales más candentes del momento sino otros más universales, hasta forjar uno de los mitos claves de la civilización occidental, da cuenta el hecho de que es el libro de mayor número de ediciones después de la Biblia.

Todos conocemos la historia en sus líneas generales: un muchacho rebelde, desoyendo los consejos paternos de conformarse con una plácida vida sedentaria (el aurea mediocritas), escapa de su hogar y, tras diversas desventuras (naufragio, prisión en manos de piratas…), recala en Brasil, donde explota un engenho, plantación esclavista. Hastiado de esa vida, se dirige a Guinea en un barco que naufraga frente a las bocas del Orinoco, siendo Robinson el único superviviente.

En la desierta isla de la Desesperación, como la bautiza, en completa soledad y enfrentado a una naturaleza hostil, consigue reconstruir el mundo civilizado que ha perdido. El esfuerzo que invierte en ello es su tabla de salvación contra la locura. Pero el éxito de la empresa depende de un evento que marca una ruptura trascendental en su existencia.

lunes, 10 de octubre de 2011

Destierro de tu boca


AÚN QUEDAN RIMAS POR HACER


Aún quedan rimas por hacer

después de García Lorca y Garcilaso,

después de Luis Cernuda y de Bécquer,

después de mi desierto y del fracaso.


Aún quedan sueños que inventar,

después de desprenderme de un rumor,

después de pesadillas que contar,

después de despertarme de tu amor.


Aún podremos coger un tranvía,

aún no se hace tarde, todavía.


Aún quedan versos que hilvanar

después de la derrota de la voz,

después del todo vale por ganar,

después de esta amargura tan precoz.


Aún quedan hazañas que lograr,

después de una catástrofe feroz,

después de mi desastre nuclear,

después de este tsunami tan atroz.


Aún podremos coger un tranvía,

aún no se hace tarde, todavía.


Aún quedan palabras que decir

después de estar callado y escuchar,

después de ver lo que no quise oír,

después de huir hacia ningún lugar.


Aún quedan caminos que tomar,

después de este calvario que me toca,

después de que la miel me supo a poca,

después de este destierro de tu boca.


Letra y música: Juanfra Cordero 2011


No puedo llegar a fin de mes

NO PUEDO LLEGAR A FIN DE MES

Habla Sol otra mañana,

hay que dejar de dormir.

Se avecina una nueva semana,

otro mes que sobrevivir.


La calle amanece cansada,

marañada en desilusión,

las aceras caen desoladas

en una vulgar depresión.


Cierran otro supermercado

y ya van tres.

Los remedios se han congelado,

“no puedo llegar a fin de mes”,

le ha dicho el tendero a su mujer.


Aparcadas excavadoras

posan junto al arcén.

El consuelo llega a deshoras

desde un vacío almacén.


En la fábrica sobran obreros,

ser honesto tiene un reparo,

hoy nos dan lobos por corderos,

genios en la cola del paro.


Los cerebros se van fugando

donde les den

naipes para seguir jugando,

“la ciencia al servicio del crupier”,

hoy le ha dicho Einstein a Nobel.


Nada importan las emociones

ni un estado de bienestar.

Con el hambre en los talones

mileuristas vienen y van.


La carrera del desconsumo

fue impuntual al salir.

Los banqueros beben mi zumo,

el euribor vuelve a subir.


Destronados y otras revueltas,

qué situación.

El planeta tiembla y da vueltas,

“se alcanzó el umbral de población”,

hoy le ha dicho Malthus a Rousseau.


Letra y música: Juanfra Cordero

viernes, 30 de septiembre de 2011

La pedagogía de Coetzee


En su reputada novela Verano, el escritor sudafricano J. M. Coetzee se refiere a su filosofía de la enseñanza como una filosofía del aprendizaje, procedente de Platón. El autor explica a una brasileña, Adriana, que está preocupada por el entusiasmo que el profe ha provocado en su hija adolescente, de qué manera, "antes de que se produzca el verdadero aprendizaje, el estudiante debe tener cierto anhelo de verdad, cierto fuego en su corazón. El auténtico estudiante arde por saber. Reconoce o percibe en el profesor a una persona que se ha acercado más que él o ella a la verdad. Desea hasta tal punto la verdad encarnada en el profesor que está dispuesto a quemar su yo anterior para alcanzarla. Por su parte, el profesor reconoce y alienta el fuego en el estudiante, y reacciona a él ardiendo con una luz más intensa". De este modo, ambos, profesor y alumno, se elevan a una esfera superior.

Por supuesto, la teoría no tranquiliza en absoluto a Adriana. Todo ese idealismo no casa muy bien con su sentido práctico. Y de nada sirve que el profesor se enamore de ella y le escriba interminables cartas de amor. La teoría arriba expuesta parece más radical y personal que la de Platón; para el ateniense, el proceso de aprendizaje (paideia) no implica tanto una renuncia al yo anterior, cuanto su  liberación de la ignorancia o del apego a la apariencia, o sea una conversión del alma a la verdad, del alma con todas sus potencias, sensibles, anímicas, emotivas e intelectuales.
Más adelante, un colega de Coetzee se refiere a la enseñanza como una especie de contagio:
"Los alumnos pronto descubren si lo que les estás enseñando te importa. En caso afirmativo, están dispuestos a considerar la posibilidad de que también les importe a ellos. Pero si llegan a la conclusión, acertada o no, de que no te importa, no hay nada que hacer, sería mejor que te fueras a casa".

No cabe sublimación de la profesión docente: "las filas de la profesión docente están llenas de refugiados e inadaptados", de gentes que nada más buscan la seguridad de un sueldo mensual. Eso sí, ser profesor permite estar en contacto con una generación más joven.

Adriana, que no ve en el profesor sino a un débil y peligroso soñador, recuerda una carta en que Coetzee, que se ha enamorado locamente de ella, le habla de cómo había aprendido los secretos del amor escuchando a Shubert: "cómo sublimamos el amor a la manera en que los químicos del pasado sublimaban sustancias innobles". La brasileña, maestra de danza, busca el término "sublimar" en el diccionario de inglés. Sublimar: calentar algo y extraer su esencia. En portugués tenemos la misma palabra, "sublimar", aunque no es corriente. A la brasileña, más atenta a cuestiones prácticas, tanta sublimación le parece una solemne tontería, pues cree que, "por debajo de las bonitas palabras, lo que un hombre quiere de una mujer suele ser muy básico y muy simple". Pero Coetzee insiste en que Schubert le había enseñado a sublimar el amor. Sin duda, para él, esta sublimación forma parte del proceso de aprendizaje.

Coetzee da voz y protagonismo a Adriana como a otros personajes que en la novela Verano desmitifican sistemáticamente su figura de premio Nobel de literatura, así que no deja de ser paradójico que quien desmitifica así sostenga en la narración -como alter ego de sí mismo- una postura platónica y sublimatoria. La brasileña le reprocha haber divorciado el alma del cuerpo...
"Para él, el cuerpo era como una de esas marionetas de madera que mueves mediante cordeles. Tiras de este cordel y se mueve el brazo izquierdo, tiras de ese y se mueve la pierna derecha. Y el auténtico yo está allá arriba, donde no puedes verlo, como el tirititero que tira de los cordeles".
Para Adriana, maestra de danza de profesión, nadie que disocia así el cuerpo del alma puede bailar bien, porque la danza es encarnación. No me extraña que diga esto una brisileña, fueron los brasileños quienes añadieron al fútbol el ritmo de la danza. En la verdadera danza -explica Adriana Nascimento-, el cuerpo manda, el cuerpo dirige, formando con el alma un todo. "¡Porque el cuerpo sabe! ¡Sabe! Cuando el cuerpo siente el ritmo en su interior, no necesita pensar". La marioneta no puede bailar, porque la madera no tiene alma ni puede sentir el ritmo.

Esa disociación del alma y el cuerpo puede tener que ver con la educación calvinista holandesa, que aspira a formar a los niños como el artesano da forma a un recipiente de arcilla, según una imagen predeterminada. Por el contrario, su madre -la madre real o imaginaria de Coetzee- creía más bien que la tarea del educador debería ser la de identificar y estimular las aptitudes naturales del niño o la niña, las aptitudes innatas que les convierten en seres únicos. Si imaginamos a la niña o al niño como una planta, el educador debería alimentar las raíces de la planta y observar su crecimiento, en lugar de podar sus ramas y "darle forma", como predican los calvinistas.

En una nota inserta en el capítulo final del libro, Coetzee se propone desarrollar una teoría de la educación original, cuyas raíces estarían en Platón y Freud, y cuyos elementos serían la condición de "discípulo" como aspiración del alumno a ser como el profesor, y el idealismo ético del profesor que se esfuerza por ser digno del estudiante. Y cuyos peligros son: la vanidad o complacencia del profesor por el culto que le rinde el estudiante y, en segundo lugar, el sexo, el sexo como atajo hacia el conocimiento. Al final de la nota se reconoce como incompetente en asuntos del corazón.

A lo largo de la novela, el protagonista indirecto de la misma, el personaje J. Coetzee, se muestra torpe en este campo, de ahí el carácter simbólico que adquieren las palabras de la bailarina y de "lo femenino", como una "rarefacción superior de la mujer, hasta el punto de convertirse en espíritu" (J. M. Coetzee. Verano, trad. de Jordi Fibla, Debolsillo, abril, 2011).
     

sábado, 24 de septiembre de 2011

Espiritismo español


"Se entregaban al misterio como a un amante inefable que sabía hacer vibrar las cuerdas de su histerismo elegante y decadente". Emilio Carrere. "Lo que vio la reina de Francia", 1916.

Puede sorprendernos hoy que, hasta nuestra guerra cainita e incivil, el espiritismo tuviese tanto predicamento en España. En La plasmatoria (1935) de Pedro Muñoz Seca (1879-1936) la parafernalia espiritista servirá para devolver la vida al mismísimo Don Juan Tenorio.

Espíritus cultivados, humorísticos y escépticos, fueron excitados y fascinados por el espiritismo y la teosofía romántica y bohemia. Es el caso de Emilio Carrere (1881-1947) al que se ha considerado uno de los pioneros españoles de lo que hoy se llama "periodismo del misterio" o  "periodismo de lo paranormal" (del tipo practicado por Jiménez del Oso, J. J. Benítez o Iker Jiménez).

La colección de relatos espiritistas de E. Carrere, introducida y anotada por Jesús Palacios, resulta amena e ilustrativa de lo que llegó a ser en el mundo occidental ese movimiento místico y heterodoxo, religioso y (pseudo)científico, enraizado en el espiritualismo de Swedenborg y la Teosofía de Jacob Boheme. Personalidades científica y literarias tan famosas e influyentes como Flammarion, Víctor Hugo, Arthur Conan Doyle, William James, Edison, L. Frank Baum (el autor de El mago de Oz) o el nobel belga Maurice Maeterlinck estuvieron interesadas o creyeron en los fenómenos espiritistas.

En Sevilla, el mismísimo General Primo de Rivera dirigió una sociedad espiritista (o espirita). Ramón y Cajal prestó atención e interés al movimiento, aunque luego le retiró su apoyo. El movimiento espiritista allanó el camino para la entrada de la Teosofía de Madame Blavatsky cuyo budismo esotérico, entrelazado a la tradición panteísta, sostenía la evolución y reencarnación del alma, a lo largo de un ciclo que podría culminar en su fusión con el Alma o Mente Universal, donde hallaría su perfección. Sin embargo, al contrario que los teósofos, los espiritistas mantendrían la creencia en la identidad individual del alma después de la muerte física.

Sociedades y logias teosóficas y espiritas florecieron en las principales ciudades españolas. Marcelino Menéndez Pelayo, en su paradójica Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882), Bonilla y San Martín, Mario Méndez Bejarano y José Luis Abellán, en su Historia crítica del pensamiento español (1979-1991), tratan con amplitud este fenómeno sociocultural y esotérico.

Aunque Nietzsche se hubiese empeñado en anunciar en Alemania "la muerte de Dios", Nietzsche mismo había muerto cuando el pensamiento liberal y heterodoxo español prefería el krausismo, con su teísmo civilizado y moralista, muy distante de los violentos sentimientos paganos y blasfemos del filósofo demente y su martillo. Aunque fuese un movimiento anticlerical, el espiritismo admitía a Cristo como uno de los "grandes iniciados", recogiendo su mensaje como afín al Espiritismo, e intentándolo conciliar con el espíritu positivista y científico de la época. De manera que el espiritismo se convirtió en la panacea mística de varias generaciones de intelectuales españoles. Desde luego -como relata Pío Baroja en sus Memorias-, tenía un lado "sicalíptico" (erótico), bohemio y desvergonzado, pues algunas de esas desopilantes sesiones espiritistas podían tener como resultado que alguna criada quedara misteriosamente encinta, a resultas de sus "etéreos" encontronazos con los espíritus.

Valle Inclán contó su experiencia en una de las exhibiciones que el criminólogo italiano Lombroso hizo de la famosa médium Eusapia Palladino, cuyos poderes asombraron al matrimonio Curie. Galdós llegó a pintar el espiritismo como una religiosidad factible y deseable para el hombre moderno, libre de los excesos dogmáticos del catolicismo oficial. Y don Juan Valera se convirtió en un divulgador de la Teosofía, ocupándose de redactar para la Enciclopedia Hispanoamericana el artículo dedicado a la disciplina de Madame Blavatsky. Valera acabaría publicando una novela fantástica, orientalista y cabalística: Morsamor (1899).

El desarrollo del espiritismo en España, como en otras partes, estuvo aliado al modernismo simbolista, al decadentismo esteticista, pero también al sufragismo y al feminismo políticos, y es que, como escribe en uno de sus relatos Carrere, "el espíritu no tiene sexo". Carmen de Burgos (Colombine), protectora y amante de Ramón Gómez de la Serna, publicará en 1922 El Retorno: novela espiritista. Ángeles Vicente -recordada sobre todo hoy por su pionera novela lésbica Zezé- escribió un buen puñado de relatos espiritistas. Pero la más destacada de las escritoras espiritas españolas fue Amalia Domingo Soler (1835-1909), quien fue también aguerrida defensora de los derechos de la mujer.
Amalia Domingo Soler

Entre los poetas del 27, el más esotérico fue el andaluz Fernando Villalón (1881-1930). Villalón proyectó un "silfidoscopio", una máquina que permitiría ver a las sílfides y otros espíritus elementales (hadas, nereidas, salamandras, elfos, duendes...). Sus mejores poemas ("La Toriada", "Lubricán") están preñados de referencias esotéricas, cabalísticas y teosóficas.

El espiritismo dio pie a la burla despiadada de Fernández Flores, pero también a las  agudas reflexiones filosóficas y aún psicoanalíticas de Emilio Carrere:

"No hay nada sobrenatural; éste es un concepto huero y supersticioso; sólo hay infinitos desconocidos que rigen leyes inmutables e innotas, pero perfectamente naturales.
      Y el primer infinito misterioso que se nos presenta es el laberinto físico y psíquico de nuestro propio yo. El huesped desconocido, como le llama Maeterlinck al laberinto del mundo inconsciente". ´("Unas extrañas anécdotas de Pi y Margall").

sábado, 17 de septiembre de 2011

El cielo estrellado sobre nosotros

Autora Ana Azanza


Dice Hans Blumenberg en la introducción de su "The genesis of Copernican world" que nuestra condición de vida en una tierra desde la que se pueden ver las estrellas es bien improbable. A la vez que se dan las condiciones necesarias para la vida, podemos ver el espacio exterior.

Pienso que es una de las causas de la degradación de nuestro hábitat en las ciudades: Es prácticamente imposible ver el cielo estrellado debido a la iluminación artificial. Nos perdemos un espectáculo, el cielo cuajado de estrellas, que ha sido uno de los motores del desarrollo del saber humano desde los tiempos de los caldeos y de los sacerdotes babilonios, que supieron usar los fenómenos celestes para establecer el primer calendario. No digamos la importancia del cielo y lo que él nos ofrece para hacer posible la navegación intercontinental, el descubrimiento de nuevos mundos y el ensanchamiento de nuestros horizontes.

El medio en el que vivimos es por una parte suficientemente grueso para respirar y para protegernos de los rayos cósmicos, y por otra parte no lo es tanto como para no permitir que llegue hasta nosotros la luz de las estrellas. Un frágil equilibrio entre lo indispensable o necesario para vivir y lo sublime digno de admirar.




Sabemos sobre lo inhóspito de nuestros planetas vecinos: sus cambios  extremos de temperaturas entre el día y la noche, los rayos y partículas del espacio que impactan sus superficies, la pesantez de las atmósferas de Venus y Júpiter, cubiertas constantemente de nubes que impiden cualquier vista del cielo, y las tormentas de polvo en Marte. En 1960, un pionero de la tecnología de los viajes espaciales reconocía que la naturaleza ha intentado barrernos de la superficie del planeta desde al menos la época de las cavernas... Así ilustraba que los peligros de los viajes cósmicos eran una continuación de nuestra situación sobre la tierra. Al final de la década de los 60 la vista de nuestro planeta desde fuera contribuyó a la voluntad de preservar la Tierra.

Poincaré hizo un experimento mental que planteaba una pregunta bien intrigante ¿Habría existido un Copérnico alguna vez si nuestro planeta estuviera siempre rodeado de un manto impenetrable de nubes?
O dicho de otro modo: ¿Habríamos sabido que la tierra gira sobre su eje y alrededor del sol si nunca hubiéramos practicado la astronomía basada en la observación? Poincaré no sospechaba el desarrollo de la tecnología capaz de enviar cohetes al espacio ni tampoco sabía nada de la radioastronomía, una forma de astronomía "sin ver". ¿Cómo hubiera podido saber la humanidad encerrada en su "caverna atmosférica" que la tierra pertenece a un sistema planetario y a un universo hecho de mundos que se mueve de muchas maneras? Sin la visión de la rotación diaria del cielo de las estrellas fijas, ¿no habría sido imposible cualquier conjetura contraria a la aplastante evidencia de que el suelo sobre el que vivimos está quieto?

Poincaré sin embargo concluyó que incluso sin ver el hombre habría llegado a la conclusión de que nuestro mundo se mueve. Sólo que mucho más tarde de lo que lo hizo. Copérnico habría llegado a ello practicando la física pura. Un físico limitado a la experiencia de lo que está más cercano a la tierra se hubiera diferenciado poco de la tradición aristotélica y escolástica. Ese físico confinado en la "caverna terrestre" se hubiera visto en  muchas dificultades de manera que habría inventado explicaciones tan extraordinarias como la de las esferas cristalinas de Ptolomeo, se habrían acumulado complicaciones hasta que el esperado Copérnico hubiera barrido todo de un plumazo diciendo: "es mucho más sencillo asumir que la tierra gira".


Henri Poincaré

Quizás el Copérnico esperado hubiera llegado en 1737 cuando la Academia Francesa de ciencias estableció empíricamente el aplanamiento de la tierra que Huyghens había deducido en 1673. O como muy tarde en 1859 con el péndulo de Foucault.

De todas formas el impacto del Copérnico histórico fue mucho más grande por todo lo acumulado como historia del saber astronómico hasta que llegó él. El cambio que supuso en la conciencia de sí misma que tiene la humanidad es concebible sólo si nos fijamos en lo que hasta entonces se había dicho y pensado sobre el cielo. Una historia cuyas raíces se pierden en la noche de los tiempos, en un mundo mágico y mítico. Será difícil darse cuenta de lo que supone comprender el significado de percibir algo que va más allá de las necesidades primarias para la vida y que tiene poco que ver con ellas: elevar la mirada por encima de lo biológico y fijarse en primer término en algo inaccesible. Ver las estrellas es una buena imagen de que el hombre es capaz de algo más que sobrevivir en este planeta en el que ha surgido y que le ha dado la vida.

Las tempranas observaciones humanas de las estrellas se diferencian del que mira ocasionalmente o del que se fija sólo en los catálogos de posiciones y en la fotografía.  Los primeros observadores del cielo estrellado tienen que ser imaginados a la vez que la insistencia con la que los lentos desplazamientos de los planetas impresionan ellos mismos sus trayectorias, y que la perspectiva de puntos de luz se articula ella misma como un paisaje de diferentes configuraciones. La observación se volvió un examen esforzado para establecer periodicidades y dar lugar a material que pudiera estar disponible.
Fueron logros que hoy no apreciamos de aquellos primeros astrónomos establecer la identidad del Sol entre su ocaso y el amanecer, y de la luna en su fase oscura.

Pero esos logros fruto del cálculo y la observación convivieron con las estrellas como lugar en el que se puede leer el destino, destino que pronto apareció ser interpretable, calculable y predecible y por ello aportó el presentimiento de un orden y regularidad fiables mayores que los que pueden experimentarse en la tierra.

El paisaje de fondo de la historia de la conciencia humana está en la oposición entre el realismo terrestre y la suposición de la fiabilidad del cielo, entre la creencia en las divinidades subterráneas caracterizados por su opacidad y los dioses de las estrellas caracterizados por su benevolencia hacia el mundo.

Hay que hacer notar que de todas formas el gran giro en esa relación entre el universo y la conciencia humana no tuvo lugar bajo los cielos clarísimos de Oriente, sino en la región de los cielos nublados, en ese rincón del mundo en el que un astrónomo nunca habría podido ver el planeta Mercurio, planeta que sin embargo iba a ser tan importante para la rebelión contra la tradición astronómica. Copérnico reunía casi las condiciones del hipotético observador de la caverna óptica de Poincaré, si no fuera porque todo lo que había antes que él era el resultado de milenios de observación del cielo.

martes, 13 de septiembre de 2011

Jung y la educación del espíritu


Jung se percató de que en su tiempo los estudios de psicología todavía andaban trabados por el materialismo del siglo XIX y de que tal materialismo representó una reacción violenta -tal vez necesaria, pero exagerada-, frente el idealismo medieval. El materialismo es un prejuicio filosófico, no es la ciencia misma, aunque pueda desequilibrarla, y desde luego el materialismo no es la esencia del empirismo, como pretenden ciertas metafísicas.

El dogmatismo de Freud fue una consecuencia de aquellas exageraciones materialistas. Jung se dio cuenta de hasta qué punto el psicoanálisis freudiano imponía una interpretación unilateral de la experiencia. Sin embargo, por eso no le negó el mérito de haber abierto "las herméticas puertas del sueño" ni la importancia de examinar sus resultados para una mejor comprensión de la mentalidad infantil.

sábado, 27 de agosto de 2011

De lo sobrenatural en el cine de Woody Allen

Pocos directores de cine, sin poder ser llamados espirituales, han mostrado en sus filmes tantas incursiones en lo sobrenatural como Woody Allen. Desde los encuentros espiritistas de Scarlett Johansson con un periodista muerto en Scoop, hasta el reciente viaje de Owen Wilson a un idílico pasado en Medianoche en París, pasando por el peripatético encuentro con la muerte en La última noche de Boris Grushenko o incluso el salto de Jeff Daniels de la pantalla del cine a la realidad en La rosa púrpura de El Cairo, es evidente que lo sobrenatural, y hasta podemos decir lo paranormal, se encuentra presente en una porción significativa de las películas de Allen –quizá dejando aparte algunas de sus primeras comedias y unos pocos dramas urbanos.
Gérard Lénne, en su libro El cine fantástico y sus mitologías, proporcionaba claves para distinguir dos ramas principales en el amplio tronco del cine fantástico: por un lado, encontramos aquellos filmes que describen la incursión de lo imposible en lo cotidiano –películas de monstruos como Frankenstein o Mimic, de superhéroes como la saga X-Men, de alienígenas, ciencia-ficción, etc.–, que serían los propiamente fantásticos; por otro lado, existen otros filmes donde lo inconcebible está íntimamente imbricado en el escenario de la acción, ya por punto de vista –p.e. la perspectiva infantil en La noche del cazador–, porque se desarrollan en un mundo inventado –Cristal Oscuro, El señor de los anillos, etc.– o simplemente por una elección estilística que convierte todo el relato en una imagen soñada –Los 5.000 dedos del Dr. T, El gabinete del Dr. Caligari, o incluso la lírica Drácula de Bram Stoker–. Estas películas pertenecerían a una categoría más relativa que lo meramente fantástico, tratándose de filmes de lo maravilloso. De alguna forma, a pesar de tener la cotidianidad como escenario principal, el cine de Woody Allen pertenece a esta última categoría porque, en sus filmes, cuando lo sobrenatural invade lo real no se crea una fisura, sino que la aparición de esta realidad paralela responde a una necesidad intrínseca de los personajes, hasta tal punto que a menudo se dejan llevar a esa otra dimensión –como cuando Mia Farrow penetra la pantalla, conociendo el mundo del cine desde ese otro lado, en la ya citada La rosa púrpura de El Cairo.
En sus películas, Woody Allen no deja de preguntarse por cuestiones trascendentales como el sentido de la vida y la perdurabilidad de lo humano; sin embargo, como he apuntado más arriba, su cine no se caracteriza por ser especialmente espiritual. Esta calificación podría servir para Bergman o Murnau, autores de filmografías más solemnes. O incluso podría servir para definir filmes como Ghost o El sexto sentido, que toman muy en serio el espiritismo. Al contrario, lo sobrenatural en el cine de Allen se plantea como un juego o pretexto lúdico: de hecho, a veces lo irreal pasa casi desapercibido en sus películas porque, en vez de presentarlo con gravedad o misterio, se manifiesta de forma cómica, ágil o sutil, ligera como una pompa de jabón. Y a veces, incluso queda flotando la incertidumbre, de tan difusas que son las barreras entre lo real y lo imaginario, sobre la influencia de esa otra dimensión en nuestra vida psíquica: ¿quién sueña con las víctimas del asesinato en Match Point, su verdugo trastornado por la culpa o el inspector de policía que está obsesionado con el caso? Porque vemos al primero dormir y participar en esa visión más allá del Leteo, pero a continuación es el otro quien despierta, teniendo la certeza absoluta sobre quién las mató…
Se podría aducir ahora que, por el contrario, Woody Allen reserva en sus películas un lugar especialmente denigrante para las personas que creen en lo paranormal o, en general, en lo no contrastado por la ciencia: para Allen, los que hablan del horóscopo y los que toman equinácea para prevenir el resfriado caben en el mismo saco –así nos lo demostraba por boca de Charlize Theron en Celebrity–. Esto también vale para los obsesos de las dietas, el tofu y el aerobic: podría parecer una pataleta de señor mayor contra las tendencias modernas –que en sí también pueden parecer lo extraño, casi lo siniestro en términos freudianos–, y así ocurre cuando, en Maridos y mujeres, Sydney Pollack arremete contra su joven novia, una profesora de aerobic algo simple –se disculpa con sus amigos, “no es Simone de Beauvoir”–, a quien se ha empeñado en introducir en un ambiente que no es el suyo: en un ataque de celos, la paga con ella diciéndole, “¿qué haces hablándole a mis amigos sobre el tofu? ¡¿No ves que son intelectuales?!”, y ella responde encolerizada, “¡no consiento que un Escorpio como tú me hable así!”. Entonces, cabría preguntarnos, ¿consentiría el maltrato de mano de un Tauro o a un Piscis? Bromas aparte, lo que claramente irrita a Allen es la prepotencia que permite juzgar a las personas a partir de prejuicios –esto es, juicios que se emiten sin conocimiento previo, adjudicando etiquetas–, y hasta podríamos decir que su talante intelectual es necesariamente contrario a cualquier nicho donde puedan instalarnos los demás, o nosotros mismos. Un amigo mío me ha hecho ver recientemente que, cuando Allen saca a colación el asunto de los signos zodiacales, él –o sus alter ego, como Kenneth Branagh en Celebrity– es Sagitario (su signo en la vida real), mientras que las mujeres que encuentra, devoradoras, carnívoras, son siempre Escorpio. Creo que no deja de tratarse de un tópico: a Woody Allen no le interesa nada el horóscopo, habla meramente de lo que le suena, y la prueba es que en Balas sobre Broadway, la extravagante actriz encarnada por Dianne Wiest le dice al dramaturgo John Cusack, en pleno mes de septiembre: “oh, es tu cumpleaños, ¡eres Escorpio!” (cuando este signo pertenece a octubre-noviembre). Aunque no se debe confundir lo que dicen los personajes de un autor con sus propias opiniones, ni siquiera cuando el mismo director representa un personaje, la insistencia en un mismo tema no deja lugar a dudas: en Sueños de un seductor, cuando los amigos de Allen le proponen que salga con una chica que trabaja en la consulta de un astrólogo, él responde con desdén, “buf, no me interesa, es tonta”.
Con todo, Allen no deja de respetar lo paranormal –entendido como mejor se pueda–, como una forma de conocernos a nosotros mismos, estableciendo un diálogo no con el más allá, sino con nuestras verdaderas intenciones, con aquello que hemos sepultado en lo subconsciente. Recuerden las delirantes sesiones de hipnotismo en Zelig, donde el camaleón humano se muestra tal como era antes de empezar a pretender ser otro: la primera vez que mintió fue cuando fingió haber leído Moby Dick frente a otras personas –por otro lado, esta anécdota no deja de prevenirnos contra los peligros de un intelectualismo extremo: como decía antes, Allen se resiste a los clichés, presentándose como él mismo y su contrario, alternativamente–. Más recientemente, en Conocerás al hombre de tus sueños, Allen nos presenta a una vidente que estafa a una señora desesperada, asegurándole que encontrará nuevamente el amor tras su divorcio, y que básicamente le recita todo lo que ella desea oír sobre la difícil relación de su hija con su yerno; sin embargo, la mujer extrae algo positivo de todo esto, reemprendiendo su vida con esperanza junto a un hombre igualmente crédulo –“querida, tú en otra vida fuiste Cleopatra”–, y lo que es más importante: la vidente le proporciona confianza en sí misma para impedir que su hija la siga exprimiendo económicamente. Los videntes son estafadores, sí, pero para Allen tienen además algo de psicólogos, porque su verdadero poder radica en servir de matrona socrática al cliente para que extraiga la verdad de sí mismo, y así ayudarle a solucionar sus dilemas. Esta tesitura también se observa en Celebrity –cuando Judy Davis planta en el altar a Joe Mantegna y va a parar, por azar, a la consulta de una tarotista–, pero más claramente aún en el episodio dirigido por Allen para Historias de Nueva York, “Edipo Reprimido”: tras estériles años de psicoanálisis, Allen encuentra el equilibro y el amor gracias a una vidente algo chapucera que debe ayudarle a exorcizar a su madre, omnipresente en la ciudad de Nueva York.
Por lo general, cuando uno de estos personajes menciona lo paranormal, podemos esperar que su personalidad sea, cuando menos, grotesca. No de otra forma ocurre en Septiembre, un drama realista donde Mia Farrow es la desdichada hija de una antigua actriz, una mujer irresponsable y superficial: en una significativa escena, la madre juega sola con una ouija; sin embargo, el diálogo con el más allá no tiene lugar más que en su (mala) conciencia, ya que habla sola, desesperadamente, con el amante violento al que asesinó. El ejercicio de lo paranormal se presenta, una vez más, como una experiencia terapéutica, o que como poco nos ayuda a descubrir la verdad sobre uno mismo.
En otro simpático film, Comedia sexual de una noche de verano, Allen reinventa la mágica obra shakesperiana, dotándola de otro contexto: Allen es un inventor que vive en el campo con su esposa, en los años 20; se dedica a fabricar todo tipo de máquinas imposibles, como un artefacto para volar, o una curiosa esfera que capta la presencia de espíritus, y los proyecta: Allen, generalmente escéptico, se reinventa aquí como una persona idealista y emprendedora, indiferente a lo que digan mentes más científicas como la de José Ferrer –quien, por cierto, se materializa como espíritu al final del filme–. Se trata, como he dicho, de un filme-divertimento, sin mayores pretensiones, donde lo sobrenatural sirve para interrumpir la monotonía de lo cotidiano. Así también ocurre en Alice, donde Mia Farrow toma unas hierbas que sirven para ser invisible, lo que le permite saber qué ocultan sus conocidos tras la fachada.
En su trilogía de Nueva York –Manhattan, Annie Hall, Hanna y sus hermanas–, las referencias a lo sobrenatural brillan por su ausencia; sin embargo no puede dejar de hablarse de lo extraordinario en Annie Hall, que viene facilitado por el artificio mismo del cine: en una escena de cama de Allen con Diane Keaton, la mujer pone poca pasión y realmente preferiría salir a fumar cannabis; entonces, por efecto de sobreimpresión, su imagen se desdobla, levantándose del lecho como un fantasma, para ir al sillón a fumar, mientras Allen le dice, “cariño, ¿qué te pasa? Te noto ausente”. Aquí lo sobrenatural no existe más que como metáfora inherente al lenguaje cinematográfico, donde todo es posible. También es memorable el momento de Desmontando a Harry, en que Allen, muy nervioso, se siente “desenfocado”, y efectivamente su imagen pierde nitidez. El cine facilita este tipo de recursos, y lo que es más llamativo, los espectadores lo asumen con naturalidad como parte de su sintaxis: no de otra forma se entiende que Allen hable libremente con Humphrey Bogart, caracterizado como Rick en Casablanca, en Sueños de un seductor: la imagen espectral no es sino una proyección de su conciencia, que le da consejos para ligarse a las chicas.
Los escenarios tópicos también proporcionan a Allen una excusa para mostrar lo extraordinario, aunque de manera un tanto chabacana, contando con la complicidad del espectador: en Desmontando a Harry, Allen tiene una ensoñación donde baja al infierno, y allí, naturalmente, suena música de jazz todo el tiempo, haciendo un guiño a la iconografía creada por los cartoons animados de los años 30 y 40. Asimismo, Allen muestra gran afición por las funciones de magia, mostrando magos un tanto alcanforados, con una estética anticuada y decadente; sin embargo, en este contexto pueden llegar a ocurrir cosas extraordinarias, desde la sesión de hipnotismo en La maldición del escorpión de jade, hasta la abducción de la madre de Allen en Historias de Nueva York, o el ya mencionado encuentro de Scarlett Johansson con un espíritu que viaja en una estrafalaria barca de Caronte. Por último, merece la pena destacar una condición doble en este último filme, Scoop: el mago de la función no es otro que Allen, que naturalmente se tiene a sí mismo por un fraude; sin embargo, demuestra poseer verdaderas dotes psíquicas, aunque él no llega a saberlo nunca, cuando adivina que la vocación profesional de Johansson era la de higienista dental –qué mala suerte, en ese momento la muchacha tenía sus escarceos con el periodismo…
Como conclusión, podemos afirmar que para Woody Allen lo sobrenatural es inherente al cine, al mero hecho de narrar para entretener; y es que, las más de las veces, lo cotidiano es demasiado aburrido. ¿El cine no debería permitirnos soñar con una realidad mejor, menos insoportable? El cine es el medio donde podemos plantearnos la pregunta, “¿Y si…?”, y responderla con la mayor libertad posible, porque la imagen cinematográfica es en todo semejante a nuestros procesos psíquicos, nuestras ensoñaciones y utopías, como la imaginación con que tratamos de acercarnos infinitamente a lo real, sin conocerlo nunca.