miércoles, 28 de septiembre de 2022

CIENCIA DESALMADA

 

Caballito reducido a móvil plástico, JBL 2022

La ciencia ha sido el factor más importante de progreso para la humanidad, entendiendo por tal progreso la ampliación de las posibilidades vitales humanas, cuantitativa y cualitativamente. El pensamiento científico se desarrolla en instituciones sociales, asociado a actitudes humanas muy diversas, teóricas y prácticas, pacíficas o bélicas, docentes o comerciales... No obstante, la opción por el materialismo mecanicista, que reduce la realidad a una máquina ciega, no es una directriz científica, sino una actitud filosófica derivada de creencias y principios metafísicos muy generales e improbados.

Así, las fórmulas que desconectan el saber de los sentimientos parecen acreditarse por su frialdad estadística y, dicho poéticamente, por su ausencia de corazón. Sin embargo, puede que con ello se cotice al alza como “objetividad” y garantía de verdad la perspectiva del pesimista o del misántropo. 

Esto es particularmente frecuente en las ciencias sociales que han tendido, por ejemplo, a considerar la bondad o la honestidad como una forma especial de egoísmo radical o larvado. También la psicología positivista o conductista reduce las emociones a secreciones glandulares y algunos filósofos morales –o antropólogos sociales- declaran que la apreciada y dignificadora libertad moral del carácter humano es un fenómeno automático y accesorio del librecambio; el amor, un fenómeno bioquímico de reacción a la circulación de ciertas feromonas. De aquí a pretender que la belleza dependa de una buena digestión o de una adecuada distribución del tejido adiposo –si es belleza carnal- no hay más que un paso… 

Y la cosa se vuelve ofensiva cuando se calculan las cifras de concepciones o de abortos “voluntarios” y los suicidios para demostrar que estos acontecimientos, los más discrecionales de los humanos, también escapan a su albedrío. Y esta actitud deviene grotesca cuando se equipara el ano con la boca, los esfínteres traseros con los labios o la lengua, porque están hechos de la misma sustancia.

Semejantes ocurrencias parten del prejuicio metafísico de que todo saber ha de reducir lo superior a lo inferior, es decir, que todo conocimiento se acredita como desilusionante y por fuerza ha de desencantar al mundo volviendo prosaica su poesía. 

No tratamos con este análisis de desacreditar a la ciencia como saber probado ni el admirable esfuerzo de los científicos que buscan la verdad a sabiendas de que su encuentro puede resultar doloroso al despojar de su aúrea mítica lo que ciertamente hay. Los hechos son testarudos pero innegables. Lo triste y censurable es que a este límpido y abnegado amor a la verdad (realidad) le acompañe un sospechoso gusto por la desilusión y un desprecio injustificable a los relatos que hablan de otras realidades posibles, o que se apareje con la coacción, con la inexorabilidad o con una frialdad amenazante, seca, reprensiva, o con un cierto gusto, incluso, por una concepción diabólica del universo, que hace de este, sistémicamente, una chapuza o una tragedia.

Por eso conviene esclarecer lo que Robert Musil llamó “la equívoca sensación de la verdad y de sus malignas voces secundarias”: la perspectiva misantrópica y la perspectiva satánica, esa carencia de todo idealismo, incluso si se trata de un idealismo moderado, que el autor de El hombre sin atributos (o El hombre disponible), aun con formación matemática, describe como “Utopía [o Distopía] de la vida exacta” y que deja a los cuerpos sin alma, porque “alma es aquello que huye y se escapa cuando oímos hablar de progresiones algebraicas”.

En efecto, el materialismo cientifista desalma cuando pone en duda cualquier bondad (Musil dice “santidad”) del estado actual del mundo, pero no por un precavido y prudente escepticismo, sino dando por hecho que “el pie que más firme pisa es también el que más bajo queda”. Una consecuencia funesta es que en nombre de esta iglesia materialista y atea se desprecian valores humanizadores, a veces en nombre de otros que habrán de llegar, y no llegan. Y entre ellos el óptimo hermanamiento de la verdad con la virtud, o del ser con la belleza.


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