lunes, 31 de enero de 2022

TRANSHUMANISMO

 

 

En esta entrevista Lucien Cerise autor de libros tan interesantes y actuales como "Gobernar por el caos", "Neuropiratas" y "El supremacismo blanco, gran reinicialización" plantea los retos del transhumanismo.

Lo entiende como un conjunto de "planes y programas" cuyo objetivo sería la mejora y el "aumento" de la especie humana utilizando la tecnociencia. En su juventud se planteó el transhumanismo como una búsqueda individual de paz y mejora, la tecnociencia podría servir para dejar atrás los inconvenientes de ser humano: lo irracional, lo instintivo, lo emotivo....y abrazar una forma de vida más serena.

lunes, 17 de enero de 2022

De personas y cosas




En 2016 se celebró en Nueva York una exposición de arte invisible. Su numeroso público miraba las paredes como si no estuvieran vacías; alguno las contemplaba con gesto de aprobación, con los brazos cruzados y apoyando el mentón en una mano. La artista, Lana Newstrom, declaró a la prensa que el hecho de no poder ver nada en ella no significaba que no hubiese dedicado horas de trabajo a la creación de las piezas invisibles o que la obra no existiera, pues existía en su imaginación. Recientemente hemos conocido las esculturas inmateriales de Salvatore Garau (dice que ya ha hecho nueve, pero como si dice que son noventa), que asegura que basta con que él, el artista, señale un espacio vacío y nos asegure que ahí, aunque nada veamos, hay una escultura.

Dijo Kant: “Cien táleros reales no contienen más que cien táleros posibles. [Sin embargo] yo soy más rico con cien táleros reales que con un simple concepto”. Salvatore Garau es más rico con los 18.000 dólares reales que le pagaron por una escultura que se reduce a concepto (¿cómo no se le ocurrió al comprador pagar con dólares conceptuales?). El arte invisible o inmaterial (el límite radical del arte conceptual) es como el traje invisible que confeccionan Guido y Luigi Farabutto para el Emperador en el cuento de Andersen. No hay arte si no se manipula la materia. Sin agujas, tejidos, hilos y manos que sepan coser, no hay traje que tape las vergüenzas del emperador.




Una obra de arte no lo es porque la produzca el artista; al contrario, el artista sólo es artista cuando produce una obra de arte. Las esculturas inmateriales de Salvatore Garau o las pinturas invisibles de Lana Newstrom no son obras de arte porque ellos sean artistas; Lana y Salvatore dejan de ser artistas cuando crean arte invisible (creado ex-nihilo, como crearía Dios) y ponen todo su arte en explicarnos con detalle en qué consiste. Goethe dijo a un escultor: “Escultor, trabaja y no hables”. Yo digo: “Si sólo hablas y no esculpes, no eres escultor”. Para que una escultura o una pintura produzcan significado es necesario manipular una realidad material que tiene unas cualidades propias. Para comprender el sentido de una obra de arte es necesario percibir esas cualidades, la realidad sensible que la fundamenta. De una escultura inmaterial podemos percibir sensiblemente lo que su autor nos cuenta de ella: palabras habladas (oídas) o escritas (vistas). Pero entonces no es la escultura inmaterial la obra de arte, sino lo que de ella nos dice su autor; su significado no se encuentra en ella, sino en las palabras que aluden a ella. La obra de arte invisible consiste, pues, en las palabras que necesariamente la acompañan; sólo percibimos su título (“Afrodita llora” o “Yo soy” son dos de los nombres con que Garau titula sus ¿nueve o noventa? obras) y lo que su autor nos explica de ella. En definitiva, son las palabras las que nos permiten diferenciar una pieza de otra, una invisibilidad de otra. Nuestra sensibilidad, que es física, material, corpórea, debe ser impresionada por algo físico, material, corpóreo.




Todos los artefactos que existen son obra de la razón humana que opera sobre la materia sensible, ya sean científicos, artísticos o técnicos (ya sea un teorema, un poema o una hoguera). La filosofía ha solido desvincular la razón delcuerpo y la sensibilidad, determinando una racionalidad meramente conceptual. Pero la razón humana -sostiene el filósofo español Xavier Zubiri- está fundada en algo más modesto pero más decisivo: la percepción sensible de las cosas como siendo “de suyo”, como teniendo en propiedad las cualidades que percibimos en ellas. El ser de una aguja reside en coser, pinchar, etc. Esto es innegable, dice Zubiri, pero no es lo primero y radical, porque si puedo coser o pinchar con ella es porque tiene cierto tamaño, forma y composición: no puedo coser con una canica. El coser de la aguja es su “para mí”, pero la realidad de la aguja no consiste en coser, sino en tener “de suyo” tales o cuales propiedades que me permiten coser con ella (propiedades que no dependen de que yo utilice la aguja). Las cosas siempre son para mí instrumento, pero sólo porque lo que es “de suyo” me permite utilizarlas como tal. Esto quiere decir que las cosas son reales antes de ser percibidas por mí, y sólo por ello puedo percibirlas como reales, y sólo porque las percibo en forma de realidad puedo significarlas y añadirles propiedades, es decir, puedo crearlas, darles un sentido que de suyo no tienen. Las cosas, pues, tienen para nosotros dos dimensiones inseparables: tienen realidad y tienen sentido, son “de suyo” y son “para mí”. Y el ser para mí implica siempre libre creación, pero libertad relativa, condicionada: de la misma manera que la naturaleza no puede hacer surgir la vida de un átomo de carbono, el ser humano no puede fabricar una aguja de agua. Ocurre, además, que la tradición cultural en la que cría al individuo también pone límites. El contexto histórico cierra posibilidades que virtualmente están abiertas: el artista que talló la Venus de Willendorf tenía capacidades físicas y mentales para esculpir la Venus de Milo, pero no contaba con las posibilidades históricas para hacerlo efectivamente.




¿Y qué tiene todo esto que ver -se preguntará quien haya llegado hasta aquí- con esta exposición? Mucho –respondo-, en tanto que me sirve para ilustrar las virtudes que sobresalen en el proyecto Entretela de Isabel Cabello: la armonía entre concepto y realidad material; la coherencia y potencia plástica con la que ha sabido plasmar un ámbito de realidad concreto; y el valor, la pasión y la capacidad de trabajo necesarios para embarcarse en un proyecto de esta envergadura. Es la configuración final de la materia la que tiene que aprobar o reprobar la obra proyectada por la mente del artista, y buena parte de las obras conceptuales no dejan de ser proyectos cuya materialización expresa mucho menos que su explicación (algunos no expresan nada sin ella). En Entretela hay una presencia rotunda de la materia que el arte invisible niega. Es notable en cada pieza una preocupación formal y una manipulación cuidadosa de los materiales que están a mil leguas del propósito de adornar visualmente matracas teóricas, reflexiones supuestamente trascendentales, o simples provocaciones no demasiado ingeniosas (me ha venido a la cabeza el plátano pegado a la pared con cinta adhesiva de Mauriccio Cattelan… Dicho esto, el arte conceptual también nos ofrece imágenes sugerentes y metáforas sorprendentes de hondo significado). Los cuadros de Isabel Cabello no necesitan textos explicativos que expresen más que los cuadros mismos. Pero tampoco son puro formalismo. Precisamente la segunda gran virtud de esta obra radica en la adecuación entre lo expresado y la forma de expresarlo, en la coherencia y potencia plástica con que Isabel Cabello ha sabido plasmar un ámbito de realidad concreto.

En cuanto a la forma, no sería un despropósito etiquetar estas piezas bajo el rótulo ready-made (obras compuestas por objetos sacados de su contexto original). Pero es insalvable el abismo que se abre entre el origen (un urinario, un taburete, una rueda de bicicleta) y el destino de La Fuente o Rueda de bicicleta de Duchamps. En Entretela, al contrario, los objetos (telas, prendas, piezas de crochet, bordados y encajes, algunos originales de los años cincuenta) consiguen evocar con fuerza su ámbito de origen. Hay algo mucho más difícil que reproducir objetos o figuras: plasmar ámbitos de realidad, encarnar un mundo y que los demás puedan verlo. Una obra de arte es más valiosa cuanta más capacidad posee de remitirnos a las realidades más valiosas de nuestra vida. Entretela encarna un ámbito de realidad: la vida de las mujeres en el mundo rural andaluz vista por los ojos de una niña. Rilke decía que la verdadera patria del hombre es la infancia, y se puede decir que al adulto siempre le aflige la nostalgia de esa patria de la que fue expulsado y a la que nunca volverá. En este caso, nostalgia doble: por la infancia perdida y por ese mundo de Entretela que se estaba yendo cuando éramos niños y ya se ha ido para siempre.




Isabel Cabello podría haber representado convencionalmente esa realidad pretérita. Podría haber pintado a las mujeres de su familia cosiendo, lavando, cocinando… en definitiva, realizando esas operaciones en gerundio. Pero ha preferido -y ha hecho bien, puesto que en ello radica la singularidad y el valor de su obra- evocar esas operaciones realizadas en el pasado a través de objetos que portan su huella profunda. Son las cosas las que manifiestan la presencia de las personas ausentes. En lugar de retratar a su abuela cosiendo, ha recogido y recosido lo que su abuela cosía, y con ello ha realzado la presencia de su abuela. Así, el ámbito de realidad que plasma la obra queda íntimamente ligado a los materiales que la componen. Ocurre lo mismo con los colores: el blanco (de las paredes encaladas, de las sábanas tendidas al sol), el negro y los grises (el luto), los rojos que contrastan... Un mundo sobrio materializado con sobriedad. 

Una actitud característica de muchos artistas contemporáneos es el adanismo, la manía de creer que con ellos empieza lo bueno, que el pasado es un lastre del que desembarazarse. La originalidad y la provocación se convierten entonces en los motores de la creatividad. Es cierto que el arte contemporáneo debe ser original, y que siempre va a escandalizar a los reaccionarios, pero originalidad y provocación deben ser efectos colaterales del arte, no su finalidad. Hay que buscar la originalidad, claro, pero no a costa de romper con un pasado que -nos guste o no- sostiene el presente, no a costa de sacrificar lo que de valioso hay en él.

 


Distinguía Ortega y Gasset entre ideas y creencias: las primeras se tienen, en las segundas se está. Las creencias son las ideas arraigadas, el suelo fértil donde depositar la semilla de las ideas nuevas. Extrapolando estos conceptos al mundo del arte, mejor que arrasar con el pasado sería que el artista acoplara su inteligencia y sensibilidad a los repertorios estéticos que hereda (el conjunto de formas, materiales y haceres coherentes entre sí y relativamente estables que le permiten expresar su sensibilidad). Las creencias nos impulsan a repetir y recrear lo ya conocido; las ideas son las que nos permiten improvisar, inventar, experimentar. El equilibrio entre ambas es fundamental, pues algo que resultara totalmente novedoso acabaría siendo absolutamente incomprensible (pero como no hay nada totalmente novedoso no hay nada absolutamente incomprensible). Si introducimos ideas nuevas sin tener en cuenta las creencias en las que deben arraigar, hay una alta probabilidad de que no funcionen (las esculturas inmateriales parecen funcionarle muy bien a su autor, pero dudo mucho que les funcionen a sus espectadores). Y si no introducimos ideas nuevas (por miedo a romper la estabilidad de las creencias) no avanzamos, nos quedamos -como en el Antiguo Egipto- haciendo siempre lo mismo.



Antes de ver los cuadros, había leído el texto de presentación de Entretela. Luego, al verlos, me llamó la atención una frase: “[Este proyecto es] un camino sin filtros, donde la desnudez de los sentimientos…”. El impulso inicial que activa la voluntad puede ser oscuro, impreciso, fugaz: “sonidos, olores, e imágenes de mi niñez”. Pero la obra se resuelve haciéndola, manipulando una materia que impone siempre sus condiciones, hasta conseguir -filtrando mucho, trabajando mucho, con pasión y atrevimiento- el resultado buscado. La creación de una obra requiere y carga sobre ella la experiencia de toda una vida, el trabajo de toda una vida. Pero de esto el autor no es consciente… es algo que anda por ahí, y cuando es preciso sale (o no). Ahora bien, del trabajo empleado en el momento preciso de creación sí que es consciente el artista. Entretela no es efectista, no es fácil, no es fullera; los elementos que la integran tienen su porqué, su posición dentro de una estructura, tanto plástica como narrativamente. Hay mucho trabajo, del de verdad, no del trabajo invisible que ha ocupado taaaaantas horas a Lana Newstrom y Salvatore Garau. Y por eso el resultado obtenido es bien visible. Espero y deseo que la recompensa sea digna del resultado, porque lo merece.



José Javier Villalba Alameda