sábado, 14 de mayo de 2022

IRIS MURDOCH Y EL PSICOANÁLISIS

 

La filósofa "wittgensteniana neoplátonica"
Iris Murdoch (1919-1999)
 

Iris Murdoch no tuvo reparo en usar la simbología del psicoanálisis en sus novelas. Se sirvió con provecho de los conceptos del “mundo encantado y sugestivo, curiosamente autodeterminante de la teoría psicoanalítica”. En el que las distintas escuelas son “otros tantos mágicos jardines, cada uno dotado de su propia flora y configuración, y cada uno rodeado de su propia muralla” –eso escribe en La máquina del amor... Sin embargo, en un simposio sobre sus obras que tuvo lugar en la Universidad de Caen en 1978 mostró sin tapujos su desconfianza hacia el psicoanálisis y en general respecto a las teorías “profundas” de la mente. Lo definió como una empresa de salvación, es decir, como una soteriología. Si bien justificaba su práctica en casos de emergencia, como estrategia terapéutica, pero a ella misma no le hubiera gustado nada ser psicoanalizada.


Por supuesto, la palabra es un poderoso soberano que con un cuerpo pequeñísimo y etéreo puede causar los mayores males, pero también consolar, aliviar, recomendar y hasta curar trastornos mentales y de comportamiento. A este respecto, la misma Murdoch cita a “aquel griego que curaba a las gentes hablándoles”. A Antifón (480-411) o Antifonte de Atenas suele citársele como sofista. No obstante, era también orador, matemático y médico, considerado como experto en la curación de enfermedades psíquicas. Se hizo famoso por distinguir entre imperativos naturales (physis), de necesario cumplimiento, y convenciones sociales, dependientes de la presión y del interés social (nómos). Parece que la defensa de la physis (naturaleza) frente al nómos (ley) tenía por base la defensa de la libertad individual frente a la coerción social. Esta es al menos la interpretación de Neus Campillo (Sócrates y los sofistas, Universidad de Valencia, 1976, pg. 83), que identifica la crítica de Antifón al nómos, cuyo fundamento, como el de la administración de justicia, encuentra en la opinión y la convención social, con una revuelta individualista por la que se reconoce la legitimidad de la libertad que tiene cada individuo a obrar por naturaleza: “La multiplicidad de las prescripciones legales es contraria a la naturaleza” (frg A, 6).  

Navega el psicoanalista por el proceloso mar del inconsciente.
Técnica mixta, JBL, 2022.

No nos extraña que Murdoch recuerde también a Antifón en este sentido… En La máquina del amor sagrado y profano, define como “función sacerdotal” la profesión de uno de sus protagonistas, Blaise, que se gana la vida como psicoterapeuta aunque le hubiera gustado estudiar psiquiatría. Dice de él que habita con sus pacientes en “un mundo de cómoda ilusión”, mientras les ayuda a que se acepten a sí mismos. “Él conocía el estercolero de las mentes de otras personas. Conocía el estercolero de la suya”. Poco le asombran ya los sueños que le cuentan sus pacientes, ni le conmueven; se han convertido para él en un contingente sucio y gris de gentes predecibles. A su mujer, sin embargo, Harriet, que representa un puro exceso de amor no distribuido, “como el tener demasiada leche en los pechos”, los que padecen trastornos mentales y acuden por ellos a su marido siguen siendo “objetos de reverencia y misterio”. Harriet los describe como “maravillosamente variados”, cada uno con “su idea fija”, con su “razón” de sufrir, una “razón” que esconde un complejo de lesiones diferentes. ST tiene un miedo obsesivo a su hermana; AM padece unos celos paralizantes, enamorada como está de algunos miembros de la familia real; MG cree haber cometido un pecado contra el Espíritu Santo; SL es un escritor con la inspiración bloqueada; PB padece de insomnio porque teme morir mientras duerme y ser enterrada viva; HA desplegaba un estado crónico de indecisión originado por un irracional sentimiento de culpabilidad; ML tenía una hija con tendencias homicidas; JB quería, sencillamente, salvar su matrimonio. El psicoterapeuta no desestima necesariamente ni interpreta radicalmente lo que sus pacientes de cuentan. Años atrás había recibido una lección de una paciente que decía llevar guantes porque tenía los estigmas. Pasó un tiempo antes de que Blaise le pidiera que se quitara los guantes. La paciente tenía los estigmas y más tarde fue tratada y curada de histeria.

Igual que Blaise intuye que en rigor nadie está cualificado para hacer lo que profesa hacer, Iris Murdoch recela del poder del psicoanalista, pues podría perturbar la vida de alguien profundamente. Blaise se piensa a burlaveras como una especie de charlatán, sin título médico, por mucho que hubiese estudiado filosofía y psicología, escrito una tesis sobre psicoanálisis y dado clase en la Universidad de Riding. Reconoce que goza con el poder, pues todos los que se dedican a manipular mentes gozan haciéndolo y es consciente de que su preocupación por las desgracias de las personas tiene más que ver con el sexo que con el altruismo o con la ciencia.

Además, explica Murdoch, la concentración en uno mismo puede resultar igual de contraproducente, la obsesión con lo vivido en la infancia más bien parece una alienante evasión de la vida cotidiana, de sus contingencias y de lo que dicen y preocupa a los demás. Reconoce no obstante que Freud le resulta estimulante como pensador y como crítico de arte. Puede que hasta las cosas más horribles que suceden en sueños tengan estilo. Hay una fresca y pura inocencia en algunas imágenes oníricas, pero uno no debe interrogarlas demasiado (es lo que dice Monty en la novela antes citada), debemos dejar que los sueños nos visiten, dejándolos acudir a nuestra mente como si fueran pájaros. No cree en la “profunda vida de sueños de la que brota toda vida”. Más trivial, el protagonista, escritor brillante y seductor infatigable (como fue la propia Murdoch), afirma que “un sueño es una historia que te apetece contar a la hora del desayuno” y que todo tiene que ver con “la higiene del ego”. Y puede que respecto a esta “una religión que funcione es una receta para una vida de fantasía de inocente sentimiento y una vida sexual dichosa”. En este sentido, el psicoanálisis sería un pobre sucedáneo de la religión, de una auténtica religión que empezaría “cuando todos los dioses hayan muerto de abandono”. Es significativo que la Idea del Bien en un mundo sin Dios fuese siempre principal preocupación de nuestra filósofa, es a esta idea a la que dedica los tres ensayos “combativos y edificantes” de La soberanía del bien, en los que ensaya una tercera vía distinta del existencialismo y la escuela analítica de filosofía.

En La soberanía del bien (1970) Murdoch afirma que la psicología analítica es ciencia confusa y embrionaria, que no hay argumentos que demuestren el fundamento de sus conceptos. La misma noción de “análisis ideal” le resulta engañosa. Ninguna serie existente puede llevarnos a ese ideal. Recordemos aquí la sentencia de Heráclito que alude al ser sin fondo ni perímetro de la psique, “tan profundo es su fundamento”. Inalcanzable y fluyente, añadiríamos.

Para Iris Murdoch es mucho más relevante la cuestión moral que la cuestión psicológica. Hoy precisamente tendemos a reducir la primera a la segunda y a buscar en la explicación psicológica una justificación moral de los malos comportamientos, y hasta de los buenos. A la filósofa irlandesa le interesa más la filosofía como estudio de la naturaleza humana y la libertad moral respecto de la ciencia, incluido del propio psicoanálisis si lo consideramos tal y, muy particularmente, del dominio de las ideas inexactas de la ciencia que obsesionan a filósofos y pensadores.

El existencialismo fue para Murdoch un intento fallido de resolver este problema sin afrontarlo de verdad porque atribuye al individuo una libertad vacía y solitaria, la del humano asustado y abandonado en una isla a la deriva en el proceloso océano de hechos científicos de los que sólo cabe escapar mediante un brusco salto de la voluntad. Sin embargo, los comportamientos morales no pueden ser reducidos a explicaciones psicoanalíticas o conductistas: “La ciencia puede aleccionar a la moral en ciertos aspectos y puede cambiar su curso, pero no puede albergar moral y por ello tampoco filosofía moral”.

No debemos separar libertad y conocimiento. Quizá fue este el decisivo aporte de la magistral lección socrática: los conceptos morales no descansan en la solidez de la lógica tecno-científica, sino que levantan, para finalidades distintas, un mundo diferente. Las tareas morales, es decir, nuestro trato con el prójimo, son infinitas y cambiantes, inevitablemente imperfectas aunque apunten a la perfección, puesto que no somos ni animales ni ángeles. Los conceptos de valor cambian, aunque las palabras que los significan sigan siendo las mismas. A los cuarenta no se entiende lo mismo por “coraje” que a los veinte. El conocimiento de un concepto de valor se sabe en lo hondo. La moral está esencialmente relacionada con el cambio y el progreso y el movimiento de comprensión avanza hacia una creciente privacidad, en dirección a un horizonte ideal. Por eso, los términos morales deben ser tratados como universales concretos y, para Iris Murdoch, el concepto central de la moral es el individuo (¿la voz de su conciencia?) pensado a la luz del mandamiento evangélico “Sed, pues, vosotros perfectos” (Mateo, 5, 48).

Pero, ¿está lo ideal en el interior de uno mismo? Puede que el yo sea un objeto tan deslumbrante que nos prive de ver nada más. Y conviene no olvidar que crecemos mirando y oyendo, lo que parecen y dicen otros. También puede que el yo se oculte bajo una máscara o que sus ideales perfeccionistas le obsesionen o le perjudiquen disminuyendo su autoestima.

Máscara, JBL 2022


En la segunda conferencia que recoge La soberanía del bien, Murdoch afirma taxativamente que no es freudiana, pero reconoce que Freud pudo hacer un descubrimiento importante sobre la mente humana y lo considera por ende el más grande científico en el campo que fundó... 

"Se podría decir que lo que nos ofrece es una imagen realista y detallada del hombre caído... Freud asume un punto de vista profundamente pesimista de la naturaleza humana. Ve la psique como un sistema egocéntrico de energía cuasi mecánica, determinado en gran parte por su historia individual, cuyos atributos naturales son sexuales, ambiguos y difíciles de comprender o controlar para el sujeto. La introspección revela tan sólo el tejido del motivo ambivalente y la fantasía es una fuerza más potente que la razón. La objetividad y la falta de egocentrismo no son naturales en el ser humano... Por supuesto que Freud dice estas cosas en el contexto de una terapia científica que no intenta hacer a las personas buenas sino conseguir que funcionen".

Para un filósofo moral -y Murdoch ensaya una metafísica y una psicología moral inspirada en gran medida por Simone Weil- opiniones parecidas fueron ya expresadas por Platón. Debemos aceptar el hecho de que buena parte de la conducta humana esté inspirada por una energía mecánica de estirpe egocéntrica sin caer en el determinismo. También en la vida moral el enemigo es el gordo e incansable ego. A este respecto la filosofía ha compartido propósitos con la religión... 

"Que Dios, cuando se le presta atención, es una poderosa fuente de energía, a menudo positiva, es un hecho psicológico. Y es también un hecho psicológico -relevante para la filosofía moral- que todos nosotros podamos recibir ayuda moral concentrando nuestra atención en cosas valiosas como la gente virtuosa, el gran arte o incluso la idea del bien en sí misma".

Murdoch refiere aquí a "la idea de Dios",  más que a un dios personal, en el que es dudoso que crea y hasta afirma explícitamente en uno de sus ensayos que "no hay Dios y que la influencia de la religión está decayendo con rapidez"... A este respecto, sin embargo, su posición parece más bien agnóstica que atea y busca un sustituto laico para la plegaria, "la más profunda y eficaz de las técnicas religiosas". Cree en la idea del bien, en la atención generosa, amorosa, a la perfección como intención propiamente moral, pero no cree en la idea del bien de la manera en que la gente creía que Dios existía. Nuestra libertad, limitada, es justamente esa posibilidad de prestar atención a lo real atraídos por su belleza y bondad. La imagen del Bien es a este respecto un centro magnético y trascendente vinculado a un realismo de la cotidianidad.

Sí cree Murdoch que hemos aprendido de Freud a representar el "mecanismo" de nuestra psique como algo profundamente individual y personal, algo muy poderoso y no entendido con facilidad por su propietario. Al contrario que en el existencialismo, "el yo del psicoanálisis es bastante sustancial", "una especie de continuo trasfondo con vida propia".

No obstante, Murdoch espera poco del viejo mandamiento délfico del "conócete a ti mismo" afrontado desde el psicoanálisis. La sinceridad y el conocimiento de sí son "méritos populares". Un examen cercano del ego a menudo refuerza su poder y "la filosofía ha destruido (en muchos aspectos felizmente) el viejo concepto sustancial del yo". El "conocimiento de uno mismo", en el sentido de un instantáneo conocimiento de los mecanismos de actuación, le parece una ilusión. Puede inducirse por motivos terapéuticos, pero "la cura" no demuestra que el supuesto conocimiento sea genuino. Es difícil de ver el yo y, de alcanzarse su visión nítida, resulta más pequeño y menos interesante de lo que se esperaba. Más bien el desapego del yo es garantía de un amor impersonal, como el que hace posible el gran arte.

Nota bene

He manejado la excelente traducción de Andreu Jaume de La soberanía del bien, con interesante prólogo del mismo: "Iris Murdoch: Entre la filosofía y la novela", en edición digital de Taurus.


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