domingo, 11 de marzo de 2012

Telepatía

Como Roberto Carlos, también creo en la telepatía:
Que cosa linda que me vuelvas a llamar
Necesitaba oír tu voz y conversar
Que coincidencia cuando más pensaba en ti
Telepatía
Creo que el cerebro, la mente, el espíritu humano, emite algún tipo de señal a larga distancia o, tal vez, al margen de toda distancia, en sintonía o sincronía inespacial.

En los espacios cortos, eso tiene también que ver con el poder de la mirada, aún si ésta no es captada como tal mirada por nuestra conciencia. La mirada de los demás nos afecta. Es conocido el fenómeno de la "angustia de auditorio". Incluso si uno lleva años dando conferencias o actuando en un escenario, nadie es inmune al efecto de la mirada de los demás. Esto se ha probado con otros primates. Se les han colocado electrodos y se ha comprobado cómo su actividad electronerviosa cambia cuando se les mira, aunque ellos no sepan que se les mira.

Todos hemos tenido la experiencia de observar la nuca de una persona en un espectáculo público, porque creemos que es fulanita o menganico, y de notar cómo esa persona, ipso facto, vuelve la cabeza al sentirse observada. ¿Cómo puede sentirse observada si estamos fuera de su campo de visión? No hay una explicación física para esos fenómenos. Pero no podemos negar su existencia.
En mi ya relativamente larga experiencia como fotógrafo naturalista, sobre todo observando el comportamiento de los artrópodos en su medio, he podido comprobar que, en algunas ocasiones, no es el movimiento, ni siquiera el calor, lo que asusta a las presas, sino la mirada directa, incluso si ésta enfoca oculta tras de un objetivo. Yo mismo me he sentido mirado por los ojos negrísimos de una formidable Megascolia maculata, tras desperezarse bajo el paraguas de una ruda de monte. Yo la miraba y de pronto supe que ella sentía que la miraba. Fui prudente, me retiré en silencio y evité su dolorosa picadura. Si miro para otra parte y no me muevo, por ejemplo mientras cambio el modo de disparo, el bicho no se va. Esta misma mañana me ha pasado con una preciosa y feroz cicindela (el escarabajo tigre).

Hace poco pensé en una exalumna de origen marroquí, que abandonó el centro educativo después de un berrinche y una expulsión por mal comportamiento (insultos por no devolverle el móvil que le requisamos con el reglamento en la mano), una expulsión breve que alargó motu propio y sine die. A pesar de su pésima actitud durante aquel y otros episodios similares, es una chica inteligente -¡aprendió a insultar en español en menos de una semana!, y bueno, también a leer y escribir bastante correctamente en un par de cursos- y podría acabar sus estudios secundarios si se lo propusiese. A mí siempre me ha caído simpática, a pesar de su ferocidad vigorosa, o tal vez por eso. ¿Qué sería de ella?, pensaba. Pues bien, ¡esa misma mañana se presentó con su hermana mayor! Pidió disculpas por habernos mandado a ... (sabe ser halagüeña y aduladora), y quiso informarse de las oportunidades que le ofrecíamos para poder continuar sus estudios. Eso mismo me ha pasado con muchas otras personas, demasiadas veces para ser una simple casualidad.

Comenté el hecho con mi amiga Elorhez y me alegró saber que compartía experiencias análogas. Ella opina que tenemos una especie de "tono" personal inconfundible, seguramente en clave eléctrica, un tono que, como una señal cerebral, podemos sintonizar inconscientemente con otros. Vd. "escuchó" el pensamiento de su alumna -me dijo-, porque estaría emocionada con la entrevista, y después se la encontró. Elorhez cuenta una experiencia similar: "Estoy en misa y, antes de empezar, de pronto me viene a la cabeza con gran intensidad la imagen de la hija de una prima de mi madre, a la que no veo casi nunca. Medio minuto después escucho su voz en el micrófono realizando una alocución. Está claro que andaría nerviosa y por éso su 'tono' personal lo pude escuchar tan fuerte".

Estoy convencido de que el estado nervioso de mi alumnado, particularmente el de los cursos superiores, la noche antes de un examen importante, me altera. Sería absurdo que el mal dormir y poco descansar de esas noches tuvieran por causa el examen mismo; ¡no tengo que responder ante sus preguntas, pues soy yo el que pregunta!...

Fenómenos como la empatía, cuyo estudio, cultivo y desarrollo están adquiriendo, por sensatísimos motivos, un papel considerable en la pedagogía contemporánea, quizá no estén tan lejos de la telepatía como se piensa. La tele-patía sería el homólogo o correlato, a larga distancia o más allá de la distancia, del mismo fenómeno que estudiamos o representamos como empatía en la conversación o en el trato cuerpo a cuerpo. Es posible que se trate de un sentido que, como otros, sólo se hallan en nosotros en estado embrionario, o como residuo de sentidos perdidos y primitivos. La evolución ha privilegiado la vista y el oído. Hoy hemos descubierto que los ojos son órganos muy complejos, que no sólo nos sirven para ver, sino también para captar diferencias de luz que nos permiten ajustar los ritmos circadianos internos (1).

Hace mucho tiempo que prefiero pensar la inteligencia como una función social, algo así como un entendimiento dialógico; y la reflexión como una especie de diálogo interno. Ni que decir tiene que la conversación es la máquina más efectiva de creación de opinión pública, pero también produce tradición, consenso y racionalidad. La conversación es lo que humaniza, y la amistad y el amor mismo pueden ser descritos como una larga o infinita conversación. Si es cierto que la inteligencia humana ha tocado techo en su evolución fisiológica (2), no lo ha hecho en su evolución social. Eso explicaría por qué los psicólogos están detectando una subida general de los coeficientes intelectuales a nivel global. Inteligencia y sociabilidad se retroalimentan. La imagen del superdotado como autista o inadaptado social constituye excepción patológica, no regla.

Puede que -como afirma Douglas Fox- la mente humana disponga de mejores métodos de expandirse que la evolución como mero crecimiento físiológico. Las abejas y otros insectos sociales lo hacen. Interactuando forman una entidad más inteligente que la suma de las partes. El cerebro es de la colmena más que de el individuo. Mi inteligencia, por su parte, no está sólo en mi cerebro, sino que se extiende por mi biblioteca y por el cerebro de mis amigos, mis ordenadores, mi tableta, mi ebooks, mi móvil inteligente, mis álbumes de fotos, mis blogs, etc. Durante milenios la escritura nos ha permitido almacenar más información de la que podríamos conservar en nuestra limitada memoria. La cultura funciona como una memoria social, en la que tengo acceso a las opiniones, las ideas y los sueños, no sólo de otros vivientes parecidos, sino también acceso a la inteligencia de los muertos, que compartieron otros mundos y hablaron otras lenguas.

Hoy podríamos decir que la tendencia a extender nuestras capacidades intelectuales más allá de los límites de nuestros cuerpos ha hallado en Internet su máxima expresión. Pero puede que corramos un riesgo importante. Puede que Internet nos haga individualmente más estúpidos; al confiar en esa colosal enciclopedia, descuidamos la formación de la memoria individual y el cultivo del diálogo interior.

Un poder telepático absoluto, incluso si se viera limitado por la distancia, podría tener su lado antipático. Esa es la conclusión de un cuento de Poul Anderson, uno de los grandes maestros de la ciencia ficción clásica (3). En Fin de viaje (1974) desarrolla la hipótesis de un telépata que lamenta su soledad. Nadie tiene su poder y todo el mundo le miraría mal si se conociera. El leer la mente de los demás, cosa que consigue a una distancia límite de un centenar de metros, le ha servido por lo menos para conocer en profundidad la psicología humana y ganarse la vida como escritor. Una vez, en un tren, sintió que una igual se cruzaba con él, ¡una telépata como él, un alma gemela!, que viajaba en un tren que iba en dirección opuesta. Por fin, como si la percibiese con sus invisibles antenas, la detecta en torno a la biblioteca de una universidad. Ambos telépatas están ilusionados, sus mentes se van hablando y casi declarando amor mientras sus cuerpos se acercan. Pero al fin, tras un largo diálogo interior en el que se vuelven completamente transparentes el uno para el otro, se miran con horror.

Esa extrema transparencia de dos almas no guarda para el otro ningún misterio, de modo que el otro ya no es el otro, sino uno mismo. La hipocresía y la mentira se vuelven imposibles, pero también se vuelven imposibles la picardía, el disimulo, la coquetería... El problema no es ya soportar la vergüenza por que nos vean el cuerpo, sino soportar la vergüenza de que nos escruten y juzguen hasta el mismísimo fondo del alma, las debilidades mejor ocultadas, los secretos mejor guardados:

"...justamente/ es que tú conoces todo lo que he hecho & sabes hasta mi más íntimo deseo & pensamiento & suciedad escondida en el fondo de mi cabeza/ sé que no significa nada pero en el fondo de todo está lo que me fue inculcado desde la cuna & a nadie le admitiré A NADIE más que tales cosas existen en MI...Pasó un coche como una exhalación; iba a su casa. Los árboles conversaban en el ligero viento soleado.
Un muchado y una chica caminaban de la mano.
El pensamiento se mantuvo frío bajo el cielo, un solo pensamiento en dos mentes:
-vete de una vez, no puedo soportarte..."

Y así acaba el cuento de Anderson.

Telepatía, pues bienvenida sea, ¡pero en su justa medida!

Creo que fue un escritor francés (Stendhal o Balzac) quien dijo eso de "tu corazón es un tesoro, vacíalo de golpe y quedarás arruinada".



Notas y Bibliografía 

(1) Ignacio Provencio. "Un órgano oculto en los ojos". Investigación y Ciencia, julio 2011, pg. 33ss.
(2) "Puede que la evolución haya desarrollado nuestro cerebro hasta el límite permitido por las leyes de la física". Douglas Fox. "Física de la inteligencia", Investigación y Ciencia, septiembre, 2011, pg. 14ss.
(3) Los muchos mundos de Poul Anderson, II, Nebulae, Edhasa 1982, pgs. 70ss.