viernes, 10 de enero de 2020

SUEÑOS Y SEXUALIDAD

Cópula de típulas sobre una asperilla (rubiácea)


Freud pensó que los sueños podían ser explicados principalmente por pulsiones o manías sexuales reprimidas. Exageraba. El filósofo francés Miguel Foucault se esforzó por probar que la sexualidad no es sólo una realidad biológica, sino también una “cultura”, una idea o una ideología histórica; la afirmación moderna de la productividad específica humana, un discurso que resulta de la desacralización clínica de las actividades carnales y de su genitalización. Según Foucault, desde el siglo XVI el hablar de sexo no sólo no ha sufrido un proceso de represión o restricción, sino que ha estado sometido a mecanismos de incitación creciente que han tendido además a la diseminación e implantación de sexualidades polimorfas (M. Foucault. Historia de la sexualidad, 1, I).


Tendemos a creer que son condiciones naturales lo que en realidad son construcciones culturales. De todos modos, tampoco hay que creer que las construcciones culturales sobreviven en el aire si no arraigan en las condiciones psicológicas y predisposiciones biológicas de la naturaleza humana. Poco durará una costumbre si no conecta con o contradice frontalmente las necesidades y apetencias humanas, si bien habrá que tener en cuenta que los humanos no siempre saben muy bien lo que de verdad quieren.

Análogamente a la sexualidad como constructo histórico, la fundación de la institución de la niñez y la adolescencia, o mejor, de la juventud como arcano, como edad humana sustancializada, es algo muy reciente, al contrario de lo que sucedía en la Antigüedad, cuando la juventud era considerada "edad imbécil", enfermedad transitoria o desequilibrio pasajero. Hoy da vergüenza no ser joven. En épocas más recientes, el joven era considerado mero aprendiz, capullo de promesas o desmanes, pero lo que uno oculta hoy, aun sin quererlo, no es el verdor de la inexperiencia y los excesos de la pasión vehemente, sino la lucidez argéntea de las canas, la experiencia de la realidad, la prudencia y la serenidad que otorga el desengaño. Y es bien triste de sentir y constatar lo que decía Gracián: que aun llegando tarde el Desengaño, ni es conocido, ni estimado, como si en vez de ser hijo de Verdad, fuera más bien padrastro de Vida. El vitalismo de la juventud es, naturalmente, un activismo de vivales temerarios.

Ciertamente, la sexualidad es un gran mito moderno, ilusión de la existencia histórica y diurna de los hombres, gran ídolo de la tribu. Y está, como tal idolatría, sobrevalorada. Lo está, primero, porque cuenta con fantásticos altavoces mediáticos, como otras ideologías, segundo, con un discurso comercial que ha sustituido publicitariamente al romántico discurso del amor (también él construcción histórica) y, tercero, porque produce beneficios: enseres, actividades, servicios, juguetes, espectáculos, objetos de usar y tirar; es decir, porque, al contrario que el cariño verdadero, que ni se compra ni se vende, el sexo es una mercadería de primer orden… Y por ello, incluso las sexualidades consideradas en otra época ilegítimas, secretas o místicas, se han reinscrito en los circuitos de producción y de ganancia.



Muchos filósofos y psicólogos han protestado, con razón, contra la pretensión psicoanalítica de reducir toda la energía de la mente a libido, aduciendo que en los sueños no hay sexualidad, al menos en el sentido de que ella sea única causa de sueños. Los sueños, de hecho, pueden ser perfectamente sublimes, perfectamente "platónicos" -como el concepto del arte clásico que nace de la inspiración y busca la belleza-, siendo como son involuntarios. Cualquiera de nosotros puede recordar al menos algunos suyos que lo han sido. En esas escenas oníricas el placer y el goce tenían que ver con el afecto y el cariño, el reconocimiento, el miedo, la vergüenza, el odio, o con multitud de afecciones que difícilmente, sin desfigurarlas, podríamos reducir a "sexualidad".

El pansexualismo (todo es sexo) freudiano se olvidó de que en el inconsciente no sólo hay instintos reprimidos, sino también elementos intelectuales y culturales no activados. Victor Frankl, por ejemplo, concibe lo biológico, lo psicológico y lo noológico como tres dimensiones diversas e inseparables, pero dotadas de una circularidad mutuamente causal. No de otro modo se puede explicar por ejemplo el llamado “síndrome de Stendhal”, en el que la mera contemplación de la belleza representada produce síntomas físicos. Puede que nuestros desarreglos no procedan sólo de una frustrada tendencia al placer o al poder, como pretendía Freud, sino también de una falta de sentido de la vida o de una vida vivida como absurdo o sinsentido.

Desde una perspectiva metafísica, la cópula y el orgasmo físico pueden ser reinterpretados como límite inferior, genesíaco a nivel animalesco, de un erotismo superior cuyo impulso general no es el instinto reproductivo, sino la tendencia a ser o a completar el propio ser, el anhelo de infinitud o la elevación hacia un ideal de perfección. Es decir, lo sexual puede explicarse como una concreción inferior (el “descenso al tocamiento” platónico) de un impulso metafísico personal, del cual el instinto biológico de autoconservación y supervivencia de la especie no serían sino expresiones físicas o precipitados imperfectos o menores.

El psicoanálisis freudiano es un reduccionismo que pretende explicar todo fenómeno mental, cultural, ético, religioso, a partir de instintos inconscientes, casi exclusivamente. La psique humana es lo más complejo que (des)conocemos y, desde luego, hay que rechazar la idea de que esté construida sólo con impulsos libidinales, sólo por el principio de placer y el instinto de muerte, frenados ambos a su vez por el principio de realidad y el Eros, respectivamente. Tal filosofía es tan discutible como las que Freud mismo rechaza. Las teorías que parten exclusivamente de un desarrollo de la libido y de su traumatización infantil resultan hoy tan simplistas como especulativas, igual que la explicación de lo femenino en base a tendencias edípicas, del amor a partir de la genitalidad o de la creatividad a partir de la sublimación.

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