Cópula de típulas sobre una asperilla (rubiácea) |
Freud pensó que los sueños podían ser explicados
principalmente por pulsiones o manías sexuales reprimidas. Exageraba. El
filósofo francés Miguel Foucault se esforzó por probar que la sexualidad no es
sólo una realidad biológica, sino también una “cultura”, una idea o una
ideología histórica; la afirmación moderna de la productividad específica
humana, un discurso que resulta de la desacralización clínica de las
actividades carnales y de su genitalización. Según Foucault, desde el siglo XVI
el hablar de sexo no sólo no ha sufrido un proceso de represión o restricción,
sino que ha estado sometido a mecanismos de incitación creciente que han
tendido además a la diseminación e implantación de sexualidades polimorfas (M. Foucault.
Historia de la sexualidad, 1, I).
Tendemos a creer que son condiciones naturales lo que en
realidad son construcciones culturales. De todos modos, tampoco hay que creer
que las construcciones culturales sobreviven en el aire si no arraigan en las
condiciones psicológicas y predisposiciones biológicas de la naturaleza humana.
Poco durará una costumbre si no conecta con o contradice frontalmente las
necesidades y apetencias humanas, si bien habrá que tener en cuenta que los
humanos no siempre saben muy bien lo que de verdad quieren.
Análogamente a la sexualidad como constructo histórico, la
fundación de la institución de la niñez y la adolescencia, o mejor, de la
juventud como arcano, como edad humana sustancializada, es algo muy reciente, al
contrario de lo que sucedía en la Antigüedad, cuando la juventud era
considerada "edad imbécil", enfermedad transitoria o desequilibrio
pasajero. Hoy da vergüenza no ser joven. En épocas más recientes, el joven era
considerado mero aprendiz, capullo de promesas o desmanes, pero lo que uno
oculta hoy, aun sin quererlo, no es el verdor de la inexperiencia y los excesos
de la pasión vehemente, sino la lucidez argéntea de las canas, la experiencia
de la realidad, la prudencia y la serenidad que otorga el desengaño. Y es bien
triste de sentir y constatar lo que decía Gracián: que aun llegando tarde el
Desengaño, ni es conocido, ni estimado, como si en vez de ser hijo de Verdad,
fuera más bien padrastro de Vida. El vitalismo de la juventud es, naturalmente,
un activismo de vivales temerarios.
Ciertamente, la sexualidad es un gran mito moderno, ilusión
de la existencia histórica y diurna de los hombres, gran ídolo de la tribu. Y
está, como tal idolatría, sobrevalorada. Lo está, primero, porque cuenta con
fantásticos altavoces mediáticos, como otras ideologías, segundo, con un discurso
comercial que ha sustituido publicitariamente al romántico discurso del amor
(también él construcción histórica) y, tercero, porque produce beneficios:
enseres, actividades, servicios, juguetes, espectáculos, objetos de usar y
tirar; es decir, porque, al contrario que el cariño verdadero, que ni se compra
ni se vende, el sexo es una mercadería de primer orden… Y por ello, incluso las
sexualidades consideradas en otra época ilegítimas, secretas o místicas, se han
reinscrito en los circuitos de producción y de ganancia.
Muchos filósofos y psicólogos han protestado, con razón,
contra la pretensión psicoanalítica de reducir toda la energía de la mente a libido, aduciendo que en los sueños no
hay sexualidad, al menos en el sentido de que ella sea única causa de sueños. Los sueños, de hecho,
pueden ser perfectamente sublimes, perfectamente "platónicos" -como
el concepto del arte clásico que nace de la inspiración y busca la belleza-,
siendo como son involuntarios. Cualquiera de nosotros puede recordar al menos
algunos suyos que lo han sido. En esas escenas oníricas el placer y el goce
tenían que ver con el afecto y el cariño, el reconocimiento, el miedo, la vergüenza,
el odio, o con multitud de afecciones que difícilmente, sin desfigurarlas,
podríamos reducir a "sexualidad".
El pansexualismo (todo
es sexo) freudiano se olvidó de que en el inconsciente no sólo hay instintos
reprimidos, sino también elementos intelectuales y culturales no activados.
Victor Frankl, por ejemplo, concibe lo biológico, lo psicológico y lo noológico
como tres dimensiones diversas e inseparables, pero dotadas de una circularidad
mutuamente causal. No de otro modo se puede explicar por ejemplo el llamado “síndrome
de Stendhal”, en el que la mera contemplación de la belleza representada
produce síntomas físicos. Puede que nuestros desarreglos no procedan sólo de
una frustrada tendencia al placer o al poder, como pretendía Freud, sino
también de una falta de sentido de la vida o de una vida vivida como absurdo o
sinsentido.
Desde una perspectiva metafísica, la cópula y el orgasmo físico
pueden ser reinterpretados como límite inferior, genesíaco a nivel animalesco,
de un erotismo superior cuyo impulso general
no es el instinto reproductivo, sino la tendencia a ser o a completar el propio
ser, el anhelo de infinitud o la elevación hacia un ideal de perfección. Es
decir, lo sexual puede explicarse como una concreción inferior (el “descenso al
tocamiento” platónico) de un impulso metafísico personal, del cual el instinto
biológico de autoconservación y supervivencia de la especie no serían sino
expresiones físicas o precipitados imperfectos o menores.
El psicoanálisis freudiano es un reduccionismo que pretende explicar todo fenómeno mental, cultural,
ético, religioso, a partir de instintos inconscientes, casi exclusivamente. La
psique humana es lo más complejo que (des)conocemos y, desde luego, hay que
rechazar la idea de que esté construida sólo con impulsos libidinales, sólo por
el principio de placer y el instinto de muerte, frenados ambos a su
vez por el principio de realidad y el
Eros, respectivamente. Tal filosofía
es tan discutible como las que Freud mismo rechaza. Las teorías que parten
exclusivamente de un desarrollo de la libido y de su traumatización infantil
resultan hoy tan simplistas como especulativas, igual que la explicación de lo
femenino en base a tendencias edípicas, del amor a partir de la genitalidad o
de la creatividad a partir de la sublimación.
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