sábado, 28 de enero de 2012

Filosofía del andar

Autora Ana Azanza


Hacía tiempo que tenía pendiente hacerme eco de este maravilloso libro de Frédéric Gros, habitual estudioso de la historia de la psiquiatría (Creation et folie), profesor en la universidad de París VII y editor de los últimos cursos que Michel Focuault pronunció en el Collége de France:

Marcher, une philosophie

Se hace eco de las meditaciones que sobre el andar hicieron grandes pensadores, Rousseau, Nietzsche, Thoreau, el poeta Rimbaud que pasó su vida huyendo a pie de todas partes.

Comienza el libro con un simple reconocimiento: andar no es un deporte. No hay marcas que batir, no hay espectáculo, ni ropas especiales de marca que ponerse. No hay técnicas que necesiten de un lento y largo aprendizaje. Para andar lo esencial son las dos piernas, lo demás es vanidad. ¿Quieres ir más rápido?, no andes, haz otra cosa, vete en coche, esquía, vuela. No te dediques a andar.

Nietzsche se pasó la vida andando. De sus paseos destaca el movimiento de ascensión. Dice Zaratustra: "soy el hombre que viaja, que sube las montañas, no me gustan las llanuras, no puedo quedarme sentado mucho tiempo, y cualquiera que sea mi destino futuro, siempre necesitaré caminar y ascender, la experiencia es siempre de uno mismo" Andar es para Nietzsche elevarse, trepar, subir.

El cuerpo que sube hace un esfuerzo, está en tensión continua. Ayuda al pensamiento en su ascensión: un poco más lejos, un poco más alto. No hay que desfallecer, hay que movilizar la energía para avanzar, apoyar firmemente un pie y alzar el cuerpo lentamente, luego reencontrar el equilibrio. Lo mismo que el pensamiento: una idea sirve para elevarse a otra cosa más increíble, más nueva.

Tenemos que subir siempre más arriba, lentamente, pero cada vez más alto, para obtener un punto de vista separado sobre nuestra vieja civilización. Compasión que siente Nietzsche al ver a los humanos ocuparse en mil cosas, en ir a misa o a jugar, buscando el reconocimiento de los demás, dejándose ahogar por tristes imágenes, pobres de si mismos. Mientras que desde arriba se comprende que es el veneno de las morales sedentarias lo que enferma al hombre.



En el curso de un largo paseo siempre encontramos ese paso del collado en el que de pronto aparece un nuevo paisaje. Está el esfuerzo, la subida y luego el cuerpo se gira y ve a sus pies la inmensidad, o bien al girar en el camino, ocurre una transformación: una cadena de montañas, un esplendor que nos estaba esperando.

Cuando andamos las noticias no importan. Si se trata de una larga caminata de varios días enseguida se olvida todo lo que ocupa al mundo, el último eco del último caso. Ya no interesa enterarse de cómo empezó todo ni cómo siguió. "¿Sabes la última noticia?". Cuando se anda todo esto no importa. Al estar en presencia de lo que dura absolutamente nos despegamos de las noticias efímeras que normalmente nos hacen cautivos. Es extraño observar como, cuando se anda lejos durante mucho tiempo, uno llega a preguntarse cómo podía interesarse por esas cosas. La respiración lenta de las cosas hace aparecer el jadeo cotidiano como vana y enfermiza agitación.

La primera eternidad con la que nos encontramos es la de las piedras, del movimiento de las llanuras, de las líneas del horizonte: todo eso resiste. Y al ser confrontados con esta solidez que está por encima de nosotros los hechos cotidianos, las noticias aparecen como polvo arrastrado por el viento. Es una eternidad inmóvil que vibra ahí mismo. Andar es hacer la experiencia de esas realidades que insisten, sin hacer ruido, humildemente -el árbol que crece en medio de las rocas, el pájaro que está al acecho, el arroyo que encuentra su curso- sin esperar nada.



Andar acalla de pronto los rumores y las quejas, detiene el interminable parloteo por el que uno comenta sobre los otros sin cesar, o se evalúa, se recompone, se reinterpreta a sí mismo. Andar silencia el indefinido soliloquio en el que surgen los agrios rencores, las satisfacciones imbéciles, las venganzas fáciles. Estoy en frente de esta montaña, ando en medio de los árboles y pienso: están ahí. Están ahí y no me esperaban, están ahí desde siempre. Llegaron mucho antes que yo y seguirán mucho después.



Llegará un buen día en que dejaremos de estar preocupados, acaparados por las tareas, prisioneros de ellas, muchas de ellas las inventamos, nos las imponemos a nosotros mismos. Trabajar, juntar ahorros, estar siempre pendiente para no perdernos las ocasiones de hacer carrera, ambicionar tal o tal puesto, terminar deprisa, inquietarse por los demás. Hacer esto, ir a ver aquello, invitar a fulano: obligaciones sociales, modas culturales, agitación... Siempre haciendo algo. ¿Y ser? Lo dejamos para más tarde: siempre hay cosas mejores, más urgentes, más importantes que hacer. Mañana será otra día. Pero mañana trae consigo las tareas de pasado mañana. Túnel sin final. Y a eso le llaman vivir...



Incluso los momentos de rélax deben llevar la marca de esta obstinación: deporte a ultranza, descansos excitantes, fiestas caras, noches competentes, vacaciones caras. De tal forma que al final no queda más salida que la melancolía o la muerte.

Nada se hace mientras se anda, nada más que andar. Pero el hecho de no tener que hacer otra cosa permite reencontrarse con el puro sentimiento de ser, de redescubrir la simple alegría de existir, la de la infancia. Así el caminar al descargarnos, al arrancarnos de la obsesión por hacer, es un juego de niños. Maravillarse del día que hace, del resplandor del sol, de la grandeza de los árboles, del azul del cielo.No necesito para ello ninguna experiencia, ninguna competencia. Por eso precisamente hay que desconfiar de los que andan demasiado y demasiado lejos: ya lo han visto todo y sólo hacen comparaciones. El niño eterno es el que nunca ha visto nada tan bello porque no compara. Cuando uno se va durante días o semanas, no sólo deja atrás su oficio, a sus vecinos, sus negocios, sus costumbres, sus preocupaciones. También quedan atrás nuestras identidades complicadas, nuestras máscaras. Ya nada de eso sirve porque para andar sólo se necesita el cuerpo. Ni el saber ni las lecturas ni las relaciones van a ser útiles: bastan las dos piernas y dos ojos para ver.

Andar, irse solo, ascender montañas o atravesar bosques. No eres nadie para las colinas ni para las grandes masas forestales. No eres ni un rol ni un estatus, ni siquiera un personaje, sólo eres un cuerpo, un cuerpo que nota las piedrecillas del camino, la caricia de las hierbas más altas, y el frescor del viento. Cuando se anda, el mundo ya no tiene ni presente ni futuro. Ya no queda más que el ciclo de las mañanas y de los atardeceres. Hay que hacer lo mismo cada día, andar. Pero el que andando se maravilla (el azul de las piedras bajo la luz de un atardecer de julio, el verde plateado de las hojas de un olivo a mediodía, las colinas violetas por la mañana) no tiene ni pasado, ni proyectos, ni experiencia. En él está el eterno niño. Andando no soy más que una simple mirada.

"En el bosque, un hombre deja sus años como una serpiente su antigua piel, y sea cual sea el período de su vida en este momento, siempre es un niño. En el bosque se encuentra la juventud eterna... Siento que nada puede pasarme, ni infortunio, ni desgracia que la naturaleza no pueda reparar puesto que tengo mis ojos. De pie sobre la tierra desnuda, la cabeza bañada en una alegre atmósfera, elevándose en el espacio infinito, todos nuestros egoísmos y mezquindades, desaparecen. Me transformo en una pupila transparente, no soy nada y veo todo" (R-W Emerson, "Naturaleza")

Con sus sacudidas la Naturaleza nos despierta de la pesadilla del hombre....

Cuando voy en coche a veces me paro, hay paisajes, contemplo la línea pura de las montañas, soy transportada a fascinantes desiertos, atravieso increíbles bosques. A veces me paro, doy algunos pasos, hago una foto. Me enseñan y detallan; el nombre de los árboles, la forma de las plantas, el revés de los relieves. También el sol quema, los colores son igual de brillantes, el cielo igual de generoso.


Pero andar impregna. Andar interminablemente, hacer pasar por los poros de la piel la altura de las montañas cuando se les enfrenta durante largo tiempo, respirar durante horas la forma de las colinas bajándolas lentamente. El cuerpo es moldeado por la tierra que pisa. Y progresivamente ya no está en el paisaje, es el paisaje. No se trata de una disolución como si el que anda se desvaneciera y se transformara en una simple inflexión, una línea suplementaria. Porque en él de pronto se ilumina esta relación. Es como un instante que estalla. Un fuego brusco: el tiempo se enciende. Sentimiento de eternidad, de golpe la vibración de la presencia. La eternidad aquí, como una chispa...

domingo, 15 de enero de 2012

Paleoantropología en crisis





Autora Ana Azanza

Interesante documental sobre Anne Dambricourt, paleoantropóloga cuyas tesis sobre la evolución humana produjeron una agria polémica entre los darwinistas acérrimos. Según Anne Dambricourt el secreto de la evolución del cuerpo humano estaría en este hueso de la base del cráneo que tiene forma de mariposa y que se llama esfenoides, lo dice hacia el minuto 14.


Todo empezó por la tesis doctoral de Drambicourt de 1983 sobre las mandíbulas fosilizadas de nuestos antepasados. Se le ocurrió girar los cráneos y comparar no las mandíbulas sino la base de los cráneos del joven chimpancé y del Neandertal. Los cráneos se mueven al pasar de una especie a otra, si la forma de la mandíbula cambia se debe a que cambia la posición de la base del cráneo.

La evolución que conduce a la especie humana desde el australopitecus se debería a que dicho hueso aparentemente de forma inesperada se pliega en cada nueva especie. El hueso está más plano en los monos y mucho más curvado en el hombre. Esa curvatura influye en la visión estereoscópica, en la que los dos ojos se usan conjuntamente.
Lo curioso del caso es que sus investigaciones sobre la diferente curvatura van en la línea de lo que una odontóloga ha observado en los niños que padecen de los dientes debido a la posición o forma del hueso. Nuestros dientes se mueven. La odóntologa corrige la posición de los dientes en los niños. En Europa el 70% de los niños tienen problemas, en USA el 80%,  en Japón el 95%. Cada vez tenemos más problemas con la posición de los dientes. Filogénesis y ontogénesis parecen coincidir. La base del cráneo se flexiona a lo largo de la evolución, siempre en el mismo sentido.

Este descubrimiento va en contra de los defensores de las mutaciones del ADN al azar, de los que dicen que el hombre es un "mono que baja del árbol" y habita en la sabana. La adaptación al medio sería el motor de la evolución. Pero ¿si el secreto de la evolución estuviera dentro y no fuera de nosotros?

Lo determinante ya no sería vivir en la sabana, puesto que parece ser que los primeros especímenes capaces de ponerse de pie seguían viviendo en los árboles, o al menos eran capaces de hacerlo. Yves Coppens, el descubridor de Lucy, autor de documentales reputados se opone a esta nueva idea.
Pero los propios científicos discuten sobre la definición del taxón homínido.

En 1997 un fósil de australopitecus descubierto en Sudáfrica dió un vuelco a la investigación. Su pie estaba más adaptado a la vida en los árboles que en la sabana. Podía separar el dedo gordo de sus pies de los demás dedos, y por tanto podía subir por los troncos. Philip Tobias dice que todos los fósiles de plantas y animales de Africa del este no presentan ningún signo de adaptación a la sabana. Sino que todos están adaptados a la vida en el bosque.

Molestó su descubrimiento ya que parece apoyar a los creacionistas partidarios de una intervención divina en la evolución. No me parece que los enemigos de Dambricour tengan forzosamente razón, me interesa su teoría de una especie de memoria de la vida que está dentro de cada uno de los vivientes y que da lugar a los cambios.

 Esto de que el secreto de nuestros cambios fisiológicos y físicos como especie estén en un hueso con forma de mariposa que sin avisar se pliega en determinados individuos me parece digno de atención. La forma del hueso me ha recordado a lo que con frecuencia he escuchado al profesor José Biedma sobre la  etimología de la palabra alma.

Algo sobre esta polémica investigadora se puede leer aquí:

http://www.multilingualarchive.com/ma/frwiki/es/Anne_Dambricourt-Malass%C3%A9

En el vídeo se muestra el único fósil de australopitecus conservado (min. 28). La curvatura del esfenoides da una explicación al origen del lenguaje humano. Durante cuatro millones de años reinarán los australopitecus, que nunca dominaron el fuego, este personaje tenía el futuro dentro de él. Hace 2 millones de años el esfenoides se flexiona una segunda vez y aparece el "homo", ergaster, habilis, erectus... tienen el esfenoides más curvado que en el australopitecus. Aparece el lenguaje: la nueva posición del esfenoides liberó la laringe, haciendo posible la palabra (min. 31:54). Los primeros hombres no podían pronunciar las vocales, utilizaban chasquidos de la lengua contra el paladar, los dientes y las paredes de la boca. Habla el científico del lenguaje descubriendo los secretos de esos primeros idiomas humanos. Y hablan las mujeres bosquimanas que explican que sus antepasados han aprendido de los animales a realizar sonidos..

Hace 160.000 años el esfenoides se volvió a plegar, el cerebro se complica, está mejor irrigado. Y vemos una evolución cultural rápida, ha aparecido el homo sapiens. Con su pensamiento abstracto, la herramienta no es sólo útil, también es objeto de prestigio, aparece el arte sobre las paredes rocosas. Es la primera forma de escritura.

Dado que el blog se titula Espíritu y Cuerpo encontrar que en un hueso con forma de mariposa está el secreto de nuestro cuerpo humano es el artículo que no podía faltar.


Lo curioso del caso es que podría ser que en el futuro dicho hueso se curve aún más  y dé lugar a cambios importantes, ¿quizás a otra especie? la ciencia ficción ya no me interesa tanto. Pero el vídeo merece la pena.

martes, 10 de enero de 2012

Distorsión del juicio por influencia del grupo



Autora Ana Azanza


En este vídeo con el que se puede practicar al mismo tiempo inglés y francés, se muestra el llamado experimento de Asch (1907-1996).

 He empezado a explicar el racionalismo cartesiano a los alumnos de segundo, causa mucha inquietud observar que el ejercicio de "pensar por uno mismo" es algo bastante difícil, incluso más raro de lo que nos gustaría. El grupo tiene un peso muy fuerte en nuestras opiniones manifestadas y en nuestros juicios, somos seres sociales, evidentemente. ¿Cómo compaginar el pensamiento en libertad con el hecho de que vivimos insertados en un grupo o en grupos que nos llevan sin que nos demos cuenta a hacernos ideasde las cosas? Ideas que la mayor parte de las veces no son nuestras sino ajenas.

No es necesario estar en una secta ni en un régimen fascista para que el peso del grupo sea determinante en las opiniones que creemos más nuestras.

En este vídeo se dan varias versiones del experimento:

-Primero, todos los individuos menos uno, el de la camiseta blanca, están compinchados con el psicólogo que experimenta. El joven sufre una distorsión del juicio, al ser de los últimos en contestar, da la respuesta que todos han dado, piensa que está equivocado si dice lo que está viendo.
-Segundo, el individuo se da cuenta de que es falsa pero da la respuesta de los demás. El fallo está en la respuesta. Arsch repitió el experimento y en el 37% de las ocasiones el individuo se conforma a lo que dicen los demás.
-Tercero, sólo con que una sola persona rompa esa unanimidad, el individuo ya se encuentra con más fuerza para dar la respuesta correcta. Cae al 5% las respuestas de "conformidad".
-Cuarto, si al "conejillo de indias" se le hace llegar tarde a la reunión y después de escuchar a los demás escribe la respuesta en un papel, la persona se muestra más fácilmente "no conforme".

Llaman conformidad normativa a este fenómeno, en general a nadie le gusta ser el raro de la reunión. Es curioso que los individuos tienden a negar  que se veían sometidos a la presión del grupo y en el caso de que otro contestara igual, tampoco se reconoce la complicidad.

Asch fue el maestro de Milgram, el psicólogo que dió lugar al experimento del mismo nombre tan célebre en la psicología social. En él se quería probar hasta qué punto las personas eran capaces de torturar a  otro ser humano porque una autoridad representada por el investigador con su bata blanca símbolo de prestigio científico así se lo ordenaba. No eran psicópatas sino gentes de lo más común los que "creían" estar descargando corrientes sobre otras personas. 

En realidad todo era fingido, pero todos estos experimentos dan mucho que pensar sobre lo perjudicial que es para la humanidad nuestra tendencia a seguir al rebaño, y lo sano y necesario para la supervivencia incluso de la especie salirse de él de vez en cuando.


Por si se quiere profundizar en los resultados del experimento, en inglés


Y en francés, gracias Julio.