jueves, 29 de octubre de 2015

Hortal de palabras para la Edad del Olvido

Mnemosyne. Dante G. Rossetti

Animal memorioso

Ortega dejó escrito que lo que nos distingue de las bestias no es la inteligencia, sino la memoria: el humano es, sobre todo, un “animal memorioso”. Gracias a los ecos y reminiscencias de la memoria, lo que acontece o aconteció en el pasado revive en la presencia del espíritu. La memoria añade un “aura simbólica” a lo sentido y hace del tiempo horizonte  humano: el hombre debe a su facultad de recordar el vivir no sólo en medio de objetos estimulantes, sino también con entidades significantes.

Desde siempre, ese reino de la representación, recordada por imaginada, es fuente de lo extraordinario donde anida lo maravilloso: los viejos relatos sobre la creación y el destino, el bien y el mal. 

No sólo recordamos la vigilia, sino aún las realidades soñadas, así como llegamos a adoptar como propias creencias, mitos y fantasías, cuando construimos nuestra identidad personal más permanente y profunda.

La memoria no pertenece sólo al mundo de los hechos, sino también al de las invenciones humanas. Así como mediante la historia el grupo conquista su pasado colectivo, asimismo mediante la memoria el individuo conquista su identidad según la configura su pasado individual (I. Gómez de Liaño. El idioma de la imaginación, 37s.). 
Fácilmente, si el presente se vacía y el futuro se encoge, acuden los recuerdos en auxilio del tiempo, para plenificarlo. Nos sucede en la vejez. Olvidamos donde hemos dejado las gafas, pero recordamos con asombroso relieve y nitidez lo que pasó hace más de medio siglo. Pero el humano comparte la memoria con otros seres, como una función general de toda materia orgánica (E. Hering): Principio de conservación en el mutable acaecer orgánico. Memoria y herencia, dos aspectos de una misma función vital, función de representación y comunicación: Todo animal conserva información en cada célula y la transmite en una memoria genética en que se recapitula[1] la evolución de su estirpe y, en cierto sentido, el proceso de nacimiento y desarrollo  del universo del que procede hasta su existencia como entidad particular.

martes, 13 de octubre de 2015

Acerca del origen de la religión



La publicación del libro de Gustavo Bueno El animal divino. Ensayo de una filosofía materialista de la religión (Oviedo, 1985), abrió un debate sobre el fenómeno religioso, su esencia y su génesis. Éste transcurrió dentro de unos supuestos bien delimitados: ninguno de los participantes en la polémica partía de posiciones teístas, deístas o espiritualistas. La polémica siempre estuvo acotada por el materialismo que profesan todos sus participantes. El debate se inició en torno a la afirmación de Bueno de que no hay que buscar el núcleo de la religiosidad entre las superestructuras culturales o entre los llamados fenómenos alucinatorios:

“El lugar en donde mana el núcleo de la religiosidad –tal es la tesis de este libro- es el lugar en el que habitan aquellos seres vivos, no humanos, pero sí inteligentes, que son capaces de envolver efectivamente a los hombres, bien sea enfrentándose a ellos, como terribles enemigos numinosos, bien sea ayudándolos a título de númenes bienhechores (…) sólo de este modo la experiencia religiosa nuclear podrá ser, no solamente una verdadera experiencia religiosa, sino también una experiencia religiosa verdadera”. 

La crítica más amplia fue publicada por Gonzalo Puente Ojea, diez años después, en 1995, en un capítulo de su Elogio del ateísmo (Madrid 1995). A partir de ella los defensores de las tesis de Bueno y sus críticos publicaron una serie de réplicas y contrarréplicas en las revistas El Basilisco. Años más tarde, en el 2003, se reanudó el debate en la revista electrónica El Catoblepas, esta vez a partir de la ponencia de David Alvargonzález en el congreso Filosofía y cuerpo, celebrado en Murcia, titulada El problema de la verdad en las religiones del Paleolítico. No me propongo historiar los avatares de esta polémica sino mostrar los rasgos básicos de las posiciones teóricas desde las que se defendió y criticó la tesis buenista que afirma la verdad de las religiones primarias.

Gustavo Bueno