miércoles, 27 de febrero de 2013

Crepúsculo de un ídolo



Autora Ana Azanza

Se pueden activar los subtítulos.

Michel Onfray explicó la obra de Freud durante 20 años en el instituto, el psicoanálisis forma parte del examen de bachillerato.  Antes lo había descubierto de adolescente, leyó los tres ensayos de la sexualidad, cuando le explicaron que según Freud al contrario de que lo que enseñaban otros en el confesonario la masturbación no provocaba el crecimiento de las orejas sino que era una etapa normal en el desarrollo. En la universidad siguió un curso sobre Freud, se enteró de que el doctor vienés obtenía resultados, curaba. Y conoció los 5 casos más célebres de los efectos salutíferos del psicoanálisis. Y que Freud solo a partir del autoanálisis descubrió universales humanos: el complejo de Edipo, el banquete primitivo, la horda primitiva, la muerte del padre...etc. Explicó "Totem y tabú", los estadios de la sexualidad, el nacimiento de la ley, al mismo nivel que el imperativo categórico kantiano o la alegoría de la caverna. Freud era un momento importante de la historia de la filosofía.

En el instituto Onfray descubre que cuando narra estas historias de Edipo y Electra, los alumnos se sienten "tocados", alguno de ellos después de clase le cuenta asuntos personales, su infancia, sus problemas. Se Hablan del porqué de la pedofilia o de las violaciones. El profesor se ve convertido en psicoterapeuta muy a su pesar. El marido de otra profesora era psiquiatra y aceptó ocuparse de los alumnos.  Había cierto "chamanismo" en el hecho de ser profesor, podría haber estado todo el curso explicando psicoanálisis y obtener un ascendiente peligroso sobre los alumnos. Pero el espíritu libertario de Onfray le impide seguir y guiar a los demás. No le gusta tener "ovejas" que pastorear. El siguiente encuentro con el psicoanálisis será en la universidad creada por él.

 En 2002 inauguró su universidad popular de Caen. Cuando no se está en la universidad lo más fácil es montar una propia. En realidad lo hizo impulsado por el hecho de que Jean Marie Le Pen llego a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas y esto no sólo le indignó, sino que pensó que si una gran parte de la población apoyaba una propuesta nacionalista y racista, la gente tiene razón del hartazgo porque la política tradicional no soluciona,  pero por otra parte la ideología excluyente no es una buena salida. De ahí que elevar la cultura del pueblo, dar instrumentos para la reflexión fuera su propuesta. Por eso creó la universidad popular de Caen en la línea de los ilustrados, hay que expandir la cultura, sacarla de los cenáculos y mostrar los recursos que ofrece la reflexión. No todo el mundo tiene el arte para poner en pie una iniciativa parecida y convencer a otros 16 amigos especialistas de diferentes campos de que participen en el proyecto, un proyecto por el que nadie gana un céntimo y por el que nadie paga tampoco. Pero Onfray lo llevó adelante.

En esa universidad imparte sus conferencias que han dado lugar a los diferentes volúmenes de “Contra historia de la filosofía”. Se ocupa de personajes olvidados por los manuales o por las explicaciones oficiales, empezó por los antiguos, continúo por los medievales, dedicó tres cursos  al siglo XIX y tras explicar Jean Marie Guyot y Nietszche que es su gran maestro del pensamiento, planeó dedicar un cuarto año a Freud, tratándolo como un filósofo vitalista.

Onfray da una conferencia por semana que según dice le lleva 30 horas de preparación. Es un obrero del trabajo filosófico, ha calculado todos los tiempos de lectura y escritura que hacen falta, se plantea el trabajo intelectual no como diletante ni como una cuestión de vanidad intelectual, es entre otras cosas lo que hace de él un personaje muy atractivo filosóficamente hablando, incluso aunque no se compartan todas sus ideas. La cultura, la filosofía, la lectura y la escritura no son un pasatiempo, son como cualquier trabajo actividades que ayudan al cuidado de sí, a la construcción personal y a la vez tienen una dimensión de servicio social. Ese aspecto de “servicio social” de la filosofía es el que me parece mas valioso y que se echa en falta entre nosotros. Tenemos algunas islas aquí y allí, pero no hay un diálogo continuado de filósofos españoles o hispanohablantes, por ensanchar la comunidad,  que ilustraran al país y en el que participara, sino la totalidad, sí una gran parte de la población, al menos con titulación universitaria o con inquietudes culturales-intelectuales-espirituales.

El mero hecho de que un libro de filosofía sobre Freud pueda dar lugar a escándalo y controversia nacional y que genere varios debates televisivos en franja horaria de mayor audiencia me parece envidiable, sanamente envidiable.

Así que en 2010 su libro número 50 incendió la discusión. El “Crepúsculo de un ídolo” empezó vendiendo 50.000 ejemplares en una semana, motivo suficiente para que algunos trataran a Onfray de nazi, fascista, antisemita, agente de la ultraderecha. Antes de la publicación, Onfray solo había llegado a Freud desde Nietzsche y quería presentarlo como un filósofo vitalista ante su público de la universidad popular. Fue entonces cuando leyó “El libro negro del psicoanálisis” una obra de 2005 en la que participa un puñado de especialistas en psicología. Este libro también fue denostado por el establishment “psi” francés con parecidos insultos que se le dedicarían a Onfray cinco años más tarde. Al acceder a dicho “Libro negro” Michel Onfray comprobó que se hablaba de hechos reales de la vida del maestro del psicoanálisis ignorados por el público. Por ejemplo: que el psicoanálisis existía antes que él, y siguió existiendo durante su vida y después que él, Freud no fue su creador propiamente hablando. Sólo se hizo más famoso que nadie gracias a esta práctica. Según Onfray el psicoanálisis no cura, hay un 30% de éxito por el llamado efecto placebo, más o menos lo que ocurre en la gruta de  Lourdes o lugares similares en que se ven los ex votos de los sanados por efectos milagrosos del agua o la simple visita.

En este vídeo me parece interesante la intervención de Boris Cyrulnik, psicoanalista practicante que asegura que muchas de las afirmaciones de Onfray que han provocado tanto escándalo entre los colegas él las había leído ya. Solamente cambia el ponerlas a disposición del gran público y el carácter polémico de Onfray. No pretende desanimar a los que recurren al psicoanálisis, que por otra parte discute que esté tan extendido como se dice. Las sesiones de Freud costaban  450 euros la hora, se ha molestado en calcular al cambio. Freud prescribía una sesión diaria de lunes a viernes y había que pagar en metálico, todo libre de impuestos. Con esas bases no era una terapia muy popular en la Viena de principios del siglo XX, aunque hoy los hospitales de día de la salud pública francesa ponen psicoanalistas a disposición de la población.

Además Onfray asegura que en una sesión de psicoanálisis es el ego el que sale todo el tiempo: “yo y mi padre”, “mi  madre”,  “mi infancia”. Demasiado narcisismo. Le parece que Freud extrapolaba sus propios problemas al resto de la humanidad. Concretamente el complejo de Edipo de querer relaciones con su madre y matar al padre, como origen y explicación de ciertos sufrimientos, de demasiados sufrimientos no le acaba de convencer. Desmonta algunos de los casos que le hicieron famoso como el del pequeño Hans. Supuestamente este niño tenía miedo a los caballos y la explicación de Freud era que el bocado de los caballos le recordaba el bigote de su padre, y en el fondo temía que su padre lo castrara por querer acostarse con su madre. Pero el pequeño Hans ya adulto reconoció que tenía miedo de los caballos porque una vez vió una caída del caballo que le impactó. Hay más desmontajes de la leyenda en el libro de Onfray, el caso Dora, la pretendida renuncia a la práctica de las relaciones sexuales a los 37 años que no fue tal, puesto que si bien dejó las relaciones con su mujer eso no le impidió relacionarse con su cuñada, el destrozo que le hizo en la cara a una paciente queriéndole curar con cirugía de alguna enfermedad y olvidando retirar 50 cm de gasa antes de cerrar, la muerte de una amigo por ingesta de cocaína que él le había recetado…Oscuridades de la biografía freudiana, como la “atención flotante”, concepto creado por Freud para justificar que el analista eche una cabezada durante la sesión, pues los inconscientes hacen el trabajo. La supuesta renuncia a la sexualidad de Freud se debía a que según confesión propia debía sublimar toda su energía en la creación del psicoanálisis.

En el siglo XIX las ciencias humanas pretendían cientificidad como las naturales, de esa ola  participó el psicoanálisis. En la actualidad pro Onfray y anti Onfray parecen estar todos de acuerdo en que no es ciencia, la prueba es que ante el relato de un sueño cada psicoanalista da su interpretación propia, no hay una común. La tesis final de Onfray es que Freud tomaba sus propios deseos por la realidad de los demás.

La pregunta que queda tras la lectura del libro es cómo y por qué ha podido tener tanto éxito si las bases no eran seguras. Eso daría lugar a otro libro pero Onfray asegura que no es su tema. En los últimos capítulos del libro muestra el modo como se organizó la “secta” freudiana. Primero exclusión de algunos colaboradores, (Adler, Jung) formación de un círculo de adeptos dispuestos a darle la razón en todo al maestro y a quitársela al resto de la “malvada” humanidad. Fabricación del personaje “elegido” con la gran biografía escrita por Jones, 1500 páginas para mostrar los signos de persona marcada desde el nacimiento para una misión. Leyenda dorada de Freud creada y mantenida por sus seguidores, reuniones de iniciados, anillo para todos los pertenecientes al círculo cercano, corresponsales en diversos países, organización de los congresos y las revistas.

La relación con su hija Ana que recogerá el legado paterno no parece cabal, la tesis de Onfray es que no le dejó vivir aparte de la “leyenda del psicoanálisis”. Han acusado al filósofo de Caen de que si Freud pasó de la filosofía al psicoanálisis Onfray hace el camino inverso, Onfray quiere matar al padre. Sólo que él no ha tenido problemas con su padre. La filosofía de un hombre es su vida, una tesis nietzscheana del prefacio de la "Gaya ciencia"que le es muy cara, le lleva a interesarse por las vidas de todos los filósofos que explica en su “Contrahistoria”. El pensamiento es confesión vital. También Onfray ha sufrido, primero como huérfano sin serlo alojado cuatro años en una institución con curas que abusaban aunque no de él, luego ha tenido un infarto de miocardio, y alguna otra enfermedad grave. Pero partiendo de la miseria y de no haber nacido en una familia acomodada, no se hunde en ello, sino que hay una superación en su vida. Invita a la reflexión y como Montaigne hacía dictando sus confesiones que no escribiéndolas, ese decir en voz alta ya es terapéutico.

Hay otros caminos para la autorrealización personal, otras terapias. El psicoanálisis posfreudiano es una opción, pero con conocimiento de causa, sin leyendas. El arte, la música, la filosofía, no la “Crítica de la razón pura” con la que un ciudadano corriente tiene poco que hacer, tampoco con la “Gramatología”, todo ello es muy interesante para los profesores de filosofía.

Pero para el ser humano en general la filosofía está en Séneca, en la carta a Meneceo, en Epicuro, en Marco Aurelio o Epicteto. Habla del recurso a los filósofos antiguos cuando la filosofía era una forma de vida y no motivo de parloteo para iniciados. De adolescente Onfray descubrió que hay una moral sin religión, que hay una diferencia entre el bien y el mal, hay cosas que nunca se deben hacer, y para afirmarlo no hace falta ni estar loco ni ser creyente. Basta ser persona. Hubo filósofos antes del cristianismo, seres humanos con un  sentido de la existencia. Este extremo se ve que ha sido determinante en su recorrido vital. La moral no es el privilegio ni de las religiones ni de ninguna institución. Le ha pasado lo mismo con el psicoanálisis, Onfray necesita poner de relieve que hay más psicologías y psicoanálisis que el freudiano, antes y durante y después de Freud. 

Hay otros interesantes vídeos sobre la cuestión



viernes, 22 de febrero de 2013

FILOSOFIA Y MEDICINA : DISCURSOS Y PRÁCTICAS, PARADIGMAS Y MODELOS

   Escrito por Luis Roca Jusmet






¿Qué es lo que puede aportar hoy la filosofía a la medicina? Lo primero que hay que subrayar es que tanto la una como la otra se nombran de muchas maneras, por lo que hay que clarificar desde el principio de qué estamos hablando. Mi planteamiento de la filosofía no es metafísico sino crítico, por lo que no pretendo construir una teoría metafísica desde la que fundamentar la medicina o una determinada medicina. La filosofía como actividad crítica quiere pensar las cosas de otra manera que como ellas mismas se presentan. Sócrates, fundador de la filosofía, no es un nuevo sabio sino aquél que cuestiona el supuesto saber de su época, es decir las creencias sociales dominantes. Lo que puede por tanto aportar la filosofía es una problematización de los discursos de las diferentes medicinas existentes en nuestra sociedad, lo cual puede relativizar los diferentes planteamientos, ver si son o no son compatibles entre sí y en qué medida. Si la respuesta es positiva, pueden ser complementarias unas con respecto a las otras, o, en caso contrario, deben plantearse como opciones alternativas. En cualquier caso hay que evitar también el relativismo del todo vale buscando criterios consistentes, a la vez racionales y empíricos, que cuestionen prejuicios encubiertos pero que dejan cada cosa en su lugar.

Mi definición de medicina es que es un conjunto de prácticas con eficacia curativa que se justifican a través de un determinado discurso. Esta eficacia curativa la defino de una manera operativa y por tanto cualquier práctica que se mantiene la tiene necesariamente. El antropólogo Lévi-Strauss definía la eficacia simbólica para describir la situación de una práctica que genera unos efectos por la confianza que la sostiene, aunque se derive exclusivamente de la fe que se tiene en ellos. En este sentido cualquier práctica que cure, independientemente de porqué, es en principio medicina. La medicina es históricamente una práctica social necesaria que se ha desarrollado de manera empírica y que a partir de esta experiencia ha ido elaborando un discurso teórico más o menos estructurado para fundamentarla. Es una construcción social que está relacionada con otras muchas prácticas sociales y que por ello no es independiente de ellas. Creo que aquí tendríamos que entrar en una aportación de la filosofía de la ciencia que es la noción de paradigma (entendido como la matriz conceptual de las que surgen los conceptos y las prácticas de cada discurso) para ver en qué se fundamenta cada discurso médico.

domingo, 17 de febrero de 2013

Fusión de almas



Un cerebro humano –que no sea el de un neurólogo- no se preocupa de sus componentes físicos diminutos, esos miles de tipos de neuronas de los que apenas conocemos bien tres o cuatro, ni de cómo funcionan según extrañas fórmulas matemáticas. De un cerebro normal emerge, según sus predisposiciones y en un ambiente social propicio, y no sin conflictos y pugnas entre complejos emocionales y cognitivos alternativos, un gestor al que llamamos "yo". Ese yo que decide ver una serie televisiva, maneja un todoterreno, cría peces tropicales, paga la tarifa telefónica y eléctrica, se casa, decide tener hijos… Si trata de elaborar una explicación verosímil de su conducta, entonces el papel protagonista no correrá a cargo del hipocampo, ni de la amígdala cerebral, ni del cerebelo o la corteza, las glías o cualquier otra estructura física viscosa y ciega, sino que el protagonismo se lo atribuirá a un oscuro ente invisible llamado “yo”, "mente" o "alma", ayudado por otros misteriosos actores llamados “ideales”, “recuerdos”, “conceptos”, “creencias”, “intenciones, “amistad”, “empatía”, “lealtad”, etc. El yo tiene toda la razón. Cuando sufro un dolor de espalda agudo por causa de la protrusión de una vértebra cervical, no es el tálamo el que se duele, soy yo el que sufre y se lamenta y se tiende y decide ir al médico o tomar medicamentos. Por cierto que fue Descartes quien en  1664 describió lo que hasta la fecha aún se conoce como "vía del dolor." Ilustró cómo “partículas de fuego”, viajan al cerebro, y comparó la sensación de dolor con el sonido de una campana.

El yo no está hecho sólo de sensaciones placenteras y dolorosas más o menos reales, sino también de fantasías, como los cuentos que él mismo se cuenta acerca de su pasado y de su futuro. Es el más imprescindible de los mitos. Éstos lo constituyen más fundamentalmente que cualquier otra cosa, como su personal estructura narrativa.

Pues bien, en ese etéreo mundo, ajeno del todo a la neurología, el cerebro ha cedido casi por completo la autoridad al alma, cuyo gestor es eso "yo". Digo “casi” porque es evidente que el cerebro, y el sistema nervioso y endocrino en general, siguen siendo causa irresponsable de la actividad involuntaria (representaciones oníricas, delirios, ilusiones, alucinaciones), de los reflejos, la actividad “vegetativa” y de las reacciones emocionales inmediatas. Pero es el yo el que se percibe a sí mismo como motor e impulsor de la actividad anímica, de la fuerza y otras virtudes del carácter, de la energía del alma.

Tal vez ese actor protagonista no sea más que una representación, una “persona”, un actor,  una imagen compleja nacida de una pasión anónima, una manera compacta, holística, de autorreferencia de millones de entes infinitesimales y de billones de invisibles transacciones químicas que cada segundo tienen lugar entre ellos. Puede también que ese yo no sea más que un teatro o un extraño bucle de autorrepresentación (Hofstadter), como un espejo borgiano en el que se refleja una figura de otro espejo hasta el infinito, una imagen fractal resultado de una presión evolutiva que forzó a ciertos cerebros muy grandes a hacer una evaluación cada vez más compleja y multinivel del entorno hasta que, al cabo de millones, incluso de miles de millones de años, el repertorio de categorías para las que esos cerebros disponían de respuesta se hizo tan rico que el sistema, como una cámara de vídeo, fue capaz de apuntar hacia sí mismo. Y ese diminuto destello de autorrepresentación resultó a la postre el germen de la conciencia, del “yo”, de ese gran motor en y de nuestros cuerpos, que se arroga con razón la responsabilidad última de su causalidad.

Físicamente, es cierto, soy un cuerpo, pero metafísicamente -también es cierto- tengo un cuerpo, y puedo quitarlo de en medio de un golpe y acabar con todo su dolor con sólo precipitarlo desde un quinto piso, porque a , ese “yo” me parece, con todo motivo, el responsable último de todas mis decisiones y de todos mis actos. Si se trata de una ilusión, resulta no obstante tremendamente eficaz y posee una increíble capacidad de supervivencia. Si no fuese así, mi amiga no apreciaría para nada el regalo que le hago por su cumpleaños. Queda naturalmente por explicar quien es ese  (self) al que le parece que ese yo es el responsable de su vida anímica. A este respecto, Paul Ricoeur ha dicho cosas importantes en su Sí mismo como otro, a las que otro día me referiré, si el cuerpo aguanta.

Desde el punto de vista metafísico (o “mentalista”, que dirían los Damasio) ignoro por completo la física impersonal de esas microentidades que dibujó Ramón y Cajal y hacen funcionar el cerebro, pero se trata de una distorsión soprendentemente fiable y totalmente imprescindible (Hofstadter, Yo soy un bucle extraño, 13). De hecho, el “yo” de un físico de partículas o de un neurólogo no está menos arraigado que el de un novelista, un jornalero o un albañil. Nuestros conocimientos de física no pueden contrarrestar la larga experiencia acrisolada en la cultura y en el lenguaje. Así pues, los conceptos del “yo”, del alma o del espíritu, por su incomparable eficiencia, resultan un recurso explicativo indispensable y no un mero apoyo que pueda ser abandonado cuando tengamos los suficientes conocimientos científicos.

La idea de un yo aislado, individual, sí que me parece que debe ser desechada. En primer lugar porque me percibo a mí mismo a través del efecto que produzco en otros. Me alimento de la conversación; “amistad”, “amor” son algunos de los nombres románticos que puedo darle a esta interminable dialéctica de las almas. Córtese el intercambio de símbolos y se verá con qué rapidez el yo se deshace en la soledad y la locura (no conozco mejor descripción de este fenómeno que la que hizo el novelista francés Michel Tournier en Viernes o los limbos del pacífico). Se crea el yo, desde la segunda infancia y sobre todo en la adolescencia, bajo la atenta mirada de los demás. El reclamo de la atención ajena es por eso el “hambre” del alma, su apetito principal. O como dice Hofstadter, “mi autosímbolo va creciendo a partir de un vacío inicial”.


Dicho autosímbolo adquiere enseguida –antes de lo que suponía Jean Piaget- una capacidad de representación universal o una “universalidad representacional” gracias al uso de símbolos. Se trata de un poder tan extraordinario como misterioso: la capacidad para formar patrones que pueden ser percibidos como representación de algo, real o ideal, recordado o percibido, imaginado o soñado, pasado, presente o futuro, exterior o interior, patrones que tienen la misma forma o estructura de lo representado (isomorfismo). Esa facultad nos permite importar ideas y eventos sin haberlos tenido que experimentar.

Digan lo que digan los “animalistas”, existe un abismo insalvable entre mi perro y yo, entre los humanos y el resto de las especies. Eso que nos sitúa a parte, como seres limítrofes, que diría el desaparecido (in corpore que no in animo) Eugenio Trías, es naturalmente el alma, porque el repertorio de símbolos disponible se ha hecho en mí ilimitadamente extensible. Es el infinito a que apelaba Descartes para demostrar la existencia de Dios. Los sistemas que superan ese umbral de Gödel-Turing tienen la capacidad de modelar dentro de sí mismos a otros seres y de refinar esos modelos a lo largo del tiempo e incluso de inventar seres imaginarios sacándoselos de la manga, entre ellos, el ideal de sí mismos. Y no es necesario que sean novelistas para ello. Una vez superado este umbral, los seres con conciencia adquieren una insaciable ansia de conocer la interioridad de otros seres universales y por eso leen novelas, ven películas, se apuntan a redes sociales, se meten en la cabeza de otras personas, fagocitan las experiencias de sus semejantes.

“El ansia casi insaciable de absorber experiencias ajenas que crea la universalidad representacional se encuentra apenas a un paso de la empatía, en mi opinión, la más admirable virtud de la humanidad. ‘Ser’ otra persona de una manera profunda no consiste sólo en ver intelectualmente el mundo como ella y sentirse unido a los lugares y momentos que la modelaron; consiste en mucho más. Supone adoptar sus valores, asumir sus deseos, vivir sus esperanzas, sentir sus anhelos, compartir sus sueños, estremecerse con sus temores, formar parte de su vida, fundirse con su alma” (Hofstadter, op. cit. 17).

Somos nudos en una trama compleja de relaciones sociales en la que los muertos -cuyas almas siguen vivas en sus cuadros, partituras o escritos- también cuentan. La cultura no es más que un vasto diálogo con esas almas muertas a la vez que con las vivas e incluso con las que imaginamos que vivirán. La idea de una "economía sostenible", por ejemplo, no nace sino de ese tener en cuenta las almas de los que han de venir. 

Si mantengo conversaciones francas e íntimas con otros seres humanos la interpenetración de nuestros respectivos mundos se hace tan grande que nuestros puntos de vista empiezan a fundirse. Mi alma se extiende por el alma de otra persona, habito su cabeza, me contagio de sus creencias y prejuicios. En diversos grados, los seres humanos vivimos dentro de otros seres humanos, sin tecnología neurológica alguna. “La interpenetración de almas es una consecuencia inevitable del hecho de que nuestros cerebros sean máquinas representacionales universales”. Este es para Hofstadter el verdadero significado de la palabra “empatía”. La capacidad de hacer nuestra, parcialmente, la interioridad y conciencia de otros seres es lo que marca la diferencia entre la magnanimidad de las almas grandes (con mucha consciencia) y la pusilanimidad de las criaturas con alma pequeña o del todo desalmadas. El sentido de la moral marca la consciencia de un ser.

"Un cerebro = un alma = un yo" es una ecuación demasiado simplista. 

Primero, porque en ciertas almas hay varios "yoes" disponibles. Jung hablaría de varios complejos emocionales (y cognitivos) pugnando por la hegemonía. El más fuerte triunfa, pero puede ser derribado por otros en los fenómenos de conversión o discutido permanentemente por un rival (personalidades esquizofrénicas o bipolares). 

Segundo, porque toda persona vive parcialmente en el cerebro de otra(s). Es un mito (en el mal sentido) la existencia de fronteras herméticas entre almas. Las almas de los muertos perviven en las memorias de los vivos, al menos durante un par de generaciones. Ese yo cartesiano autosuficiente y adánico es la ilusión de un "self" mucho más dependiente de lo que Descartes suponía (incluida la su dependencia de la tradición escolástica, por supuesto, 'si fallor, sum' que dijo San Agustín).

Tercero, porque un yo puede compartir varios cuerpos, no sólo trascendiéndose en un generoso "nosotros", sino incluso manteniendo la individualidad permeable de un yo. Se trata del fenómeno que describe Hofstadter como entrelazamiento. Mediante el lenguaje, no sólo puedo darme órdenes a mí mismo, sino que puedo convertir a otros cuerpos en extensiones flexibles del propio, como saben todos los sargentos y publicistas del mundo. Mi yo no está sólo conectado a mi cuerpo, sino también al cuerpo de otras personas. Las almas se entrelazan y fusionan. Cabe incluso imaginar que dos o más cuerpos compartan un único yo. Hofstadter cita el caso de las gemelas Chaplin, Greta y Frida. Parecen actuar como si fueran una, colaboran cuando hablan, una empieza y otra acaba la palabra o la frase, o hablando a la vez, con un desfase apenas perceptible. Las personas que las han tratado sugieren que la táctica más natural es considerarlas como una única persona.


El fenómeno de la fusión de almas no es raro en las parejas bien avenidas que viven juntas durante decenas de años. Sus almas son como dos gotas de agua que se funden en una sola, en un alma de nivel más alto, donde uno más uno es igual a uno. Por eso, a veces, si una fallece, la que queda no es capaz de suturar la herida y arrastra hasta la tumba el hueco doloroso que dejó la otra, ahora aparentemente inerte.

jueves, 14 de febrero de 2013

¿ INTELIGENCIA EMOCIONAL Y AUTOESTIMA ? NO, GRACIAS


Escrito por Luis Roca Jusmet
 
 El término autoestima no me gusta. Autoestima quiere decir quererse. ¿ Quién se quiere y quién no se quiere ? Es difícil de decir, a veces la autocompasión es una forma de quererse... En todo caso podría significar querer la imagen propia con lo cual nos remite al peligroso mundo del narcisismo. Sociólogos brillantes como Richard Sennett ya nos han advertido de su naturaleza destructiva

 
  


viernes, 8 de febrero de 2013

EL PROBLEMA CUERPO/MENTE : NI DUALISMO NI MONISMO




Escrito por Luis Roca Jusmet



   Antonio Damasio, reconocido neurólogo con una buena formación filosófica, reivindica a Spinoza después de criticar a Descartes. Damasio mantiene que a la luz de lo que sabemos hoy del cerebro no es posible mantener una postura dualista como la de Descartes. Sostiene que quien conoce lo que dice la neurociencia y defiende una postura dualista ( como si mente y cerebro-cuerpo fuesen dos realidades independientes) lo hace por motivaciones religiosas. Así, es la fe católica la que llevó a destacados neurocientíficos como John Eccles a defenderlo. 

 

  En todo momento hay una explicación paralela de los procesos cerebrales que sustentan cada proceso mental o consciente. Aquí nos encontramos entonces con una cierta ambigüedad que se manifiesta en la última nota del apéndice final, que trata sobre la equivalencia entre mente y cerebro. La ambigüedad reside en que Damasio acepta la identificación entre los dos términos como haría un materialista reduccionista pero al mismo tiempo sigue manteniendo el término mente cómo de una realidad diferente al cerebro. Aquí parece acercarse más a las teorías emergentistas que aunque consideran que el cerebro y las actividades neuronales son la base física de la mente, los estados mentales no pueden reducirse a los anteriores. Pero en el fondo Antonio Damasio sigue manteniendo un materialismo reduccionista. Damasio nos da una imagen muy interesante del cerebro: es como una estructura física, donde cada elemento ocupa un lugar que está relacionado con otros, en la que se teje una red neuronal. Como bien nos dice, la gran paradoja del cerebro humano es que es al mismo tiempo universal (la organización y los patrones de conexión neuronal siguen unas pautas con pocas variaciones) y singular, ya que cada cerebro es distinto entre un humano y otro gracias a nuestra plasticidad neuronal. El ser humano es un cuerpo y lo es en el único mundo real, que es el físico. La mente es una imagen del cuerpo que tienen los animales que tienen memoria y emociones. La conciencia es un nivel superior de la estructura cerebral, que tenemos los humanos exclusivamente (que se sepa, por lo menos) y que nos permite una idea del cuerpo. Para Damasio la conciencia es el resultado de una combinación de determinados circuitos cerebrales capaces de unir las percepciones con los recuerdos, que se mantiene porque tiene una función evolutiva.

domingo, 3 de febrero de 2013

MICHEL SERRES, FILÓSOFO DEL PLANETA


Autora Ana Azanza


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Presento en este vídeo a Michel Serres (1930), filósofo, marino, historiador de la ciencia, deportista, amante de los grandes espacios, sean desiertos, sean las cumbres del Himalaya. Profesor en universidades de los cinco continentes, fiel a su idea de que un docente que no ponga en contacto su saber con todas las culturas y sensibilidades sería hoy profesor a medias. La ciencia está mundializada, pero también la enseñanza, por eso lleva más de 30 años en Stanford y se ha paseado por Sudamérica, Sudáfrica, India, Corea. Ha experimentado que lo que en unos países se entiende con una explicación de un minuto en otros se necesita una hora, es decir, sabe muy bien que el hombre con h mayúscula de la filosofía no existe.