Para Juanfra Cordero Poyatos
Ningún cuerpo puede sostenerse en la eternidad, pues sin duda esta infinitud o luz perpetua de lo eterno es la dimensión temporal –o, mejor dicho, intemporal– que corresponde al espíritu, porque ningún cuerpo puede desenvolverse vivo en lo eterno. Y sin embargo, no podemos negar que los humanos han tenido una cierta intuición de qué pueda ser lo sempiterno, y padecen el anhelo y la ambición de lo que pueda existir siempre.
A parte de como existencia permanente, lo eterno puede ser pensado como ausencia de tiempo, como duración infinita, como retorno cíclico y hasta como experiencia humana... Tanto en la Cábala como en la Gnosis, la eternidad se identifica con un Dios oculto o Padre ignoto (Páter agnostos) del que emanan espíritus buenos y maléficos (devas).
Parménides entendió el Ser como eterna esfera compacta, en el sentido de no nacida e imperecedera, "nunca fue ni será pues es ahora, todo a la vez, uno en sí mismo y continuo" (fr. 8). Tal concepción de la realidad hace ininteligible el devenir de las cosas y de la vida, su mutabilidad. El movimiento no sería sino una ilusión y las aporías de Zenón, presunto seguidor de Parménides, no harían otra cosa sino ratificar la irracionalidad del movimiento. La razón analítica parte del Principio de identidad y de no-contradicción y detiene con ello el flujo de lo real imponiéndose la fórmula A = A. Pero la identidad sólo puede establecerse sobre la base de la negación del tiempo, ya que es un hecho que A deviene, cambia, deja de ser A para se otra cosa, igual que las especies se transforman y las estrellas mudan o estallan.
Platón por su parte no niega el tiempo, pero lo hace depender de su principio ideal como "imagen móvil de la eternidad". La eternidad es así la esencia inmóvil del tiempo. El mundo sensible está sujeto al cambio y al tiempo, pero el mundo de las ideas es eterno e inmutable, como las fórmulas matemáticas, y tal realidad esencial garantiza la estabilidad de la ciencia. El ser humano participa de la eternidad a través de su recuerdo (anamnesis) de las verdades ideales.
El mundo físico de Aristóteles es eterno, al menos el mundo supralunar que brilla admirable por encima de la órbita de la luna. Aristóteles no supo o no pudo constatar que también las estrellas nacen, evolucionan y fenecen más allá de la luna, Aristóteles supone la eternidad de los astros, que participan de un quinto elemento, una "quinta esencia" inalterable, el éter, y no sólo de aire, fuego, tierra y agua. Para el Estagirita, la eternidad no es tanto la supresión del tiempo sino su incansable duración. Este universo existe y existirá siempre. porque no es admisible un comienzo absoluto para la realidad natural.
Para Aristóteles el tiempo es una propiedad del movimiento. Se ha hecho célebre su definición: "Pues esto es, en efecto, el tiempo: el número del movimiento según el antes y el después." (Física, IV, 11, 219b1-2). Kant tendrá muy en cuenta esta concepción al derivar el número (y la aritmética) de la intuición del tiempo, es decir, del orden de la sucesión: primero el uno, luego el dos, etc.
En su Historia del tiempo, Stephen Hawking felicita a San Agustín por haber acertado al decir que el tiempo no ha existido siempre. En efecto, en sus Confesiones, el padre africano de la Iglesia reflexiona sobre la naturaleza del tiempo en su relación con la eternidad divina. La eternidad es tema central en su filosofía y teología, íntimamente ligada a su comprensión del tiempo y de la naturaleza de Dios. Para Agustín, la eternidad no es simplemente una extensión infinita del tiempo, sino una realidad radicalmente diferente y superior.
Por una parte, es un atributo divino que se expresa en la característica fundamental de su inmutabilidad. Dios es eterno en tanto que inmutable, sin principio ni fin, sin pasado ni futuro, pura presencia (como el Ser de Parménides), simultanidad y completitud. Dios es perfecto. La eternidad es así la plenitud del ser, la posesión total y simultánea de la vida perfecta. En Dios no hay pues sucesión ni devenir, sino una integridad sin muda, inagotable. Como en Platón (Agustín consideraba a los neoplatónicos como los filósofos más próximos al espíritu del cristianismo), la eternidad es el fundamento del tiempo, pues el tiempo fue creado por Dios junto con el mundo. Antes de la creación (como antes del big-bang) no existía el tiempo, que surge con la creación de las criaturas mudables.
Para San Agustín hay una diferencia radical entre la eternidad y el tiempo. Este presenta un antes y un después, mientras que en la eternidad todo es simultáneamente, todo en ella se presenta a la vez. El tiempo está ligado al cambio y la mutabilidad, mientras que la eternidad es la esfera de lo inmutable, lo que permanece siempre idéntico a sí mismo (como el logos o la ratio estoica). El tiempo puede ser medido por el movimiento y el cambio. La eternidad es inconmensurable; siendo el fundamento del tiempo, no está sujeta a medida temporal alguna.
La creación, según San Agustín, no fue en el tiempo, sino con el tiempo. Dios no creó el mundo en un momento específico, porque antes de la creación el tiempo no existía. Esto resuelve la paradoja de qué hacía Dios antes de la creación, porque no había un "antes". Las criaturas, al ser mutables, existen en el tiempo, de ahí su contingencia. Su ser está marcado por el pasado que ya no es, el futuro que aún no es, y un presente fugaz que constantemente deviene en pasado. El tiempo es para las criaturas una forma de imperfección y limitación, en contraste con la perfección y esplendor de la eternidad divina.
En sus Confesiones, Agustín reflexiona sobre la relación del alma o de la mente con el tiempo, llegando a la conclusión de que el tiempo existe en la conciencia, como una "distensión del alma" (distentio animi). Medimos el tiempo a través de nuestra memoria del pasado, nuestra atención al presente y nuestra expectativa del futuro. Estas tres facultades del alma son las que nos permiten percibir y medir el fluir temporal. El alma humana, creada a semejanza e imagen de Dios tiene una natural y profunda aspiración a compartir la eternidad divina, trascendiendo la fugacidad y limitación del tiempo. Tal aspiración encuentra su plenitud en la unión con Dios, el Ser eterno e inmutable. La vida eterna, prometida a los creyentes, es una participación en la eternidad divina.
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Recuperando arcaicas concepciones del tiempo, Nietzsche desarrolló su idea del "eterno retorno de lo mismo". En efecto, si el tiempo es infinito, o eterno, y las cosas o los elementos del universo son finitos, las mismas combinaciones de hoy se han repetido o se repetirán. Nietzsche deriva un corolario vitalista de esta especulación visionaria que recuerda al amor fati de los estoicos: "vive como quieras vivir eternamente y acepta lo vivido, incluso los errores cometidos, como inevitables". La eternidad es así retorno cíclico, como el de las estaciones. Antes que Nietzsche, también Giambattista Vico defendió una concepción cíclica, y eterna, de la temporalidad hstórica.
En su obra El irrealismo (2002), Enrique Pajón Mecloy comenta la fórmula niezcheana de "La Vuelta eterna" como una figura más de la "irrealidad autocreada", que tiene como base o como abismo sin fondo, la libertad y responsabilidad del hombre, de una conciencia que se descubre libre más allá del bien y del mal o cuando estos han quedado sin fundamento por la muerte de Dios. La conciencia solitaria descubre entonces su mayor logro a la vez que su mayor desamparo, una conciencia que no puede ocultarse a sí misma la muerte como inevitable destino y busca, por tanto, como los iniciados de Eleusis o los héroes de las tragedias griegas, un remedio o manera de atenuar el miedo que la certeza de la muerte conlleva...
"La doctrina del eterno retorno de lo mismo, descabellada como intento de solución verdadera en el plano cósmico, cobra sentido en el ámbito de la irrealidad autocreada, al adquirir la forma de algo así como una eternidad intemporal, como una pensada superación del fluir en el tiempo."
Para Enrique Pajón está claro el fondo artístico –nosotros diríamos "esteticista"– que anima una poética como la del filósofo alemán. La idea de salirse de los propios límites y contactar con la intemporalidad, imaginado un eterno retorno válido, tan sólo al nivel de la conciencia, tiene su claro precedente en el pensamiento trágico y muy particularmente en la tragedia griega anterior a Eurípides.
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Probablemente, la concepción que más puede interesarnos en este blog (porque busca vincular armónicamente cuerpo y espíritu), sea la de la eternidad como experiencia humana, tal vez como experiencia límite o vivencia especialísima. A este respecto es interesante la breve alusión a la eternidad de Wittgenstein en su Tractatus logico philosophicus cuando trata de la ética y la muerte...
"La muerte no es ningún acontecimiento de la vida. La muerte no se vive. Si por eternidad se entiende no una duración temporal infinita, sino intemporalidad, entonces vive eternamente quien vive en el presente." (6.4311).
"Y todo esto muy grande, muy eterno, definitivo para siempre, de la estatura única de Dios, allá en el fondo triste y somnoliento de la realidad última de las cosas" (255).
- Ilustraciones de Eugenio d'Ors, Gnómica. Aforismos ilustrados, Sevilla 2019. Los dibujos son del mismo D'Ors.