lunes, 26 de febrero de 2024

EXTRAÑOS BUCLES ANIMADOS

 

Puede ser arte



Hijo de un premio Nobel ("de casta le viene al galgo"), Douglas Hofstadter es un científico que saltó a la escena internacional con su obra Gödel, Escher, Bach. Un eterno y grácil bucle (1979, premio Pulitzer). En Yo soy un extraño bucle explora el complejo concepto del Yo (alma, identidad personal), es decir, el misterioso secreto de nuestra consciencia, desde un punto de vista científico, o sea, desde el "saber probado". Desde un bagaje multidisciplinar, ambiciona investigar cómo es posible que lo que la tradición llama "alma" pueda surgir de la materia inerte. El hecho es que desde la sopa de partículas, ascendemos a una selva de neuronas y glías, y desde ellas, a una red de abstracciones y símbolos por medio del lenguaje. El más complejo y trascendental de los símbolos es el Yo, que los anglosajones, tan individualistas ellos, escriben siempre con mayúscula: I, y que Hofstadter piensa como un extraño bucle de realimentación y autorreferencia, capaz de tomar las riendas sobre el cuerpo y ejercer una causalidad espontánea sobre el mundo, a la que llamamos impropiamente "libre albedrío", noción esta que Hofstadter, al final de su libro, rechaza, al suponer que el movimiento de la carne ("no es la carne, es su movimiento", la danza de los síbolos dentro del cráneo) está siempre motivado por un conjunto de deseos, siendo así que nuestro comportamiento depende y está determinado por el deseo más fuerte, es decir, Hofstadter afirma que nuestro arbitrio no es libre.

El autor se siente fascinado por el hecho de que un fragmento de materia sea capaz de pensar por sí mismo o -como escribió Jorge A Krieger- pueda saberse y sentirse siendo. Desde luego, algo muy extraño tiene que ocurrir dentro de un cráneo lleno de moléculas para que surja el alma, esa luz interior, esa identidad humana única, el YO. Y debe de ser especialmente extraño para alguien habituado a pensar que en el mundo no existen más fuerzas que las cuatro básicas: gravedad, electromagnetismo y las dos nucleares (fuerte y débil).

Lo cierto es que en nuestra vida práctica de temores y esperanzas, creencias e ideas, planes y fracasos, los niveles inferiores que hacen posible la consciencia resultan irrelevantes, porque la potencia causal de un ideal o de una creencia resulta una fuerza operacional tan real o más que la de una molécula. Hofstadter llama a eso "la curiosa irrelevancia de los niveles inferiores". Los resultados macroscópicos parecen independientes del ajetreo microscópico de neuronas y sinapsis. Las neuronas no piensan, sino que es el Yo el que piensa. No extrañe que esa fuese la primera evidencia de la consciencia cartesiana, ese "pajaro enjaulado".

No obstante, esa consciencia ha emergido gradualmente y bajo presión evolutiva de patrones complejísimos físico-químicos sujetos a una dinámica matemática precisa. De esto modo, el epifenómeno de la consciencia, que también se da en grados en otros seres vivos, se hace cargo de los fenómenos neurológicos usando símbolos, representándose voluntariamente recuerdos, analogías, etc. Desde su tarima, el Yo puede evocar ideas que se agrupan y dan lugar a otras ideas. Ese Yo proyecta, gestiona deseos y usa un lenguaje finalista que alberga intenciones.

Por mucho que digamos Yo, Yo..., o lo escribamos con mayúsculas, es difícil refutar la idea de que nuestro Yo, o nuestra alma, sea sólo un "extraño bucle", una ilusión refleja, simple producto del proceso físico de un cerebro que se enfoca a sí mismo, efecto de la reflexión o recursión de su actividad. Este es el punto de vista de Hofstadter: El Yo, como estructura simbólica reflexiva, no nos pertenece en exclusiva. No es disparatado que el perro doméstico, un chimpancé o un niño, tengan también ciertas representaciones más o menos difusas y discontinuas de sí mismos. También los humanos inteligentísimos pierden el sentido del Yo cuando duermen o se absorben en una tarea de máxima concentración o en un espectáculo que les distrae intensamente. Distraerse, como divertirse, es olvidarse de uno mismo, y así descansa, se relaja el cuerpo cuando el Yo vaca o es olvidado. Por otra parte, nadie nace con un Yo, este emergió como resultado de los innumerables sucesos que le ocurrieron a un cuerpo y al cerebro alojado en él. Un "mito auoalimentado", ¿creado de la nada?, una "alucinación alucinada por una alucinación". Sin embargo, dejar de creer por completo en el yo es imposible, por mucho que ensayemos su deconstrucción, como ciertas místicas orientales, porque resulta indispensable para la supervivencia. Necesitamos nuestros yos para ser. La paradoja -que Hofstadter no soslaya- es que la cosa más valiosa que poseemos, aquella a la que atribuimos la máxima dignidad, la persona que nos sentimos ser, sea una alucinación o un espejismo.

El hecho de que en nosotros se produjese un trascendental cambio evolutivo que amplió nuestro sistema de categorías y símbolos con un potencial infinito de extensión explica que la instrospección del Yo -los senderos del alma, como sentenció Heráclito- carezcan de límite: "Los límites del alma no los hallarás andando, cualquier camino que recorras; tan profundo es su fundamento (lógos)" (fr. 754 Los filósofos presocráticos, vol. I, ed. Gredos 1978). Entiende el exégeta que por límites del alma piensa Heráclito su nacimiento y muerte. "Pero su 'fundamento' o 'sentido' van más allá de ellos" (Conrado Eggers y Victoria E. Juliá, ed. cit.). Heráclito dejó claro el vínculo de alma y cuerpo mediante la analogía de la araña con el alma y la telaraña con el cuerpo: así como la araña acude solícita al lugar en que una presa rompe su tela, el alma del hombre se apresura al lugar en que el cuerpo ha sido dañado, al que está unido de modo firme y proporcional. Y podríamos decir que intuye su recursividad: "Propio del alma (psyjé) es un fundamento que se acrecienta a sí mismo" (Herácilto, fr. 844, ed. cit.).

Cuando volvemos la atención sobre nosotros mismos o cuando recorremos esos vastos palacios y laberintos de la memoria -que decía San Agustín-, pues el hombre, más que racional es "animal memorioso" (Ortega), el cerebro produce un modelo o patrón extraordinariamente profundo e intrincado. Según Hofstadter, este modelo de nosotros mismos es lo que conocemos como el Yo. Es lo más real para cada uno de nosotros, nuestro propio ser. Mi nariz, mi ombligo, mi mal humor, mi pasión por la música, mi cuenta bancaria, mi casa, mis amigos... lo que todo eso tiene en común es el concepto 'mi'. A esta representación, aun abstracta, en su forma adjetiva o sustantiva, le concedemos más certeza que a cualquier otra, por mucho que sea intangible como un arco iris, huidiza como una liebre, tal vez perfectamente ilusoria. Pero lo cierto es que mi cuerpo está a las órdenes y a merced de mi etéreo Yo, por ejemplo a merced de mi esforzado y hasta mortificante empeño de hacerle subir a una montaña o de estudiar una factura de la compañía eléctrica.

Que el Yo sea un epífenómeno de la actividad del cerebro en conexión con el cuerpo (como una araña en su tela) significa que es el resultado aparentemente unitario de muchos sucesos diminutos e inadvertidos, una ilusión a gran escala, holística, provocada por muchos sucesos reales. Es verosímil que varios yos o complejos yoicos compitan patológicamente en la mente bipolar o multipolar de un esquizofrénico. El Yo es un conjunto más o menos coherente (con lagunas, traumas, fisuras...) de recuerdos, deseos, creencias, ideas, intenciones, propósitos, objetivos..., que pone el cuerpo en marcha ("voy a lavarme las manos"), llega a ser, por encima de los instintos (o muñones de instintos) el motor primo que provoca o inhibe actividades vitales.



¿Cómo puede ser que esa casi-cosa se muestre tan poderosa si no existe, si es una mera ilusión? El discurso de Hofstadter oscila entre negarle sustancialidad al alma y reconocerle máxima realidad. Para él, el Yo o la consciencia es real como un tipo peculiar de bucle abstracto, extraño y autobloqueado dentro del cerebro, aunque sin una localización precisa. Un "bucle extraño" es un círculo de realimentación paradójico en el que existen saltos de nivel, como en las Manos dibujando de Escher. El cambio de nivel es el que se da del dibujo al dibujante, de la imagen (icono) al artista, pero en la litografía del artista la regla es violada, pues cada una de las manos dibuja a la otra... ¡Una trampa fantástica! Disfrutamos cayendo en ella. Es una ilusión, pero existen bucles extraños -como la conocida realimentación de audio- que no son ilusiones. Este es el caso de nuestros Yos, ilusiones necesarias e inevitables.

Hofstadter está fascinado por la misteriosa naturaleza de la mente humana, más concretamente por la relación entre lo que nos permite pensar, creer, sentir, imaginar, recordar... y el mecanismo de base. Igual que existen proposiciones verdaderas que son indemostrables (Gödel) existe la libertad del Yo, su espontaneidad (auto)creativa, aunque (porque) no podemos pesar el Yo ni calcular sus medidas o el color de sus características (si fuese todo carácter y no sólo temperamento). Una criatura capaz de pensar no sabe nada de su sustrato físico, el cual hace posible el pensamiento. No obstante, sabe mucho de la interpretación simbólica del mundo (empezando porque tiene su mundo) y conoce intimamente (más o menos) lo que denomina Yo.

Y es que estamos hechos para percibir las cosas grandes en vez de las pequeñas, aunque el dominio de lo diminuto y microscópico sea, según parece, el ámbito espacio-temporal en el que se hallan los verdaderos resortes de la realidad. El lenguaje de la mente (psique) tiene poco con ver con la jerga de los neurólogos. Maneja símbolos y abstracciones muy diferentes de los que maneja el físico, conceptos mentalistas como jefa, amor, celos, culpa, envidia, deudas, ofensas, trabajo, fiesta, año, dueño, médico, autoridad, justicia, libertad, gracia, héroe, víctima..., términos de alto nivel que hemos manejado durante miles de años antes de que supiéramos de nucleóticos y aminoácidos. Los Yos protagonizan sucesos macroscópicos sin conocer qué sucesos microscópicos los hacen posible, dichos sucesos sólo son la conditio sine qua non de lo que hacemos, pero no su sentido (otro concepto mentalista). Allá abajo, dentro del cráneo, en el interior del cuerpo que no vemos y apenas sentimos, no hay significados ni secuencias semánticas, sólo un astronómico número de moléculas sin alma inmersas en una frenética y permanente actividad sin sentido, que responde a extrañas fórmulas matemáticas, de las que no están ausentes los números irracionales y se complican con la mecánica cuántica. Intuimos, eso sí, que nuestro deseo y propósito de pasear, y la orden operativa de hacerlo, causan procesos complejísimos en células nerviosas, músculos, glándulas, articulaciones y huesos.

La palabra "Yo" es útil para representar o imaginar (Kant concedió un poder trascendental a la imaginación en su Estética), para recordar y postular la supuesta unidad, coherencia interna y estabilidad temporal de todas las expectativas y deseos que residen -no sabemos cómo- en nuestro propio cerebro (que el yo puede desarreglar definitivamente mediante un disparo a la cabeza). Subrayo "propio", que indica que es mío, que tengo un cuerpo, y no sólo que lo soy. ¿De dónde proviene la persistencia tenaz de esa "ilusión"? Creo que esta pregunta es análoga a la cuestión "de dónde viene el hambre", sólo que a otro nivel muy superior. Por supuesto, el Yo no es un ente físico identificable, localizable, extraíble, tangible..., aunque pueda ser "manipulado" en un sentido social y psicológico. Es una abstracción que nos parece casi palpable. El Ego -afirma Hofstadter- es el símbolo más complejo de mi cerebro. Nace simple, pequeño e inconstante, pero crece -a veces demasiado- hasta convertirse en el complejo estructurado más importante y, por decirlo así, en jefe o dueño de todos los demás complejos mentales. Se trata de una meta-entidad holística, global, que abarca y parece mandar en todas las demás estructuras sinápticas o sinérgicas.

El Yo es este autosímbolo en un inmenso almacén mnémico que incluye no sólo episodios de lo que me ha sucedido, sino también de lo ocurrido a otros, que pueden ser personajes de ficción, de noticias, y eso a lo largo de décadas. La capacidad de hacer parcialmente nuestra la interioridad (conciencia) de otros seres es lo que diferencia a criaturas con almas grandes (muchas consciencia) y criaturas con almas pequeñas o ninguna. Los mosquitos, por ejemplo, no poseen conciencia, ni consciencia o alma. Para Hosftadter son autómatas voladores y chupadores de sangre más parecidos a diminutos misiles de infrarrojos que a seres dotados de alma.

El Yo de los seres con alma grande, como sujeto operativo o agente causal, escudriña además con notable intensidad las posibilidades que ofrece el mañana imaginado, gracias a su fiel servidora: la imaginación, verosímil o fantasiosa. Ese gran Motor del Yo nos parece raíz de todas nuestras decisiones, con intenciones propias, tan imprescindible porque "no puedo vivir sin mí". Y el Yo de un físico de partículas no está menos arraigado que el de un novelista o el de una estrella del Pop.

Hofstadter cree que se trata de un bucle de autorrepresentación, efecto de un mirarse el cerebro en su espejo, alimentado en su origen por el afecto que produce en otros, que también le sirven de espejo. Esa imagen de nosotros mismos puede estar idealizada (alta autoestima) o, por el contrario, deprimida (baja autoestima); no se trata de algo estático, sino que deviene en permanente metamorfosis, aunque con la madurez se produce una especie de convergencia estabilizadora. La mejor metáfora del yo es la estructura de fórmulas autorreferentes que Gödel descubrió en el aparentement estéril universo de los Principia Mathematica de Russell y Whitehead. La identidad puede pensarse también como una Gestalt con forma de espiral, que notamos a través de procesos de categorización, repetición mental, reflexión, confrontación de hipótesis, comparaciones, analogías, juicios...

¿Cómo es posible que la consecuencia, el epifenómeno yo, acabe siendo más fundamental que su fundamento corporal? ¿Cómo es posible que sea una ilusión la que ordene lo real? Parece abrirse un abismo infranqueable entre mente y materia, similar al que algunos atribuyen a la oposición sensible / inteligible, percepción / idea, en la dialéctica platónica, un corte entre los términos fisicalistas y los mentalistas, el lenguaje científico y el práctico de todos los días, de nuestra vida en el mundo. Lo cierto es que postulamos inevitablemente la existencia de una realidad personal emergente que ejerce una causalidad inversa en el mundo, ya que el Yo es una potencia genuina que posee poder causal.



COMUNIÓN DE ALMAS


El Yo es ambiguo y posee un carácter deíctico, todos dicen yo, pero no subsiste solo ni aislado. Decimos yo y somos Yos en comunicación. Somos también un nosotros, pero una enorme red de convenciones lingüísticas y culturales insisten subliminalmente en que somos una única persona, un indivisible e indisoluble sujeto cartesiano, oponiéndose a que imaginemos cualquier tipo de mezcla, superposición, solapamiento o uso compartido de almas. Y es posible que el Tú sea más genuino y originario que el Yo y este se constituya por interiorización del proceso familiar de comunicación social -como afirmó G. H. Mead. A este respecto, Hofstadter habla de un entralazamiento lingüístico o simbólico de almas:



"Las cosas se complican cuando el lenguaje entra en escena. Es por encima de todo, a través del lenguaje como nuestros cerebros pueden ejercer una buena dosis de control indirecto sobre los cuerpos de otros seres humanos, un fenómeno muy conocido, no sólo por los padres y los sargentos de instrucción, sin también por los publicistas, los políticos y los adolescentes caprichosos. Mediante el lenguaje, los cuerpos de otras personas se pueden convertir en extensiones flexibles de nuestros propios cuerpos. En este sentido, mi cerebro está conectado al cuerpo del lector al igual que lo está al mío propio: lo que ocurre... es que no está cableado a él. Mi cerebro está conectado al cuerpo de quien lee estas líneas a través de canales de comunicación que son mucho más lentos e indirectos que los que lo conectan a mi cuerpo, por lo que el control es mucho menos eficaz.
"Por ejemplo, se me da mucho mejor escribir mi firma con mi propia mano que tratar de que alguien la dibuje a base de explicarle los mil y un detalles que yo ejecuto fluida e inconscientemente cada vez que valido el ticket en la caja del supermercado. Pero, a la luz de lo anterior, la idea inicial de que exite una distinción fundamental y absoluta entre cómo está conectado mi cerebro a mi propio cuerpo y cómo lo está a los cuerpos de otras personas parece un tanto exagerada. Está claro que hay una diferencia de grado, pero no tanto que exista un abismo entre las dos.
"¿Hasta donde hemos llegado en lo relativo al entrelazamiento de almas?" (1)

¿Cabría imaginar dos o más cuerpos que compartieran un único yo? Hostadter recoge el caso de las gemelas Chaplin, Greta y Fedra, que vivían juntas durante su cuarentena y parecían actuar como si fuesen una. Greta termina la frase que comienza Freda, o al contrario. Algunos consideran que es posible considerarlas como una sola persona. Muchas ceremonias nupciales sugieren el propósito de una "fusión de almas", como cuando dos gotas de agua se tocan y confunden en una sola, demostrando que a veces uno más uno es igual a uno.

Hofstadter alude con elegíaca franqueza a su esposa, Carol, que falleció repentinamente de un tumor cerebral en 1993 con 42 años, dejando huérfanos a los hijos de ambos, Danny y Monica, con cinco y dos años, muerte inesperada que le dejó destrozado. Lo hace para referir la empatía entendida como compenetración entre almas, gracias al sentimiento de metas compartidas que conduce a una identidad común de mayor nivel o, al menos, a un solapamiento. Douglas y Carol compartían un único anhelo de ver crecer a sus hijos, y ahora "aunque ella hubiera muerto, ese núcleo central suyo seguía allí, sólo que ahora vivía de forma clara y decidida en mi cerebro" (Cap. 16: "Frente al mayor de los misterios").

Somos capaces de representarnos el sentido del Yo de otras personas, sobre todo de aquellas con las que convivimos íntimamente y con las que hemos compartido multitud de vivencias y recuerdos comunes; capaces de ver el mundo desde otro punto de vista que no es el propio, pero que hacemos propio... "Sentimos la soledad de dos -escribe Blas de Otero- y una cadena que no suena, ancla en Dios almas y limos". Y Márgara Saenz: "Entonces éramos nosotros; no tú, no yo. Me quiérote / te gózame, me amándonos, decíamos" (2).

Como ferviente partidario del carácter no centralizado de la consciencia (o sea del pensamiento), Hostadter tiene a creer que, aunque la consciencia de cualquier individuo resida ante todo en un cerebro concreto, está de algún modo presente también en otros cerebros y, así, cuando el cerebro principal desaparece, diminutos fragmentos de ese individuo continúan vivos, como un patrón disperso de, v. gr., "Carolidad" (de Carol)... El poeta Pedro Salinas celebra alegremente el sentirse vivido por otra persona, el "rendirse a la certidumbre, oscuramente, / de que otro ser, fuera de mí, muy lejos, / me está viviendo"... "Hay otro ser por el que miro el mundo / porque me está queriendo con sus ojos. / ... hay otra voz con la que digo cosas / no sospechadas por mi gran silencio"... "Y cuando ella me hable / de un cielo oscuro, de un paisaje blanco, / recordaré / estrellas que no vi, que ella miraba, / y nieve que nevaba allá en su cielo".

Cada persona es el punto de vista de una psique, una perspectiva borrosa y extensible a otras psiques: un conjunto de explosivas asociaciones emergiendo de un enorme banco de recuerdos que a lo largo del tiempo puede ser asimilado por alguien más. En analogía con la máquina universal de Turing, capaz de interpretar, computando, un conjunto de datos que describe su propia estructura, Hofstadter entiende a los seres humanos como máquinas universales de una clase diferente. La universalidad representacional significa que podemos importar ideas y acontecimientos sin haber participado directamente en ellos. Reconoce que existe un abismo insalvable entre los seres humanos y el resto de las especies vivas de este planeta. Algo que nos sitúa aparte y que nos hace únicos, que es precisamente la superación del umbral representacional mediante un repertorio de símbolos de un sistema que se hace ilimitadamente extensible. Tenemos la capacidad de modelar dentro de nosotros mismos otros seres con los que entramos en contacto, toscos modelos de seres con los que topamos, aunque sea brevemente, y podemos también refinar esos modelos e incluso inventar seres imaginarios, como hacen los novelistas. A ese horizonte mágico que cruzamos en algún momento de la evolución desde los antiguos primates le llama "umbral de Gödel-Turing". Por haberlo cruzado anhelamos meternos en la cabeza de otra personas, "mirar el mundo" desde otros ojos, fagocitar las experiencias de nuestros semejantes. Tal universalidad representacional dista poco de la empatía, que Hofstadter considera la más admirable virtud de la humanidad. Representarnos como otra persona (identificarnos con ella) no es sólo un ejercicio intelectual, sino que supone adoptar sus valores, asumir sus deseos, vivir sus esperanzas, sentir sus anhelos, compartir sus sueños, estremecerse con sus temores, formar parte de su vida y, en fin, fundirse con su alma, por eso, tal vez, toda ética se funde en la compasión, capaz de abarcar a todas las criaturas vivas.

La conexión entre dos cerebros puede distar de tener este sentido favorable del amor de dos esposos bien avenidos, es el caso de los fenómenos llamados de "manipulación" o de "lavado de cerebro", en los cuales alguien -dependiente emocional de otra persona- consiente o no puede evitar que otra se introduzca en su cerebro como alienígena invasor y que, hasta cierto punto, asuma el control y maneje a su víctima para ajenos propósitos. Podríamos hablar de una consciencia vampirizada o alienada. El vampiro hace que afloren en la conciencia de su presa imágenes, fantasías, ideas, asociaciones, incluso falsos recuerdos, que de ordinario no emergerían. Las figuras del confesor, del educador, del orientador, del terapeuta, que se suponen beneficiosas para el sujeto pasivo, comparten con el manipulador, el líder sectario y el maltratador, la misma oportunidad de cambiar su estilo de vida, su forma de contemplar el mundo o de integrarse en él. En cualquier caso, es cierto que nuestro Yo, para bien o para mal, está siempre poblado hasta cierto punto de otros yos y otras almas. En este sentido cobraría una verosimilitud curiosa la sensación del cristiano fervoroso de sentir dentro la presencia de Cristo... Toda personalidad tiene algo de collage, de extraña burbuja que crece como en la espuma acumulando tics, frases, bromas, melodías, esperanzas y temores, ideas y creencias, costumbres y reglas, de otras personas, lo ajeno se va fundiendo con/en nuestro propio yo como la cera se derrite al sol y gradualmente se convierte en parte de nosotros mismos. Por supuesto podemos ser muy selectivos y asimilar sólo aquellos rasgos que admiramos o codiciamos, pero esta selectividad discrecional también se ve afectada por nuestras anteriores asimilaciones, que en su origen fueron inconscientes, pues el recién nacido no tiene todavía un yo y el niño apenas lo tiene todavía. Así pues, cada uno de nosotros es un conglomerado de fragmentos de almas de otras personas, pero dispuestos en un orden peculiar, único. Estamos determinados por las gentes que nos rodean, especialmente por las que están más cerca. 

Por supuesto, no podemos importar las interioridades de otros en representaciones de tal resolución, profundidad y exactitud como nuestra propia autorrepresentación o la que ellos tienen de sí mismos. Frente al "pájaro enjaulado" como metáfora del alma en el cráneo o del yo sustancial de Descartes, Hofstadter propone la consideración del cerebro adulto como una "máquina" representacional universal que alberga no sólo el extraño bucle que constituye la identidad de la persona asociada al cerebro, sino muchos patrones en forma de extraño bucle que son copias de baja resolución de los bucles extraños primarios que se alojan en otros cerebros. De este modo, lo cierto es que podemos estar en varios sitios al mismo tiempo y disfrutar a la vez de varios puntos de vista gracias a la empatía... "El epítome del 'yo' -el sentido de la identidad personal-, en realidad sólo emerge si ese 'yo' va acompañado de un sentido de otros 'yos' a los que el sujeto esté vinculado mediante lazos afectivos". Son los amigos. La soledad del yo entraña por eso su disolución o su locura.

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Michael Starks critica duramente a Hofstadter declarando acerca de I am e Strange Loop que es "el último sermón de la iglesia del naturalismo fundamentalista", que mezcla impropiamente problemas científicos reales con filosóficos. Según Starks, que se fundamenta sobre todo en Wittgenstein y acepta el punto de vista de Searle, Hofstadter no ve el lazo o "bucle" más extraño de todos: que usamos también nuestra consciencia, el yo y la voluntad, para negarnos a nosotros mismos. De hecho, Hofstadter niega el libre albedrío; cree que es un mito. Por supuesto, el yo toma decisiones que causan efectos y hacemos cosas porque queremos hacerlas y no porque nadie nos obligue a ello, pero nuestra voluntad por sí sola no basta, nuestros deseos tropiezan con obstáculos, compiten entre sí, están sujetos a presiones internas y externas, de las cuales depende nuestra trayectoria a través de ese laberinto al que llamamos "vida". Pero para Hofstadter no tiene sentido mantener que nuestros deseos sean libres, si me niego a satisfacer un deseo, por ejemplo a comer otro pastel, es porque se impone sobre dicho deseo otro más fuerte, el deseo de no engordar. Piensa entonces la decisión por analogía con un sufragio entre deseos. Nos limitamos a seguir el deseo dominante en nuestro cerebro. "Tras nuestras decisiones hay un proceso análogo a una votación".

A Starks le repugna la impugnación que hace Hofstadter de los argumentos de Searle, pues este (es famosa su alegoria de la Habitación China) niega la posibilidad de que las máquinas puedan pensar. Según Starks, Searle destruyó la "teoría computacional de la mente" y, antes, Wittgenstein se había dado cuenta de que las computadoras carecen de psicología, es decir, de intencionalidad...

"Hofstadter y Daniel Dennett dicen que el yo, la conciencia, la voluntad, etc. son ilusiones — meramente "patrones abstractos" (el "espíritu" o "alma" de la iglesia del naturalismo fundamentalista). Ellos creen que nuestro "programa" puede ser digitalizado y puesto en computadoras, que por lo tanto adquieren psicología, y que "creer" en "fenómenos mentales" es como creer en la magia (pero nuestra psicología no está compuesta de creencias -que son sólo sus extensiones- y la naturaleza es mágica" (3)
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EL DILEMA

En su epílogo, Hofstadter enfrenta el dilema: 

"o creemos que la consciencia es una mera consecuencia de las leyes físicas, o creemos que se trata de algo distinto. Y lo malo es que cualquiera de las dos opciones nos lleva a conclusiones perturbadoras e incluso, a veces, inaceptables".

El problema es -nada más y nada menos- que el de explicar como algo se convierte en un alguien o cómo un fragmento de materia y un cuanto de energía es capaz de pensar en sí mismo. Hofstadter piensa que ese alguien es un prodigio de la autorreferencia y se inclina por atribuir la impronta de la magia al frenesí de los patrones recurrentes que en nuestros cerebros se tornan en espejos de sí mismos. Hace de su tesis casi un poema:

"Y es que esos bucles gödelianos escondidos tras los muros erigidos contra ellos y esas fuerzas sobre fuerzas anidadas en la masa vacilante en la que habitan nuestros sueños son lo único real, la explicación de por qué un ente elaborado con materia inanimada se convierte en ese ser que el lector nombra con 'yo' y que es 'usted' para el autor".

En cualquier caso, el no poder ser conscientes de nuestra complejidad física, no deja de ser una ventaja práctica. No vivimos según la tinta de las letras del poema, sino según el sentido de "impredecibles poemas que se escriben a sí mismo; vagos, metafóricos, ambiguos y, en ocasiones, insoportablente bellos".


Notas

Otras recensión y comentarios a la misma obra en este blog: "Fusión de almas".

(1) Douglas R. Hofstadter. Yo soy un extraño bucle, Tusquets 2008, pg. 264.
(2) En Cien poemas de amor de la lírica en lengua castellana, Lumen, Barcelona 1987, pgs. 177 y 219. Los versos de Pedro Salinas en "Qué alegría vivir...", pg. 125.
(3) Reseña de ‘I am a Strange Loop’, Soy un bucle extraño, de Douglas Hofstadter (2007) (revisión revisada 2019), Michael Starks.

martes, 16 de enero de 2024

EL CONECTOR C DE KRIEGER

 

Juan Alberto Krieger paleando en un kayak 430

 Conservo algunos “emilios” que crucé en los años 98 y 99 con el físico y filósofo argentino Jorge Alberto Krieger Larraburu (1952-2015), en una lista (Symploké) propiciada por la facultad de Filosofía de la universidad de Oviedo, bajo la égida de Gustavo Bueno. Yo ponía objeciones a su idea de un Observador global del universo y discutía el principio antrópico de Hawking, asociándolo al relativismo de Protágoras (homo mensura) y al esse est percipi de Berkeley. He de reconocer que cuando en 2014 me envió su ensayo Ninguna serpiente puede tragarse a sí misma recordaba nuestras discusiones muy vagamente, ¡es tan frágil la memoria humana! Internet ha conseguido que desaparezca el Atlántico y que sea posible una comunicación casi instantánea entre los hispanohablantes de sus dos riberas, pero ninguna comunicación “virtual” puede sustituir la viva presencia real. No perdía yo la esperanza de conocer a Krieger personalmente, en persona y en figura. ¡No pudo ser!

He podido comprobar la continuidad de sus inquietudes en Symploké y de qué modo cuajan y se recogen en el ensayo que me invitó a prologar, lo que prueba que sus afirmaciones y conjeturas fueron resultado de una larga y profunda reflexión. Buscar un puente entre la ciencia positiva y los fenómenos de consciencia, entre la vida material y la espiritual, me parece decisiva y titánica faena; una mediación entre sujeto y objeto, mente y cerebro, puede curarnos de cierta esquizofrenia secular. Y es posible que para ello haya que hacer lo que Krieger hace: partir de la ciencia, desarrollando a partir de sus verdades probadas (aunque provisionales, falibles) hipótesis generales verosímiles: especulaciones razonables.

Para salvar el hiato entre la libertad y la causalidad positivista, entre la esponteneidad de la acción humana y el "Diablo laplaciano" (1), Krieger propone, como Popper o Penrose, un tercer mundo metafísico, del que formaría parte el conector C, responsable de la comunicación efectiva entre cuerpo y mente, cerebro y alma. El observador elige su universo al observarlo, captamos lo otro mediante destellos de ser y nada, dicha discontinuidad es la justificación física del hiato entre sujeto y objeto, entre el sí mismo y lo otro.

El principal misterio es ese “sentirse siendo” de la consciencia, como fenómeno vital irreductible. Krieger soslaya el problema de si tal consciencia es un fenómeno exclusivamente humano, aunque propone una base común para la misma en el mundo extramaterial, una esencia común intemporal, cuyo axioma principal, principio irrenunciable del cosmos es: la vida existe.



Para probar la necesidad de un conector C que hace posible la libertad del espíritu con la máquina física -es decir, el cerebro-, Krieger explota con gran rigor diversas ideas; el Principio Antrópico de Hawking (2), el Principio de Incertidumbre de Heisenberg (3), el Principio de Incompletitud de Gödel (4), así como otros formalismos generales y bien consensuados, tanto del relativismo einsteniano como de la física cuántica. Estos ponen de manifiesto el protagonismo del Observador, así como las desmedidas ambiciones de la lógica formal o del causalismo determinista (materialista) para explicar lo que somos. Nuestro universo solo puede ser comprendido como si existiese para ser comprendido, y lo observado existe para ser observado.

Parece como si el universo físico, tal y como lo concibe S. Hawking, se hubiese contagiado de la esencia técnica y el cosmos funcionase como un artefacto, cuya razón de ser es siempre la intención final del constructor, es decir, el para qué lo ha creado. Un mundo, entre otros, que evoluciona para contemplarse siendo, para arribar a la consciencia, si se me permite el galicismo. Precisamente Voltaire ironizaba sobre aquellos que querían eliminar las causas finales de la explicación de la realidad.  En su Diccionario filosófico, escribe: "Si un reloj no está hecho para dar las horas, entonces confesaré que las causas finales no son más que quimeras y me parecerá muy bien que se me llame causa-finalista, es decir: imbécil". Como afirma Krieger, la razón es un mero instrumento de cálculo, lo decisivo es para qué la usamos. Y esto, obviamente, en Ética, tiene una relevancia decisiva, por mas que la intención pueda no contar absolutamente, dada su facilidad para la falsedad y la doblez.

Lo importante es que, según Krieger, no podemos atribuir más responsabilidad a la materia que a la extramateria en la conformación de la consciencia, ni establecer una relación causal directa entre ellas sin suponer un conector C que podría adoptar consecutivamente ambos modos de ser, el de materia y extramateria, pues entre el mundo de las potencialidades y el mundo de lo devenido existe un hiato, un abismo, un infinito (el jorismós de Platón), o la barrera primigenia que nos impide la aprehensión total del ser, pero que a su vez nos resguarda del no ser.

¿Quién podrá afirmar que no se da cierta épica en el Reino de las ideas? Y es muy meritorio que, en este combate por explicarnos quiénes somos, más allá de qué somos, se combinen ambas tradiciones: la científica y la filosófica, así como el discurso explicativo con el narrativo. No es casual que el ensayo de Krieger incluya un hermoso cuento. En efecto, sólo en un multiverso de infinitas posibilidades, nuestra voluntad puede actuar como causa suficiente y creadora o, por lo menos, inventora. En todo instante, el universo se escinde en infinitas historias y cada sujeto se halla ante infinitas bifurcaciones, esta es la raíz y la angustia de la libertad. Pero no podemos buscar en la psique el origen del libre albedrío, sin caer en el determinismo, esto es, sin suponer una mediación externa o inconsciente. Por eso, la consciencia emerge de la unión de cerebro y vida (alma) mediante un conector metafísico C. El sentimiento de angustia se explica por la discontinuidad de dicho conector. La muerte es la ruptura de dicho enlace. Pero nada se pierde, el mundo extramateria se enriquece con la muerte de cada individuo. Esto último me recuerda ciertas ideas de Leibniz.

Krieger también se atreve en su ensayo a apelar, desde la ciencia y sus enigmas, a la tradición religiosa. Piensa que la insalvable dicotomía sujeto-objeto puede dotar a la fe de tranquilidad, siempre que esta se apoye en las ciencias y no dogmatice sin necesidad. Está convencido de que el desarrollo contemporáneo de las ciencias, antes que disminuir, aumenta la dimensión de Dios. No es descabellado pensar –en consistencia con la ciencia más actual- que todo es Dios o Dios está en todas partes. Tanto a la ciencia como a la religión cabe reprocharles que traten de apoyar el universo en un monismo, olvidando la potencialidad real. Ciencia y religión avanzan por la misma senda, pero en sentido contrario. La ciencia hacia el origen de la religión y la religión hacia una fundamentación cosmológica global mediante la fe. La ciencia pone en jaque a la religión, en el sentido de que fuerza su agiornamiento. Para que puedan colaborar, Krieger recomienda humildad, tanto a la ciencia como a la religión. La religión debe renunciar al dogma totalitario y socializar su doctrina; la ciencia, debe soslayar la pretensión de un cierre categorial materialista, causante eventualmente de un hedonismo grosero.

Echo de menos, en el interesante ensayo de Krieger, una explicación de la transición de la consciencia individual a la social, del “yo” al “nosotros”, del conocimiento a la ética, un olvido que tiene su venerable antecedente en la tradición kantiana, en la que, como se sabe, tiempo y espacio son condiciones trascendentales de la sensibilidad subjetiva, y la ética se sostiene autónomamente, a partir de un imperativo tan aprioristico y “racional” como demasiado “puro”.

***

Esto escribí para el prólogo de su libro Ninguna serpiente puede tragarse a sí misma, en el verano del 2014. He retocado ligeramente dicho proemio para este blog, En una bitácora digital que mi amigo Krieger había abierto para animar a los sesentones a practicar el canotaje y dejo aquí enlazada, su hija Erika Marina publicó el 6 de febrero del 2016 una emocionada necrológica en que se dolía por la prematura muerte de su buen padre el 24 de agosto del 2015, con poco más de 63 años. Leo ahora emocionado la gentil dedicatoria del libro Historias y cuentos (2006) que tuvo la generosidad de enviarme desde el otro lado del Atlántico.

El 23 de abril de 1999, felicitaba yo a Krieger por San Jorge con esta copla:

¡Ah! y ¡mucho ojo con el dragón!
¿Lo tienes domado?
¿Lo has liquidado?
Si lo señoreas, compadécete del bicho.
Bueno es que obedezca tu capricho,
malo que se haga muy tragón.

Aún partiendo de una concepción materialista de la conciencia, de su génesis o de su fundamento sustancial último, es necesario admitir que la naturaleza es también consciencia. Suponer otra cosa es recaer en un dualismo psicosomático esquizoide, consecuencia del dogmatismo racionalista. La consciencia es natural, ergo en cierto modo y grado la naturaleza deviene también consciencia. Suponer que toda la consciencia del universo alienta únicamente en nosotros es una hipótesis tétrica y un poquitín vanidosa. Otra cuestión es si la consciencia es un mero epifenónemo o el fin evolutivo de la naturaleza o su sentido final, o su principio y fundamento. Que sea una conditio sine qua non de la existencia natural es casi una petición de principio, al menos para quien acepte la condición categorial y puramente intelectual o lógica de "existencia", tal y como aparece en Kant, como una cualidad cuantitativa modal.

A mi juicio -y al juicio de otros que saben más que yo-, la filosofía de la técnica y de la tecnología ya está restaurando la Teleología (la segunda singladura platónica) una doctrina funcional de los fines, ayudada seguramente por el predominio de las ciencias de la vida y la crisis del mecanicismo. El mundo se nos figura hoy cada vez más como enorme, inhumano e inhóspito organismo, má bien que como un reloj. La realidad misma se ha vuelto intencional por la sencilla razón de que estamos rodeados, incluso sitiados, por objetos intencionales o por intenciones hechas objetos, esto es la metafísica hecha existencia de cualquier artefacto o dispositivo electrónico. Es así porque en los objetos fabricados la especificidad es siempre funcional, el para qué sirven. Ya lo percibió Voltaire en la segunda sección de la entrada "causas finales" de su Diccionario filosófico, que he citado antes: Un reloj se ha hecho para dar las horas y las causas finales no son quimeras. Para cualquier ingeniero, la función es el mismísimo quid de lo que se inventa.



Ninguna serpiente puede tragarse a sí misma, vale, pero a veces lo intentan, acuciadas por el hambre o el estrés. Es un emblema antiguo el uróboros (οὐροβóρος)
, que se usó desde los jeroglíficos egipcios para representar fenómenos naturales como la caída y resurrección del sol, también el ciclo eterno de las cosas y el esfuerzo eterno, o bien el esfuerzo inútil, ya que el ciclo vuelve a comenzar a pesar de las acciones para impedirlo. A mí me parece igualmente un buen símbolo para representar el fracaso del narcisismo o del solipsismo, pues cualquier autofagia acaba suponiendo muerte del comensal. 

En la alquimia,el uróboros expresa la unidad de todas las cosas, las materiales y las espirituales, que nunca desaparecen, sino que cambian de forma en un ciclo eterno e infinito de destrucción y renovación o recreación. εν το παν (hen to pan): "todo es uno". El conector C de Krieger es en este sentido una mediación entre Cielo y Tierra, tan respetuosa con la racionalidad y la ciencia probada como lo fueron en su tiempo los ángeles de Swedenborg, tan imposibles de visualizar como la cuarta coordenada matemática del espacio-tiempo sin la cual no existiría ni la física relativista ni la cuántica. "¿Acaso la realidad del Universo debe agotarse en las dimensiones que podemos percibir?", se pregunta Krieger en el Apéndice de su ensayo. 

En los "emilios" del año 1998 que intercambiaba con el físico argentino:

Después de las formulaciones del Sr. Krieger he tenido que descansar un poco; la cabeza me daba vueltas. Luego he releído con tranquilidad sus proposiciones, sus hipótesis... Sigo sin entender, amigo Jorge Alberto Krieger, por qué se presupone un Observador Total (OT). Eso de que "existe pues observa el Universo Total" me parece una petición de principio inaceptable. A no ser que se esté presuponiendo como premisa mayor el "esse est percipi" del famoso clérigo empirista. Pero entonces, mientras la existencia del universo local sí probaría la necesidad de la existencia de una conciencia individual que lo considera como cosa percibida o pensada, no tenemos ni idea de la existencia de un universo de universos infinitos de cuya conciencia se pudiera inferir la necesaria existencia de un OT, aunque no sepamos donde acaba éste universo local.
El principio antrópico -supongo que te refieres a la formulación de Hawking- no es más que una revisión del de Berkeley mezclado de un modo oscuro con algunas de las implicaciones relativistas de la tesis del 'homo mensura' de Protágoras: "Vemos el universo en la forma que es porque nosotros existimos" (Historia del Tiempo, Barcelona 1989, pg. 166). ¡La hybris, la soberbia humana, no tienen límites! Resulta que el universo existe para que nosotros lo veamos, y el "big bang" (los estoicos le llamaban "conflagración universal" y la hipótesis se pierde en la noche oscura de Heráclito) sucedió exactamente hace unos diez mil millones de años o algo más porque ese es el tiempo que se necesita aproximadamente para que se desarrollen seres inteligentes (precisamente como nosotros), aunque estos acaben en sillas de ruedas atormentados por la esclerosis múltiple... 
Prefiero el sentido común del realismo: ¡Porque hay universo -y realidad y ser- nosotros podemos decir que vemos, aun sin saber si vemos bien! Algo vemos, y hay un fundamento real que hace recomendable que sigamos separando el tocino de la velocidad o el culo de las témporas.

Notas

(1) "El diablo laplaciano". Referimos con esta expresión el Determinismo de Laplace que combate Krieger en su forma de positivismo logicista y que se vino abajo con la incertidumbre de Heisenberg y el teorema de Gödel (v. infra). Según Laplace, "dada la perfecta descripción de los parámetros de un sistema en un momento cualquiera, nos posibilitaría describir con exactitud al mismo sistema en un momento posterior" (glosario de Krieger en Ninguna Serpiente..., pg. 234). 

(2) Principio antrópico de Hawking: "Vemos el universo de la forma que es porque, si fuese diferente, no estaríamos aquí para observarlo" (Historia del tiempo, 1988, Glosario).

(3) Principio de incertidumbre de Heisenberg: "Demostraba que no se puede conocer simultáneamente de manera precisa el momento lineal (momentum) y la posición de una partícula subatómica" (Krieger, Ninguna serpiente..., pg. 49).

(4) Principio de incompletitud de Gödel: Junto al teorema de Bell, a Krieger le parecen estos descubrimientos del ámbito matemático y físico -que el mundo científico calladamente cobija- incluso más decisivos que el desciframiento del genoma humano cuyas "aplicaciones prácticas recién comienzan a esbozarse", porque el teorema de Kurt Gödel hace añicos la pretensión de obtener un amplio sistema epistemológico auto-sustentable, es decir "las pretensiones del positivismo o determinismo laplaciano, que en última instancia afirman que la explicación del Mundo... está en el mundo" (Ninguna Serpiente..., pg 48). Gödel probó que ningún sistema sustentado en un número finito de axiomas admite un cierre categorial ni su clausura. Ninguna teoría matemática coherente M puede contener la demostración de su propia coherencia (ausencia de contradicción), aunque se pueda demostrar en otra teoría M', que a su vez necesitaría de otra M'', lo que daría lugar a una secuencia infinita de teorías. No existen teorías sin postulados, es decir, sin proposiciones indecidibles.


jueves, 22 de junio de 2023

FILOSOFÍA DEL ARTE Y ESTÉTICA ORSIANA

 

A Antonio César Fernández, excelente profesor de Historia del Arte, 
misionero salesiano asesinado en Burkina Faso el 15 de febrero de 2019. 


EL NACIMIENTO DE LA ESTÉTICA

La Filosofía del Arte fue un invento del siglo XVIII, una ocurrencia ilustrada. Nació como estudio y reflexión sobre las "bellas artes", queriendo abarcar más que los preceptos técnicos (perspectiva, cromatismo, etc.). Los autores del Siglo de las Luces rendían tributo a los debates del siglo anterior: la famosa "querelle des anciens et des modernes", que comparaba la calidad y el estilo de modernos y clásicos.

lunes, 3 de abril de 2023

FÍSICA Y MÍSTICA

 

Síntesis personal de las páginas más interesantes de L. Racionero, Filosofías del Underground (1977):

La cosmología que emerge de la física moderna tiene características compartidas con las tradiciones filosóficas y místicas de Oriente.

En primer lugar la unidad, los constituyentes de la materia y los fenómenos básicos están todos interconectados, son interdependientes. Son partes de un todo y no se pueden entender tomados cada uno por su lado.

martes, 28 de marzo de 2023

ANTIEVOLUCIONISMO

 

El libro es de 1981 y puede que sus tesis estén sobrepasadas 40 años más tarde. Me sirve porque el aspecto que me parece actual es el antimaterialismo. Damos por hecho la teoría evolutiva basada en Darwin, en el mutacionanismo y en el neodarwinismo tal como la explicamos en la asignatura de filosofía. Pero que la naturaleza viva que en primavera despliega todo su esplendor sea producto de mutaciones al azar me resulta profundamente insatisfactorio intelectualmente hablando y un sinsentido completo.

Arthur Koestler, antes de suicidarse en 1983, dejó en Jano un intento serio de alternativa al holocausto atómico y al materialismo de nuestra época.

La emprende con el conductismo de Skinner y con el darwinismo. Me centraré en su crítica a esta última teoría en el capítulo  La evolución creadora.

miércoles, 1 de febrero de 2023

ANIMALISMO FETICHISTA

 


¡Ay!, mi amigo Francisco Álvaro Coello de Portugal, ¡tan fino corresponsal! Por ahí deben yacer guardadas tus elegantes y amables epístolas. ¿Hace cuánto que nos dejaste? Mucho. No legaste sombra en Red, ni foto, ni depósito de tus escritos, de periodismo de fondo, de pensamiento inactual, de ese que cultivó Ortega como aristócrata en plazuela, como torero artista que lidia en sol para todos los públicos atentos. No sé si tuviste que ver o fuiste descendiente de otro Coello de Portugal que fue ingeniero militar y del que bien se habla en la luz. 

En un artículo de 1999 (IBIUT, 101), don Álvaro se sorprende de que un gato haya heredado una fortuna en "Estados Armados de América". Ya por entonces hacía reír Woody Allen en una de sus logomaquias filmadas con el amor interespecífico de un chalado y una oveja, que se acostaban juntos para escándalo de puritanos antropocéntricos.

viernes, 20 de enero de 2023

IDEAS INNATAS

 

Magritte. La respuesta imprevista, 1933

Presencia y Ausencia no están en los objetos mismos, sino que el alma, la mente, las descubre en sus interacciones con la circunstancia, en situación. "La idea no es visible en el cuadro: una idea no puede verse con los ojos" -explicó el artista conceptual Magritte. Pero la pintura sí puede hacer despertar en la mente la ausencia de un objeto.

Tabula rasa, página en blanco, eso decían los empiristas británicos que es el alma o la mente antes de toda experiencia. A estos filósofos les llamó Nietzsche con razón "psicólogos", aunque lo fueron 'avant la lettre', antes de que la psicología como ciencia se independizara de la filosofía a partir del Christian Wolff (1679-1754) -según Javier Echeverría-, seguidor de Leibniz. Yo dudo que esa independencia sea algo más que un hecho administrativo, a no ser que se reduzca el "alma" a un simple mecanismo emergido del cerebro y a mero objeto de las neurociencias, es decir, siempre que se crea que el estudio del cerebro y sus funciones agota la reflexión sobre la unidad que nos constituye como personas y sustancias relativamente independientes. Pero el alma no es una cosa, pues en ella actúa con fuerza espontánea un sujeto deliberativo, juzgador y ejecutivo. El Yo gobierna, ordena, si bien relativamente, en situación fluida y determinado por circunstancias variables.