lunes, 23 de agosto de 2021

VER Y SER VISTO


Ojos de libélula, agosto 2021.


Para Teilhard de Chardin, el gran científico y teólogo, la vida consiste esencialmente en ver. Atender, mirar la luz, y esa visión interior que es la conciencia. Yo añadiría que existir significa también ser visto. Platón llamó al hombre el animal remirado. 

El mundo viviente parece apuntar a la elaboración de unos ojos cada vez más perfectos en un Cosmos en el que se puede discernir cada vez más claramente. Lo dijo el evangelista Juan: Dios es luz. La perfección de un animal –se preguntaba el paleontólogo jesuita-, ¿no se mide por la penetración y por el poder sintético de su mirada? Tratar de ver más y mejor no es por lo tanto un lujo de la evolución. Ver o perecer. Tal es la situación impuesta por el don misterioso de la existencia. Y tal es, a una escala superior, la condición humana (cfr. El fenómeno humano, 1974).


La visibilidad, ser visto, puede ser a veces una ventaja, pero también un riesgo. Hay que dejarse ver para formar pareja. Y esto es lo que sucede en las discotecas en las que todo el mundo se mira pero nadie escucha. Sin embargo, muchas moscas se disfrazan de avispas para escapar de sus depredadores (mimetismo batesiano), y otros muchos vivientes visten capas miméticas o cambian de color para no ser vistos, desarrollando portentosas estrategias de camuflaje en su entorno. Pasar desapercibido es, muchas veces, una gran ventaja.

Es evidente que para el humano, los ojos, formados de la misma sustancia que el tejido nervioso y el cerebro, son el receptor sensorial más importante. Peor que nacer sordo es nacer ciego. Los ojos no engañan porque son con su mirada, ya lo insinuaba Aristóteles, espejo del alma. Para las libélulas, también. El ojo compuesto de las libélulas posee 28.000 facetas. Cada una, un ojo verdadero, o sea, una lente que polariza la luz incidente y una célula sensitiva que transforma la luz en impulsos eléctricos que el cerebro interpreta. 

Todos los depredadores tienen ojos grandes. La pupila alargada permite una mejor protección de los rayos del sol, pues pueden cerrarse mucho en pleno día y abrirse de par en par en la noche, redondeándose como una cortina. Está demostrado que los humanos vemos mejor con las primeras y últimas horas del día; tiempo de la caza, en el que todos los gatos son pardos y uno puede también volverse presa.

Los ojos del gato se iluminan entonces porque bajo la retina, una capa de fotorreflectores aumenta la sensibilidad y devuelve la luz no absorbida haciéndola pasar otra vez por la retina. Los gatos cuentan además con células auditivas en los ojos, lo que quiere decir que localizan sonidos ¡mirando!, eso facilita que recuerden los ecos de lo que ven, a la vez que amplía y detalla su memoria geográfica, considerada fabulosa. 

Como el naturalista Jean-Henri Fabre, también yo he podido comprobar esto, alejando a una gata una decena de kilómetros de su entorno cotidiano, lo que no le impidió volver sola a casa, atravesando carreteras y hasta cursos de agua, a pesar de lo poco que gusta a los gatos el agua. Estoy convencido de que muchos insectos sienten que los miramos. Sólo nuestra mirada, su dirección, su intención, polariza una ignota energía, antes que nuestro movimiento o nuestro olor, el sólo mirarlos los pone en tensión o en fuga. Es conclusión que he sacado de las muchas horas que he dedicado a mi afición de fotógrafo naturalista y atento observador entomólogo.

Macrofotografía (JBL) de los ojos del sírfido Eristalinus taeniops,
macho holóptico: su ojos se juntan en el rostro.


La visión binocular (dos ojos) permite precisar distancias. Un halcón puede identificar a 500 metros un saltamontes de 2,5 centímetros. A esa distancia nosotros sólo podemos percibir objetos de 20 cms. o más. No nos quejemos, nuestra especie ve muy bien: en volumen (visión estereoscópica) y en color (policromática, gracias a los conos de nuestra retina), aunque no todos los colores se nos muestren. La mayoría de los mamíferos ven el mundo en gama de grises, mientras que mariposas y abejas ven (o fabrican) colores que nosotros no percibimos, como el ultravioleta o el infrarrojo.

Los animales superiores necesitan mucho tiempo para madurar su capacidad visual y un uso continuo de la misma. Nadie nace sabiendo ver. Aprendemos a mirar y a ver, lentamente, durante la lactancia y la infancia. Quienes perdieron la vista de chicos y luego la recuperaron de mayores prefieren palpar, antes que mirar, para reconocer. Si uno no adiestra sus ojos, todo cuanto ve le parecerá enigmático, inconcreto e impredecible. La sola presencia de la luz no es suficiente. Un pastor de camellos verá distintos tipos y géneros mientras que nosotros los vemos a todos iguales. Un habitante de la jungla distinguirá decenas de tipos de verde donde nosotros sólo discriminamos tres o cuatro cromos (a no ser que uno haya adiestrado su vista como hace el pintor). Los esquimales usan decenas de nombres distintos para lo que nosotros llamamos "nieve" o “hielo”, lo cual quiere decir que vemos una sola cosa donde ellos ven muchas y diferentes cosas.

En bastantes especies de insectos, sobre todo moscas, los machos son holópticos, sus ojos compuestos están contiguos y son más grandes que los de las hembras, su cara es todo ojos. Se piensa que es una ventaja para localizar y abrazar a la hembra con fines reproductivos. 

Entre los humanos, y para parecidas y necesarias funciones biológicas, se extendió el tópico de que “el varón mira, mientras que la mujer escucha”. Como pasa con todos los tópicos, sólo merecen ser abandonados después de haber sido pensados. Es evidente que nuestra poderosa industria cosmética y de complementos no hace más que confirmar ese tópico.


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