Autora Ana Azanza
En la novela "Der Sauberbaum", "El árbol mágico" de Peter Sloterdijk se describe la historia de un joven médico austríaco que viaja a París para conocer a Mesmer, pionero de la psicología. Mesmer, personaje que existio realmente, http://es.wikipedia.org/wiki/Franz_Anton_Mesmer,
utilizaba la hipnosis para curar a sus pacientes. La trama en sí no me ha gustado especialmente, pero me ha parecido una pequeña joya el breve Tractatus psychologico-philosophicus que hay en la última parte del libro.
"La filosofía moderna está maldita. Por sus ambiciones científicas está condenada a comprender toda la historia de todo el mundo y, sin embargo, no conoce ni la Historia, ni el mundo, ni lo que representan. La filosofía sólo puede saber que la historia del mundo ha de ser la historia de un despertar. De otro modo, ¿cómo sería posible que en lo infinito apareciera un ser vivo que, en las pausas y los vacíos de su vida, se asoma sobre el borde de lo inmediato? Pero tan pronto como el ser vivo da la espalda al presente inmediato, comprende que el mismo se escapa en todas las direcciones. Sabe que, más allá del horizonte, existen las montañas y mares invisibles y que, detrás de todo lo visible, se abre un espacio enorme que es dominado por coexistencias invisibles. ...."
Sloterdijk describe la vida consciente como un fenómeno meteórico que brota de lo inmenso e incandescente. Fugaz. El hombre es un meteorito pensante. Sólo en contacto con lo existente se inflama su envoltura. Yo ardo, por lo tanto no puede ser que no haya nada. Si yo ardo es que estoy aquí para coexistir con los demás que aquí están.
¿Qué es esa incandescencia? el mismo preguntar eso es infantil. La incandescencia está unida al preguntar, no hay posibilidad de averiguar el secreto de la incandescencia preguntona. Mientras ardemos pensamos y preguntamos, pero llega un día en que la incandescencia se extingue y las cosas ya no nos afectan. Sólo un loco puede plantearse las cosas como pensaría los muertos del Más Allá.
En la incandescencia no hay un más allá, el destino del espíritu humano se decide entre los polos de "contra" y "dentro". Los filósofos de todos los tiempos han intentado hablar como si estuvieran fuera de esas leyes. La filosofía moderna ha llegado a engullir el mismo concepto de ser para atribuirle el contenido de su imaginación. El yo pienso cartesiano acaba tragándose todo, incluido Dios y el Ser. "Pienso luego existo" significa en realidad "pienso que existo". Desde que este pensamiento se abrió paso, la vida humana se ha convertido en un baile de fantasmas que aparentan ser lo que se imaginan que son.
Y cuando los fantasmas predominan empieza la época de la Psicología. Asegura Sloterdijk que psicología es la filosofía que hace penitencia, tiene que pagar las consecuencias fantasmales del "yo pienso". La psicología es la filosofía negra de la edad moderna. Las incandescencias extintas, el Ser muerto por el pensamiento entran ahora por la puerta excusada del consciente: cuanto más se arman los hombres del yo pienso, más psicología tiene que surgir en esta sociedad para regular el tráfico de los fantasmas. La psicología está sometida al dominio de los fantasmas, y nadie puede garantizar que la psicología no termine en un círculo absurdo, en el que unos fantasmas pretenden ayudar a otros fantasmas a desembarazarse de su fantasmal condición. Si un día llega esta situación, la psicología regresará a su punto de partida, el "pienso luego soy" moderno. Que la psicología vuelva a la filosofía, y que la filosofía renuncie a su falsa perspectiva de verlo todo "desde arriba". Así podrá recibir a la hija pródiga.
Nada de esto va a pasar mientras los propietarios de consultorios sigan ganando dinero.
Todo "yo pienso" se presenta como un "yo pienso que soy así y de esta manera". Nos presentamos en la pose del yo masivo que está en el mundo firmemente, en plena posesión de sí mismo. Este Yo se llena de fuerza y de un sentido prestados. Todo Yo total se parece a un loco que se cree otra persona y por lo tanto se halla en camino de convertirse en aquello que imagina ser. El que quiere ser plenamente dispone de todo el guardarropa de las grandezas humanas.
Cada uno de nosotros que escenifica un positivo "este soy yo" también padece cierta paranoia en la medida en que nos identificamos con nuestro yo interior como con una misión. Mi nombre no me pertenece, es un préstamo, un equívoco que delata solamente como me nombran los otros. Nombrar significa en este caso "producir" o "suprimir".
La contrafigura del yo paranoico la constituye el depresivo. La infinita melancolía del rey destronado que sueña con la felicidad perdida. El depresivo es víctima de una idea de sí mismo, que no es una imagen plena idéntica a sí mismo, sino la imagen de la desolación, de la infinita carencia. El depresivo quiere salirse del mundo para afrontarlo como una nada. Todo se resume para él en claudicación y pérdida. No conoce más que abrumadores recuerdos y privaciones del ser inalcanzable. El escenifica el "yo pienso que soy así" en sentido negativo, como un ser rechazado, despojado, alienado.
El loco poseedor del yo y el depresivo negador del yo son dos gemelos antagónicos. En el transcurso de la vida tantas personas pasan de un extremo al otro. Empiezan en la euforia y terminan en el pasmo. O empiezan en la insignificancia y acaban en caudillos esforzados del bien. Presentan la versión positiva y negativa de la identidad psíquica. Lo importante es mantenerse en la escala entre el Yo iluso del paranoico y el Yo negado del deprimido. Sólo en el delicado término medio se halla la salud psíquica que es, el lugar de la verdad filosófica, el filo del equilibrio.
El depresivo se cura con excitación y participación en cosas importantes, el paranoico con el relajamiento y liberación de grandes tareas. El abatido tiene que aprender a respirar hondo y dejar circular por su cuerpo el viento hinchado de una inspiración existencial. El paranoico por el contrario debe aprender a espirar y advertir que el viento de los grandes problemas no se preocupa de su Yo hinchado.
CONCLUSION POR HOY
Una de las grandes paradojas de la mente humana es que la fuerza y la verdad se han situado en campos opuestos y encajan entre sí perfectamente. Nadie tiene más energía que el que está empujado por el delirio y nadie está más cerca de la verdad que el sumido en el pasmo de la depresión. En uno realiza vuelos grandiosos y trascendentales. El otro mira el mundo como si no tuviera nada que ofrecerle.
Pero allí donde la FUERZA y la VERDAD se encuentran se crea el clima propicio para el milagro de la vida lograda.
Equilibrio sería poder decir ni esto ni lo otro. El ser vivo nunca se deja forzar a elegir porque intuye que él no es ni alguien ni nadie. Tiene algo de todo y no es nada de todo. El que ha encontrado el ojo del ciclón se funde con la vitalidad absoluta que no se disipa en naderías beligerantes, con sus posiciones, sus valores, sus intereses y sus razones. Hace de su vida una expedición a las regiones inexploradas del Ser que se encuentran entre la sinceridad y el don de la inventiva. Profundiza más y más en la auténtica tierra de la verdad. Es una tierra sin mentira ni pasado. Sólo en este mundo virgen puede producirse lo nuevo. Cuando aumenta la percepción y disminuyen las figuraciones, salimos al cielo del presente, errantes como nómadas, extáticos como derviches, quietos como árboles.
Dejo para otro día las tres psicologías.
En la novela "Der Sauberbaum", "El árbol mágico" de Peter Sloterdijk se describe la historia de un joven médico austríaco que viaja a París para conocer a Mesmer, pionero de la psicología. Mesmer, personaje que existio realmente, http://es.wikipedia.org/wiki/Franz_Anton_Mesmer,
utilizaba la hipnosis para curar a sus pacientes. La trama en sí no me ha gustado especialmente, pero me ha parecido una pequeña joya el breve Tractatus psychologico-philosophicus que hay en la última parte del libro.
La única novela de Sloterdijk (1985) |
"La filosofía moderna está maldita. Por sus ambiciones científicas está condenada a comprender toda la historia de todo el mundo y, sin embargo, no conoce ni la Historia, ni el mundo, ni lo que representan. La filosofía sólo puede saber que la historia del mundo ha de ser la historia de un despertar. De otro modo, ¿cómo sería posible que en lo infinito apareciera un ser vivo que, en las pausas y los vacíos de su vida, se asoma sobre el borde de lo inmediato? Pero tan pronto como el ser vivo da la espalda al presente inmediato, comprende que el mismo se escapa en todas las direcciones. Sabe que, más allá del horizonte, existen las montañas y mares invisibles y que, detrás de todo lo visible, se abre un espacio enorme que es dominado por coexistencias invisibles. ...."
Sloterdijk describe la vida consciente como un fenómeno meteórico que brota de lo inmenso e incandescente. Fugaz. El hombre es un meteorito pensante. Sólo en contacto con lo existente se inflama su envoltura. Yo ardo, por lo tanto no puede ser que no haya nada. Si yo ardo es que estoy aquí para coexistir con los demás que aquí están.
¿Qué es esa incandescencia? el mismo preguntar eso es infantil. La incandescencia está unida al preguntar, no hay posibilidad de averiguar el secreto de la incandescencia preguntona. Mientras ardemos pensamos y preguntamos, pero llega un día en que la incandescencia se extingue y las cosas ya no nos afectan. Sólo un loco puede plantearse las cosas como pensaría los muertos del Más Allá.
En la incandescencia no hay un más allá, el destino del espíritu humano se decide entre los polos de "contra" y "dentro". Los filósofos de todos los tiempos han intentado hablar como si estuvieran fuera de esas leyes. La filosofía moderna ha llegado a engullir el mismo concepto de ser para atribuirle el contenido de su imaginación. El yo pienso cartesiano acaba tragándose todo, incluido Dios y el Ser. "Pienso luego existo" significa en realidad "pienso que existo". Desde que este pensamiento se abrió paso, la vida humana se ha convertido en un baile de fantasmas que aparentan ser lo que se imaginan que son.
Y cuando los fantasmas predominan empieza la época de la Psicología. Asegura Sloterdijk que psicología es la filosofía que hace penitencia, tiene que pagar las consecuencias fantasmales del "yo pienso". La psicología es la filosofía negra de la edad moderna. Las incandescencias extintas, el Ser muerto por el pensamiento entran ahora por la puerta excusada del consciente: cuanto más se arman los hombres del yo pienso, más psicología tiene que surgir en esta sociedad para regular el tráfico de los fantasmas. La psicología está sometida al dominio de los fantasmas, y nadie puede garantizar que la psicología no termine en un círculo absurdo, en el que unos fantasmas pretenden ayudar a otros fantasmas a desembarazarse de su fantasmal condición. Si un día llega esta situación, la psicología regresará a su punto de partida, el "pienso luego soy" moderno. Que la psicología vuelva a la filosofía, y que la filosofía renuncie a su falsa perspectiva de verlo todo "desde arriba". Así podrá recibir a la hija pródiga.
Nada de esto va a pasar mientras los propietarios de consultorios sigan ganando dinero.
Todo "yo pienso" se presenta como un "yo pienso que soy así y de esta manera". Nos presentamos en la pose del yo masivo que está en el mundo firmemente, en plena posesión de sí mismo. Este Yo se llena de fuerza y de un sentido prestados. Todo Yo total se parece a un loco que se cree otra persona y por lo tanto se halla en camino de convertirse en aquello que imagina ser. El que quiere ser plenamente dispone de todo el guardarropa de las grandezas humanas.
Cada uno de nosotros que escenifica un positivo "este soy yo" también padece cierta paranoia en la medida en que nos identificamos con nuestro yo interior como con una misión. Mi nombre no me pertenece, es un préstamo, un equívoco que delata solamente como me nombran los otros. Nombrar significa en este caso "producir" o "suprimir".
La contrafigura del yo paranoico la constituye el depresivo. La infinita melancolía del rey destronado que sueña con la felicidad perdida. El depresivo es víctima de una idea de sí mismo, que no es una imagen plena idéntica a sí mismo, sino la imagen de la desolación, de la infinita carencia. El depresivo quiere salirse del mundo para afrontarlo como una nada. Todo se resume para él en claudicación y pérdida. No conoce más que abrumadores recuerdos y privaciones del ser inalcanzable. El escenifica el "yo pienso que soy así" en sentido negativo, como un ser rechazado, despojado, alienado.
El loco poseedor del yo y el depresivo negador del yo son dos gemelos antagónicos. En el transcurso de la vida tantas personas pasan de un extremo al otro. Empiezan en la euforia y terminan en el pasmo. O empiezan en la insignificancia y acaban en caudillos esforzados del bien. Presentan la versión positiva y negativa de la identidad psíquica. Lo importante es mantenerse en la escala entre el Yo iluso del paranoico y el Yo negado del deprimido. Sólo en el delicado término medio se halla la salud psíquica que es, el lugar de la verdad filosófica, el filo del equilibrio.
El depresivo se cura con excitación y participación en cosas importantes, el paranoico con el relajamiento y liberación de grandes tareas. El abatido tiene que aprender a respirar hondo y dejar circular por su cuerpo el viento hinchado de una inspiración existencial. El paranoico por el contrario debe aprender a espirar y advertir que el viento de los grandes problemas no se preocupa de su Yo hinchado.
CONCLUSION POR HOY
Una de las grandes paradojas de la mente humana es que la fuerza y la verdad se han situado en campos opuestos y encajan entre sí perfectamente. Nadie tiene más energía que el que está empujado por el delirio y nadie está más cerca de la verdad que el sumido en el pasmo de la depresión. En uno realiza vuelos grandiosos y trascendentales. El otro mira el mundo como si no tuviera nada que ofrecerle.
Pero allí donde la FUERZA y la VERDAD se encuentran se crea el clima propicio para el milagro de la vida lograda.
Equilibrio sería poder decir ni esto ni lo otro. El ser vivo nunca se deja forzar a elegir porque intuye que él no es ni alguien ni nadie. Tiene algo de todo y no es nada de todo. El que ha encontrado el ojo del ciclón se funde con la vitalidad absoluta que no se disipa en naderías beligerantes, con sus posiciones, sus valores, sus intereses y sus razones. Hace de su vida una expedición a las regiones inexploradas del Ser que se encuentran entre la sinceridad y el don de la inventiva. Profundiza más y más en la auténtica tierra de la verdad. Es una tierra sin mentira ni pasado. Sólo en este mundo virgen puede producirse lo nuevo. Cuando aumenta la percepción y disminuyen las figuraciones, salimos al cielo del presente, errantes como nómadas, extáticos como derviches, quietos como árboles.
Dejo para otro día las tres psicologías.
¡Fuerza y verdad, estimable Ana! Esa hija vanidosa, la Psicología, bien merece una zurra, pero también que se apliquen reflexiva y razonablemente sus logros parciales, en reconciliación con las demás ciencias del espíritu.
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