sábado, 5 de octubre de 2013

LAS MUSAS DE EDVARD MUNCH

Este año 2013 se celebra el 150 aniversario del nacimiento de Edvard Munch. Siempre se aprovechan estas efemérides para refrescarnos en la memoria a los homenajeados, las más de las veces con poco disimulados fines comerciales. Pero lo que me lleva a recordarlo aquí son más bien sus Musas, mujeres extraordinarias que marcaron su vida y su arte. Hemos oído hablar poco de ellas, porque fueron amores prohibidos que había que esconder, pero conocemos perfectamente sus bellos rostros, que podemos evocar en la Madonna, la Vampira o El Puente. Me gustaría que esta entrada nos permitiera conocer mejor a este artista mayúsculo y averiguar cómo puso en marcha su revolución introspectiva en la pintura, y cómo llegó a alcanzar un lugar clave en la historia de la cultura occidental, siempre apoyado o en conflicto con sus Musas. Sin ellas, no se entenderían sus grandes logros.  
1.     La Musa familiar
Edvard Munch, el más conocido de los pintores noruegos, nació el 12 de diciembre de 1863. Era el segundo hijo de los cinco que tuvieron Laura Bjolstad y Christian Munch. Esta familia fue un auténtico desastre de salud física y mental, y Edvard pagó con creces el peso de su herencia genética. Las escenas de enfermedad y muerte fueron una constante desde sus recuerdos más tempranos. La madre falleció a causa de tuberculosis cuando él tenía sólo cinco años, el día 29 de diciembre de 1868, con el árbol de navidad puesto en el salón de la casa. Su hermana favorita, Sophie, la mayor, moriría de la misma enfermedad con 15 años, y fue un suceso tan traumático para él que lo llegó a pintar en multitud de ocasiones a lo largo de cuatro decenios. Edvard tenía otra hermana pequeña que padecía esquizofrenia, y él mismo tuvo que soportar una niñez enfermiza. Hasta estuvo a punto de morir a los 13 años.
Su padre era un médico militar de clase media, emparentado con sacerdotes, profesores y artistas. “Mi padre pertenecía a una familia de poetas, con signos de genio pero también de degeneración”. Munch anotó igualmente: “Mi padre era temperamentalmente nervioso y obsesivamente religioso… hasta el punto de la insania. De él heredé las semillas de la locura”. Christian Munch, palabra que significa “monje”, tenía un apellido muy acorde con sus frecuentes arrebatos pietistas. Hizo de su vivienda una especie de monasterio urbano en Kristiana, la capital de Noruega, que fue rebautizada como Oslo en 1925. La familia era muy aficionada al espiritualismo, corriente que tuvo gran predicamento en América y Europa en la segunda mitad del siglo XIX. Tenían costumbre de leer en voz alta libros de literatura, lo mismo que historias de fantasmas. Ese ambiente ocultista en que Edvard creció hizo que tuviese siempre un enorme interés por los fenómenos sobrenaturales e intentó plasmar lo irracional en sus obras. Todo un desafío al realismo de corte burgués.
Karen Bjolstad
 Pero entre tanta oscuridad mental hubo una luz muy potente que consiguió atraer a Munch hacia la creatividad. Fue su tía Karen, que vino a vivir con la familia tras el fallecimiento de su hermana Laura y se hizo cargo de la casa con firmeza pero también con dulzura. Karen Bjolstad era una artista a su estilo doméstico. Hacía collages con musgo, paja y hojas, un género muy popular en aquella época, y los vendía en las tiendas de la ciudad. Embarcó a los niños en aquella pequeña industria, con la que redondeaba los ingresos del hogar. Así fue como Edvard aprendió a recortar siluetas en papel para crear aquellos paisajes vegetales, y dio sus primeros pasos con el dibujo. La tía Karen estaba muy orgullosa de su destreza y guardó cuidadosamente sus trabajos. Los más antiguos que se conservan los hizo con 12 años. Siempre fue su confidente y, en sus cartas, él le contaba con detalle todos sus éxitos.
2. Milly Thaulow (1860-1937), la Musa adúltera

Edvard tenía una estrecha relación con sus primos Thaulow. El mayor, Frits, era cuñado de Gauguin y un paisajista de fama internacional. Disfrutaba de una desahogada situación económica y estaba siempre bien dispuesto a ayudar artistas pobres pero con talento. En esa división militaba el joven Munch, que entonces tenía 22 años y asistía a las clases de pintura al aire libre que impartía su primo mayor. Frits, convencido de que a Edvard le aguardaba un gran futuro en el arte, le pagó un viaje de estudios que se revelaría fundamental para el devenir de su carrera. En mayo de 1885 Munch partió para Amberes, donde expuso con otros pintores noruegos en la Feria Mundial, y después continuó trayecto hacia París. Allí se daban cita un torbellino de creadores y era la verdadera meca para cualquier aspirante a pintor de fama. Edvard aprovechó intensamente su corta estancia para estudiar a los maestros del Louvre, al mismo tiempo que se empapaba de las novedades más radicales en el Salón de Primavera, en el que se reunía lo más granado del vanguardismo. Munch sintonizó especialmente con el post-impresionismo de Gauguin, que tendría una influencia perdurable en su estilo. 

Llena la cabeza de nuevas ideas, vuelve a Oslo y en el verano de ese mismo año conoce a Andrea Fredrikke Emilie, más conocida como Milly, que estaba casada con un cirujano militar, Carl Thaulow, hermano del generoso Frits. Ni la deuda de agradecimiento contraída con sus primos ni la santidad del vínculo matrimonial, pudieron impedir que Edvard perdiera completamente la cabeza por la bellísima Milly, dos años mayor que él y que lo iniciaría en los misterios del amor. Al principio del romance, Munch recorría sin cesar la calle Karl Johann con la esperanza de atisbar los elegantes sombreros que siempre lucía Milly, pero la pareja pronto pasó a encontrarse en un refugio más íntimo. Edvard alquiló un estudio en Oslo y vivió con su primer gran amor días de felicidad en sus secretos encuentros. En sus diarios la llama Mrs. Heiberg, parece que por alguna oculta asociación con una famosa actriz danesa de la época, Johanne Louise Heiberg. Pero la idílica pasión pronto dio paso a un torturante sentimiento de culpa por la traición que estaba cometiendo, entremezclado con los celos de su primo Carl. Esa difícil experiencia emocional marcó para siempre su vivencia del amor, que se repetiría incansablemente como algo intenso pero igualmente conflictivo y destinado al fracaso. Para acabar de estropearlo todo, el padre de Edvard descubrió el adulterio y lo amenazó con los fuegos del infierno por el pecado que estaba cometiendo. La situación era insostenible y terminó al cabo de un año con un Munch completamente trastornado. Intentó exorcizar sus demonios trasladando su dramática historia a una novela. El matrimonio de Milly también se fue a pique. Cinco años después, en 1891, contrajo segundas nupcias con Ludvig Bergh, actor y director de teatro. Con el nombre de Milly Bergh, se dedicó a escribir en los periódicos acerca de moda y recetas. Fue una verdadera adelantada al publicar, en 1921, un libro de cocina divertida, titulado “Morsom mat”, para enseñar a los niños a comer y dar sus primeros pasos en el camino del aprendizaje.
La danza de la vida
Munch se pintó a sí mismo bailando con Milly en La danza de la vida de 1899-1900, aunque el cuadro que más evoca su encuentro con ella es La voz. En este retrato, que realiza de memoria en 1904, atrapa para siempre el momento mágico de la noche de verano en que comenzó su relación sexual con Milly. Él mismo cuenta que le pintó los ojos rodeados de grandes círculos negros porque recordaba cuán oscuros y profundos le habían parecido entonces, como las ventanas a un alma en tormento. La simbología del cuadro no tiene desperdicio: la raya de luz de luna del fondo es un trasunto fálico, y el color blanco del vestido representa la pureza de la joven antes de mancharse.
La voz
3. La Musa bohemia
Hans Jaeger
En el Carnaval de los Artistas de 1886, al que Milly asistió con su primer esposo, Carl, tuvo lugar un suceso crucial para la consolidación del estilo de Munch. En la fiesta entabló conversación con el nihilista Hans Jaeger, que lideraba el grupo de vanguardistas de Oslo. Acababa de publicar Desde los bohemios de Kristiania, obra que había escandalizado a la burguesía noruega por su subversivo discurso en favor de la liberación sexual y la emancipación de la mujer. El revuelo alcanzó unas proporciones tales que Jaeger dio con sus huesos en la cárcel por blasfemia e inmoralidad, y los ejemplares del libro fueron confiscados. El autor, aficionado a las paradojas, opinaba que ”la pasión por destruir es también una pasión creadora”, y obsequió a Munch con un consejo que cambió las bases de su proceso creador: debía escribir su vida, reflejar las experiencias espirituales de su niñez y juventud, especialmente las asociadas con el amor y la muerte, para después darles forma pictórica. Eros y Thanatos se dieron cita a partir de entonces en los diarios de Munch, que supo elevar a un rango universal sus sufrimientos, dando con ello un viraje definitivo a la historia del arte. “Enfermedad y locura y muerte fueron los ángeles negros que velaron mi cuna...amenazándome con el infierno y la eterna condenación”. A pesar de la angustia y el dolor que siempre lo acompañaron, jamás estuvo dispuesto a renunciar a esos ángeles negros. Así escribe: “No me desprendería de mi enfermedad porque mi arte le debe mucho”.
La niña enferma
Aunque Edvard ya venía frecuentando el círculo bohemio de Oslo desde 1882, en aquella época estrechó los vínculos con los antisistema del momento, lo que acabó por desquiciar a su padre, temeroso del poder destructor que sobre él podían tener las venenosas influencias de semejantes anarquistas, ateos y proto-existencialistas. Las recomendaciones de Jaeger dieron resultado, porque en el Festival de Otoño expone La niña enferma, su primera “pintura del alma”. Con una crudeza nunca antes vista, plasma la muerte de su querida hermana Sophie. La pobre niña moribunda suplica que se le permita seguir viviendo, intentando mantenerse firme en la silla en sus momentos postreros. Como era de esperar, el cuadro levantó una enorme controversia. Es la primera de las polémicas que jalonarán su larga andadura profesional. La crítica calificó la obra como “basura” y un “aborto”. Aunque desde nuestra desenfadada moral, de vuelta de (casi) todo, ahora nos puedan resultar incomprensibles estas airadas reacciones del público ante las obras más innovadoras, lo entenderemos mejor si pensamos que lo que estaba haciendo Munch era romper con el impresionismo, al que ya se habían acostumbrado los bienpensantes, y que él consideraba superficial. Para aquel entonces la fórmula, en otro tiempo cismática, ya se había convertido en dulzona y banal. Edvard deseaba profundizar en la enorme energía de su reserva emocional y con ello abrió el camino hacia el expresionismo.

 De manera paralela a Gauguin, que fue a buscar su yo salvaje a los mares del Sur, Munch viajó a su interior para encontrarse a sí mismo. Un amigo escribió: “Él no necesitó hacer el camino hacia Tahití para experimentar su yo primitivo en la naturaleza humana. Él mismo llevaba Tahití dentro de sí”. Como en el expresionismo, los rostros y actitudes en sus cuadros poseen una gran fuerza comunicativa, lo que consigue reduciendo las formas a su expresión más esquemática y acentuando las líneas con sombras y anillos alrededor de las figuras, para potenciar la intensidad de los sentimientos (el miedo, la ansiedad, el deseo), como paradigmáticamente sucede en El grito, cuya primera versión data de 1893. “No creo en el arte que no es el compulsivo resultado del afán del hombre por abrir su corazón”, deja escrito Munch. Para ello, recurre al uso simbólico, no realista, del color. “La naturaleza no es sólo lo que es visible para el ojo humano, es la profunda reflexión del alma, la visión de la mente”. Es una inversión total de la idea clásica de la pintura como mimesis, como imitación de la realidad dada. Con ello, ya están todos juntos los elementos que definen a Munch como un artista único y transgresor. En él aflora abiertamente la profunda crisis de identidad del hombre occidental en el fin de siècle

La novelística de Dostoievski, el psicoanálisis de Freud y la filosofía de Nietzsche son las claves teóricas que permiten interpretar su visión del arte. “Vi a toda esa gente tras sus máscaras, sonriendo flemáticamente, mire a través de ellos y había sufrimiento, eran cadáveres blancos que sin descanso corrían a lo largo de la angosta calle, en cuyo final estaba la tumba”. Es su explicación para el cuadro Tarde en Karl Johann (1892), que casualmente era la misma calle en la que se reunía la bohemia. Sus cuadros son una disección anatómica de la melancolía.
Tarde en Karl Johann
 Pero Munch pretendía que su arte tuviera un fin terapéutico. Desde sus sombras, deseaba ayudar a otros a alcanzar la claridad. Solo él, como un profeta maldito, se consideraba condenado a la soledad y el dolor. En algún momento fue consciente de que la Naturaleza, panteísta, consistía en un gigantesco ciclo de muerte y renacimiento, en el que no cabía para él la cómoda vida del matrimonio y los hijos. Se sentía incapaz de compaginar su creatividad con las exigencias del amor femenino, que él experimentaba como agobiantes, de manera que siempre acababa buscando refugio en la soledad.
El parque de Munch
4. Dagny Juel (1867-1901), la Musa trágica
Dagny Juel
En 1889 Munch realiza su primera exposición individual en Oslo y, gracias a ello, el Estado le concede una beca para estudiar dibujo en París. Allí se sumergió nuevamente en el ambiente artístico de las vanguardias más rompedoras. La muerte de su padre lo sume en un período de depresión, de la que intenta huir en las Montagnes russes que ese mismo año se habían instalado en el Boulevard des Capucines. Aquí latía el corazón vivo de París. En esta histórica arteria sucedieron acontecimientos verdaderamente fundamentales para la cultura occidental: en el Gran Café los hermanos Lumière realizarían la primera proyección cinematográfica en 1895. Allí estaba también el estudio del admirado fotógrafo Felix Nadar, y exhibieron por primera vez, en 1874, los jóvenes Renoir, Manet, Pissarro y Monet. La primera montaña rusa se remontaba a 1784, en tiempos de Catalina la Grande. Pero en el París bohemio ya no eran pistas de hielo para diversión de aristócratas sino coloristas y divertidos lugares de encuentro para la gente corriente, llenos de humo de tabaco y de alegre música. El excéntrico Munch queda tan cautivado por ese ambiente abigarrado que publicó un manifiesto con su ideario artístico: La gente entenderá lo que es sagrado en ellas (las montañas rusas) y se quitará los sombreros como si estuvieran en la iglesia. Pintaré un buen número de estos cuadros. No más interiores con gente leyendo y mujeres calcetando. Habrá gente viva que respira y siente y sufre y ama. Debido a las escasas condiciones de seguridad de estas montañas rusas, se cerraron poco después. Pero no debemos lamentar la pérdida: en su lugar se abrió la mítica sala Olimpia, que sería testigo de la consagración de Edith Piaf.
Melancolia
Después de múltiples viajes en los años sucesivos, acude a Berlín invitado por los artistas para participar en una exposición. Como siempre, el evento acaba el escándalo, del que se hacen eco los periódicos como el Affair Munch. La opinión generalizada es que el estilo pictórico de ese “nórdico embadurnador y envenenador de arte” es un insulto, y la furia es tal que llega a intervenir el Kaiser Guillermo. Al cabo de una semana, por decisión de la Asociación de Artistas, se ordenó el cierre de la exposición. Contrariamente a lo que podría parecer, Munch quedó encantado con la publicidad gratuita que le reportó semejante revuelo, y así se lo contó a su tía Karen: “Nunca me lo había pasado también, es increíble que algo tan inocente como una pintura pudiera haber creado semejante conmoción”. Se refería a su obra Melancolía, de 1891.

Strindberg 
De la noche la mañana, Edvard se vio aureolado por una fama de artista maldito, y lo que le permitió convertirse en un personaje fundamental de la bohemia berlinesa. Como siempre, con quien más a gusto se encontraba era con los artistas contestatarios, que se reunían en el Café Zum Schwarzen Frekel,- El cerdito negro-. Allí se hace gran amigo del dramaturgo sueco August Strindberg, y de un poeta y ocultista polaco, Stanislaw Przybyszewsky. Y en esa legendaria taberna es donde, a principios de 1893, entra en escena por la puerta grande Dagny Juel. Nacida el ocho de junio de 1867 en Noruega, ya había conocido a Munch en Kristiania. Estudiaba piano y parece que se marchó a Berlín para estar junto a Munch. No queda claro que entre ellos llegase a existir una relación carnal pero sí resulta incuestionable que Dagny se convirtió en su modelo. Aparece en cuadros tan esenciales como Cenizas, Celos, El pecado, Muerte en la habitación del enfermo y, sobre todo, en la Madonna, que pinta en 1894. El atractivo magnético que irradiaba esta mujer fatal era debido a su desinhibición total. Bebedora imbatible de absenta y apologista del amor libre, sedujo primero a Strindberg y después a Munch con su aura oscura. La llamaban "Aspasia", como la inteligente y culta hetaira con la que se casó Pericles.
El mismo año de 1893 Dagny se casó con el poeta polaco de impronunciable nombre, que le arruinaría la vida por culpa de su alcoholismo crónico. En 1901 fue asesinada en su habitación en el Gran Hotel de Tiflis, Georgia, por un joven amante ruso, quizá instigado por su esposo. Su hijo Zenón, de cinco años, presenció la tragedia. Una Virgen de mármol blanco adorna su tumba en el cementerio de la localidad. Ese mismo año Munch dibujó la dolorosa emoción que le produjo la noticia de su muerte en Los amantes muertos. Recordaremos siempre a Dagny como la Madonna más irreverente que se haya pintado jamás. En opinión de algún comentarista, lo que hace Munch es captar a María en el acto de crear la vida. Es la santidad y sensualidad de la hierogamia.
Dagny escribió algunas obras de teatro. Tras la muerte de Munch, apareció entre sus archivos uno de sus cuentos, Redivida, de 1893, que fue publicado en 1977. Su estilo literario se ajusta al decadentismo, al simbolismo y al expresionismo, resaltando el punto de vista femenino y, en particular, la visión de la vida de las mujeres bohemias.
5. Tulla Larsen (1869-1942), la Musa demente
Entretanto, la carrera de Munch va en ascenso pero siempre envuelta en diatribas. En 1895, una gran exposición en la Galería Blomqvist de Kristiania culmina con un debate público acerca de la salud mental del pintor. Incluso lo acusaron de corromper a la juventud, como si fuera un moderno Sócrates. En su personal descenso a los infiernos, en 1897 se topa con un demonio con faldas, Mathilde (Tulla) Larsen, con la que mantiene una tumultuosa relación.
Tulla había nacido el 10 de agosto de 1869 en una familia rica de Oslo. Su padre era un conocido comerciante de vinos. El caso es que esta culta mujer había cumplido 29 años sin casarse, lo que parecía ser su máxima aspiración. Cuando la conoce Munch, cuatro años mayor que ella, no se figura hasta dónde puede llegar la pasión de la altísima pelirroja. Yo me lo imagino un poco como el Michael Douglas aterrorizado por Glenn Close en Atracción fatal. En la primavera de 1898 ambos viajan a Italia porque Edvard desea estudiar el arte del Renacimiento. Como su vena creativa sólo late en soledad, se las arregla para facturar a Tulla a París, con la promesa de reunirse después con ella. 

Tulla y Munch 
Con su libertad recién recobrada, en cuanto se marchó Tulla dio por terminada la relación entre ellos. Huyendo de aquel absorbente energúmeno, Edvard viaja por toda Europa perseguido por Tulla. Por fin lo encuentra en Aasgaardtrand, un pueblecito costero que era su refugio preferido y donde Tulla se instala, en una casa cercana, para tenerlo controlado. Con esa incesante persecución consigue hacer la vida imposible al artista. Una noche, Munch encuentra una nota debajo de la puerta de su casa, en la que ella le anuncia que ha intentado suicidarse por su amor. El pobre Edvard acude a su casa inmediatamente y se la encuentra en la cama pero con una salud estupenda. Munch le recrimina el engaño e intenta explicarle por qué son incompatibles para el matrimonio, pero no valen razones. Tulla echa mano de una pistola y, en el forcejeo, se escapa una bala que se lleva por delante dos falanges del dedo corazón izquierdo del pintor. Munch vivió esa mutilación como una tragedia, porque le dificultaba sujetar la paleta. Al final, el continuo rumiar de su problema se convirtió en una monomanía. El dedo destrozado le recordaba constantemente los tres años de su vida que había desperdiciado con semejante loca. Para remate, Tulla se casó nueve meses después con un joven pintor, Arne Kavli, nueve años menor que ella. Kristiania era entonces una pequeña ciudad donde todos se conocían, así que podemos hacernos cargo de los comentarios. Toda una humillación para Edvard, que nunca se lo perdonó.
Podemos ver a Tulla en muchas pinturas del autor: de la época feliz, Fertilidad, Metabolismo, y Amor y dolor de 1897. Este cuadro es más conocido como la Vampira, aunque lo que intentaba reflejar son los sentimientos que provoca un beso en el cuello. Su difusión coincidió con la publicación de Drácula de Bram Stoker ese mismo año, y ello contribuyó a la metamorfosis del título. También aparece Tulla desdoblada en La danza de la vida, vestida de blanco y negro, junto a Munch y Milly de rojo. Después del disparo, reflejó su trauma en Naturaleza muerta (La asesina) y en La muerte de Marat I (1906-1907), en la que Tulla cumple papel de Carlota Corday, la asesina del revolucionario.
6. Eva Mudocci, la Musa fértil
Cuando aún no se había repuesto del susto y del disgusto del disparo, en 1903 Munch se lanza en brazos de un nuevo amor. Evangelina Hope Muddock, cuyo nombre artístico era Eva Mudocci, fue una talentosa violinista inglesa de belleza indescriptible. “La Sta. Mudocci es maravillosamente bella y yo casi temo enamorarme”, escribe Edvard volviendo a las andadas.

 Eva formaba pareja musical con la pianista Bella Edwards. Ambas viajaron por toda Europa dando recitales durante 50 años. Su encuentro con Munch se produce en París y él la inmortaliza en la famosa litografía El puente de 1903. También fue la modelo favorita de Matisse. 
El Puente en versión Warhol
Siguió viéndose regularmente con Munch hasta 1908 o 1909 pero el contacto entre ambos cesó definitivamente en 1927. En la época en que se rompe su relación, Munch había entrado en una dinámica autodestructiva. Entre 1905 y 1906 ya tuvo que recibir tratamiento para superar la ansiedad y el alcoholismo. En 1908 le llega el colapso absoluto, con alucinaciones persecutorias. Ingresa en la clínica del doctor Jacobson en Copenhague, donde recibe un novedoso tratamiento de electrificación. Sale de allí un año después menos pesimista y con la paleta cargada de colores más alegres. Con ocasión de su 50 cumpleaños, se le rindieron grandes honores en Kristiania.
Autorretrato en la clínica del Dr. Jacobson
 Con esta musa, sin embargo, hay un culebrón oculto que estallará en la prensa mundial cualquier día de estos. La dulce Eva,- a la que Munch, por supuesto, también consideró incompatible para el matrimonio-, dio a luz a dos gemelos en diciembre de 1908, en una clínica privada de Dinamarca. El chico, Kai, nació con serios problemas mentales. La niña, Isabel, estudió música y acabó casándose con un banquero suizo. De esta unión nacieron tres hijos. La pequeña, Janet, lo hizo en Surrey, Inglaterra. Se interesó por el teatro y el ballet, para profesar finalmente como monja, con gran disgusto de sus padres. Vivió durante 40 años en un convento de Connecticut, pero la fuerza de la sangre la ha llevado de vuelta a Inglaterra para intentar averiguar quién era su misterioso abuelo. Por la coincidencia exacta de las fechas, seguro que sospecharéis lo mismo que ella. Janet ha pedido que se realice un estudio de ADN para confirmar su parentesco con Munch. Asegura que la duda le produce una enorme desazón. Eva fue muy discreta y tal vez no quiso comprometer a Edvard con la paternidad. Aunque lo vio junto con los niños en dos ocasiones, no parece que el presunto padre se diera por enterado de nada. O quizás sí. Su derrumbe moral de 1908 podría apuntar también a una cobarde huida de sus responsabilidades.
7. Las Musas silenciosas
Curado por fin de su alcoholismo y controlada su paranoia, Munch pudo disfrutar de una etapa de su vida más estable. Las muchas mujeres que desfilaron por su casa de Oslo son anónimas, y le sirvieron como criadas, modelos y quién sabe para qué más, conociendo sus antecedentes. Había alcanzado por fin una madurez artística más serena. En 1912 expone sus obras con las de Van Gogh, Gauguin y Cezanne, los post-impresionistas que tanto admira. Año siguiente comparte con Picasso los honores de la Exposición de Otoño en Berlín. Es su consagración definitiva, la cima de su carrera. Pero un último escándalo le llegará todavía desde Alemania. Con el ascenso del nazismo, sus adinerados clientes judíos limitaron sus compras. En 1937 los nazis retiran y venden 82 obras de Munch, procedentes de los museos alemanes. Las califican de arte degenerado y, en esa ilustre categoría figuraron Picasso, Pau Klee, Matisse y Gauguin. Hitler intentó justificar esta operación ideológica (pero también comercial): “Por lo que a nosotros respecta, estos bárbaros pintores prehistóricos de la edad de piedra pueden volver a las cavernas de sus ancestros”. En 1940 el Tercer Reich ocupa Noruega pero Munch, milagrosamente, conseguirá mantenerse alejado de sus esvásticas. Cuando muere, en 1944, se descubre un inmenso tesoro artístico, secretamente escondido en el segundo piso de su casa: 1008 cuadros, 4443 dibujos, 15.391 láminas, 378 litografías, 188 aguafuertes, 148 grabados en madera, 143 piedras litográficas, 155 placas de cobre, 6 esculturas, fotografías, cientos de cartas y manuscritos y la totalidad de sus diarios. Todo lo donó a Oslo.
Munch se ha convertido en un artista mítico. La crítica de arte Marta Tedeschi pone en el mismo plano a la Gioconda y a El Grito como pinturas que, sin ser las más bellas, importantes o valiosas, tienen capacidad para comunicar inmediatamente su significado a cualquier espectador, porque han hecho una exitosa transición desde el reino elitista del museo al más extenso lugar de la cultura popular. Existe algo más que acerca El grito o la Madonna a la Mona Lisa: todos ellos han sido objeto de robos espectaculares y mediáticos y, afortunadamente, pudieron ser recuperados, siquiera con daños. No sabría decir si estas pinturas fueron robadas por ser las más famosas, o se hicieron todavía más célebres por el hecho de su sustracción. 150 años después de su nacimiento, el arte de Munch sigue muy vivo pero es hora de rescatar también a su Musas.
Pedro Losada y yo hemos elaborado un vídeo con pinturas de Munch que esperamos que ilustre bien la evolución de su obra.



Esta entrada apareció en el blog Ateneas, Mujeres para la Historia
(http://mujeresparalahistoria.blogspot.com) pero creo que también puede tener interés para los lectores de Espíritu y Cuerpo, a la hora de poner de relieve los estrechos vínculos entre filosofía y arte, y echar un vistazo al ambiente de la bohemia del que nacieron las revoluciones intelectuales del siglo XX. Munch será siempre un epítome de la angustia existencial del hombre moderno. 

6 comentarios:

  1. Enhorabuena. Excelente idea la de presentar la obra de Munch engarzada en su biografía de artista colmado de insatisfacción. Creo que su expresión artística y sus andanzas personales son tributarias de los episodios que marcaron su infancia y conocerlos nos ayuda a comprenderlas mejor. Gracias.

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  2. Es famosa polémica de Marcel Proust contra el crítico literario Sainte- Beuve. Este mantenía que una obra de arte puede explicarse mediante los episodios de la vida del artista, su psicología, opiniones, entorno social... En su aguda réplica, Proust denunció que ese método de interpretación prescindía del hecho literario mismo. Proust niega que la biografía de un creador, entendida como un ramillete de circunstancias, pueda dar cuenta de aquello que hace única a una obra de arte. Ahora bien, aunque Proust tenga razón, y el arte de Munch no sea el resultado inmediato de las mujeres que conoció y amó, aun tendríamos el hecho de que nunca entenderíamos enteramente su obra en sí misma considerada. Después de estudiar sus andanzas por los cafés de la bohemia, ahogando la ausencia del padre en las animadas montañas rusas de París, su largo ingreso en la clínica psiquiátrica, sus polémica con los nazis, y las historias detrás de esos rostros femeninos que nos son tan familiares, he llegado a entender mejor la obra del pintor, lo radical de sus propuestas y por qué causó tanto escándalo en su época, y espero haber acertado a la hora de compartir con vosotros esos descubrimientos. Gracias por tu comentario.

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    1. No me extraña, Encarnación. Aunque no se puede reducir el arte a la vida, es evidente que la materia original de la que parte siempre la creación estética son las vivencias, personales o animales, incluidos los sueños y esperanzas. A mí me pasa que cuando me interesa una obra, me gusta profundizar en la vida del autor para comprenderla mejor, para calar sus detalles, por decirlo así, aunque tal vez estos puedan no añadir o quitar valor artístico a la obra en sí...

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  3. Muy interesante la entrada. En lo personal estoy de acuerdo con Proust respecto a la reducción de la literatura y el arte a la biografía; pero a la vez pienso que la vida recordada y narrada también pertenece, a su modo, al arte y la literatura. Y es por eso que nos cautivan esas cosas. Muy bueno también el video, y muy acertada la elección minimalista de Ludovico Ienaudi para la música. Si no es molestia me gustaría saber qué pieza es...

    En definitiva, fue un placer. Gracias por eso.

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  4. Muchísimas gracias por tu comentario. En esa polémica Proust- Sainte -Beuve todavía hay mucho que decir. Yo no había entendido el arte de Munch hasta que lo vi en la perspectiva de sus crisis vitales. La elección de la música del vídeo no fue fácil, porque tenía que ser algo bonito pero triste, porque tristeza y melancolía es lo que rezuman la mayoría de sus pinturas, cuando no directa desesperación. El título de la pieza viene al final escrito, La profonditá del buio, que está en el disco Le Onde.

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  5. Sí, ahora lo ví. Había cerrado el video antes de la última nota... Gracias otra vez.

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