Si alguien nos preguntara qué sabemos sobre Drácula, sin
duda le contestaríamos que es el vampiro más poderoso. Camuflado bajo la
apariencia de un elegante y misterioso conde procedente de Transilvania, este
monstruo intenta destruir la especie humana infectándola con el mordisco de sus
afilados colmillos. Vive de noche y, durante el día, duerme en un ataúd. Como
carece de alma, no se refleja en los espejos. Es rey de las tinieblas y señor
de los animales más repugnantes. Puede transformarse en murciélago o en lobo, lo
mismo que desvanecerse en el aire. Lo espantan el ajo y el crucifijo pero, para
destruirlo, el ritual más eficaz es clavarle una estaca en el corazón. Esta es
la imagen popularizada por Hollywood que todos conocemos. Sin embargo, apenas
somos conscientes de la forma en que se ha forjado y evolucionado este mito de
raíces antiquísimas, ni de cuáles son las razones por las que nos seduce tanto.
Vamos a examinar algunos de los aspectos de su rica simbología, para
comprobar cómo se han ido articulando a lo largo de los siglos. Al final nos
sorprenderá descubrir hasta qué punto somos nosotros mismos el reflejo
escondido en la leyenda de Drácula.
Uno. Los orígenes
Todas las culturas
consideran la sangre como el fluido más vital. Su pérdida arrebata la vida y,
al contrario, recibir sangre la renueva. Por ello existe un temor ancestral a
los seres malignos que se apoderan del rojo líquido, y ese miedo se traslada a
relatos que comparten pueblos muy alejados entre sí en el tiempo y en el
espacio, como refleja La rama dorada
(1890) de Sir James G. Frazer. Sobre el año 2300 a. C. ya se registraron en
Mesopotamia historias de diosas y demonios que bebían la sangre de los recién
nacidos, como Lamashtu o Lililu (la Lilith de los judíos).
Podemos rastrear su
presencia de Siberia a la América precolombina, de las brumas del norte al
África abrasadora. También en Europa estaba muy arraigado en el folklore de las
zonas rurales, especialmente en Serbia, Hungría, Austria o Polonia pero no,
curiosamente, en Rumanía. En Irlanda, país del padre literario de Drácula, Bram
Stoker, existía la creencia en Dearg- due, el “chupador de sangre roja”. La
superstición y las grandes epidemias de peste y rabia que asolaron Occidente
entre los siglos XIV al XVIII, cristalizaron en el miedo irracional a los no-muertos. A diferencia de los
fantasmas, que no tienen cuerpo, o de los zombis, cadáveres animados por la
magia negra, los vampiros (del húngaro vampir),
son seres entre la vida y la muerte que se alimentan de sangre. La idea de los
muertos volviendo de la tumba pudo surgir del enterramiento prematuro de
enfermos catalépticos o moribundos de peste, a los que la gente, aterrorizada,
vería escapar de los cementerios. La idea del no-muerto también pudo ser
resultado del hallazgo de ataúdes vacíos, en una época en que era frecuente el
robo de cadáveres para las disecciones anatómicas prohibidas por la Iglesia.
Por otro lado, mientras que el catolicismo consideraba los cuerpos incorruptos
como signo de santidad, la Iglesia oriental atribuía carácter demoníaco a
aquellos restos incólumes, de los que manaba sangre al pincharlos.
Principalmente eran sospechosos de ser vampiros los herejes y los suicidas, a
los que se atribuían todos los males.
Ello desató una auténtica furia decapitadora de cadáveres en Europa central durante el siglo XVIII. Paradójicamente, la era de las Luces vivió la mayor efervescencia del vampirismo en la historia. Libros como Magia Posthuma de Shertz (1706) o el de Calmet de 1746 encendieron la calenturienta imaginación de un público cuya esperanza de vida era muy corta. Muchas personas consideran siniestro en grado sumo cuanto está relacionado con la muerte, con cadáveres, con la aparición de los muertos, los espíritus y los espectros... Pero difícilmente hay otro dominio en el cual nuestras ideas y nuestros sentimientos se han modificado tan poco desde los tiempos primitivos, en el cual lo arcaico se ha conservado tan incólume bajo un ligero barniz, como en el de nuestras relaciones con la muerte. Dos factores explican esta detención del desarrollo: la fuerza de nuestras reacciones afectivas primarias y la incertidumbre de nuestro conocimiento científico (...) Nuestro inconsciente sigue resistiéndose, hoy como antes, a asimilar la idea de nuestra propia mortalidad (Sigmund Freud, Lo siniestro)
Ello desató una auténtica furia decapitadora de cadáveres en Europa central durante el siglo XVIII. Paradójicamente, la era de las Luces vivió la mayor efervescencia del vampirismo en la historia. Libros como Magia Posthuma de Shertz (1706) o el de Calmet de 1746 encendieron la calenturienta imaginación de un público cuya esperanza de vida era muy corta. Muchas personas consideran siniestro en grado sumo cuanto está relacionado con la muerte, con cadáveres, con la aparición de los muertos, los espíritus y los espectros... Pero difícilmente hay otro dominio en el cual nuestras ideas y nuestros sentimientos se han modificado tan poco desde los tiempos primitivos, en el cual lo arcaico se ha conservado tan incólume bajo un ligero barniz, como en el de nuestras relaciones con la muerte. Dos factores explican esta detención del desarrollo: la fuerza de nuestras reacciones afectivas primarias y la incertidumbre de nuestro conocimiento científico (...) Nuestro inconsciente sigue resistiéndose, hoy como antes, a asimilar la idea de nuestra propia mortalidad (Sigmund Freud, Lo siniestro)
Kit para matar vampiros en 1840 |
El irónico Voltaire
escribió: Los vampiros eran muertos que
salían del cementerio por la noche para chupar la sangre a los vivos, ya en la
garganta, ya en el vientre, y que después de chuparla se volvían al cementerio
y se encerraban en sus fosas. Los vivos a quienes los vampiros chupaban la
sangre se quedaban pálidos y se iban consumiendo, y los muertos que la habían chupado
engordaban, les salían los colores y estaban completamente apetitosos. En
Polonia, en Hungría, en Silesia, en Moravia, en Austria y en Lorena eran los
países donde los muertos practicaban esa operación. Nadie oía hablar de
vampiros en Londres ni en París. ( el subrayado es mío )
Monarcas ilustrados
como la emperatriz María Teresa de Austria prohibieron la apertura de tumbas y
la profanación de los cuerpos con el ritual de la estaca, con la que se
pretendía clavar el alma en pena al cuerpo de los supuestos vampiros. En Inglaterra
no se derogó la norma que obligaba al exorcismo de la estaca y la decapitación
hasta 1824.
Dos. Monstruos a la orilla del lago
Villa Diodati |
En la irrepetible
noche del 16 de junio de 1816, cerca del lago de Ginebra, tuvo lugar la
gestación de dos de los más grandes mitos de la literatura fantástica. Villa
Diodati, en Cologny (Suiza), era la residencia de verano de Percy B. Shelley,
su futura esposa Mary Wollstonecraft, y lord Byron, que viajaba acompañado por
su médico personal, John William Polidori.
Ese mismo año había tenido lugar la
explosión del volcán Tambora, en Indonesia. Arrojó tal cantidad de material a
la atmósfera que se produjeron fuertes alteraciones climáticas. Sin poder
disfrutar de la naturaleza, los amigos se entretenían dentro de la casa
contándose historias de misterio e imaginación. En pleno apogeo del
Romanticismo, con el lado oscuro de la mente pugnando por desatarse de las
ataduras de la razón, aquellos genios se concertaron para escribir cada uno un
relato de terror.
Lord Byron, un vampiro psíquico |
Polidori |
Bram Stoker |
Resumidamente, la
novela cuenta cómo un joven abogado inglés, Jonathan Harker, viaja al castillo
del conde Drácula, en los lejanos Cárpatos, para encargarse de gestionar unas
ventas. Aunque al principio su anfitrión le fascina con su incansable
conversación, pronto descubre que no come, sólo vive de noche, no se refleja en
los espejos y es un ser egoísta y despreciable. Como en el cuento de Barba
Azul, cuando el Conde le prohíbe que penetre en una recóndita habitación de la
mansión, se desata la curiosidad de Harker. Allí encuentra a tres voluptuosas
vampiras que lo seducen. Sólo la repentina aparición de Drácula impide su
bautismo de sangre. Mientras Harker permanece como prisionero en el castillo,
Drácula viaja a Londres a poner en práctica su maléfico plan de invasión.
Primero vampiriza a Lucy Westenra, una joven de familia acomodada, sonámbula y
de carácter débil. Paulatinamente su salud se marchita, sin que nadie tenga una
explicación para los extraños orificios que presenta en el cuello. Van Helsing,
un médico holandés experto en enfermedades misteriosas, intentar salvarla con
transfusiones de sangre, entonces una novedad, pero al final Lucy muere. Entre
tanto, Harker, que ha conseguido escapar de Transilvania, se casa con la bella
e inteligente institutriz Wilhelmina Murray. También a ella la vampiriza
Drácula usando sus poderes hipnóticos. En la batalla final, el Bien triunfa
sobre el Mal y Mina se salva.
A diferencia de
nosotros, que conocemos todos esos pormenores de la historia, cuando Stoker
escribió su novela los lectores victorianos no sabían nada sobre Drácula, al
que el autor desvelaba poco a poco y de manera indirecta, a través de las
percepciones de los distintos personajes. La original narración avanza al ritmo
de las cartas que los mismos se intercambian, las anotaciones hechas en sus
diarios, las noticias publicadas en los periódicos, los telegramas, informes
médicos, grabaciones fonográficas… Un mundo culto y de progreso tecnológico en
lucha contra los poderes primitivos del Maligno.
Cuatro. El verdadero Drácula
Vlad Dracul |
Vlad II (1390-1447)
fue un noble gobernador de la Valaquia, un principado en los Balcanes. Gracias
a sus triunfos en la lucha contra los otomanos, Vlad fue admitido en la
prestigiosa Orden del Dragón, una fraternidad secreta que acogía sólo a 24
caballeros de la cristiandad. Por ese motivo, se asoció a su nombre el de Dracul-“dragón”, que heredó su hijo Vlad
III Draculea (“hijo de Dracul”). Este
príncipe del Renacimiento, que vivió entre 1431 y 1476, -para situarnos en el
tiempo, fue más o menos coetáneo de Lorenzo de Medicis-, continuó las batallas
de su padre contra los turcos. A pesar de que el imperio otomano se había
apoderado de Constantinopla en 1453, sus gobernantes temían la ferocidad de
aquel demonio. Aunque en Rumanía ostenta la categoría de héroe nacional, lo
cierto es que masacró a sus enemigos y exterminó a algunas etnias de su propio
pueblo, como los gitanos, con un odio genocida. Se calcula que, en el período
de seis años que duró su gobierno, ordenó la ejecución de unas 100.000
personas, la mayoría por el atroz método del empalamiento. Por ello se ganó el
apodo de Vlad Tepes, el Empalador, y no es de extrañar que las leyendas
transmitieran pronto su fama del monstruo sanguinario.
Otro personaje
femenino verdaderamente espantoso dio cuerpo a la figura de las vampiras. La
primera asesina en serie conocida es Erzsébet Báthory (1560-1614), una condesa
húngara obsesionada con la eterna juventud, que se bañaba en la sangre de
doncellas para intentar conservar su belleza. Con ese fin atraía a su castillo
un ingente número de campesinas para trabajar como criadas. Cuando el
tratamiento facial fracasó, recurrió a la sangre azul de las jóvenes de la
nobleza para mejorar su eficacia. Fue entonces cuando sus horrendos crímenes
salieron a la luz. Fue procesada y condenada a morir emparedada. Se cree que
unas 630 jóvenes murieron a manos de esta psicópata. Stoker tuvo conocimiento
de tales figuras gracias a Arminius Vámbery, un lingüista y folclorista húngaro
que le sirvió de modelo para el sabio Van Helsing.
Cinco. El mundo victoriano al descubierto
La década de 1890 fue
crucial para Inglaterra. Con un imperio colonial en su cénit, en la metrópolis
se daban cita, muchas veces confundidas, la mayor de las riquezas y las masas
depauperadas. El abismo social entre unas clases y otras era insalvable. En el
infierno de las calles londinenses, Jack el Destripador había estremecido a sus
conciudadanos con sus espeluznantes crímenes en 1888. Por otro lado, si
pensamos que sólo ahora nuestro mundo está completamente globalizado,
deberíamos pararnos a reflexionar que, entre 1800 y 1924, se desplazaron 60
millones de europeos debido a la explosión demográfica y el alto desempleo. Los
principales flujos migratorios en la época de Stoker procedían de los países
del sur y del este de Europa. Esta oleada masiva de trabajadores de baja
formación generó una corriente de racismo desaforado. El antropólogo de origen
alemán Franz Boas ( 1858-1942) denunció los flagrantes errores de la ideología
racialista, demostrando científicamente que la mezcla genética de poblaciones
de diferentes orígenes no resulta perjudicial para la evolución humana sino
todo lo contrario. Por esta inmensa aportación intelectual, Ernest R. Trattner
incluye a Boas entre los grandes arquitectos de ideas de la humanidad, al nivel
de Einstein, Darwin o Freud.
Sin embargo, en las postrimerías del siglo XIX
hasta los mejores intelectuales veían amenazada la supremacía de la raza blanca
por la insidiosa presencia de los inmigrantes latinos y eslavos, considerados
inferiores, portadores de enfermedades exóticas y costumbres indeseables.
Recordemos la imagen de los inmigrantes retenidos en cuarentena en la Isla de
Ellis, irónicamente a la vista de la estatua de la Libertad, antes de
franquearles la entrada al paraíso del trabajo y de la posibilidad del ascenso
en la escala social. Este temor y repulsión ante las invasiones eslavas está
también presente en Drácula. El Conde
es un extranjero procedente de Rumanía que representa a aquellos pueblos del
este, educados en una cultura amenazante. Viaja con un séquito de zíngaros que
acarrean tierra de la salvaje Transilvania-topónimo que significa “más allá de
los bosques”-, porque, igual que Escarlata O'Hara sacaba su fuerza de la tierra
roja de Tara, también Drácula necesitaba ese vínculo material con su lugar de
origen para mantener su poder. Sin duda es una crítica al hecho de que los
inmigrantes se negaban a cortar sus lazos con su nación de procedencia.
Franz Boas |
Si avanzamos un poco
más en la hermenéutica de la historia, nos veremos obligados a explicar por qué
Drácula repele pero también atrae. Una de las razones que se han apuntado es
que el vampiro no gobierna sus actos por la moral burguesa, estrecha de miras,
sino que, en un ejercicio de individualismo exacerbado, es dueño absoluto de
sus principios. Aunque se mueve con soltura en sociedad, desprecia sus
convencionalismos y no se siente obligado a esconder sus impulsos bajo la
máscara de la hipocresía. Para colmo, vive en un universo cuyas leyes físicas
son completamente distintas a las nuestras: se desintegra, se transforma a
voluntad en todo tipo de alimañas, trepa y atraviesa las paredes… Es el
paradigma de la libertad, la sexualidad desenfrenada y el poder omnímodo, que
incluso ejerce por control mental. Su sistema de valores es el reverso del
nuestro y por eso constituye un peligro disolvente del orden social. Como en El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde
(1886) de R.L.Stevenson, la novela de Bram Stoker, publicada 10 años después,
es también un ejemplo de la psicopatología de fin de siglo. Enfrenta el mundo
social moral, con los sacrificios impuestos por la civilización, al efecto
disgregador del libertinaje. La materia y el espíritu se presentan como
irreconciliables, y esa contradicción debe resolverse con la sumisión de los
instintos al superyo represor. No resulta admisible que el inconsciente desatado
de sus cadenas perturbe la paz social.
Pero aún hay un hilo
oculto más: Drácula es un depravado aristócrata, un terrateniente latifundista,
el mundo agrario atrasado frente al urbano, un sobreviviente a extinguir del
Antiguo Régimen, en un momento histórico en el que, definitivamente, la
burguesía ha tomado las riendas del poder. Su modelo de lucha contra el
universo arcaico del vampiro es el humanismo científico: el progreso tecnológico
de la mano de la fe religiosa, el trabajo en equipo de una hermandad de hombres
frente al individualismo egoísta de Drácula.
Seis. Drácula se muda a Hollywood
Drácula obtuvo cierto éxito, aunque sus lectores habrían preferido
que aquella historia gótica se hubiera ambientado en el pasado, y no en el
Londres contemporáneo, así que no llegaron a ser conscientes de los radicales
conflictos que latían en la historia. Somos nosotros los que, después de más de
cien convulsos años, podemos realizar este análisis, en el que quedan aún unos
cuantos pasos que dar.
Florence Balcombe |
A la muerte de
Stoker, su viuda, Florence Balcombe, autorizo la adaptación de la novela al
teatro. Ello supuso cercenar la riqueza de personajes y situaciones que
contenía la narración, pero también fue el paso necesario para que pudiera ser
trasplantada al cine. Se estrenó en Londres en 1924 y logró un gran éxito.
Pronto se pensó en montarla en Broadway pero, para ahorrar costes, no se
contrató al actor inglés sino a un desconocido intérprete húngaro, Bela Lugosi.
Éste aportó al personaje los elementos más característicos del canon vampírico:
la mirada penetrante, la extrema palidez, el pelo engominado, el acento exótico
y amanerado, unos modales parsimoniosos y, sobre todo, la elegante capa negra
forrada de terciopelo rojo que, en realidad, era un elemento del atrezzo para
simular la transformación del Conde en humo mientras desaparecía del escenario
por una trampilla.
La primera adaptación al cine fue Nosferatu (1922), de F. M. Murnau. Con la utilización de este
nombre y no el de Drácula, el director pretendía eludir el pago de los derechos
de autor. La viuda del novelista demandó a Murnau y los tribunales alemanes
ordenaron la destrucción de la película. Si no fuera porque ya se había distribuido
en Estados Unidos, nos habríamos quedado sin esta joya del expresionismo. Es
magistral el juego de sombras siniestras que en ella se muestra. Hoy, 28 de
octubre, es el Día Mundial de la Animación. Para celebrarlo, os invito a ver en
cualquier momento el corto de animación El
gato baila con su sombra, elegido por la revista Fotogramas como uno de los
100 mejores de 2012, para que disfrutéis con este magnífico homenaje al cine de
terror, en el que Nosferatu tiene una fuerte presencia.
http://vimeo.com/39226286
http://vimeo.com/39226286
Al socaire del éxito
de la adaptación teatral, y rescatando como protagonista al propio Bela Lugosi,
en 1931 Tod Browning rodó Drácula
para la Universal, que se convirtió en la película más taquillera del año. Como
curiosidad puede añadirse que, en aquella época, no existía el doblaje sino que
los filmes se rodaban en otros idiomas, simultáneamente a la versión inglesa
pero una vez que el casting oficial abandonaba los platós. De noche, con los
mismos decorados pero interpretada por actores hispanos, se rodó en el mismo año
la versión en castellano de Drácula,
bajo la dirección de George Melford, quien no hablaba nuestra lengua. Una
rareza cinematográfica con media hora más de metraje que la de Browning y que,
después de estar perdida durante muchos años, apareció hace poco en la
Filmoteca de La Habana.
Después del
taquillazo de Drácula vino todo un
aluvión de películas de monstruos, de miedo o de risa (recordemos la de Abbot y
Costello), hasta llegar a un punto de absoluta banalización y desgaste. La
fuerza expresiva del mito se recuperó en 1958 a manos de Terence Fisher. El
Drácula que compuso Christopher Lee, haciendo pareja con Peter Cushing como Van
Helsing, fue verdaderamente antológico y varió de manera sustancial la imagen
del Conde: dinámico, mayestático, cruel y repulsivo pero con un atractivo
erótico innegable. El film se encuadraba en un revival en color de los viejos
clásicos de la Universal, lo que representaba una apuesta arriesgada pues a las
historias de vampiros les iban muy bien las sombras y claroscuros del blanco y
negro. El technicolor y la mayor libertad de costumbres permitieron un
tratamiento estremecedor de la efusión de sangre, fluido hasta entonces tabú en
la gran pantalla, como también los mordiscos, que siempre se habían producido
fuera de cámara. Se añadió un nuevo elemento a la imagen draculea: los ojos
inyectados en sangre.
Y seguía existiendo una lectura sociopolítica como trasfondo. En la época del Drácula de 1931, Estados Unidos estaba inmerso en la Gran Depresión. El subtexto que podía sobreentenderse en la película, aunque no fuera la intención de su realizador, era que la culpa de los males sociales no la tenían los especuladores ni los políticos, sino los inmigrantes, gentes venidas de otras partes del mundo que malgastaban su recursos, desplazaban a los americanos de sus trabajos vendiendo sus servicios más baratos y sustituían la elevada cultura anglosajona por otra devaluada. Aquella atmósfera de pánico tras el gran Crack fue el caldo de cultivo apropiado para que la película pulsara los resortes ocultos en el mito de Drácula, cuyo elemento más distintivo frente a los restantes monstruos es su condición de extranjero.
De hecho, en cada momento histórico Hollywood ha jugado con esa extranjería para canalizar los odios hacia el lugar de donde procedía el enemigo. Así, en la película de 1958 el castillo del Conde no se sitúa en el famoso Paso del Borgo sino en Klausenberg, un territorio de Rumanía invadido por los nazis. En aquellas fechas todavía estaba muy cercano en el tiempo el final de la Segunda Guerra Mundial y estaba claro quiénes habían jugado el papel de malos en la misma.
Y seguía existiendo una lectura sociopolítica como trasfondo. En la época del Drácula de 1931, Estados Unidos estaba inmerso en la Gran Depresión. El subtexto que podía sobreentenderse en la película, aunque no fuera la intención de su realizador, era que la culpa de los males sociales no la tenían los especuladores ni los políticos, sino los inmigrantes, gentes venidas de otras partes del mundo que malgastaban su recursos, desplazaban a los americanos de sus trabajos vendiendo sus servicios más baratos y sustituían la elevada cultura anglosajona por otra devaluada. Aquella atmósfera de pánico tras el gran Crack fue el caldo de cultivo apropiado para que la película pulsara los resortes ocultos en el mito de Drácula, cuyo elemento más distintivo frente a los restantes monstruos es su condición de extranjero.
De hecho, en cada momento histórico Hollywood ha jugado con esa extranjería para canalizar los odios hacia el lugar de donde procedía el enemigo. Así, en la película de 1958 el castillo del Conde no se sitúa en el famoso Paso del Borgo sino en Klausenberg, un territorio de Rumanía invadido por los nazis. En aquellas fechas todavía estaba muy cercano en el tiempo el final de la Segunda Guerra Mundial y estaba claro quiénes habían jugado el papel de malos en la misma.
Pero la vuelta de tuerca definitiva la encontramos 20 años después, con
la adaptación de John Badham dirigió en 1979, después de realizar Fiebre del sábado noche. El protagonista
es el joven y apuesto Frank Langella, que ya había encarnado a Drácula sobre
las tablas. La novedad reside en el cambio del papel femenino, que ha de
ponerse en relación con las variaciones en el pensamiento social en cada época.
La madre de Bram Stoker, Charlotte M. Blake Thornley, había sido una defensora
de los derechos de la mujer y ello permeó la visión del novelista. Mina es una
animosa joven burguesa, que intenta abrirse camino en el mundo de los hombres y
es clara la mayor simpatía del autor por ella frente a Lucy, una ociosa y enfermiza integrante de la clase alta. Pero
Stoker castiga a sus protagonistas femeninas por salirse de la norma de la
decencia en las costumbres. En cambio, de ese discurso reaccionario acerca de
la mujer se pasa a otro progresista: el Drácula
de 1979, en plena era de la liberación sexual, aplaude la actitud decidida
de Lucy. Drácula no la seduce con sus artes oscuras sino por su propia
voluntad. Ella misma se entrega al príncipe extranjero en una historia romántica
de amor imposible.
Ello es aún más evidente en el Drácula de Francis Ford Coppola, en 1992. En un emotivo homenaje al poder del celuloide, es en el cinematógrafo- espacio en el que se dan cita las sombras, las apariencias, las ilusiones-, donde tiene lugar el reencuentro de los amantes separados por los siglos: “He cruzado océanos de tiempo para encontrarte”, le dice el Conde a Mina, en un giro hacia la leyenda del Holandés errante. Esto me lleva a la última parte de la entrada, la capacidad de este poderoso símbolo para asociarse con otros y seguir evolucionando.
Ello es aún más evidente en el Drácula de Francis Ford Coppola, en 1992. En un emotivo homenaje al poder del celuloide, es en el cinematógrafo- espacio en el que se dan cita las sombras, las apariencias, las ilusiones-, donde tiene lugar el reencuentro de los amantes separados por los siglos: “He cruzado océanos de tiempo para encontrarte”, le dice el Conde a Mina, en un giro hacia la leyenda del Holandés errante. Esto me lleva a la última parte de la entrada, la capacidad de este poderoso símbolo para asociarse con otros y seguir evolucionando.
Siete . El vampiro
sin imagen
María Lorenzo animando |
Una de las muchas historias que Stoker pretendió escribir
acerca de Drácula, y que finalmente no incluyo en la novela, fue la de Francis
Aybrown, un artista que intentaba pintar su retrato sin éxito, pues siempre
acaba pareciéndose a otras personas. La realizadora María Lorenzo, coordinadora
del proyecto colectivo El gato baila con su sombra, tiró de ese cabo suelto
en la novela para elaborar un relato, Retrato
de D., que se convirtió después en un exitoso corto de animación en 2004. Logró una gran difusión nacional e internacional y obtuvo múltiples
premios, presentando una preciosa y cuidada estética que evoca la pintura impresionista en
movimiento. El giro que da el mito aquí es hacia la sociología del artista: la
aspiración, siempre insatisfecha, a la obra de arte perfecta. Abajo tenéis el
enlace para verlo:
Londres, 1891. En un ambiente modernista, decadentista,
Nowan Dyes es el pintor de moda cuyos favores se disputan todas las damas.
Herido por el spleen baudelaireano, el
hastío finisecular, Nowan detesta ese ambiente frívolo y solo desea pintar al
fascinante conde D. Como un moderno Sísifo, cada día emprende el trabajo de
nuevo porque las líneas se desdibujan
tras la noche.
Leemos en este espléndido cuento borgeano: Pintar a D. fue como querer fijar con alfileres el lánguido devenir de
una voluta de humo: una vez terminado el boceto, cambiaban las proporciones de
su varonil figura; los tonos nacarados de su frente altiva se tornaban verdes y
grises sobre el lienzo; y cuando había terminado de acusar los ángulos de su
rostro, la masa de pintura me mostraba impúdica una máscara de mujer. Una y
otra vez, durante meses, daba por acabado el retrato, y a la mañana siguiente,
con la cabeza despejada tras pocas horas de sueño, desde el fondo de mi estudio
me sorprendía el retrato de una persona diferente. No fue sino muchos años
después cuando llegué a comprender la aflicción de cinco siglos que arrastraba
el Conde, aullando desesperado frente al espejo de mi estudio, incapaz de
recordar los rasgos de mi propia cara.
Nowan Dyes, impotente al no poder pintar a Drácula |
Obsesionado con el misterio, acude a casa de D. para obtener
alguna respuesta. Allí recibe su bautismo de sangre, iniciando una nueva
existencia, la de la lucidez artística, a la
que pronto seguirá el tormento eterno. El mordisco transformador
catapulta a Nowan por delante de su tiempo, llevándole al bullente ambiente
artístico del período entreguerras.
En un espectacular flashforward, tanto desde el punto de vista narrativo como visual, vemos pasar delante de las lentes ahumadas de Nowan -un guiño a las gafas bohemias de Gary Oldman en el Drácula de Bram Stoker-, máscaras de gas de la primera contienda mundial y algunas de las más conocidas imágenes de las vanguardias pictóricas, al ritmo de una música de club de jazz de los años veinte. Pero, pasada la efervescencia creativa, Nowan se da cuenta de que la belleza de D., atractiva y repelente al mismo tiempo, siempre se le escapará. Y, aún más, acaba siendo un vampiro existencialista, como el Nosferatu el vampiro de la noche (1979) de Werner Herzog: “Es una experiencia terrible no poder envejecer. La muerte no es lo peor. Hay cosas más terribles que la muerte. ¿Se imagina vivir durante siglos? Experimentar todos los días las mismas banales experiencias”.
En un espectacular flashforward, tanto desde el punto de vista narrativo como visual, vemos pasar delante de las lentes ahumadas de Nowan -un guiño a las gafas bohemias de Gary Oldman en el Drácula de Bram Stoker-, máscaras de gas de la primera contienda mundial y algunas de las más conocidas imágenes de las vanguardias pictóricas, al ritmo de una música de club de jazz de los años veinte. Pero, pasada la efervescencia creativa, Nowan se da cuenta de que la belleza de D., atractiva y repelente al mismo tiempo, siempre se le escapará. Y, aún más, acaba siendo un vampiro existencialista, como el Nosferatu el vampiro de la noche (1979) de Werner Herzog: “Es una experiencia terrible no poder envejecer. La muerte no es lo peor. Hay cosas más terribles que la muerte. ¿Se imagina vivir durante siglos? Experimentar todos los días las mismas banales experiencias”.
Retrato
de D. es también una profunda reflexión metafísica sobre el paso del
tiempo. Esta es otra parte trágica del sino de Drácula, que nos advierte de lo
equivocadas que están nuestras pretensiones de vivir para siempre. Nowan,
convertido en Nadie para las generaciones posteriores, se jugó su alma y su
propia imagen inútilmente por una imposible perfección artística, otra dolorosa
herida para nuestra aspiración a lo Absoluto, que ya habían reflejado Balzac en
La obra maestra desconocida (1831)-que
ilustraría un Picasso entusiasmado-, o Henry James en La Madonna del futuro (1873). El de Drácula es un mito en constante
cambio que siempre tiene algo nuevo que contarnos acerca de nosotros mismos.
Como me avisa mi amiga Marisa Ayesta, pronto nos sorprenderá una serie con
nuevas andanzas del Conde, interpretado por Jonathan Rhys Meyers, y puede
suponerse que con un alto voltaje erótico visto el trabajo anterior del actor en
Los Tudor. Óperas, musicales,
versiones poéticas, parodias, adaptaciones infantiles, animación, series de
televisión… La leyenda de Drácula nunca se acaba.
Vieja leyenda, sangre nueva |
Para escribir esta entrada me he basado en Drácula. De Transilvania a Hollywood
(1992), de Roberto Cueto y Carlos Díaz; Máscaras
de la ficción (2002), de Román Gubern; el texto de Cristina Fernández Cubas
en Héroes de ficción ( 2000); y en
las conferencias de los profesores John Douglas Sanderson y Catalina Iliescu Gheorghiu en el ciclo
dedicado a Drácula por la Universidad de Alicante en 2012.
Si queréis saber más sobre la realizadora María Lorenzo, tenéis información muy interesante en estos enlaces:http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2013/11/conversando-con-maria-lorenzo.html, y http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2013/11/pasion-por-animar-vampiros-gatos-y_8.htm
l
Doodle recordando a Bram Soker |
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¡¡Magnífico!!Un análisis exhaustivo del mito de Drácula y todo nuestro inconsciente recogido en él. Me ha parecido muy interesante la relación entre la figura del conde transilvano y la lectura antropológica del miedo al otro, la necesidad de encontrar "otro" diferente a nosotros en quien poner nuestros miedos y nuestras fobia, y alguien a quien culpabilizar, en última instancia, cuando algo no sale según nuestros planes. Frente a esa mentalidad, está la de Boas, que tú destacas como representante de ideas más modernas de mezcla y riqueza multiétnica, y es que, como padre de la Antropología, tal actitud resume lo que significa tal disciplina: mirar a todos como gentes de las que todos podemos aprender.
ResponderEliminarPor último, el recorrido por el cine y la animación es estupendo, haciendo la entrada muy agradable de leer .
Felicidades, una vez más, a María por su inmenso trabajo.
Acabo de leer el artículo de Drácula, como siempre, y nunca más apropiado, me parece " bloodily fantastic"; me encantan las múltiples conexiones del mito en sus distintas épocas y como amo el cine, ese apartado me ha dejado " bloodily astonished". Karl
ResponderEliminarInteresante el recorrido, pues permite ver cómo ha ido mutando ese mito y a la vez cómo nos sigue covocando, y diría fascinando, a pesar de los cambios de perspectiva y mentalidad.
ResponderEliminarEl libro de Stoker, que leí siendo joven, expresaba preocupaciones filosofícas que hoy no parecen relevantes, al menos no para el conjunto. Stoker tenía interés en lo oculto, y de hecho perteneció, como otros artistas de su época, a una agrupación hermético cabalística llamada Golden Dawn. Y en el libro la lucha entre el racionalismo científico y el mundo oculto se resuelve a favor de lo oculto, pero en su forma luminosa: triunfa la fe. Los protagonistas combaten a Drácula con cruces y conocimientos tomados de antiguos libros sapienciales.
Nuestra época, en cambio, tiende a psicologizar todo lo que antes pertenecía al mundo del 'alma', por eso las preocupaciones de Stoker han pasado de moda. Sin embargo el inquietante vampiro sigue siendo un espejo en el cual nos miramos... Es notable ¿no?
Muy buen post. Gracias. :-)
Muchísimas gracias por tus inteligentes y bien fundamentadas reflexiones. Tienes toda la razón sobre ese desequilibrio de peso a favor de lo oculto. Realmente me habría gustado no optar por la perspectiva panorámica para haber podido profundizar más en las facetas distintivas de cada personaje y, en particular, en Van Helsing. Es una mezcla de científico y de sabio medieval oscurantista y, como muy bien apuntas, consiguen la victoria a base de antiguas sabidurías y no a golpe de tecnología. Sí, lo de que Drácula no se refleje en los espejos y que lo que veamos en él seamos nosotros mismos tiene mucha importancia. De nuevo, gracias por tu aportación.
ResponderEliminarSe me ha olvidado decirte, Máximo, que siempre he querido leer la novela pero me ha hecho desistir que soy una miedosa de campeonato, muy sugestionable. Cuando de vez en cuando me digo, venga, vamos a por "Drácula", me viene a la cabeza siempre la anécdota de que Gabriel García Márquez se la recomendó mucho a su amigo Fidel Castro y este confesó después que, desde entonces, no lograba pegar ojo. Así que lo dejo para el año siguiente.
ResponderEliminarEfectivamente, tienes razón en que la novela tiene un planteamiento de los problemas del psiquismo que hoy se han trasladado a otro lugar de discusión.
Yo la leí a hace más de 30 años y no he recuperado el sueño desde entonces ;-)
ResponderEliminarHola Encar, gracias por la entrada y por el entusiasmo que has demostrado. Gracias, también, por hablar de nuestro trabajo, que no es sino una pequeña aportación a lo que se puede llamar cine-vampiro (inherente a la esencia misma del cine, con la sala como cripta, y la película como desfile de fantasmas).
ResponderEliminarFelicidades por el artículo, ya que es muy poliédrico y completo y, como demuestra el libro de Roberto Cueto y Carlos Díaz, el vampiro es un símbolo muy antiguo y vehicula multitud de significados, algunos contradictorios entre sí, y es más, evoluciona para adaptarse a los nuevos tiempos. No así ha ocurrido con otros monstruos de ficción, como la momia o el hombre-lobo. El vampiro los sobrepasa por su doble condición de monstruo atractivo. Es destacable también el homenaje que recibe "Nosferatu" en la película "La sombra del vampiro", con John Malkovich como F.W. Murnau y Willem Dafoe en el papel de Max Schreck.
En fin, querida hermana, dirás que eres miedosa pero hay que ver cómo te atraen los temas cercanos a lo cadavérico. A ver cuándo nos deleitas con un artículo sobre los cadáveres enjoyados de santos: otro ejemplo contradictorio, de raíz católica, donde el cuerpo (presente) huele a santidad y no a espectro.
Me quito el sombrero, Encarna!! Vaya documentación tan exhaustiva y precisa. Ahora que conozco tanta antigüedad en el mito de Drácula y los vampiros no me extraña que dé tanto de sí para la literatura y alcance hasta nuestros días. Hasta a mí, cuando iba leyéndote, se me han ido ocurriendo ideas que poder plasmar en una novela "gótica". Me parece alucinante. La que más me ha llamado la atención, ha sido la de la asesina en serie, Báthory. Casos como el de esta ¿señora? demuestran una y otra vez que la realidad supera la ficción (¿y pensábamos que la madrastra de Blancanieves era malvada? Hermanita de la caridad al lado de Báthory) Muchas gracias, como siempre, porque siempre me ilustras con tu sabiduría. Gracias y enhorabuena!! Ha quedado fenomenal!!
ResponderEliminarMuchas gracias por participar y me alegro mucho de esa idea para novela gótica, que estoy deseando que pongas en práctica. Seguro que sería un éxito.Un abrazo.
EliminarCoincido con todos los que me han precedido en los comentarios: es un artículo excelente. Para dar idea de la extensión que tienen los mitos relativos a las criaturas que se alimentan de sangre me gustaría hablar de la “Meiga Chuchona” que, según la tradición, entraba en las casas por la noche para sorber la sangre de pequeños y mayores. Aunque Vicente Risco la asociaba a los vampiros, los autores del “Diccionario dos seres míticos Galegos” discrepan y la relacionan historias que circulaban por Italia, Asturias, Escocia y Portugal. Lo que me resulta más sugerente es la explicación que relaciona la proliferación de estas leyendas con la enorme mortalidad infantil que existía en otros tiempos y con las enfermedades consuntivas o paralizantes de los niños. No en vano se decía que en ocasiones esos seres malignos se transforman en animales (ratas, moscas …) para pasar desapercibidos. ¿No hay detrás de esa creencia una intuición acerca de la transmisión de algunas enfermedades? Una vez más, enhorabuena.
ResponderEliminarMuchas gracias por la aportación etnográfica. El folclore realmente está plagado de historias que reflejan nuestros miedos a la enfermedad y la muerte. es una matriz verdaderamente universal.Como decía Freud en Lo siniestro, es que nos va la vida en ello. Como tú muy bien apuntas, son explicaciones precientíficas y, a la vez, prescripciones de conducta. Tales supersticiones, seguramente, han servido para salvar muchas vidas.
EliminarIs your painting of the man lying on the floor Peter Cushing?
ResponderEliminarDear sirs from The Black Box Club,
EliminarI am María Lorenzo, the author of the film. Answering your question, no: the man lying on the floor is Nowan Dyes, a character of my own creation. He has no resemblance with Peter Cushing, but if you find any, it flatterns me. Please see the entire film and judge by yourself (English version attached):
https://vimeo.com/5743732
Best!
M
Of course not. He is a fictional character of the film Portrait of D., the painter Nowan Dyes.
ResponderEliminarErudito documento muy bien ilustrado. Me ha dejado hueco para explorar el perfil de la vampiresa. ¿No existe también un vampirismo emocional, que en lugar de alimentarse de sangre se alimenta de la atención ajena? Hay mucho de donjuanismo en el perfil vampir. Ambivalencia del deseo: atracción-repulsión.
ResponderEliminarCurioso, que el vampirismo congenie crónicamente con la Ilustración. "El sueño de la razón produce monstruos" -la frase de Iriarte recogida en un grabado por Goya- tiene también esta otra interpretación. Un exceso de racionalismo nos obligará tal vez a proporcionar clandestinamente grandes atracones bulímicos a la fantasía anoréxica.
Tengo entendido que Bela Lugosi llegó a creerse una reencarnación de Drácula y se hizo enterrar con el anilllo que se creía del aristócrata rumano...
Al contrario que Drácula, el narciso actual carece de alma por mirarse demasiado en los espejos.
¡Enhorabuena!
Fantástica idea la de enfocar el lado femenino del vampirismo. Carmilla de LeFanu fue, de hecho, la principal influencia de Bram Stoker, y encima era una vampira lésbica. Y qué decir del trío de vampiras con las que se enreda Harker, toda una fantasía erótica masculina.Había demasiada materia para una entrada y, forzosamente, tenía que restringir su extensión, pero al final resultará estupendo el poder compartir la materia. Muchas gracias por leer y comentar.
EliminarInteresante articulo sobre el liquido vital que ha infectado a la razon con locura, a la salud fisica y mental con el cancer asesino por ignorancia y ambicion.
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