lunes, 25 de marzo de 2013

LO REAL Y LO ILUSORIO


Viajar es muy útil, hace trabajar la imaginación. El resto no son sino decepciones y fatigas. Nuestro viaje es por entero imaginario. A eso debe su fuerza. Va de la vida a la muerte. Hombres, animales, ciudades y cosas, todo es imaginado. Es una novela, una simple historia ficticia. Lo dice Littré, que nunca se equivoca. Y además, que todo el mundo puede hacer igual. Basta con cerrar los ojos. Está al otro lado de la vida.

                                                                                                    Louis Fedinand Céline  

 


   En  un condensado texto Julián Marías reflexiona sobre el significado de la palabra ilusión en la lengua español. En él plantea diferentes sentidos del término, extraídos tanto de la tradición filosófica como de la literaria: El término ilusión presenta varios significados, nos dice,  pero el que acaba dominando es el de engaño. En nuestra lengua hay un añadido lingüístico que enriquece el concepto al vincularlo a un sentido positivo: entusiasmo, víspera de gozo (por utilizar la expresión poética de Pedro Salinas).  Hay igualmente una perspectiva de futuro en el sentido de ligarlo a un proyecto, que es lo genuinamente humano. En la anticipación hay siempre una recreación.La ilusión se presenta también como una realización proyectiva del deseo, en la que se presenta una sucesión temporal en la que la ilusión es siempre posterior al deseo. Podríamos definir entonces la ilusión como un deseo con argumento. Siempre hay que tener en cuenta que deseo e ilusión  pertenecen a diferentes planos y que el desenlace de la relación entre ambos puede llevar a la desilusión.  La ilusión también se vive como referida a una ausencia: es una incitación a que se manifieste algo que está ausente y por lo tanto exige como resultado satisfactorio la presencia del objeto. Julián Marías presenta además como ejemplificación de esta proceso la obra de Pedro Calderón de la Barca La vida es sueño, donde los dos términos (vida/sueño) no se presentan como antagónicos, tal cómo lo aparecerían en sus significados más convencionales. Más bien hay que entenderlos como una paradoja  que apunta al enigma de la condición humana. 

 
  El sentido que me interesa aquí es el de la ilusión entendida como engaño o autoengaño. Pero sin perder de vista su relación con las ideas de proyecto, deseo, gozo y ausencia. Hay un autoengaño que crea unas falsas expectativas. Desde el deseo distorsionamos la realidad y aparece por tanto como un obstáculo cognitivo. Julián Marías coincide aquí en su análisis de la ilusión con lo que plantea Sartre referido al imaginario. Ello en el triple sentido que la vincula al engaño, al proyecto orientado por el deseo y a la ausencia. Podemos incluso hacer un paralelismo inesperado con Lacan cuando Julián Marías relaciona ilusión con la exigencia de la presencia del objeto y la satisfacción consiguiente. Para Lacan la frustración se ubica exclusivamente en el registro imaginario, como plantea en su seminario sobre las relaciones de objeto. Considera  que nos sentimos frustrados cuando nos falta un objeto real que está ausente y que lo deseamos  presente. Éste es precisamente el fenómeno que genera la ilusión.  Pero si nos referimos a la tradición psicoanalítica hay que volver  al viejo Freud. Trata el tema de la ilusión en un escrito tardío, donde lo define de una manera muy precisa: “Una creencia que está motivada, sobre todo, por el anhelo de cumplir un deseo, prescindiendo de su relación con la realidad, de la misma manera que la ilusión renuncia a cualquier garantía de realidad”. La realización imaginaria de un deseo infantil inconsciente. Cómo tal es indestructible y sostiene con su energía todo lo que queremos a lo largo de nuestra vida. La ilusión, según Freud, está cerca del delirio, aunque se diferencia de éste en que la primera es más simple y no se manifiesta en abierta contradicción como el segundo. Una ilusión no es un error, ya que no señala una falsedad desde el punto de vista fáctico, pero tampoco es una imposibilidad lógica, ya que es tan irrebatible como indemostrable. 
 Si salimos del psicoanálisis para volver a la tradición filosófica es quizás Clemence Rosset, el autor que ha elaborado de la manera más original la contraposición entre las nociones de realidad y de ilusión. Este planteamiento lo inicia  Rosset con un libro titulado Lo real y su doble, que precisamente subtitulará Ensayo sobre la ilusión. Los humanos, dice, tenemos poca tolerancia con lo real y éste se vuelve insoportable cuando nos resulta excesivamente desagradable. Entonces rechazamos lo real de diversas maneras. Lo hacemos en el límite con soluciones trágicas, que van de la autoaniquilación física (el suicidio) hasta la destrucción mental (la psicosis). Pero hay también una solución de compromiso, menos trágica y que consiste en la  pérdida parcial de lo realidad insoportable a través de la represión. Recordemos a Freud cuando nos habla de que no solo hay pérdida de realidad en la psicosis sino también en la neurosis. Rosset, en este texto, estudia una manifestación sofisticada y opaca de la ilusión que es la que él llama la creación de un doble, que es la elaboración de una percepción inútil (aunque errónea). No hay que considerar aquí el doble como el fenómeno anómalo y patológico propio de la esquizofrenia sino de algo mucho más común y cotidiano. El estudio se centra  entonces en las manifestaciones culturales a través de las cuales se manifiesta este fenómeno: la ilusión oracular (vinculada a la tragedia griega), la ilusión metafísica (propia de las filosofías idealistas) y la ilusión psicológica ( que es la del hombre y su doble). El análisis de Rosset  tiene un planteamiento que me parece algo forzado, ya que de lo que nos habla es de construcciones culturales que considero que tienen un carácter muy parcial, aunque vale la pena entrar en algunas de sus sugerencias. La ilusión oracular de la que nos habla no es de lo que parece, que es la de una supuesta capacidad de predicción del futuro, sino una implacable afirmación del carácter necesario y asfixiante del presente, de lo que ocurre ahora. No hay nunca un doble del acontecimiento porque la realidad es idiota; esta palabra, si nos remitimos a su etimología griega quiere decir  simple, singular y por tanto insignificantemente, absurdamente única. Pasamos a continuación de la ilusión oracular, que sería un doble del acontecimiento, a la ilusión metafísica, que nos lleva a duplicar lo real. Este mecanismo funciona creando Otro mundo que se considera más real que éste. El planteamiento, evidente en el cristianismo, nos remite desde la tradición filosófica a Platón. Esta ilusión nos llevaría a afirmar que lo real no tiene un sentido propio, sino en que hay que buscarlo en otra parte. Lo real inmediato y físico, desde el discurso platónico, se considera como el un remedo engañoso de otro más perfecto, al que sólo podemos acceder a través de la razón y que es la que le da sentido. El pensamiento metafísico se funda en un rechazo visceral de lo presente, que solo puede ser visto como la representación de Otra Cosa, de Otro Mundo. De la ilusión metafísica pasa Rosset a la ilusión psicológica en la cual el yo es visto como el doble de otro, pero ésta me parece una especulación demasiado artificiosa para desarrollarlo aquí.
  Lo que me interesa recoger de Rosset es la función que atribuye a la ilusión como protección frente a lo real. Rosset sigue aquí la línea de Freud al considerar que lo ilusorio no es un error sino  la proyección improbable de un deseo. Pero le da un giro al plantear que la ilusión representa no sólo una escapatoria frente a lo real sino también una defensa frente a ella. La ilusión de la que hablamos no es la generada por los sentidos, ya que si fuera éste el caso entonces quedaría reducida a un error perceptivo o de juicio. Todas las formas de contestación de lo real, plantea Rosset, sean las de ayer o las de hoy, se apoyan de diferentes formas en un doble ideal. El filósofo francés continúa su elaboración teórica en otro libro, titulado Lo Real, en el que insiste sobre el carácter idiota, carente de sentido e insignificante de lo real. Lo demás, dice, significa mirar a otro lado. De la negación de esta evidencia vital, accesible a cualquier humano,  es de donde sacamos que la vida tiene un sentido. Queremos negar que la realidad es producto del azar y de la necesidad, pero no tiene finalidad. Lo real es lo que es y no puede ser otra cosa, con su insistente monotonía o arbitraria incoherencia, y esto es lo que no estamos dispuestos a aceptar. Son los ilusionistas los que niegan esta devaluación generalizada, esta disconformidad de lo que hay con sus significaciones idealizadas. Rosset plantea aquí un tema  crucial, que es el de la transformación estética de lo real a través de la escritura. Rosset se centra en lo que él llama la grandilocuencia, que sería el intento de tratar lo real a través de una retórica ideológica, que aparentemente lo amplifica pero que en realidad lo escamotea. Me parece una cuestión de enorme importancia, que tiene que ver con lo que hoy llamamos la corrección ideológica y que siempre se ha tratado con otro término, que es el de eufemismo
  Pero la cuestión que se plantea aquí en profundidad es la relación entre lo real y su representación. Lo real, nos dice Rosset, tiene poca brillantez y  no se deja ni fijar ni atrapar por sus formas de representación, sea la imagen o, sobre todo, la palabra. Si las representaciones brillan excesivamente, entonces sustituyen con su esplendor a la opacidad de lo real y de esta forma lo enmascaran; hay que acercarse a lo real mirando con una cierta distancia, de reojo, sin intención porque sino acabamos dándole cualquier finalidad, distorsionándola según nuestro deseo de ocultar lo que tiene de propio, que es su idiotez. La realidad tiene una densidad que señala la plenitud idiota de la vida cotidiana la del aquí y ahora, y si no queremos o podemos aceptarla en su absurdidad miramos hacia otro lado, que es el de la ilusión,  que tiene una brillantez tan propia como falsa. Clemence Rosset continua la misma línea de reflexión pero abordando de una manera inesperada la relación entre lo real y el imaginario. Comienza desmarcándose radicalmente del tópico según el cual asociamos el imaginario a lo irreal;  el rechazo de lo real no tiene así nada que ver con el imaginario, ya que la percepción de lo real y la representación  imaginaria tienen la misma filiación, en la medida que el imaginario es la Otra escena de lo real, tal como pone de manifiesto su manifestación más paradigmática que es el arte. Para Rosset los dos dominios no sólo compatibles, sino incluso complementarios. Es lo ilusorio lo que se contrapone a lo real por la ambigüedad radical que lo caracteriza, ya que el lugar que pretende ocupar es el que pertenece a lo real. Pero aquí Rosset aparece como inconsecuente: ¿No es el arte una transformación estética de lo real para huir de su opacidad, de su idiotez ? Quizás aquí la única posición coherente sería la de Rimbaud, que antes de los veinte años deja de escribir para sumergirse en esta estupidez de lo real ya que no quiere escaparse de ella.
 Otra cuestión interesante que plantea Rosset en este estudio es que la representación más fiel de lo real no es la que funciona simultáneamente a la percepción sino la que le sigue. ¿Cómo justifica esta afirmación, que de entrada puede parecer una boutade? De una manera muy clara, que es planteando que la realidad no es accesible directamente a través de los sentidos. Lo que hacemos es reproducirla en nuestra mente y desde aquí podemos reconocerla. Lo que llamamos la representación es ni más ni menos que el conocimiento como tal.  Éste solo es posible esta segunda vez, que se corresponde con el representar consciente de la percepción no consciente. El que la representación sea posterior, que tenga una antigüedad, hace que tenga siempre un carácter  tardío. Curiosamente Rosset acaba defendiendo, aunque sea bajo una perspectiva inesperada, la teoría de la reminiscencia de Platón. La llegada de lo real a la conciencia no es un conocer sino un reconocer. El filósofo catalán Pere Saborit formulará posteriormente, siguiendo en gran medida la reflexión de Rosset, la siguiente hipótesis: la ilusión es una ficción consoladora a través de la cual los humanos nos autoengañamos. Plantea aquí la cuestión fundamental, que es la de la relación entre lo ilusorio y lo real y lo hacen a partir una definición de los criterios que marcan la demarcación entre ambos. Pero se mantiene también en una ambigüedad de la que es difícil salir: si lo ilusorio, nos dice, consiste en dar una apariencia de realidad a lo no que no lo es ¿ cuál es el criterio de verdad que nos permite decir lo que es y denunciar lo que no es ?  Saborit nos señala lúcidamente que uno está preso de una lógica realmente ilusoria si quiere explicar del todo la formación de las ilusiones, es decir si pretende estar liberado totalmente de ellas. 
 
     Pero como el trabajo filosófico es convertir la respuesta en una pregunta transformar las afirmaciones de Rosset en el interrogante formulado por Žižek, a partir de la consideración lacaniana sobre la realidad de la ilusión. Dicho de otra forma: las ilusiones humanas tienen unos efectos reales, muchas veces más potentes que la propia realidad.  El filósofo esloveno  plantea  la relación entre lo virtual y la realidad a partir de la obra de Deleuze. Žižek considera que este filósofo oscila entre una lógica del sentido y una lógica del devenir como producción de seres. Según la primera lógica del sentido lo virtual es producto de un proceso material independiente al que le da sentido, por lo que podríamos decir que en este sentido lo virtual constituye lo real. El ejemplo más claro donde esto se manifiesta es en el cine, donde la imagen fílmica es un trozo material que adquiere realidad a partir del sentido que le da la película. Pero por otra parte, en la lógica del devenir como producción de seres adopta una óptica materialista que plantea que la realidad física es la que constituye lo virtual, aunque sea ésta la que le da un sentido. Žižek da la vuelta a la contradicción para formularla en términos productivos : la realidad se constituye en la medida que se añade un suplemento virtual  a lo real preontológico. En otras palabras, extraer lo virtual de lo real es lo que nos permite construir la realidad tal como la constituimos. La realidad real, por decirlo así, es la Cosa filtrada a través de lo virtual, es decir, de  lo simbólico.




2 comentarios:

  1. No creo que se pueda vivir una vida humana sin ilusiones, todos las tenemos de manera individual y colectiva. Los sueños hacen andar, si nada tira de nosotros en el sentido de que todavía no es pero que se puede hacer algo por mejorar el mundo, no tendría mucho sentido levantarse cada mañana. De hecho me parece que a muchos contemporáneos les pasa y nos pasa,que de vez en cuando no saben o no parecemos saber muy bien porqué nos hemos levantado ese día.

    Zizek a pesar de lo inexcrutable, contradictorio e ininteligible que me parece al final va a resultar que es un platónico de mucho cuidado, con eso de que lo "virtual constituye lo real". O que construir la realidad es posible porqué sacamos lo virtual de ella...la idea ahora se llama "lo virtual".

    Sin visionarios ilusos, capaces de imaginar y ver las cosas de manera diferente, este mundo sería irrespirable y la humanidad no habría pasado de cazar mamuts "a mano".

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  2. Estoy de acuerdo con lo que dices, Ana. Yo creo que hay que partir de una ética de la veracidad e intentar ver las cosas tal como son, sin ilusiones. Con todas las reservas que podamos dar a este "como son". La ilusión es necesaria en cuanto que es expresión de un deseo, peor es importante no confundir los deseos con la realidad. los deseos se refieren a lo posible, no a lo real. No porque quiera la revolucionar he de construir la ilusión de una clase obrera revolucionaria, por poner un ejemplo.
    No creo que Ziziek sea platónico. En esto estoy de acuerdo con él : los humanos conocemos lo real a traves del lenguaje simbólico y en cierto modo lo natural se transforma en real porque le hacemos pasar por nuestro imaginario lingüístico.

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