En defensa del
monismo
Roberto R. Llinás ha sido director del Departamento de
Fisiología y Neurociencia de la Universidad de Nueva York y es miembro de
prestigiosas academias científicas de todo el mundo. Su libro El cerebro y el mito del yo es una
excelente obra de divulgación científica con prólogo de Gabriel García Márquez.
Para Llinás, la mente o “el estado mental” es producto de
los procesos evolutivos que han tenido lugar en el cerebro de los organismos
dotados de movimiento. Cree que Occidente debe superar ese dualismo que, desde
los pitagóricos y modernamente con Descartes, supone o postula un “fantasma en
la máquina”. La expresión del título, “el mito del yo”, alude precisamente a ese
concepto –equivocado- de un yo separable de las funciones cerebrales. Mi
cerebro y yo no somos dos cosas
diferentes. La mente tiene una naturaleza neurobiológica, y no es una sustancia
distinta del cerebro, sino que emerge de la sustancia física del sistema
nervioso central. Lo que llamamos “yo” resulta una función de la estructura
geométrica y del flujo de interconexión de las neuronas, donde juega un importantísimo
papel la sincronía, o sea, el tiempo.
El hombre debe enfrentarse cara a cara con su verdadera
naturaleza. No es necesariamente preferible creerse un fantástico ángel menor
que un real animal extraordinario con una mente portentosa[1].
Desde la perspectiva monista, cerebro y mente son eventos inseparables. La
mente, o el estado mental, constituye
tan sólo uno de los grandes estados funcionales generados por el cerebro. Por
su parte, los estados mentales conscientes
-que como ya apuntó Hume son discontinuos- pertenecen a una clase de estados
funcionales del cerebro en los que se generan imágenes cognitivas sensomotoras
(cualias[2]),
incluyendo la autoconciencia.
Naturalmente, hay estados mentales sin conciencia, como el
estar dormido, drogado, anestesiado, en coma, o sufriendo una crisis epiléptica.
El cerebro puede seguir funcionando sin conciencia y sin autoconciencias, sin
preocupaciones, esperanzas o temores, en el olvido total. Sin embargo, soñar es también un estado cognoscitivo,
aunque no respecto a la realidad externa, pues no está regulado por los
sentidos.
El cerebro, en fin, es una entidad viva con una actividad
eléctrica y bioquímica definida, dicha actividad es la mente. La mente es codimensional con el cerebro porque lo
ocupa todo, hasta sus más recónditos pliegues. Como una atmósfera viva de
tormentas eléctricas, su principal función es representar simultáneamente
aquéllas que son isomorfas con el
estado del mundo que nos rodea, mientras lo observamos, y que lo reconstruyen,
transforman y modifican. Al soñar, liberado de la tiranía de los sentidos, el
sistema genera tormentas intrínsecas que crean mundos posibles, en un proceso
similar al de pensar.
A Llinás no le gusta la analogía de que el cerebro es al hardware lo que la mente al software, porque como la mente coincide
con los estados funcionales del cerebro, hardware
y software se entrelazan en esas
unidades funcionales que son las neuronas.
Un órgano de
predicción y orientación
La verdadera entraña de la función cerebral es la predicción, función radicalmente
diferente del reflejo, y cuya base es la percepción.
La raíz de la cognición se encuentra en la resonancia, la
coherencia y la simultaneidad de la actividad neuronal, generadas no por azar,
sino por actividad eléctrica oscilatoria. Sólo la velocidad de la electricidad puede
permitir al cerebro emular el mundo a una velocidad que resulte útil para la
supervivencia del organismo que ha desarrollado dicho cerebro. Esa actividad
neuronal conforma también la entraña de lo que llamamos “nosotros mismos”. El
cerebro opera como un sistema cerrado
y debe ser considerado como un emulador
y no como un "traductor" de la realidad. La actividad intrínseca eléctrica de los
elementos del cerebro conforman una entidad o estructura funcional isomorfa con la realidad externa.
Como dijo Goethe, en principio fue la acción. La mente surgió del movimiento. Por eso no han sido los
vivientes sésiles como las plantas[3]
o los hongos, sino los que se mueven, los que han desarrollado un sistema nervioso.
El sistema nervioso sólo es necesario para la supervivencia en animales con
motricidad. Tales organismos, para orientar sus movimientos, han necesitado una
representación abstracta del mundo. Sin un plan interno, moverse en un mundo
repleto de obstáculos y enemigos resulta peligroso. Predicción y meta es lo que
proporciona una mente.
El sí mismo como centralización de la
predicción
La función de predecir eventos futuros es la función
primordial del cerebro. Predecir
significa anticipar el resultado de sus movimientos con base en los sentidos.
Es lo que hace un jugador de tenis cuando con su raqueta busca la pelota en el
aire. La predicción es una función mucho más antigua que la conciencia. De
hecho, el sí mismo no es más que la centralización de la predicción, y no
nace del dominio de la autoconciencia, pues ésta sólo se genera al darse
cuenta del sí mismo. Según esto, el sí
mismo puede existir sin autoconciencia, sin conocimientos de la propia
existencia. Es seguramente lo que sucede en muchos animales.
El cerebro predice basándose en una entidad inventada por él
mismo, el sí mismo. Como no es
posible recibir toda la información sensorial del exterior y a la vez tomar
decisiones rápidas y correctas, el sí mismo resulta imprescindible en la
práctica para el control del movimiento. Predicción y control del movimiento
evolucionaron conjuntamente.
La motricidad es un temblor controlado, pues los movimientos
no se efectúan de modo continuo al ser de naturaleza discontinua. El cerebro
debe actuar por predicción para anticipar y actuar exitosamente con el
exterior, para ahorrar energía y para ahorrar tiempo recurriendo a colectivos
musculares en sinergia, en lugar de a músculos aislados.
La naturaleza activa
del pensamiento
Fue el control cerebral del movimiento organizado lo que dio
origen a la generación y naturaleza de la mente. Por su parte, lo que llamamos pensamiento es la interiorización
evolutiva del movimiento. Pensar exige la transformación de frentes de onda de
luz en imágenes. La validación o
comprensión del mundo externo se realiza mediante la yuxtaposición funcional de
las imágenes sensomotoras generadas internamente con las propiedades
sensorialmente referidas al exterior, propiedades que Llinás llama
“universales”. Las propiedades del mundo
externo o “universales” tienen que estar representadas de alguna manera en
el funcionamiento del cerebro. Una de las características esenciales de la
función cerebral es dicha interiorización, es decir, la integración de “universales”
en un espacio funcional interno.
El cerebro en realidad no
computa nada. No funciona mediante algoritmos. Nuestro emulador de la realidad es más bien analógico, un requisito para la motricidad dirigida por imágenes
anticipatorias internas de eventos futuros, que provocarán la correspondiente
reacción o comportamiento en el organismo. Tales imágenes pueden considerarse
como patrones premotores. De tales
patrones premotores emana la conciencia en todas las formas vivientes.
La plasticidad y el aprendizaje permiten que la organización
interna de los sistemas nerviosos se enriquezca, pero sólo dentro de ciertos
límites predeterminados por la filogenia. Los estudios de Llinás suponen un
respaldo a las tesis kantianas de los a
priori. Estos a priori son como circuitos neuronales consolidados por el
genotipo. En la mayoría de los animales, incluyendo los primates, desde el
mismo momento en que la luz llega a la retina, ya existe la capacidad de
asignar significado a las imágenes visuales. Se puede hablar de un a priori neurológico. La cuestión del a priori ha dejado por tanto de merecer
sólo un tratamiento epistemológico para convertirse en un problema de tipo
filogenético, evolutivo.
El cerebro es un sistema cerrado modulado por los sentidos.
Se diferencia de un sistema abierto, el de los organismos sin cerebro, porque
éstos aceptan las señales procedentes del medio y con independencia de su
complejidad, las procesan y las devuelven de manera refleja a ese mismo medio.
Para Llinás, la existencia del sistema nervioso
central se origina en la experiencia sensorial, la cual, gracias a la
predicción, permite la motricidad. Las cualias
debieron ser así primordiales para la organización global del sistema nervioso.
Al madurar, algunas funciones del sistema nervioso migraron de un sitio a otro
dentro del cerebro, desarrollándose fuera de su sitio de origen.
Llinás rechaza la hipótesis de un sistema nervioso central
concebido al nacer como tabula rasa.
El esquema de la tabula rasa puede
ser útil en otros campos, pero explica mal el funcionamiento del cerebro. Las
semejanzas fenotípicas básicas intra o interespecies se relacionan con
funciones neuronales semejantes. El control básico del cerebro está determinado
genéticamente. Las propiedades funcionales intrínsecas representan el epicentro
de la función cerebral, la cual es modificable ¡solo en parte! por la
experiencia sensorial y por los efectos de la actividad motora. Las pautas
fijas de acción (PAF) y las emociones son ejemplos excelentes de eventos
intrínsecos generados internamente y, como tales, son patrones premotores
primitivos.
La cognición es también un a priori neurológico. La capacidad de conocer no necesita
aprenderse; sólo debe aprenderse el contenido particular de la cognición en lo
que se relaciona específicamente con aspectos particulares del ambiente. El
cerebro comprende las cosas, reales o abstractas, a través de manipulaciones
del mundo externo, de nuestro movimiento y, por ende, a partir de la
experiencia sensorial derivada de él. Las propiedades de excitación/
contracción de cada célula han generado un sistema. La organización y función
de nuestros cerebros se basan en la integración de la motricidad durante la
evolución.
La sociedad de
neuronas
La evolución empleó propiedades de la biología celular para
interiorizar las propiedades del mundo externo en el sistema nervioso. El
problema más importante de la investigación cerebral hoy en día es el de la
interiorización de los “universales” (propiedades del mundo externo) dentro de
un espacio funcional interno. Las propiedades del espacio funcional externo son
obviamente distintas de las internas y, sin embargo, deben de guardar alguna
analogía entre sí. La geometría y la temporalidad funcional del espacio interno
debe guardar alguna semejanza con las del espacio externo para poder
representar sus propiedades.
Es el diálogo temporo-espacial entre el tálamo y la corteza
lo que genera la subjetividad. La mente es una de los muchos estados generados
por la sociedad de neuronas que llamamos cerebro, resultado de la integración
evolutiva de la motricidad. Los eventos eléctricos neuronales son lo
suficientemente ricos como para representar a nivel celular todo lo observable
e imaginable. La mente y el yo son interpretaciones propias de las redes
neuronales.
Los organismos unicelulares no mueren, se dividen. Pero en
los organismos multicelulares, las células individuales resultaron capaces de
intercambiar información y crearon la “muerte colectiva” programada. Se
especializaron en beneficio del organismo completo. La célula individual perdió
con ello la capacidad de mantener y proteger su propia vida, reemplazándola por
las funciones de supervivencia de “la sociedad” en que vive. En un organismo
multicelular, las células individuales no pueden (o “no deben”) romper sus
lazos con el grupo. Los organismos multicelulares fueron capaces de crear su
propio océano interno (sangre y fluido extracelular) y consiguieron desarrollar
propiedades emergentes ausentes en las células aisladas, tales como una mente.
Las neuronas emergieron en el espacio entre la sensación y
el movimiento primitivo, en ese espacio surgió el cerebro, de interneuronas que
ya no proyectan sus axones fuera del dominio (región cerebral) en el que
habitan, sino sobre otras neuronas para efectuar transformaciones sensomotoras:
el espacio de nuestro pensamiento. Su función: emular el mundo, construir
metáforas de todo, figuras que permitan la anticipación de eventos. Así, el
cerebro fabrica el azul como interpretación de un determinado rango de longitud
de onda de la luz, unos 420 nanómetros; o el rojo, cuando el ojo es estimulado
por una longitud de onda superior a 550-nm. El ojo capta la luz azul y el libro
que veo azul recogió todas las frecuencias de color, pero no las azules. La luz
de una frecuencia dada rebota del libro en línea recta y los fotones de esta
frecuencia llegan a mi ojo.
La complejidad de los sistemas emerge de la complejidad
inherente a las neuronas y sus sinapsis[4]
(que no implican contacto físico). La naturaleza no planea aunque en ella
sucedan acontecimientos espectaculares. La “inteligencia de la naturaleza”
opera por selección natural, eliminando sistemáticamente todas las asperezas,
los defectos, lo que no funciona bien. Lo que permanece son los aspectos
ventajosos que se transmiten de generación a generación, es decir, lo que
funciona, lo que facilita la supervivencia. “De hecho –escribe Llinás- la
sobrevivencia es el combustible de la selección natural”. Pero, ¡ay!, nunca se
logra la perfección. Perfecto, en biología, significa que funciona con el
mínimo costo o esfuerzo.
La formación de imágenes sigue este principio general de economía o parsimonia de la naturaleza. Una
imagen es una simplificación de la
realidad. La abstracción de una geometría útil, con un significado interno
que no tiene nada que ver, en cuanto a sus elementos materiales, con la
geometría del mundo externo de la cual emanó. “El cerebro es muy kantiano en
cuanto a la esencia de sus operaciones”. Los colores, el olor del bosque…,
geometrías abstractas que no existen en el exterior. El lenguaje es, a este
respecto, un ojo, pero un ojo abstracto, una abstracción interna. “Soy un
sistema cerrado pero no un solipsisto. No puedo serlo, porque soy el producto
de la evolución que internalizó las propiedades del mundo externo” (pg. 127).
¿Podemos atribuir subjetividad a los animales? Llinás
sospecha que, incluso en los niveles más primitivos de la evolución, la
subjetividad es la esencia constitutiva del sistema nervioso y pone de
manifiesto el sorprendente cooperativismo de las neuronas en sus funciones
cerebrales. El cerebro representa globalmente aunque modularice sus funciones.
Así, desde su origen, el percepto como integración de las señales sensoriales
depende de un contexto interno del cerebro, la atención, una intención
funcional momentánea.
Las neuronas que disparan juntas se conectan juntas. Cotemporalidad es conciencia. Conjunción espacial y temporal: unificación sincrónica
de actividades individuales de las neuronas. La coherencia temporal significa
así patrones globales o modulares de resonancia y de actividad bioeléctrica conjunta. La
estructura funcional transitoria del cerebro representa el momento actual
de la realidad del mundo externo, o del mundo interno (autoconciencia). La
señal que unifica son los 40 herzios globales que el cerebro genera durante sus
actividades cognoscitivas.
Estamos ante un sistema que enfrenta al mundo externo no
como una máquina adormilada que se despierta sólo mediante estímulos
sensoriales, sino como un organismo vivo en continua actividad, dispuesto a
interiorizar e incorporar en su más profunda actividad imágenes del mundo
externo, siempre en el contexto de su propia existencia y de su propia
actividad eléctrica intrínseca.
Si aceptamos que las ondas coherentes de 40 herzios se
relacionan con la conciencia, concluiremos que ésta es un evento discontinuo,
determinado por la simultaneidad de la actividad en el sistema tálamo-cortical.
La oscilación a 40 Hz genera un alto grado de organización espacial y, por lo
tanto, puede ser el mecanismo de producción de la unión temporal, de actividad
rítmica sobre un gran conjunto de neuronas. El mapeo temporal global engendra
la cognición. Un “cuanto” de cognición pude medirse como una época temporal
definida de 12-15 milisegundos, lo cual significa que la capacidad del sistema
nervioso central para discriminar dos eventos requiere un intervalo mínimo de
12,5 milisegundos entre ambos o el cerebro los registrará como uno solo. Este
cuanto de cognición implica el “encendido” de patrones de actividad de millones
e incluso de cientos de millones de células interconectadas eléctricamente en billones de sinapsis.
La unión de la información sensorial en un único estado
cognoscitivo es implementado a través de la coherencia temporal de los impulsos
de entrada, desde los núcleos talámicos hasta la corteza. Esta detección de
coincidencias conforma la base de la unificación temporal.
La entrada al tálamo desde la corteza es mucho mayor que la
entrada de los sistemas sensoriales periféricos. Esto tiene que ver con la
operatividad del cerebro como un sistema cerrado y explicaría la capacidad del
cerebro para autogenerar estados dinámicos oscilatorios. La organización
“arquitectónica” del sistema
tálamo-cortical permite comunicación radial de los núcleos con todos los
sectores de la corteza, entre los cuales se incluyen las áreas sensoriales,
motoras y de asociación, siendo ésta última la que abarca la mayor parte de la
corteza cerebral del Homo Sapiens.
Unifica, luego existo.
La centralización de la predicción
El sistema tálamo-cortical es una esfera isocrónica cerrada,
que relaciona sincrónicamente las propiedades del mundo externo referidas por
los sentidos con las motivaciones y memorias generadas internamente. Este
evento, coherente en el tiempo, que unifica los componentes fraccionados tanto
de la realidad externa como de la interna en una estructura única, es lo que
llamamos el “sí mismo”.
“Unifica, luego existo”. En ese espacio las funciones
predictivas del cerebro, claves para la supervivencia, pueden operar de manera
coordinada. Así pues, la subjetividad o el “sí mismo” se genera mediante el
diálogo entre el tálamo y la corteza o, en otras palabras, los eventos
unificadores recurrentes constituyen el sustrato del “sí mismo”. Es la
centralización de la predicción la abstracción que llamamos el “sí mismo” (pg.
147s).
El “yo” como algo no tangible (“sublime incógnita”) es un estado mental particular, una entidad
abstracta generada. Aquello por lo que trabajamos y sufrimos es sólo un término
útil, no muy distinto de lo que llamamos “cualidades secundarias” de los
sentidos: colores, sabores, olores, sonidos. Son sólo invenciones/estructuras
de la semántica intrínseca del sistema nervioso central (SNC) para interactuar
con el mundo externo de un modo predictivo.
El “yo” sólo existe dentro del sistema cerrado del SNC como
un polo de atracción, un remolino cuya única existencia real es la que le
imparte el ímpetu común de partes dispersas. Es un organizador de percepciones
(internas y externas), el telar en el que se teje la relación entre el
organismo y la representación interna del mundo externo.
PAF y emociones
Los patrones de acción fijos (PAF) son decisivos para la
supervivencia. Son conjuntos de activaciones motoras automáticas y bien
definidas, como cintas magnéticas motoras, que liberan al sí mismo de gastar tiempo y atención innecesarios, como cuando
masticamos sin darnos cuenta o apartamos la mano del fuego instintivamente. Su
base fisiológica está en los ganglios basales. Su neuropatía así lo prueba. Por
ejemplo, en el síndrome de Tourette (exceso de PAF) o en el Parkinson (déficit
y desaparición de PAF).
En el síndrome de Tourette, cuyo diagnóstico es una
destrucción parcial de los ganglios basales, se liberan continuamente PAF fuera
de contexto y muy particulares. Estos y otros transtornos permiten inferir la
necesidad de una buena interacción fisiológica entre el “sí mismo” y los PAF.
En nuestro caso, no sólo tiene una gran importancia su disparo, sino también su
inhibición discrecional, como cuando
contenemos la risa o el miedo.
Los PAF son innatos, pero pueden ser modulados por el
ambiente y el aprendizaje, como ocurre con el trino de los pájaros. Ocupan un
espacio intermedio entre la respuesta refleja y la elección volitiva. Tienen
dos componentes: la estrategia y la implementación táctica. La primera es un
evento macroscópico; la táctica, microscópico. Ejemplo: un jaguar frente a un
enemigo ha de decidir entre dos PAF motores: huir o luchar (estrategia). Pero
si elige luchar, no es lo mismo hacerlo con una serpiente que con otro jaguar
(táctica). La táctica, en cierto sentido, inhibe el PAF, liberándolo de su
rigidez.
Los PAF vienen en el “cableado” innato, como los reflejos, y
reducen el enorme número de elecciones posibles, limitan el grado de libertad
del sistema, pero no alteran la capacidad de fragmentar o modificar este
operativo limitante, que es también la habilidad de escoger, la táctica voluntaria dentro de una
estrategia dada. Para que las respuestas del repertorio motor no sean fijas se
necesita el advenimiento de la conciencia.
Las emociones son la razón de nuestro deseo de sobrevivir y
de nuestra inspiración. Aunque discurramos muy razonablemente acerca de la
creatividad de nuestro cerebro, los procesos neurales inherentes a la
creatividad no tienen nada que ver con la racionalidad. La creatividad no nace
de la razón. Nuestra “humanidad” se constituye en las propiedades y
vicisitudes de nuestro “yo emocional”. Las emociones constituyen la plataforma
premotora que impulsa o frena la mayoría de nuestras acciones.
Llinás se vuelve un poco tosco cuando describe los estados
emocionales en relación a los “pecados capitales” (orgullo, ira, ambición,
lujuria, envidia, pereza y gula), las virtudes cardinales (justicia, prudencia,
templanza y fortaleza) y las teologales (fe, esperanza y caridad),
relacionándolas con las necesidades de sociedades agrícolas sedentarias y con
una especie de “autointerés ilustrado”. De esto se seguiría una neuroética emotivista que desconocería la capacidad activa de la razón a la que tan brillantemente refiere John R. Searle (Razones para actuar, Barcelona, 2000).
Lo cierto es que las emociones son primitivas, están
asociadas al rinencéfalo, que parece
haber evolucionado a partir del sistema olfativo (nuestro sentido más
primitivo) y a la generación de posturas motoras automáticas y endocrinas. Quizá
este tipo de experiencia gruesamente dividida y categorizada –si o no- describa
lo que hubo de ser la conciencia más primitiva en los animales, de acuerdo con
una estrategia macroscópica del cerebro de reducir las elecciones: “esto huele
mal, no se lo coma”; “esto huele bien, copule con ello”. Un sistema tan
primitivo no necesitaría de la conciencia para responder a los estímulos
internos, pero carece de plasticidad. La conciencia representa un módulo de
función capaz de modelar los estados emocionales, un módulo de foco,
transitorio y que se usa en un contexto momentáneo, descartándose
posteriormente (discontinuidad de la conciencia). Cognición y conciencia puede
que evolucionaran a partir de los estados emocionales que desencadenan los PAF,
como una habilidad especial de enfocar y
escoger.
Probablemente las emociones evolucionaron para disponer
rápida y eficazmente a la acción y como maneras de señalización social de la
intencionalidad, como respuestas simples y estereotipadas, comunes a todos los
seres humanos. Los estados emocionales son disparadores de la acción y de su
contexto interno. Contextualizan el comportamiento motor. Se relacionan con
áreas ajenas a los ganglios basales, pero se asocian estrechamente con éstos. El
hipotálamo suministra el vínculo
fisiológico entre el estado emocional (miedo) y el PAF motor (huida). El
sustrato neurológico de las emociones lo hallamos en la amígdala. Por eso la estimulación amigdalar a largo plazo produce
enfermedades asociadas al estrés, como úlceras gástricas, y los seres humanos o
animales con lesiones en la amígdala carecen de la vehemencia necesaria para iniciar
o completar los actos más simples.
Para Llinás, el dolor es un estado emocional, cosa bastante
discutible. El autor mismo formula la objeción de que el dolor puede estar
asociado a estados emocionales muy diversos. Imaginemos el dolor en los hombros
de un costalero de Semana Santa, o el de una madre durante el parto, o el de un torturado. Uno
puede sentir dolor y alegría al mismo tiempo, o tristeza, vergüenza, etc. Para
salvar este escollo, Llinás distingue entre el dolor como sensación y el
malestar asociado que sería propiamente la emoción o el estado emocional “dolor”,
que carece de localización y es generado por el cerebro.
Memoria y aprendizaje
La memoria filogenética debe actualizarse para ser eficaz.
Ser y devenir. El ser viene dado por la genética y el “cableado” innato; el
devenir por la necesidad de todo el sistema de adaptarse a los cambios
impuestos por el crecimiento y el desarrollo, y por el deterioro de la edad. Si
la memoria filogenética fuese lamarckiana, si lo que aprendemos durante la
ontogenia pasara al registro filogenético[5],
entonces los niños españoles nacerían con una predisposición para hablar español, pero no existe una predisposición genética así en el lenguaje humano.
Un niño español hablará perfectamente alemán si se desarrolla en un contexto
germánico. Un conclusión importante: la cultura no es lo suficientemente
antigua o consistente para que la selección natural le preste mucha atención.
Nuestra agenda emocional, biográfica, los eventos que
marcaron nuestra vida: el primer amor, la muerte de un ser muy querido, un
viaje extraordinario, etc., significan
muy poco para la evolución biológica y carecen de impacto en la especie, ¡a no
ser que queden registrados en esa memoria social que es la cultura! La filogenia
no incorpora estos eventos al plano genómico. Desde el punto de vista de la
especie, la memoria individual a largo plazo es tan sólo memoria a corto plazo.
El aprendizaje y la memoria constituyen tan sólo leves
modificaciones en los elementos o módulos de la arquitectura funcional del
cerebro, determinada por el nacimiento. Las diferencias, en la arquitectura
neuronal o la composición molecular entre alguien que hable sólo alemán y
alguien que hable sólo español, son imposibles de detectar, aunque estos idiomas
representen “mundos” distintos.
El lenguaje es un PAF
premotor
Por supuesto, los PAF pueden modificarse, aprenderse,
recordarse y perfeccionarse.
Chomsky tiene razón, el lenguaje es un PAF premotor,
íntimamente relacionado con la actividad de los ganglios basales. Por eso
pueden darse “palabras sin mente”, como las que surgían espontáneamente de una
paciente con la mayor parte del cerebro funcionalmente muerto, en coma durante
veinte años. El sistema nervioso está organizado en módulos funcionales, y la
generación de palabras es una propiedad intrínseca del cerebro.
La capacidad de abstracción es más antigua y seguramente
anterior al lenguaje articulado. El comportamiento de camuflaje de un lenguado
por ejemplo, que toma el color y dibujo del fondo, no puede explicarse sin la
abstracción que posibilita esta generación de patrones. En un animal muy
desarrollado neurológicamente éste adquiere una representación interna de sí
mismo como entidad única, en este metaevento germinal comienza la abstracción y
aparece el "sí mismo". Las mismas emociones son fenómenos que no existen en el
mundo externo y, en cierto sentido, son abstracciones, estados inventados por
el sistema nervioso central.
La abstracción es la capacidad de separar las propiedades de
las cosas de las cosas en sí mismas. Esta capacidad engendró una especie de
catálogo mental. El pensamiento abstracto evolucionó antes que el lenguaje. Por
otra parte, los eventos premotores que conducen a la expresión del lenguaje no
son distintos a los que preceden a cualquier movimiento que se ejecute con un
propósito definido, con una intencionalidad
(deseo de obtener algún resultado).
El lenguaje es un rasgo generalizado del reino animal y se dio,
incluso articulado y fónico, en especies más antiguas que la nuestra. Es una
extensión lógica de las propiedades intrínsecas de abstracción del sistema
nervioso central, una especialización de algo más generalizado, la prosodia biológica: una gesticulación
externa de un estado interno, la expresión externa de una abstracción que emana
del interior y significa algo para otro animal. Sonreír, fruncir el seño,
enseñar los dientes, gañir, trinar… La prosodia es lenguaje y comunicación
intencional. Existen lenguajes sin prosodia, como la emisión de feromonas en
los lepidópteros.
El lenguaje se desarrolla en el contexto de un orden social
particular, a manera de vínculo entre los animales para formar una sola entidad
funcional en beneficio de todos, por imitación y “contagio” de actividades
cerebrales, mediante ensayo y error. Al final, la vocalización, un fenómeno más
antiguo que el lenguaje, se acopló con la intención o prosodia. La evolución de
la mímica permitió que las abstracciones llegaran a significar lo mismo o algo
parecido como para que los organismos sacaran provecho de ella. La mímica
aporta el factor común.
La expansión del rango de la expresión motora probablemente
ocurrió al mismo que tiempo que la habilidad para cancerlar PAF. Lo que
distingue a nuestro cerebro como el más capaz intelectualmente es el refinado
equilibrio evolutivo entre la eficiencia automática de cómputo y la capacidad para
matizar los movimientos. Rara vez nos damos cuenta, por ejemplo, de la
increíble coordinación que requiere un PAF para algo tan común como
hablar en público, las complejas sinergias que sincronizan entre sí los
mecanismos respiratorios, laríngeos, orofaciales, los movimientos prosódicos de
gesticulación y expresión facial… Hemos evolucionado para expresar nuestros
estados internos con muchísima mayor propiedad que cualquier otra especie.
¿Mente colectiva o
ensimismamiento masivo?
El libro de Llinás acaba con una reflexión sobre la
posibilidad de que la Red (WWW) dé lugar a una mente colectiva en la que las
mentes individuales harían el papel de neuronas. La respuesta es negativa. El
autor no niega la posibilidad de que algo no biológico pueda desarrollar mente.
Pero el funcionamiento de la Red no es análogo al de un cerebro. Hay en ella
demasiado ruido y no están modularizadas sus funciones. Más que a un cerebro,
la Red se parece a una hidra o a una medusa. La Red puede ofrecernos un ejemplo
de conocimiento colectivo, pero conocimiento global no significa mente global.
Por otra parte, el autor nos previene ante los riesgos de
una igualación global del pensamiento que acabe con la diversidad, tan útil
para la supervivencia. Además, la extensión y enriquecimiento del mundo virtual,
que puede ofrecer gratificaciones cada vez más sofisticadas, puede conseguir que
perdamos el interés por el mundo real. De este modo acabaríamos como la rata
que se muere sin comer ni beber, dándole compulsivamente a la palanca que activa un electrodo
que, inserto en la región adecuada de su cerebro, le proporciona incesante
placer. Una sociedad narcisista, hedonista y decadente, puede ser el resultado nefasto
de una máquinaria tan poderosa como la de la realidad virtual, una máquinaria que convierte los sueños en realidades
y el placer en un fin en sí mismo.
El libro de Llinás es valioso, sobre todo por las evidencias empíricas que aporta. Sin embargo, su concepción del yo, más que una conclusión irremediable de esas evidencias, se inscribe en una tradición filosófica muy concreta: el escepticismo de Hume y el trascendentalismo de Kant.
No hay ciencia que no suponga una metafísica, sobre todo si esa ciencia aspira a dar cuenta de ¿fenómenos? tan esquivos como la personeidad, la subjetividad, la autoconciencia o el yo.
¿Es posible dar sentido a la racionalidad práctica, a la capacidad para actuar en el mundo racionalmente (y una parte relevante de esa actuación es la propia neurociencia) sin una noción substancial, esto es, no humeana, del yo?
Para Kant, el sujeto no era sólo la unidad trascendental de apercepción, sino también un noúmeno, un inteligible capaz de generar efectos sin otra causa que la intención libre de la razón, asumida por la voluntad. El sujeto por tanto no era sólo un trascendental que hacía posible la unidad y orden de los conocimientos, sino también un agente trascendente, ético y religioso. ¿Es posible una ética sin presuponer la cosa en sí del sujeto inteligible: alma, espíritu...? Lo dudo.
El yo no puede ser reducido simplemente a la unificación eventual de un campo interno de conciencia, predictor y orientador, sobre todo si es sujeto ejecutivo. La causa de la acción -como dice Searle- soy yo. El cableado apriorístico, neuronal, como el haz de Hume ("a bundle of ideas") no resulta suficiente...
¿Por qué? Porque la intención-en-la-acción no es sólo un evento que ocurre por sí mismo. Sólo puede ocurrir si un agente está haciendo efectivamente algo o, al menos, intentando hacer algo. La actuación exige que un agente sea consciente de que él mismo está haciendo algo. (...) El agente ha de ser capaz de tomar decisiones y realizar acciones sobre la base de razones, la misma entidad que actúa como agente tiene que ser capaz de percepción, creencia, deseo, memoria y razonamiento. (...) El agente tiene que ser un yo. (John R. Searle. "El fenómeno de la brecha: del tiempo y del yo", en Razones para actuar, Barcelona 2000).
Sólo un yo en este sentido -algo más que un "mito"- puede ser responsable, culpable, merecedor de censura o crédito, recompensa o castigo. Puede que la naturaleza no planifique, pero ese yo, que sin duda tiene una base natural, sí que estructura el tiempo y planifica sus acciones futuras. Ese yo no es sólo una experiencia, ni un objeto que se experimente. Es ciertamente, como afirmo genialmente Kant, aquello que de ninguna manera puede ser reducido a objeto, es decir a espacio-tiempo, sin perder su dignidad y su esperanza.
El "yo" es simplemente el nombre de aquella entidad que experimenta sus propias actividades como algo más que un haz pasivo (...) Los rasgos del yo pueden enunciarse de la manera siguiente:
Hay un x tal que
1. x es consciente.
2. x persiste a lo largo del tiempo.
3. x es capaz de decidir, iniciar y llevar a cabo acciones, bajo la presuposición de la libertad.
4. x opera de acuerdo con razones bajo las constricciones de racionalidad.
5. x es responsable de, al menos, parte de su conducta. (Searle. Ibidem).
Adela Cortina tiene razón (Neuroética y neuropolítica, Tecnos, 2011) , cualquiera que sea el avance de las neurociencias, sigue siendo válido el consejo socrático: conócete a ti mismo. No obstante es cierto que un mejor conocimiento del funcionamiento de nuestro cerebro nos permitirá conocer mejor nuestra posición en la vida y nuestras posibilidades vitales.
[1] Llinás
cita a Charles Sherrington, quien en una conferencia en Edimburgo (1937)
insinuó la posibilidad de que el conocimiento del hombre de su propia
naturaleza podría desencadenar la caída de la civilización.
[2] Llinás
llama “cualia” a la calidad de las entidades, siguiendo al filósofo Willar
Quine que empleó el término para denotar el carácter subjetivo de la sensación.
Llinás amplía su significado para referir a cualquier experiencia subjetiva
generada por el sistema nervioso, como el dolor, el color o el tono específico
de una nota musical… Las cualias
constituyen la base de la conciencia; durante el sueño sin sueños o las crisis
de epilepsia, las cualias dejan de
existir temporalmente.
[3] Llinás
anota que es curioso que las plantas, que tienen un sistema circulatorio bien
organizado, aunque sin corazón, aparezcan en la evolución con posterioridad a
la mayoría de los animales primitivos, como si los organismos sésiles “hubieran
decidido” no tener sistema nervioso. Claro que en las plantas se dan distintos
tipos de movimiento (taxias). Existen plantas carnívoras y otras como la mimosa son capaces de reaccionar moviéndose instantáneamente ante estímulos externos,
pero no se desplazan de un lugar a otro de manera activa, que es lo que
entendemos por motricidad.
[4] No hay contacto
físico entre neuronas; el espacio líquido entre ellas es de aproximadamente 20
nanómetros, o sea 20 x 10 -9 metros. La despolarización eléctrica es
la que libera neurotransmisores, también
mediante mecanismos dependientes del voltaje, mensajeros intercelulares que se
difunden en el espacio comprendido entre dos células, la “hendidura sináptica”.
Tales transmisores cambian la dinámica de los canales iónicos de la membrana
post-sináptica, alterando el flujo de iones a través de la membrana dendrítica
y generando pequeñas corrientes que a su vez provocan minúsculos cambios de
voltaje llamados “potenciales sinápticos” en un área localizada de la membrana
celular.
[5] Este
punto de visto merecería ser contrastado con los avances de la llamada “epigenética”.
Mucha información biológica que desborda al no especialista. Los misterios del cerebro y del yo. Me encuentro a mí misma cuando según este Llinás el apriori kantiano es confirmado por la biología, y de tabula rasa cerebral nada de nada.
ResponderEliminarTambién está bien enterarse de que la cultura es "despreciable" desde el punto de vista de la evolución cerebral pues ha llegado muy muy tarde por comparación a la biología.
Para pensarlo: el lenguaje que se dió en especies anteriores a la nuestra,
y que lo que hace el lenguado al camuflarse sea abstracción, por separar las propiedades de las cosas de las cosas mismas.
Aunque no se vea en el cerebro todavía, las virtudes del bilingüismo para el cerebro son muchas:
http://www.rtve.es/alacarta/audios/secretos-del-cerebro/
Gracias por la atención prestada, Ana.
ResponderEliminarCreo que la filosofía hoy tiene que hacerse sobre la base de lo que se sabe. Pero los que saben, cuando divulgan, necesariamente hacen filosofía, a veces mala filosofía. Ya sabes, "Mucha erudición no enseña comprensión".
En cualquier caso, aun admitiendo que la mente y el yo sean engendros del cerebro, o sea, descartando que el cerebro sea hijo del espíritu, siempre nos queda la pregunta: "¿qué o quién engendra?, ¿qué o quién inventa?".
Si preguntamos para qué, Llinás nos dirá que para sobrevivir. Pero siempre podemos preguntar qué encuentran las células organizadas en ese mero sobrivivir y luego en ese saber que se sobrevive, etc.
Interesante artículo y también interesante valoración y comentarios. Personalmente estoy de acuerdo en un monismo pero no tan reduccionista, yo lo llamaría ( no lo invento yo) emergentista. El cerebro, a través de sus restucturas físicas y sus redes neuronales genera una realidad diferente que es la mente lingüística y autoconsciente. La realidad mental tiene su propia lógica.
ResponderEliminarDetrás de estos planteamientos hay una ideología evolucionista finalista. la evolución es un proceso sin finalidad, hay cambios genéticos que funcionan y otros no. El hombre es una animal extraño. la cultura suplementa y no complementa, como dice Tery Eagleton. Es decir, que la cultura crea un mundo parelelo al natural, que soluciona unos problemas pero se inventa otro.
Un abrazo
'Nulla mens sine cultura'. No hay mente sin cultura. Otra cosa es la predisposición a la cultura, seguramente ya está modulada, innata y a priori, en las redes neuronales, porque la cultura ha sido también un factor de supervivencia. Nos ha funcionado bien el saber hacer y construir cosas, al menos hasta el presente: ha multiplicado la diversidad y combinatoria de los genes que nos constituyen.
EliminarOtra cosa es que en biología nos podamos pasar sin el concepto de finalidad, tan próximo a los de función y funcionamiento... Jacques Monod se dio cuenta de esta paradoja: los vivientes no son máquinas y al final todos los biólogos dicen "las bacterias quieren" o "los calamares desean" o "el pulpo sabe"... El mismo concepto de predicción, como función que explicaría el desarrollo del órgano "cerebro", es ya un concepto finalista, teleonómico (como dice Monod). Pero el mismo Llinás se niega contradictoriamente a admitir que la evolución tenga finalidad, salvo, claro está la de la propia supervivencia de la especie (la forma).
Un problema parecido, el de la ortogénesis. ¿Es o no más "perfecto" nuestro cerebro que el de una hormiga? Si miramos lo inesencial -que diría Hegel- por su magnitud (el espacio y lo uno de que se ocupa la matemática): se calcula que la biomasa de las hormigas es aproximadamente la de los seres humanos en el planeta. Ergo su cerebro es -a efectos de supervivencia- tan perfecto como el nuestro. Claro que la perfección puede ser contemplada desde otros puntos de vista...
Extraordinario el esfuerzo que ha hecho el autor para compendiar de manera comprensible esta materia tan compleja. El mayor defecto que le encuentro al modelo es su carácter abstracto. No veo de qué forma podría explicar concretos estados cerebrales, sobre todo los creativos y más espirituales, como el vuelo místico de Santa Teresa, la emoción del momento del eureka en Arquímedes o el torbellino de ideas de Mozart mientras componía mentalmente el trío Kegelstatt a golpe de taco de billar. Habrá que trabajar mucho en ello. Enhorabuena
ResponderEliminarNo me puedo "quitar de la cabeza" que fue Teresa de Cepeda la que ascendió en arrebato místico, Arquímedes quien comprendió la relación entre el fluido y la densidad de la corona, Mozart quien dio expresión sonora a la eterna gracia de los dioses. Y soy "yo", JB, quien piensa estas cosas, y ese mismo yo acepta, maravillado, que no podría hacerlo sin esas formidables redes neuronales con las que siente, recuerda, imagina, entiende y especula.
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