domingo, 31 de marzo de 2013

¿Invención cerebral del yo?


 
Rodolfo R. LLinás
En defensa del monismo

Roberto R. Llinás ha sido director del Departamento de Fisiología y Neurociencia de la Universidad de Nueva York y es miembro de prestigiosas academias científicas de todo el mundo. Su libro El cerebro y el mito del yo es una excelente obra de divulgación científica con prólogo de Gabriel García Márquez.

Para Llinás, la mente o “el estado mental” es producto de los procesos evolutivos que han tenido lugar en el cerebro de los organismos dotados de movimiento. Cree que Occidente debe superar ese dualismo que, desde los pitagóricos y modernamente con Descartes, supone o postula un “fantasma en la máquina”. La expresión del título, “el mito del yo”, alude precisamente a ese concepto –equivocado- de un yo separable de las funciones cerebrales. Mi cerebro y yo no somos dos cosas diferentes. La mente tiene una naturaleza neurobiológica, y no es una sustancia distinta del cerebro, sino que emerge de la sustancia física del sistema nervioso central. Lo que llamamos “yo” resulta una función de la estructura geométrica y del flujo de interconexión de las neuronas, donde juega un importantísimo papel la sincronía, o sea, el tiempo.

El hombre debe enfrentarse cara a cara con su verdadera naturaleza. No es necesariamente preferible creerse un fantástico ángel menor que un real animal extraordinario con una mente portentosa[1]. Desde la perspectiva monista, cerebro y mente son eventos inseparables. La mente, o el estado mental, constituye tan sólo uno de los grandes estados funcionales generados por el cerebro. Por su parte, los estados mentales conscientes -que como ya apuntó Hume son discontinuos- pertenecen a una clase de estados funcionales del cerebro en los que se generan imágenes cognitivas sensomotoras (cualias[2]), incluyendo la autoconciencia.

Naturalmente, hay estados mentales sin conciencia, como el estar dormido, drogado, anestesiado, en coma, o sufriendo una crisis epiléptica. El cerebro puede seguir funcionando sin conciencia y sin autoconciencias, sin preocupaciones, esperanzas o temores, en el olvido total. Sin embargo, soñar es también un estado cognoscitivo, aunque no respecto a la realidad externa, pues no está regulado por los sentidos.

El cerebro, en fin, es una entidad viva con una actividad eléctrica y bioquímica definida, dicha actividad es la mente. La mente es codimensional con el cerebro porque lo ocupa todo, hasta sus más recónditos pliegues. Como una atmósfera viva de tormentas eléctricas, su principal función es representar simultáneamente aquéllas que son isomorfas con el estado del mundo que nos rodea, mientras lo observamos, y que lo reconstruyen, transforman y modifican. Al soñar, liberado de la tiranía de los sentidos, el sistema genera tormentas intrínsecas que crean mundos posibles, en un proceso similar al de pensar.

A Llinás no le gusta la analogía de que el cerebro es al hardware lo que la mente al software, porque como la mente coincide con los estados funcionales del cerebro, hardware y software se entrelazan en esas unidades funcionales que son las neuronas.

Un órgano de predicción y orientación

La verdadera entraña de la función cerebral es la predicción, función radicalmente diferente del reflejo, y cuya base es la percepción.

La raíz de la cognición se encuentra en la resonancia, la coherencia y la simultaneidad de la actividad neuronal, generadas no por azar, sino por actividad eléctrica oscilatoria. Sólo la velocidad de la electricidad puede permitir al cerebro emular el mundo a una velocidad que resulte útil para la supervivencia del organismo que ha desarrollado dicho cerebro. Esa actividad neuronal conforma también la entraña de lo que llamamos “nosotros mismos”. El cerebro opera como un sistema cerrado y debe ser considerado como un emulador y no como un "traductor" de la realidad. La actividad intrínseca eléctrica de los elementos del cerebro conforman una entidad o estructura funcional isomorfa con la realidad externa.

Como dijo Goethe, en principio fue la acción. La mente surgió del movimiento. Por eso no han sido los vivientes sésiles como las plantas[3] o los hongos, sino los que se mueven, los que han desarrollado un sistema nervioso. El sistema nervioso sólo es necesario para la supervivencia en animales con motricidad. Tales organismos, para orientar sus movimientos, han necesitado una representación abstracta del mundo. Sin un plan interno, moverse en un mundo repleto de obstáculos y enemigos resulta peligroso. Predicción y meta es lo que proporciona una mente.

El sí mismo como centralización de la predicción

La función de predecir eventos futuros es la función primordial del cerebro. Predecir significa anticipar el resultado de sus movimientos con base en los sentidos. Es lo que hace un jugador de tenis cuando con su raqueta busca la pelota en el aire. La predicción es una función mucho más antigua que la conciencia. De hecho, el sí mismo no es más que la centralización de la predicción, y no nace del dominio de la autoconciencia, pues ésta sólo se genera al darse cuenta del sí mismo. Según esto, el sí mismo puede existir sin autoconciencia, sin conocimientos de la propia existencia. Es seguramente lo que sucede en muchos animales.

El cerebro predice basándose en una entidad inventada por él mismo, el sí mismo. Como no es posible recibir toda la información sensorial del exterior y a la vez tomar decisiones rápidas y correctas, el sí mismo resulta imprescindible en la práctica para el control del movimiento. Predicción y control del movimiento evolucionaron conjuntamente.

La motricidad es un temblor controlado, pues los movimientos no se efectúan de modo continuo al ser de naturaleza discontinua. El cerebro debe actuar por predicción para anticipar y actuar exitosamente con el exterior, para ahorrar energía y para ahorrar tiempo recurriendo a colectivos musculares en sinergia, en lugar de a músculos aislados.


La naturaleza activa del pensamiento

Fue el control cerebral del movimiento organizado lo que dio origen a la generación y naturaleza de la mente. Por su parte, lo que llamamos pensamiento es la interiorización evolutiva del movimiento. Pensar exige la transformación de frentes de onda de luz en imágenes. La validación o comprensión del mundo externo se realiza mediante la yuxtaposición funcional de las imágenes sensomotoras generadas internamente con las propiedades sensorialmente referidas al exterior, propiedades que Llinás llama “universales”. Las propiedades del mundo externo o “universales” tienen que estar representadas de alguna manera en el funcionamiento del cerebro. Una de las características esenciales de la función cerebral es dicha interiorización, es decir, la integración de “universales” en un espacio funcional interno.

El cerebro en realidad no computa nada. No funciona mediante algoritmos. Nuestro emulador de la realidad es más bien analógico, un requisito para la motricidad dirigida por imágenes anticipatorias internas de eventos futuros, que provocarán la correspondiente reacción o comportamiento en el organismo. Tales imágenes pueden considerarse como patrones premotores. De tales patrones premotores emana la conciencia en todas las formas vivientes.

La plasticidad y el aprendizaje permiten que la organización interna de los sistemas nerviosos se enriquezca, pero sólo dentro de ciertos límites predeterminados por la filogenia. Los estudios de Llinás suponen un respaldo a las tesis kantianas de los a priori. Estos a priori son como circuitos neuronales consolidados por el genotipo. En la mayoría de los animales, incluyendo los primates, desde el mismo momento en que la luz llega a la retina, ya existe la capacidad de asignar significado a las imágenes visuales. Se puede hablar de un a priori neurológico. La cuestión del a priori ha dejado por tanto de merecer sólo un tratamiento epistemológico para convertirse en un problema de tipo filogenético, evolutivo.

El cerebro es un sistema cerrado modulado por los sentidos. Se diferencia de un sistema abierto, el de los organismos sin cerebro, porque éstos aceptan las señales procedentes del medio y con independencia de su complejidad, las procesan y las devuelven de manera refleja a ese mismo medio.

Para Llinás, la existencia del sistema nervioso central se origina en la experiencia sensorial, la cual, gracias a la predicción, permite la motricidad. Las cualias debieron ser así primordiales para la organización global del sistema nervioso. Al madurar, algunas funciones del sistema nervioso migraron de un sitio a otro dentro del cerebro, desarrollándose fuera de su sitio de origen.

Llinás rechaza la hipótesis de un sistema nervioso central concebido al nacer como tabula rasa. El esquema de la tabula rasa puede ser útil en otros campos, pero explica mal el funcionamiento del cerebro. Las semejanzas fenotípicas básicas intra o interespecies se relacionan con funciones neuronales semejantes. El control básico del cerebro está determinado genéticamente. Las propiedades funcionales intrínsecas representan el epicentro de la función cerebral, la cual es modificable ¡solo en parte! por la experiencia sensorial y por los efectos de la actividad motora. Las pautas fijas de acción (PAF) y las emociones son ejemplos excelentes de eventos intrínsecos generados internamente y, como tales, son patrones premotores primitivos.

La cognición es también un a priori neurológico. La capacidad de conocer no necesita aprenderse; sólo debe aprenderse el contenido particular de la cognición en lo que se relaciona específicamente con aspectos particulares del ambiente. El cerebro comprende las cosas, reales o abstractas, a través de manipulaciones del mundo externo, de nuestro movimiento y, por ende, a partir de la experiencia sensorial derivada de él. Las propiedades de excitación/ contracción de cada célula han generado un sistema. La organización y función de nuestros cerebros se basan en la integración de la motricidad durante la evolución.

La sociedad de neuronas


La evolución empleó propiedades de la biología celular para interiorizar las propiedades del mundo externo en el sistema nervioso. El problema más importante de la investigación cerebral hoy en día es el de la interiorización de los “universales” (propiedades del mundo externo) dentro de un espacio funcional interno. Las propiedades del espacio funcional externo son obviamente distintas de las internas y, sin embargo, deben de guardar alguna analogía entre sí. La geometría y la temporalidad funcional del espacio interno debe guardar alguna semejanza con las del espacio externo para poder representar sus propiedades.
Es el diálogo temporo-espacial entre el tálamo y la corteza lo que genera la subjetividad. La mente es una de los muchos estados generados por la sociedad de neuronas que llamamos cerebro, resultado de la integración evolutiva de la motricidad. Los eventos eléctricos neuronales son lo suficientemente ricos como para representar a nivel celular todo lo observable e imaginable. La mente y el yo son interpretaciones propias de las redes neuronales.

Los organismos unicelulares no mueren, se dividen. Pero en los organismos multicelulares, las células individuales resultaron capaces de intercambiar información y crearon la “muerte colectiva” programada. Se especializaron en beneficio del organismo completo. La célula individual perdió con ello la capacidad de mantener y proteger su propia vida, reemplazándola por las funciones de supervivencia de “la sociedad” en que vive. En un organismo multicelular, las células individuales no pueden (o “no deben”) romper sus lazos con el grupo. Los organismos multicelulares fueron capaces de crear su propio océano interno (sangre y fluido extracelular) y consiguieron desarrollar propiedades emergentes ausentes en las células aisladas, tales como una mente.

Las neuronas emergieron en el espacio entre la sensación y el movimiento primitivo, en ese espacio surgió el cerebro, de interneuronas que ya no proyectan sus axones fuera del dominio (región cerebral) en el que habitan, sino sobre otras neuronas para efectuar transformaciones sensomotoras: el espacio de nuestro pensamiento. Su función: emular el mundo, construir metáforas de todo, figuras que permitan la anticipación de eventos. Así, el cerebro fabrica el azul como interpretación de un determinado rango de longitud de onda de la luz, unos 420 nanómetros; o el rojo, cuando el ojo es estimulado por una longitud de onda superior a 550-nm. El ojo capta la luz azul y el libro que veo azul recogió todas las frecuencias de color, pero no las azules. La luz de una frecuencia dada rebota del libro en línea recta y los fotones de esta frecuencia llegan a mi ojo.

La complejidad de los sistemas emerge de la complejidad inherente a las neuronas y sus sinapsis[4] (que no implican contacto físico). La naturaleza no planea aunque en ella sucedan acontecimientos espectaculares. La “inteligencia de la naturaleza” opera por selección natural, eliminando sistemáticamente todas las asperezas, los defectos, lo que no funciona bien. Lo que permanece son los aspectos ventajosos que se transmiten de generación a generación, es decir, lo que funciona, lo que facilita la supervivencia. “De hecho –escribe Llinás- la sobrevivencia es el combustible de la selección natural”. Pero, ¡ay!, nunca se logra la perfección. Perfecto, en biología, significa que funciona con el mínimo costo o esfuerzo.

Una subjetividad a 40 herzios
Estructura neuronal

La formación de imágenes sigue este principio general de economíaparsimonia de la naturaleza. Una imagen es una simplificación de la realidad. La abstracción de una geometría útil, con un significado interno que no tiene nada que ver, en cuanto a sus elementos materiales, con la geometría del mundo externo de la cual emanó. “El cerebro es muy kantiano en cuanto a la esencia de sus operaciones”. Los colores, el olor del bosque…, geometrías abstractas que no existen en el exterior. El lenguaje es, a este respecto, un ojo, pero un ojo abstracto, una abstracción interna. “Soy un sistema cerrado pero no un solipsisto. No puedo serlo, porque soy el producto de la evolución que internalizó las propiedades del mundo externo” (pg. 127).

¿Podemos atribuir subjetividad a los animales? Llinás sospecha que, incluso en los niveles más primitivos de la evolución, la subjetividad es la esencia constitutiva del sistema nervioso y pone de manifiesto el sorprendente cooperativismo de las neuronas en sus funciones cerebrales. El cerebro representa globalmente aunque modularice sus funciones. Así, desde su origen, el percepto como integración de las señales sensoriales depende de un contexto interno del cerebro, la atención, una intención funcional momentánea.

Las neuronas que disparan juntas se conectan juntas. Cotemporalidad es conciencia. Conjunción espacial y temporal: unificación sincrónica de actividades individuales de las neuronas. La coherencia temporal significa así patrones globales o modulares de resonancia y de actividad bioeléctrica conjunta. La estructura funcional transitoria del cerebro representa el momento actual de la realidad del mundo externo, o del mundo interno (autoconciencia). La señal que unifica son los 40 herzios globales que el cerebro genera durante sus actividades cognoscitivas.

Estamos ante un sistema que enfrenta al mundo externo no como una máquina adormilada que se despierta sólo mediante estímulos sensoriales, sino como un organismo vivo en continua actividad, dispuesto a interiorizar e incorporar en su más profunda actividad imágenes del mundo externo, siempre en el contexto de su propia existencia y de su propia actividad eléctrica intrínseca.
Si aceptamos que las ondas coherentes de 40 herzios se relacionan con la conciencia, concluiremos que ésta es un evento discontinuo, determinado por la simultaneidad de la actividad en el sistema tálamo-cortical. La oscilación a 40 Hz genera un alto grado de organización espacial y, por lo tanto, puede ser el mecanismo de producción de la unión temporal, de actividad rítmica sobre un gran conjunto de neuronas. El mapeo temporal global engendra la cognición. Un “cuanto” de cognición pude medirse como una época temporal definida de 12-15 milisegundos, lo cual significa que la capacidad del sistema nervioso central para discriminar dos eventos requiere un intervalo mínimo de 12,5 milisegundos entre ambos o el cerebro los registrará como uno solo. Este cuanto de cognición implica el “encendido” de patrones de actividad de millones e incluso de cientos de millones de células interconectadas eléctricamente en billones de sinapsis.

La unión de la información sensorial en un único estado cognoscitivo es implementado a través de la coherencia temporal de los impulsos de entrada, desde los núcleos talámicos hasta la corteza. Esta detección de coincidencias conforma la base de la unificación temporal.

La entrada al tálamo desde la corteza es mucho mayor que la entrada de los sistemas sensoriales periféricos. Esto tiene que ver con la operatividad del cerebro como un sistema cerrado y explicaría la capacidad del cerebro para autogenerar estados dinámicos oscilatorios. La organización “arquitectónica”  del sistema tálamo-cortical permite comunicación radial de los núcleos con todos los sectores de la corteza, entre los cuales se incluyen las áreas sensoriales, motoras y de asociación, siendo ésta última la que abarca la mayor parte de la corteza cerebral del Homo Sapiens.

Unifica, luego existo. La centralización de la predicción

El sistema tálamo-cortical es una esfera isocrónica cerrada, que relaciona sincrónicamente las propiedades del mundo externo referidas por los sentidos con las motivaciones y memorias generadas internamente. Este evento, coherente en el tiempo, que unifica los componentes fraccionados tanto de la realidad externa como de la interna en una estructura única, es lo que llamamos el “sí mismo”.

“Unifica, luego existo”. En ese espacio las funciones predictivas del cerebro, claves para la supervivencia, pueden operar de manera coordinada. Así pues, la subjetividad o el “sí mismo” se genera mediante el diálogo entre el tálamo y la corteza o, en otras palabras, los eventos unificadores recurrentes constituyen el sustrato del “sí mismo”. Es la centralización de la predicción la abstracción que llamamos el “sí mismo” (pg. 147s).

El “yo” como algo no tangible (“sublime incógnita”)  es un estado mental particular, una entidad abstracta generada. Aquello por lo que trabajamos y sufrimos es sólo un término útil, no muy distinto de lo que llamamos “cualidades secundarias” de los sentidos: colores, sabores, olores, sonidos. Son sólo invenciones/estructuras de la semántica intrínseca del sistema nervioso central (SNC) para interactuar con el mundo externo de un modo predictivo.

El “yo” sólo existe dentro del sistema cerrado del SNC como un polo de atracción, un remolino cuya única existencia real es la que le imparte el ímpetu común de partes dispersas. Es un organizador de percepciones (internas y externas), el telar en el que se teje la relación entre el organismo y la representación interna del mundo externo.

PAF y emociones

Sinapsis química 
Los patrones de acción fijos (PAF) son decisivos para la supervivencia. Son conjuntos de activaciones motoras automáticas y bien definidas, como cintas magnéticas motoras, que liberan al sí mismo de gastar tiempo y atención innecesarios, como cuando masticamos sin darnos cuenta o apartamos la mano del fuego instintivamente. Su base fisiológica está en los ganglios basales. Su neuropatía así lo prueba. Por ejemplo, en el síndrome de Tourette (exceso de PAF) o en el Parkinson (déficit y desaparición de PAF).

En el síndrome de Tourette, cuyo diagnóstico es una destrucción parcial de los ganglios basales, se liberan continuamente PAF fuera de contexto y muy particulares. Estos y otros transtornos permiten inferir la necesidad de una buena interacción fisiológica entre el “sí mismo” y los PAF. En nuestro caso, no sólo tiene una gran importancia su disparo, sino también su inhibición discrecional, como cuando contenemos la risa o el miedo.

Los PAF son innatos, pero pueden ser modulados por el ambiente y el aprendizaje, como ocurre con el trino de los pájaros. Ocupan un espacio intermedio entre la respuesta refleja y la elección volitiva. Tienen dos componentes: la estrategia y la implementación táctica. La primera es un evento macroscópico; la táctica, microscópico. Ejemplo: un jaguar frente a un enemigo ha de decidir entre dos PAF motores: huir o luchar (estrategia). Pero si elige luchar, no es lo mismo hacerlo con una serpiente que con otro jaguar (táctica). La táctica, en cierto sentido, inhibe el PAF, liberándolo de su rigidez.

Los PAF vienen en el “cableado” innato, como los reflejos, y reducen el enorme número de elecciones posibles, limitan el grado de libertad del sistema, pero no alteran la capacidad de fragmentar o modificar este operativo limitante, que es también la habilidad de escoger, la táctica voluntaria dentro de una estrategia dada. Para que las respuestas del repertorio motor no sean fijas se necesita el advenimiento de la conciencia.

Las emociones son la razón de nuestro deseo de sobrevivir y de nuestra inspiración. Aunque discurramos muy razonablemente acerca de la creatividad de nuestro cerebro, los procesos neurales inherentes a la creatividad no tienen nada que ver con la racionalidad. La creatividad no nace de la razón. Nuestra “humanidad” se constituye en las propiedades y vicisitudes de nuestro “yo emocional”. Las emociones constituyen la plataforma premotora que impulsa o frena la mayoría de nuestras acciones.

Llinás se vuelve un poco tosco cuando describe los estados emocionales en relación a los “pecados capitales” (orgullo, ira, ambición, lujuria, envidia, pereza y gula), las virtudes cardinales (justicia, prudencia, templanza y fortaleza) y las teologales (fe, esperanza y caridad), relacionándolas con las necesidades de sociedades agrícolas sedentarias y con una especie de “autointerés ilustrado”. De esto se seguiría una neuroética emotivista que desconocería la capacidad activa de la razón a la que tan brillantemente refiere John R. Searle (Razones para actuar, Barcelona, 2000).

Lo cierto es que las emociones son primitivas, están asociadas al rinencéfalo, que parece haber evolucionado a partir del sistema olfativo (nuestro sentido más primitivo) y a la generación de posturas motoras automáticas y endocrinas. Quizá este tipo de experiencia gruesamente dividida y categorizada –si o no- describa lo que hubo de ser la conciencia más primitiva en los animales, de acuerdo con una estrategia macroscópica del cerebro de reducir las elecciones: “esto huele mal, no se lo coma”; “esto huele bien, copule con ello”. Un sistema tan primitivo no necesitaría de la conciencia para responder a los estímulos internos, pero carece de plasticidad. La conciencia representa un módulo de función capaz de modelar los estados emocionales, un módulo de foco, transitorio y que se usa en un contexto momentáneo, descartándose posteriormente (discontinuidad de la conciencia). Cognición y conciencia puede que evolucionaran a partir de los estados emocionales que desencadenan los PAF, como una habilidad especial de enfocar y escoger.

Probablemente las emociones evolucionaron para disponer rápida y eficazmente a la acción y como maneras de señalización social de la intencionalidad, como respuestas simples y estereotipadas, comunes a todos los seres humanos. Los estados emocionales son disparadores de la acción y de su contexto interno. Contextualizan el comportamiento motor. Se relacionan con áreas ajenas a los ganglios basales, pero se asocian estrechamente con éstos. El hipotálamo suministra el vínculo fisiológico entre el estado emocional (miedo) y el PAF motor (huida). El sustrato neurológico de las emociones lo hallamos en la amígdala. Por eso la estimulación amigdalar a largo plazo produce enfermedades asociadas al estrés, como úlceras gástricas, y los seres humanos o animales con lesiones en la amígdala carecen de la vehemencia necesaria para iniciar o completar los actos más simples.

Para Llinás, el dolor es un estado emocional, cosa bastante discutible. El autor mismo formula la objeción de que el dolor puede estar asociado a estados emocionales muy diversos. Imaginemos el dolor en los hombros de un costalero de Semana Santa, o el de una madre durante el parto, o el de un torturado. Uno puede sentir dolor y alegría al mismo tiempo, o tristeza, vergüenza, etc. Para salvar este escollo, Llinás distingue entre el dolor como sensación y el malestar asociado que sería propiamente la emoción o el estado emocional “dolor”, que carece de localización y es generado por el cerebro.


Memoria y aprendizaje

La memoria filogenética debe actualizarse para ser eficaz. Ser y devenir. El ser viene dado por la genética y el “cableado” innato; el devenir por la necesidad de todo el sistema de adaptarse a los cambios impuestos por el crecimiento y el desarrollo, y por el deterioro de la edad. Si la memoria filogenética fuese lamarckiana, si lo que aprendemos durante la ontogenia pasara al registro filogenético[5], entonces los niños españoles nacerían con una predisposición para hablar español, pero no existe una predisposición genética así en el lenguaje humano. Un niño español hablará perfectamente alemán si se desarrolla en un contexto germánico. Un conclusión importante: la cultura no es lo suficientemente antigua o consistente para que la selección natural le preste mucha atención.

Nuestra agenda emocional, biográfica, los eventos que marcaron nuestra vida: el primer amor, la muerte de un ser muy querido, un viaje extraordinario, etc.,  significan muy poco para la evolución biológica y carecen de impacto en la especie, ¡a no ser que queden registrados en esa memoria social que es la cultura! La filogenia no incorpora estos eventos al plano genómico. Desde el punto de vista de la especie, la memoria individual a largo plazo es tan sólo memoria a corto plazo.
El aprendizaje y la memoria constituyen tan sólo leves modificaciones en los elementos o módulos de la arquitectura funcional del cerebro, determinada por el nacimiento. Las diferencias, en la arquitectura neuronal o la composición molecular entre alguien que hable sólo alemán y alguien que hable sólo español, son imposibles de detectar, aunque estos idiomas representen “mundos” distintos.

El lenguaje es un PAF premotor

Por supuesto, los PAF pueden modificarse, aprenderse, recordarse y perfeccionarse.
Chomsky tiene razón, el lenguaje es un PAF premotor, íntimamente relacionado con la actividad de los ganglios basales. Por eso pueden darse “palabras sin mente”, como las que surgían espontáneamente de una paciente con la mayor parte del cerebro funcionalmente muerto, en coma durante veinte años. El sistema nervioso está organizado en módulos funcionales, y la generación de palabras es una propiedad intrínseca del cerebro.

La capacidad de abstracción es más antigua y seguramente anterior al lenguaje articulado. El comportamiento de camuflaje de un lenguado por ejemplo, que toma el color y dibujo del fondo, no puede explicarse sin la abstracción que posibilita esta generación de patrones. En un animal muy desarrollado neurológicamente éste adquiere una representación interna de sí mismo como entidad única, en este metaevento germinal comienza la abstracción y aparece el "sí mismo". Las mismas emociones son fenómenos que no existen en el mundo externo y, en cierto sentido, son abstracciones, estados inventados por el sistema nervioso central.

La abstracción es la capacidad de separar las propiedades de las cosas de las cosas en sí mismas. Esta capacidad engendró una especie de catálogo mental. El pensamiento abstracto evolucionó antes que el lenguaje. Por otra parte, los eventos premotores que conducen a la expresión del lenguaje no son distintos a los que preceden a cualquier movimiento que se ejecute con un propósito definido, con una intencionalidad (deseo de obtener algún resultado).

El lenguaje es un rasgo generalizado del reino animal y se dio, incluso articulado y fónico, en especies más antiguas que la nuestra. Es una extensión lógica de las propiedades intrínsecas de abstracción del sistema nervioso central, una especialización de algo más generalizado, la prosodia biológica: una gesticulación externa de un estado interno, la expresión externa de una abstracción que emana del interior y significa algo para otro animal. Sonreír, fruncir el seño, enseñar los dientes, gañir, trinar… La prosodia es lenguaje y comunicación intencional. Existen lenguajes sin prosodia, como la emisión de feromonas en los lepidópteros.

El lenguaje se desarrolla en el contexto de un orden social particular, a manera de vínculo entre los animales para formar una sola entidad funcional en beneficio de todos, por imitación y “contagio” de actividades cerebrales, mediante ensayo y error. Al final, la vocalización, un fenómeno más antiguo que el lenguaje, se acopló con la intención o prosodia. La evolución de la mímica permitió que las abstracciones llegaran a significar lo mismo o algo parecido como para que los organismos sacaran provecho de ella. La mímica aporta el factor común.

La expansión del rango de la expresión motora probablemente ocurrió al mismo que tiempo que la habilidad para cancerlar PAF. Lo que distingue a nuestro cerebro como el más capaz intelectualmente es el refinado equilibrio evolutivo entre la eficiencia automática de cómputo y la capacidad para matizar los movimientos. Rara vez nos damos cuenta, por ejemplo, de la increíble coordinación que requiere un PAF para algo tan común como hablar en público, las complejas sinergias que sincronizan entre sí los mecanismos respiratorios, laríngeos, orofaciales, los movimientos prosódicos de gesticulación y expresión facial… Hemos evolucionado para expresar nuestros estados internos con muchísima mayor propiedad que cualquier otra especie.

¿Mente colectiva o ensimismamiento masivo?

El libro de Llinás acaba con una reflexión sobre la posibilidad de que la Red (WWW) dé lugar a una mente colectiva en la que las mentes individuales harían el papel de neuronas. La respuesta es negativa. El autor no niega la posibilidad de que algo no biológico pueda desarrollar mente. Pero el funcionamiento de la Red no es análogo al de un cerebro. Hay en ella demasiado ruido y no están modularizadas sus funciones. Más que a un cerebro, la Red se parece a una hidra o a una medusa. La Red puede ofrecernos un ejemplo de conocimiento colectivo, pero conocimiento global no significa mente global.

Por otra parte, el autor nos previene ante los riesgos de una igualación global del pensamiento que acabe con la diversidad, tan útil para la supervivencia. Además, la extensión y enriquecimiento del mundo virtual, que puede ofrecer gratificaciones cada vez más sofisticadas, puede conseguir que perdamos el interés por el mundo real. De este modo acabaríamos como la rata que se muere sin comer ni beber, dándole compulsivamente a la palanca que activa un electrodo que, inserto en la región adecuada de su cerebro, le proporciona incesante placer. Una sociedad narcisista, hedonista y decadente, puede ser el resultado nefasto de una máquinaria tan poderosa como la de la realidad virtual, una máquinaria que convierte los sueños en realidades y el placer en un fin en sí mismo.

 Valoración

El libro de Llinás es valioso, sobre todo por las evidencias empíricas que aporta. Sin embargo, su concepción del yo, más que una conclusión irremediable de esas evidencias, se inscribe en una tradición filosófica muy concreta: el escepticismo de Hume y el trascendentalismo de Kant. 

No hay ciencia que no suponga una metafísica, sobre todo si esa ciencia aspira a dar cuenta de  ¿fenómenos? tan esquivos como la personeidad, la subjetividad, la autoconciencia o el yo.

¿Es posible dar sentido a la racionalidad práctica, a la capacidad para actuar en el mundo racionalmente (y una parte relevante de esa actuación es la propia neurociencia) sin una noción substancial, esto es, no humeana, del yo?

Para Kant, el sujeto no era sólo la unidad trascendental de apercepción, sino también un noúmeno, un inteligible capaz de generar efectos sin otra causa que la intención libre de la razón, asumida por la voluntad. El sujeto por tanto no era sólo un trascendental que hacía posible la unidad y orden de los conocimientos, sino también un agente trascendente, ético y religioso. ¿Es posible una ética sin presuponer la cosa en sí del sujeto inteligible: alma, espíritu...? Lo dudo.

El yo no puede ser reducido simplemente a la unificación eventual de un campo interno de conciencia, predictor y orientador, sobre todo si es sujeto ejecutivo. La causa de la acción -como dice Searle- soy yo. El cableado apriorístico, neuronal, como el haz de Hume ("a bundle of ideas") no resulta suficiente...

¿Por qué? Porque la intención-en-la-acción no es sólo un evento que ocurre por sí mismo. Sólo puede ocurrir si un agente está haciendo efectivamente algo o, al menos, intentando hacer algo. La actuación exige que un agente sea consciente de que él mismo está haciendo algo. (...) El agente ha de ser capaz de tomar decisiones y realizar acciones sobre la base de razones, la misma entidad que actúa como agente tiene que ser capaz de percepción, creencia, deseo, memoria y razonamiento. (...) El agente tiene que ser un yo.  (John R. Searle. "El fenómeno de la brecha: del tiempo y del yo", en Razones para actuar, Barcelona 2000).

Sólo un yo en este sentido -algo más que un "mito"- puede ser responsable, culpable, merecedor de censura o crédito, recompensa o castigo. Puede que la naturaleza no planifique, pero ese yo, que sin duda tiene una base natural, sí que estructura el tiempo y planifica sus acciones futuras. Ese yo no es sólo una experiencia, ni un objeto que se experimente. Es ciertamente, como afirmo genialmente Kant, aquello que de ninguna manera puede ser reducido a objeto, es decir a espacio-tiempo, sin perder su dignidad y su esperanza.

El "yo" es simplemente el nombre de aquella entidad que experimenta sus propias actividades como algo más que un haz pasivo (...) Los rasgos del yo pueden enunciarse de la manera siguiente:
Hay un x tal que
1. x es consciente.
2. x persiste a lo largo del tiempo.
3. x es capaz de decidir, iniciar y llevar a cabo acciones, bajo la presuposición de la libertad.
4. x opera de acuerdo con razones bajo las constricciones de racionalidad.
5. x es responsable de, al menos, parte de su conducta. (Searle. Ibidem). 

Adela Cortina tiene razón (Neuroética y neuropolítica, Tecnos, 2011) , cualquiera que sea el avance  de las neurociencias, sigue siendo válido el consejo socrático: conócete a ti mismo. No obstante es cierto que un mejor conocimiento del funcionamiento de nuestro cerebro nos permitirá conocer mejor nuestra posición en la vida y nuestras posibilidades vitales.







[1] Llinás cita a Charles Sherrington, quien en una conferencia en Edimburgo (1937) insinuó la posibilidad de que el conocimiento del hombre de su propia naturaleza podría desencadenar la caída de la civilización.
[2] Llinás llama “cualia” a la calidad de las entidades, siguiendo al filósofo Willar Quine que empleó el término para denotar el carácter subjetivo de la sensación. Llinás amplía su significado para referir a cualquier experiencia subjetiva generada por el sistema nervioso, como el dolor, el color o el tono específico de una nota musical… Las cualias constituyen la base de la conciencia; durante el sueño sin sueños o las crisis de epilepsia, las cualias dejan de existir temporalmente.
[3] Llinás anota que es curioso que las plantas, que tienen un sistema circulatorio bien organizado, aunque sin corazón, aparezcan en la evolución con posterioridad a la mayoría de los animales primitivos, como si los organismos sésiles “hubieran decidido” no tener sistema nervioso. Claro que en las plantas se dan distintos tipos de movimiento (taxias). Existen plantas carnívoras y otras como la mimosa son capaces de reaccionar moviéndose instantáneamente ante estímulos externos, pero no se desplazan de un lugar a otro de manera activa, que es lo que entendemos por motricidad.
[4] No hay contacto físico entre neuronas; el espacio líquido entre ellas es de aproximadamente 20 nanómetros, o sea 20 x 10 -9 metros. La despolarización eléctrica es la que libera neurotransmisores, también mediante mecanismos dependientes del voltaje, mensajeros intercelulares que se difunden en el espacio comprendido entre dos células, la “hendidura sináptica”. Tales transmisores cambian la dinámica de los canales iónicos de la membrana post-sináptica, alterando el flujo de iones a través de la membrana dendrítica y generando pequeñas corrientes que a su vez provocan minúsculos cambios de voltaje llamados “potenciales sinápticos” en un área localizada de la membrana celular.
[5] Este punto de visto merecería ser contrastado con los avances de la llamada “epigenética”.

6 comentarios:

  1. Mucha información biológica que desborda al no especialista. Los misterios del cerebro y del yo. Me encuentro a mí misma cuando según este Llinás el apriori kantiano es confirmado por la biología, y de tabula rasa cerebral nada de nada.

    También está bien enterarse de que la cultura es "despreciable" desde el punto de vista de la evolución cerebral pues ha llegado muy muy tarde por comparación a la biología.
    Para pensarlo: el lenguaje que se dió en especies anteriores a la nuestra,
    y que lo que hace el lenguado al camuflarse sea abstracción, por separar las propiedades de las cosas de las cosas mismas.

    Aunque no se vea en el cerebro todavía, las virtudes del bilingüismo para el cerebro son muchas:
    http://www.rtve.es/alacarta/audios/secretos-del-cerebro/


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  2. Gracias por la atención prestada, Ana.
    Creo que la filosofía hoy tiene que hacerse sobre la base de lo que se sabe. Pero los que saben, cuando divulgan, necesariamente hacen filosofía, a veces mala filosofía. Ya sabes, "Mucha erudición no enseña comprensión".
    En cualquier caso, aun admitiendo que la mente y el yo sean engendros del cerebro, o sea, descartando que el cerebro sea hijo del espíritu, siempre nos queda la pregunta: "¿qué o quién engendra?, ¿qué o quién inventa?".
    Si preguntamos para qué, Llinás nos dirá que para sobrevivir. Pero siempre podemos preguntar qué encuentran las células organizadas en ese mero sobrivivir y luego en ese saber que se sobrevive, etc.

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  3. Interesante artículo y también interesante valoración y comentarios. Personalmente estoy de acuerdo en un monismo pero no tan reduccionista, yo lo llamaría ( no lo invento yo) emergentista. El cerebro, a través de sus restucturas físicas y sus redes neuronales genera una realidad diferente que es la mente lingüística y autoconsciente. La realidad mental tiene su propia lógica.
    Detrás de estos planteamientos hay una ideología evolucionista finalista. la evolución es un proceso sin finalidad, hay cambios genéticos que funcionan y otros no. El hombre es una animal extraño. la cultura suplementa y no complementa, como dice Tery Eagleton. Es decir, que la cultura crea un mundo parelelo al natural, que soluciona unos problemas pero se inventa otro.
    Un abrazo

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    1. 'Nulla mens sine cultura'. No hay mente sin cultura. Otra cosa es la predisposición a la cultura, seguramente ya está modulada, innata y a priori, en las redes neuronales, porque la cultura ha sido también un factor de supervivencia. Nos ha funcionado bien el saber hacer y construir cosas, al menos hasta el presente: ha multiplicado la diversidad y combinatoria de los genes que nos constituyen.
      Otra cosa es que en biología nos podamos pasar sin el concepto de finalidad, tan próximo a los de función y funcionamiento... Jacques Monod se dio cuenta de esta paradoja: los vivientes no son máquinas y al final todos los biólogos dicen "las bacterias quieren" o "los calamares desean" o "el pulpo sabe"... El mismo concepto de predicción, como función que explicaría el desarrollo del órgano "cerebro", es ya un concepto finalista, teleonómico (como dice Monod). Pero el mismo Llinás se niega contradictoriamente a admitir que la evolución tenga finalidad, salvo, claro está la de la propia supervivencia de la especie (la forma).
      Un problema parecido, el de la ortogénesis. ¿Es o no más "perfecto" nuestro cerebro que el de una hormiga? Si miramos lo inesencial -que diría Hegel- por su magnitud (el espacio y lo uno de que se ocupa la matemática): se calcula que la biomasa de las hormigas es aproximadamente la de los seres humanos en el planeta. Ergo su cerebro es -a efectos de supervivencia- tan perfecto como el nuestro. Claro que la perfección puede ser contemplada desde otros puntos de vista...

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  4. Extraordinario el esfuerzo que ha hecho el autor para compendiar de manera comprensible esta materia tan compleja. El mayor defecto que le encuentro al modelo es su carácter abstracto. No veo de qué forma podría explicar concretos estados cerebrales, sobre todo los creativos y más espirituales, como el vuelo místico de Santa Teresa, la emoción del momento del eureka en Arquímedes o el torbellino de ideas de Mozart mientras componía mentalmente el trío Kegelstatt a golpe de taco de billar. Habrá que trabajar mucho en ello. Enhorabuena

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    1. No me puedo "quitar de la cabeza" que fue Teresa de Cepeda la que ascendió en arrebato místico, Arquímedes quien comprendió la relación entre el fluido y la densidad de la corona, Mozart quien dio expresión sonora a la eterna gracia de los dioses. Y soy "yo", JB, quien piensa estas cosas, y ese mismo yo acepta, maravillado, que no podría hacerlo sin esas formidables redes neuronales con las que siente, recuerda, imagina, entiende y especula.

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