Hacia mediados del siglo XIX nada
hacía sospechar que esta inglesa de alta cuna, enamorada de la jardinería, la
pintura y los viajes, iba a dejar atrás la discreta vida de dama victoriana a
la que estaba destinada desde su nacimiento, para recorrer infatigablemente los
más remotos rincones del planeta en busca de nuevas plantas. Marianne consiguió
asombrar a sus contemporáneos con sus estampas botánicas, que sorprenden por
igual por su extraordinaria belleza y por su precisión científica. Gracias a su
pasión, el mundo occidental pudo vislumbrar tierras aún inexploradas antes de
que la fotografía en color fuera posible. Marianne North es, verdaderamente, un
caso único en la historia: fue una destacada artista, una remarcable
investigadora y una arrojada exploradora pero, por encima de todo, un ser humano
admirable por su estilo ético. Quizá por ser inclasificable es una figura poco
conocida, que merece la pena descubrir.
1. La forja de una rebelde
Marianne nació en Hastings,
Inglaterra, el 24 de octubre de 1830. Era la hija mayor de un parlamentario
liberal, el rico terrateniente Frederick North. De acuerdo con el código social
vigente, Marianne no recibió una educación
formal y siempre consideró su breve paso por la escuela un recuerdo
particularmente odioso. Durante su juventud aspiró a ser cantante profesional y
ensayaba de manera incansable pero, al perder la voz, acabó concentrándose en
el dibujo como hobby.
Su familia disfrutaba de una
intensa vida cultural, manteniendo contacto con las corrientes intelectuales
más activas del momento. Por aquel entonces estaba cristalizando una nueva
cosmovisión, el darwinismo, al mismo tiempo que algunos de los más famosos
exploradores de la historia conseguían
dar los contornos definitivos al mapa del mundo. Todo ello tendría una
influencia decisiva en el devenir vital de Marianne North.
2. Los años del Grand Tour
Los Jardines de Kew se encuentran
situados al sur de Londres. Se trata de un maravilloso parque con más de 100 hectáreas,
seis invernaderos, pagodas… Sir William Hooker, director de la institución, era
amigo de la familia North y solía regalar a Marianne plantas raras y exóticas
que a ella le encantaba dibujar y cuidar. Padre e hija compartían su amor por
la jardinería, como también por los viajes. En los meses en los que no se
celebraban sesiones parlamentarias, Marianne viajaba con sus progenitores por
toda Europa. Era el Grand Tour, esa
aventura cultural casi iniciática, imprescindible para que la burguesía
ilustrada adquiriese una pátina cosmopolita con que brillar en sociedad. Así
fue como los North recorrieron Suiza, Austria, España, Italia, Grecia y Turquía.
Antes de morir, la madre de
Marianne le hizo prometer que nunca abandonaría a su padre, al que siguió acompañando
en sus recorridos por el continente europeo. Con su diario y su cuaderno de
bocetos, su mente inquieta registraba minuciosamente la vida y la flora que
encontraba a su paso. Ya entonces daba muestras de un innegable talento con la
acuarela, la cual había empezado a utilizar, casualmente, en nuestro país.
En 1.865, el Sr. North perdió su
escaño en el Parlamento pero supo convertir esa contrariedad en ventaja. Ahora
disponían de más tiempo para conocer mundo, por lo que se lanzaron a un viaje más
largo y ambicioso que les llevó hasta Egipto y Siria. De aquella época data la
descripción que de Marianne hizo un admirador: “Era pálida y vivaracha, graciosa en sus maneras y dibujaba cada templo
de Nubia, cada hombre y mujer que encontraba, y todas las palmeras de Egipto”.
A los 37 años se decidió a tomar
lecciones de pintura al óleo y la novedad le entusiasmó hasta el punto de
confesar a su diario: “El óleo es un
vicio como la bebida, casi imposible de abandonar una vez que se apodera de
ti”.
Durante un viaje a los Alpes, en
1.869, su padre se sintió repentinamente mal, por lo que tuvieron que regresar
a Inglaterra a toda prisa. Cuando el Sr. North murió, Marianne vio cómo se
abría un inmenso vacío en su existencia. Por ello escribió: “Él fue desde el principio al fin mi único
ídolo y el amigo de mi vida”… “Ahora tengo que aprender a vivir sin él y a
llenar mi vida con otros intereses lo mejor que pueda”.
3. Cadenas rotas
Después de tantos años de viajes
y aficiones compartidas, es claro que Marianne habría aprendido muchísimas
cosas de su padre, y ese legado espiritual la ayudó a encauzar su camino. Tenía
entonces cuarenta años, la edad de la madurez intelectual. Su idea de que el
matrimonio reducía a la mujer al puesto de un ama de llaves cualificada la
había mantenido soltera por voluntad propia. Gracias a ello pudo conservar el
control de la gran fortuna que heredó y que, de otra manera, habría ido a para
a su marido, pues la ley inglesa consideraba a las esposas como menores de
edad. En aquel momento crucial, Marianne decidió dar otra vuelta de tuerca a
sus expediciones. Podemos leer en su diario: “He soñado largamente en ir a países tropicales a pintar in situ su
peculiar vegetación en su exuberante abundancia”. Tras vender la mansión
familiar en Hastings, y animada por los consejos de la exploradora Lucie Duff-Gordon
(1821-1869), quien había viajado a Egipto y Sudáfrica, se dispuso a hacer
realidad su sueño, embarcándose para Norteamérica en 1.871. Allí visitó las
cataratas del Niágara y Nueva York, así como Washington, donde fue recibida por
el Presidente Ulysses S. Grant.
En Boston conoció a Elisabeth
Agassiz, esposa del famoso paleontólogo suizo Louis Agassiz (en la entrada
“Pasión por los fósiles”, en este mismo blog, se menciona su colaboración con
Mary Anning: http://esprituycuerpo.blogspot.com.es/2012/10/pasion-por-los-fosiles-mary-anning-y.html ). Los Agassiz acababan de volver del trópico y le descubrieron toda
la potencialidad que tenía la zona para
sus intereses. Marianne, que hasta entonces había estado buscando su verdadero rumbo, no necesitó ninguna información más. Aquel impulso la encaminó a Jamaica. En las afueras de la capital, Kingston, alquiló una casa destartalada y recubierta de vegetación, y se dedicó en cuerpo y alma a pintar durante cinco meses, desbordada por la emoción del descubrimiento: “Estaba en un estado éxtasis y apenas sabía qué pintar”. Plátanos,
palmeras, orquídeas, flores de la pasión… fueron llenando sus lienzos. Después se
dirigió a Minas Gerais, en Brasil, donde pintó frenéticamente más de cien
cuadros durante ocho meses, viviendo en una cabaña en plena jungla. Satisfecha
con el resultado, regresó a Inglaterra en 1.872.
4. Una vida mágica
Aquella primera experiencia viajera
marcó la pauta para las sucesivas. Se embarcaba hacia lugares cada vez más
inexplorados por el hombre blanco y
pintaba a diario, con una rutina casi laboral. Gracias a las influencias
políticas de su padre, siempre disponía de cartas de presentación para
embajadores, virreyes o gobernantes y, aunque no dudó en alojarse en las
lujosas residencias de los funcionarios coloniales ingleses cuando hizo falta,
prefería relacionarse con “gente menos
civilizada pero más interesante”. Con ello no se refería a los nativos sino
a los expertos en flora local, capaces de indicarle dónde buscar las especies
más características y solucionar sus muchas dudas acerca de las mismas, como
apuntó en sus memorias. De forma insólita, Marianne desafió todas las
convenciones de la época al viajar sola. La sociedad convencional la aburría y
la perspectiva de asistir a cenas formales en traje de noche le parecía una
tortura insufrible: “Soy un pájaro muy salvaje
y me gusta la libertad”, dejó escrito.
Prefería los medios de transporte
lentos, a pie, a lomos de un caballo o en canoa, para poder observar el entorno con más detalle. Se
levantaba al alba y pintaba incansablemente al aire libre hasta el mediodía.
Entonces seguía trabajando en el interior o a la sombra y, al atardecer, salía
de nuevo a explorar y no volvía a su refugio mientras quedara un poco de luz. “Daba preciosos paseos y siempre encontraba
nuevas maravillas en cada expedición”. Son palabras que definen a una
auténtica “cazadora de flores”. Su hermana Catherine, que también se dedicaba a
la ilustración botánica pero de una forma menos nómada y más convencional, recordaría
años después, entre la melancolía y la sana envidia: “Parecía llevar una vida mágica. Por lo visto
podía pasarse todo el día pintando en un manglar y no tener fiebre. Podía vivir
sin comer, sin dormir, y volver a casa
al cabo de uno o dos años, un poco más delgada, con una mirada un poco
más atribulada en sus ojos cansados, pero preparada para disfrutar al máximo de
la halagadora recepción que Londres
estaba siempre dispuesto a ofrecer a todo aquel que se hubiese ganado su respeto por ser
interesante en algún sentido”.
5. Rumbo a Oriente
En 1.875 se puso en marcha de
nuevo. Comenzó su segundo gran periplo en Tenerife, donde pintó veintinueve cuadros, para luego dirigirse a
California. Allí visitó el parque de Yosemite, y se le encogió el corazón al
presenciar la tala indiscriminada de las milenarias secuoyas: “Resulta descorazonador pensar que el hombre, el civilizador, echará a perder en
pocos años tesoros que los salvajes y
los animales no han dañado durante siglos”. Marianne fue una de las
primeras conservacionistas, consciente de que aquellos remotos paraísos estaban
en trance de desaparecer por la inadecuada explotación de los recursos
naturales. Animada por la idea de documentar esa belleza fugaz, redobló sus
esfuerzos pictóricos. Desarrolló una técnica de trabajo muy personal, un estilo
rápido cercano al impresionismo, que le permitía acabar los cuadros en una sola
jornada, dándole a su pintura un aire muy vital. Eso hizo de ella una artista
extraordinariamente prolífica, al cabo de casi 14 años de viajes por diecisiete
países de seis continentes.
Viajaba con una maleta diminuta para su guardarropa y objetos personales pero acarreando enormes baúles para guardar sus cuadros, pinceles y tubos de óleo. Es una suerte que prefiriese éste a la acuarela- signo de identidad de las damiselas victorianas-, porque las condiciones de humedad de los trópicos habrían arruinado todo su esfuerzo. En cambio, eso mismo hizo que se conservaran más brillantes los intensos rojos, azules y amarillos que utilizaba Marianne para plasmar los colores casi alucinatorios de aquella desbordante vegetación. Contra el estilo de los ilustradores botánicos de corte linneano, que esquematizaban las partes de las plantas con un interés taxonómico, Marianne tenía una visión holista de la naturaleza mucho más moderna: captaba el ecosistema vivo en su conjunto, registrando en su propio hábitat a las plantas interactuando entre sí y con los insectos, aves, peces o el hombre. En la línea de Charles Darwin, que fue amigo de su padre, le interesaba la localización geográfica de los especímenes como un factor clave para su evolución. Su obra conserva por ello un extraordinario valor informativo para nosotros, al ofrecernos imágenes de especies que ya han desaparecido o, incluso, de ejemplares que aún hoy perduran, como un bambú gigante que pintó en 1.877 en Sri Lanka. Allí recaló después de trabajar en Japón, Borneo y Java. En Ceylán, la fotógrafa Julia Margaret Cameron “desnudó” su verdadera personalidad ante la cámara: vestida con amplios ropajes de lana cachemir, con el pelo suelto, la tez morena y acariciada por las ramas de un coco, nos la muestra como una hippie decimonónica, una mujer sabia que ha alcanzado el autoconocimiento a través de sus viajes, muy distinta del recatado aspecto que presenta en otras fotografías, en las que luce veletes en el pelo y primorosos cuellos de puntillas. En este enlace tenéis más información sobre esa extraordinaria fotógrafa, que incluye datos sobre su vida y un vídeo que recoge un buen número de sus maravillosas fotografías pre-rafaelitas: http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2013/08/julia-margaret-cameron-la-fotografia.html
Viajaba con una maleta diminuta para su guardarropa y objetos personales pero acarreando enormes baúles para guardar sus cuadros, pinceles y tubos de óleo. Es una suerte que prefiriese éste a la acuarela- signo de identidad de las damiselas victorianas-, porque las condiciones de humedad de los trópicos habrían arruinado todo su esfuerzo. En cambio, eso mismo hizo que se conservaran más brillantes los intensos rojos, azules y amarillos que utilizaba Marianne para plasmar los colores casi alucinatorios de aquella desbordante vegetación. Contra el estilo de los ilustradores botánicos de corte linneano, que esquematizaban las partes de las plantas con un interés taxonómico, Marianne tenía una visión holista de la naturaleza mucho más moderna: captaba el ecosistema vivo en su conjunto, registrando en su propio hábitat a las plantas interactuando entre sí y con los insectos, aves, peces o el hombre. En la línea de Charles Darwin, que fue amigo de su padre, le interesaba la localización geográfica de los especímenes como un factor clave para su evolución. Su obra conserva por ello un extraordinario valor informativo para nosotros, al ofrecernos imágenes de especies que ya han desaparecido o, incluso, de ejemplares que aún hoy perduran, como un bambú gigante que pintó en 1.877 en Sri Lanka. Allí recaló después de trabajar en Japón, Borneo y Java. En Ceylán, la fotógrafa Julia Margaret Cameron “desnudó” su verdadera personalidad ante la cámara: vestida con amplios ropajes de lana cachemir, con el pelo suelto, la tez morena y acariciada por las ramas de un coco, nos la muestra como una hippie decimonónica, una mujer sabia que ha alcanzado el autoconocimiento a través de sus viajes, muy distinta del recatado aspecto que presenta en otras fotografías, en las que luce veletes en el pelo y primorosos cuellos de puntillas. En este enlace tenéis más información sobre esa extraordinaria fotógrafa, que incluye datos sobre su vida y un vídeo que recoge un buen número de sus maravillosas fotografías pre-rafaelitas: http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2013/08/julia-margaret-cameron-la-fotografia.html
Poco después de que la reina Victoria fuera coronada emperatriz de la India en 1.876, Marianne dedicó 18 meses en el subcontinente a documentar plantas relacionadas con el hinduismo, pintando más de 200 telas que se conservan en el Museo Británico. De ellas podemos deducir su idea acerca del lugar del ser humano en la naturaleza. Contra la soberbia del hombre occidental, dominante y colonizador, lo pinta casi insignificante, empequeñecido junto a grandiosos paisajes, como las majestuosas cumbres del Himalaya, los bosques de Nueva Zelanda o los volcanes de Honolulu.
6. Una exposición permanente
De vuelta a Inglaterra, en 1.879
expuso sus obras con gran éxito en una galería de Kensington. A través de la
prensa el público había seguido, con el aliento contenido, las asombrosas
proezas de esta incansable trotamundos,
y acudió en masa a contemplar sus pinturas. Aquella respuesta popular le hizo concebir una atrevida idea, como todas
las suyas: construir a su costa un espacio expositivo en los Jardines de Kew,
que albergaría de forma permanente su ya nutrida producción pictórica. Quería
compartir su trabajo con sus contemporáneos y con las generaciones venideras.
Ella deseaba que la gente pudiera descansar allí, tomando un té o un café con biscuits, rodeados por aquellas
preciosas imágenes de la flora y la fauna de todos los rincones del orbe. Sin
embargo, en nombre de un mal entendido rigor científico, el director de los Jardines,
Joseph Hooker, solo autorizó la exposición de los cuadros. Marianne buscó a un
arquitecto idóneo, James Fergusson, para construir un recinto que combinara las
líneas de un templo griego con las estructuras coloniales de la India que ella
tanto admiraba, y diseñó y llevó a cabo por
sí misma hasta los menores detalles de la instalación. Dando muestras de su
genial sentido del humor, pintó en las paredes las plantas del té y del café,
cuyos productos habían sido proscritos
en nombre de una visión seria y aburrida de la ciencia.
La galería abrió al público en
1.882. En las paredes, de las que hoy cuelgan 832 cuadros que cubren 727 géneros y unas 1.000 especies, se
arraciman las estampas vegetales según su lugar de procedencia, dando la
impresión que pretendía su autora: la de un gigantesco álbum de postales
botánicas. Como detalle significativo, constituye la única exhibición
permanente de una sola artista mujer en Gran Bretaña.
7. Pasión por los confines
Marianne North representa el
prototipo de las viajeras victorianas. Fueron mujeres discretas hasta su
madurez, cumpliendo hasta entonces,
escrupulosamente, sus obligaciones familiares. Una vez liberadas de esas
responsabilidades, se ponían el mundo por montera y ya nadie podía detener su
sed de descubrimientos. Muchos las tomaban por locas o por brujas, como le
sucedió a Marianne con un visitante de
su exposición. Pero la realidad es que eran personas que daban muestras de una
autodisciplina y de una capacidad de
planificación y de ejecución admirables.
El caso de Marianne North es excepcional por el número de kilómetros que recorrió
pero, aún más, por el valor artístico y
científico de su aportación. Realmente resulta difícil citar ejemplos
parangonables al suyo. Solo he podido encontrar a la alemana Anna María Sibylla
Merian (1.646-1.717), una pintora, botánica y entomóloga que, con 52 años, se
encaminó hacia Surinam, en la Guayana holandesa, para pintar plantas indígenas,
serpientes e insectos, de los que le interesaban especialmente las fases de su metamorfosis. Google le acaba de
dedicar un Doodle en el 366 aniversario de su nacimiento. Para ampliar y disfrutar, aquí tenéis un enlace interesante http://heroinas.blogspot.com.es/2013/10/maria-sibylla-merian.html
Rodeados de las facilidades viajeras actuales, nos resultan difíciles de imaginar todas las incomodidades y riesgos que representaba adentrarse en la naturaleza virgen en el siglo XIX. Además de lidiar con las barreras idiomáticas y culturales, los exploradores tenían que vérselas con alojamientos insalubres, las inclemencias del tiempo o los animales salvajes y peligrosos. Marianne cuenta en sus diarios que, en Brasil, soportó el ataque de ejércitos de insectos mientras pintaba; en las Seychelles tuvo que escalar muros de barro y granito agarrándose a plantas con espinas tan largas que le sangraron las manos; y, en Ceylán, estuvo a punto de acabar con ella una serpiente venenosa, pero todo ello mereció la pena en aras de la ciencia. Un género y cuatro especies llevan su nombre: un árbol de Seychelles (Northea seychelliana), una amarilis de Borneo (Crinum northianum), una palmera (Areca northiana), un lirio africano (Kniphofia northiana) y, sobre todo, la Nepentes northiana, la mayor planta carnívora del mundo, descubierta por esta original naturalista en la junglas de Borneo.
8. El viaje más largo
En 1.880, Charles Darwin le lanzó
un desafío al no fue capaz de resistirse: cuando “dijo que pensaba que no debía atreverme a representar la vegetación del
mundo hasta haber visto y pintado la australiana, me decidí a ir de golpe”. Al
año siguiente, cuando ya contaba con 51 años, partió hacia las antípodas:
Australia, Nueva Zelanda y Tasmania. La siguiente etapa era Sudáfrica, pero
allí su cuerpo se le rebeló. Después de tantos esfuerzos y privaciones, su
salud estaba muy quebrantada. Sufría de agotamiento psíquico, ya no podía
pintar con tanta rapidez como antes y su sordera iba en aumento. A pesar de
ello, no atendió a las advertencias de los médicos y en 1883 continuó su ruta
hacia las islas Seychelles, para llegar
a Chile en 1.884. Al término de esta odisea volvió a Inglaterra para no
abandonarla ya nunca más. Allí logró
construir un hogar que era, al mismo tiempo, un museo de tesoros botánicos: “He encontrado el sitio exacto que deseaba y
mi jardín ya está convirtiéndose en famoso. Espero que mantenga a mis enemigos
–los nervios- tranquilos”.
Marianne North murió en 1.890 con
59 años. Sin duda, los excesos de su vida de exploradora acabaron prematuramente con ella. Su hermana
Catherine se encargó de la publicación póstuma de sus diarios, “Recuerdos de una vida feliz” (1.892), que gozaron de gran popularidad.
Hoy día los Jardines de Kew han
cumplido el deseo de Marianne: por fin es posible, en un bellísimo entorno
natural, descansar del ajetreo urbano tomando un refrigerio y soñar con los
paraísos lejanos que ella visitó.
ooooOOOOoooo
Para ilustrar la amplia obra pictórica
de la autora, Pedro Ramón Losada ha preparado un bonito vídeo, con una animada
canción de Enya que parece escrita pensando en Marianne North, que os recomiendo que
no dejéis de ver.
Podéis acceder al vídeo dándole al play abajo o haciendo click en el enlace de youtube con posibilidad de una mayor calidad de imagen.
http://www.youtube.com/watch?v=ankMbXVQr9o
Podéis acceder al vídeo dándole al play abajo o haciendo click en el enlace de youtube con posibilidad de una mayor calidad de imagen.
http://www.youtube.com/watch?v=ankMbXVQr9o
Muchas felicidades por esta entrada tan apasionante y amena. El estilo pictórico de Marianne North es muy bello, parece anticipar el de Rousseau "el aduanero". Qué grato descubrimiento, el de la planta carnívora más grande (más carnívora) del mundo...
ResponderEliminarMe resulta curiosa la libertad, a pesar de las dificultades descritas, con que los viajeros victorianos podían permitirse cargar la casa a cuestas en sus viajes, mientras que nosotros nos limitamos a seleccionar 10 kilos para llevar en cabina.
Felicdades también a Pedro, se está convirtiendo en un montador aventajado.
Marianne anticipa un modo de acercamiento a la naturaleza muy diferente de ese "técnico-instrumental" que sólo ve en lo silvestre un enemigo, un obstáculo, una utilidad o un capital explotable, o que sólo cree captar la esencia del insecto o de la planta disecando su estructura. Estuvo muy por encima de su contexto y desde luego merece una apropiación y aplicación recreativa. El maridaje o contubernio de ciencia y arte me parecen tan apropiados como el de cuerpo y espíritu. Esta magnífica entrada ha encontrado por eso en este blog su lugar perfecto. Conociendo mis andanzas fotográficas por estos montes y collados, lo que me gustan los bichos y sus asentaderos vegetales, no he de decir que esos arrebatos extáticos, naturalistas, no me son del todo ajenos. Deus in nobis, sed Deus in natura.
ResponderEliminarAcabo de leer el artículo de Marianne North y me he quedado fascinada con la vida y obra de esta mujer rebelde y aventurera arrojada, que fue capaz de emplear su riqueza en crear una vida mágica. Trabajó incansablemente, rompió los paradigmas de una mujer victoriana y, con una persistencia admirable en buscar y mostrar la belleza oculta de los jardines de la naturaleza,con una pasión pictórica casi adictiva, luego compartió y expuso su obra de forma permanente en un lugar que ella misma creó, acercando la lupa al mundo para mostrarle una flora aún sin descubrir. Aunque lo mejor que hizo, sin duda, fue inventarse a sí misma. Toda mi admiración.
ResponderEliminarA través de este espléndido relato y con el maravilloso vídeo de Pedro, hemos podido viajar durante un rato en la maleta de Marianne North. Muchas gracias a los dos.
En primer lugar, deseo felicitar a Pedro por su labor de editor de videos, en la que cada vez va siendo mejor, y que además subrayan el interesante contenido del artículo, una vez más una mujer que no tiene un lugar preeminente en la historia, a pesar de su inapreciable labor y contribución a la consolidación del paradigma científico en el que todavía nos hallamos inmersos.
ResponderEliminarEn ella podemos ver también el nietzscheano sustituir el concepto por el arte y la metáfora; Marianne, en vez de escribir tratados de botánica u otro tipo de obras sobre la teoría de la evolución, muestra con su arte estos principios. Por todo ello, considero un gran acierto la elaboración y publicación de este artículo.
¡Enhorabuena a los dos!
¡Qué acertados vuestros comentarios! Me alegra mucho que la figura de Marianne North os haya cautivado tanto como a mí. Me gustaría recomendaros especialmente la visita de los mejores jardines botánicos del mundo, los de Kew, para cuando visitéis Londres. Es un sitio verdaderamente precioso y, con un poco de suerte, podéis tener una divertida experiencia como la que tuve yo, hace ya un buen montón de años, con una ardilla ladronzuela y supersociable. Cuando me disponía a lanzarle una galleta desde varios metros de distancia, antes de que me diera cuenta se pegó un sprint alucinante y me la quitó de la mano. Pasamos toda la tarde allí pero, lamentablemente, no vimos los cuadros de Marianne. Nadie nos informó de su existencia. Si en la guía había alguna mención al respecto, es claro que no fue lo suficientemente persuasiva. Tendremos que volver alguna vez. Esta es la parte triste e injusta del olvido. Los medios de comunicación dedican una considerable cantidad de tiempo a personajillos de usar y tirar y, en cambio, a estas interesantes y ejemplares figuras, como Marianne North o Mary Anning, hay que rastrearlas debajo de las piedras. Estas dos inglesas geniales fueron muy distintas: una rica y aristocrática, la otra pobre y humilde; la primera dio la vuelta al mundo dos veces y media, la segunda solo salió de su lugar natal al final de sus días para acudir a un homenaje que recibió en Londres. No se conocieron pero podrían haberlo hecho. Marianne tenía 17 años cuando murió Mary. Tal vez oyó hablar de ella o leyó acerca de sus asombrosos descubrimientos paleontológicos en los periódicos. Me llaman la atención los paralelismos entre ambas. Ninguna de las dos pudo estudiar en la universidad. Tuvieron que conformarse con una formación autodidacta, pero bien que la aprovecharon. ¿Qué lugar ocuparían hoy en nuestros libros de historia si hubiesen accedido a una educación formal y rigurosa desde su juventud? Nos quedaremos con las ganas de saberlo. Lo que sí que podemos afirmar es que solo renunciando al matrimonio pudieron dedicarse en cuerpo y alma a su pasión. Qué suerte que ahora podemos tenerlo todo.
ResponderEliminarLo del celibato como condición para la creación cultural no es estrictamente femenino, también se dio entre la mayoría de los filósofos modernos (Descartes, Spinoza, Adam Smith, Leibniz, Kant ¡geniales solterones!). Eso de tener hijos y mantenerlos consume muchas energías... Los columbicultores lo saben y reservan a sus hembras de lujo usando zuritas para criar los pollos de las primeras... ¡Pero alguien tiene que hacer por la vida,más acá de la vida del espíritu!
EliminarNo se crea, la paleoantropóloga Mary Leaky excavó en Africa con su marido, hizo fabulosos descubrimientos y tuvo tiempo para tener cinco hijos,cuya educación en modo alguno descuidó porque le ha salido una trouppe de paleoantropólogos muy brillantes. Pero es verdad que son raros los casos. La ciencia, el arte, la filosofía...son como una especie de sacerdocio muy exigente.
EliminarMe ha encantado el artículo. Aunque ya he estado en dos ocasiones en Kew Gardens, después de leer este artículo pienso volver, esta vez con tus hijos, y ver la exposición pictórica. Un saludo.
ResponderEliminarAlberto Bazán
Pues menuda alegría y qué envidia me dais. Pedro, que es el que más ha trabajado con la obra de la pintora, le va a sacar mucho provecho. Muchas gracias por la iniciativa.
EliminarGracias Encarna por citarnos , Difundiré tu magnifico trabajo ! Seria bueno conectar por mail para compartir espacios de difusión en faces y twiter . Se trata de que la aportación de las mujeres a la cultura y a la vida sea visible , incluso por las mismas mujeres .Abrazos
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