EVOLUCIONISMO Y TRANSFORMISMO
Los orígenes o antecedentes del evolucionismo se remontan a Anaximandro, con quien se inaugura un modo de entender la evolución y el origen de la vida, del cosmos y del ser humano desde una interpretación racional. Pero esta vía explicativa fue abandonada y el evolucionismo no resurge teórica y científicamente hasta principios del siglo XIX. A partir de la filosofía de Hegel, quien destacó la importancia de la evolución del espíritu humano, las filosofías evolucionistas tuvieron un desarrollo espectacular, como la “ley de los tres estadios” de Comte, en la que más tarde se basaron antropólogos como Edward Tylor (Primitive Culture, 1871) y Morgan (Ancient Society, 1877), siguiendo prácticamente la línea de sucesión de estadios (salvajismo, barbarie y civilización).
El naturalista francés Lamarck (1744-1829) desarrolló en su obra Filosofía zoológica (1809) su teoría conocida con el nombre de transformismo: las transformaciones en las distintas especies radican en su necesidad de adaptación al medio. Estas transformaciones de comportamientos producirán un funcionamiento del organismo que posteriormente se transmitirá a las siguientes generaciones. Para Lamarck, las dos leyes que explicaban el proceso evolutivo eran la del uso y desuso de los órganos y la de la heredabilidad de los caracteres adquiridos. El uso de ciertos órganos refuerza su presencia y lo contrario implicaría su desaparición. Así explica el bipedismo y el uso exclusivo de dos manos en los humanos. Denostado por el darwinismo por su teoría de los rasgos adquiridos, fue uno de los mayores defensores y divulgadores de las ideas evolucionistas antes de Darwin, quien curiosamente nunca negó los postulados de Lamarck.
En 1859 aparece la obra de Darwin El origen de las especies. Según Darwin (y también Wallace) los individuos no tienen un papel activo en su evolución: en la lucha y la competencia se establece que unos serán favorecidos por sus genes y otros perjudicados, produciéndose así la selección natural. Esta teoría, a la que Popper llegó a criticar inicialmente como tautológica, se sigue considerando a día de hoy como una teoría científica extremadamente sólida, aunque algunas de sus implicaciones filosóficas, como el darwinismo social, no han resultado ser muy humanistas: Herbert Spencer (1871) creyó firmemente en la supervivencia de aquellos pueblos más aptos y fuertes, capaces incluso de sustituir a los demás. De este modo, los conceptos de competición, adaptación, supervivencia y selección serían igualmente válidos para entender la sociedad. De ahí que haya que cuestionar un darwinismo social que no respete los valores del ser humano como un valor absoluto. Estas exageraciones de Spencer contribuyeron a un descrédito del evolucionismo por parte de sociólogos y filósofos.
Archiconocido es el ejemplo instructivo sobre las jirafas que compara las teorías de Lamarck y Darwin: mientras que para Lamarck las jirafas tenían cuellos cortos y, al estirarlos repetidamente, los alargaron, y ese rasgo lo heredaron sus crías; para Darwin las poblaciones originales tenían cuellos de diferentes longitudes y en tiempos de escasez, sobresalían los individuos de cuello más largo, asegurando su éxito reproductivo y la difusión gradual de ese rasgo. Cuando yo era adolescente y estudiaba estos ejemplos en la enseñanza general básica, me parecía por mi joven intuición mucho más lógica la idea de Lamarck que la de Darwin, pero los libros de texto explicaban finalmente que no era así, siguiendo la ortodoxia darwinista. Lo cierto es que ambos ejemplos o ambas teorías tienen hipótesis de partida diferentes: mientras que en la proposición de partida de Lamarck todas las jirafas tienen el mismo tamaño de cuello, en la proposición de partida de Darwin las jirafas presentan diferentes tamaños de cuello, por lo que al comparar ambas teorías se podría dar cierto grado de inconmensurabilidad. También es cierto que ambas teorías podrían ser compatibles, como veremos a continuación.
Aunque la teoría de Lamarck fue refutada porque no hay mecanismos que transmitan cambios corporales adquiridos directamente a los genes de la descendencia, diversos estudios realizados en los últimos años, nos vienen a decir que las ideas de Lamarck no estaban tan mal encaminadas o que no eran del todo erróneas. Y, a pesar de que se habla de “neo‑lamarckismo” para algunos casos, la mayoría de científicos lo sigue viendo como una extensión dentro del marco darwiniano, no un retorno real a Lamarck.
Tras las tesis de Mendel y con el desarrollo de la síntesis moderna, el gen se convertiría en la unidad de la herencia, de la selección natural y de la evolución. Pero autores como Goldsmith, Batson e Ingold han criticado este neodarwinismo, ya que opinan que la complejidad humana como tal no puede ser predeterminada genéticamente. Para Tim Ingold, los genes no transmiten nada en realidad, ya que son los organismos como totalidades los que interaccionan con el entorno y no los genes. También en los últimos años se ha diferenciado entre Micro-evolución y Macro-evolución, cuestionando el dogma gradualista del darwinismo. (Gould y Eldredge, 1977).
En su libro Evolución, cultura y complejidad, la profesora Eugenia Ramírez Goicoechea analiza la actualidad de los estudios sobre evolución humana desde una perspectiva multidisciplinar: la epigénesis descubierta por Monod, como un proceso de activación, expresión y revelación genética; el programa Evo-Devo (Müller y Newman) que intenta dar cuenta de los procesos de desarrollo embrionario como lugares de la evolución; la plasticidad fenotípica o la herencia epigenética y la herencia medioambiental, basada en que distintos fenotipos originados por factores medioambientales pueden ser transmitidos. (Jablonka y Lamb, 1995).
Quizá hoy por hoy, el sistema CRISPR–Cas en procariotas (bacterias y arqueas) es el ejemplo más claro de herencia de caracteres adquiridos, en el sentido lamarckiano. Según Koonin & Wolf, cumple con los criterios: “El sistema CRISPR-Cas de inmunidad adaptativa procariota presenta características de un mecanismo de evolución direccional lamarckiana. (…) Un elemento clave del esquema lamarckiano es la especificidad y la dirección del proceso mutacional por el cual una señal ambiental provoca únicamente mutaciones que aportan adaptaciones específicas al desafío original”, lo que encaja en un auténtico proceso lamarckiano. CRISPR–Cas es el paradigma vivo de herencia lamarckiana molecular, pues adapta el genoma en respuesta directa a invasores y lo hereda.
En su artículo titulado Lynn Margulis y la simbiogénesis, el profesor José Biedma reflexiona acerca de la teoría de la “endosimbiosis seriada” propuesta por Margulis, rescatando la figura y teoría de Lamarck: “el hecho es que se da, se ha dado en la historia de la vida, la herencia de caracteres adquiridos durante la existencia de los ancestros como suponía Lamarck. (…) La teoría de la endosimbiosis, de confirmarse, pondrá fin a cien años de dominio de la Síntesis evolutiva moderna y su alcance está todavía por ver y por dar sus frutos”.
Efectivamente es evidente que el ser humano sufre transformaciones y que estas transformaciones pudieran ser transmitidas a su progenie. En esta época que vivimos, con el inicio de la revolución tecnológica, podemos ver a jóvenes paseando por la calle con un smartphone como si fuera una extensión de su mano. Profesionales que extienden sus brazos y su mirada hacia su ordenador portátil cual jirafas estiraban el cuello para alcanzar la copa del árbol. En el reciente apagón digital ocurrido en España el pasado 28 de abril de 2025, algunas personas sufrieron un “síndrome de abstinencia tecnológico” de la misma manera que cuando a una persona fumadora le falta tabaco. El problema es que estas transformaciones que el ser humano sufre en la actualidad están conduciendo a una deshumanización del mismo. Las características del ser humano actual son el hedonismo, el quererlo todo aquí y ahora, el sentimiento de poder, el dominio de lo fáctico, la pérdida de la capacidad de maravillarse o asombrarse, la idolatración de sí mismo, la autosuficiencia, creer que todo lo puede, el no aceptar la muerte como un fenómeno natural, falta de asertividad y compañerismo, falta de diálogo y de sentimientos, etc.
Cada vez el ser humano se parece más a las máquinas. Si alguien hace la prueba de apartarse por unos momentos de las tecnologías y ponerse a leer un libro o escribir anotaciones en un cuaderno en lugar de manejar un ordenador portátil será observado como un “bicho raro” por la mayoría. Toda esta deshumanización es preocupante y mucho más lo sería si fuera cierto que pudieran transmitirse estos fenotipos conductuales a las siguientes generaciones.
En su libro Tecnopersonas. Cómo las tecnologías nos transforman. (2020), Javier Echeverría y Lola S. Almendros reflexionan sobre cómo las tecnologías digitales han transformado el mundo y han generado diversos tecnomundos y también tecnopersonas: “las tecnologías actuales no solo modifican la naturaleza, sino también las sociedades, las personas y las relaciones entre ellas”. Las tecnopersonas atañen a los robots, pero también a la tecnologización de los hábitos y costumbres humanas. Distinguen tres tipos de tecnopersonas: aquellas que dependen de las tecnologías para vivir, artefactos tecnológicos como los robots y aquellos personajes virtuales o de ficción que sirven como iconos imaginarios a los dos tipos anteriores. Según los autores, hay grados de tecno-personificación y las relaciones interpersonales devienen en relaciones tecnopersonales. Plantean la hipótesis de los tres entornos, refiriéndose al tercer entorno (posibilitado por las tecnologías digitales) para marcar sus diferencias con los entornos humanos tradicionales (la biosfera y las ciudades o los Estados).
Probablemente en el futuro los seres humanos convivamos con robots, como han mostrado algunas películas cinematográficas a modo premonitorio como lo fueron en su día algunas novelas de Julio Verne. Puede que en el futuro convivamos no tres, sino varios tipos de tecnopersonas y personas: podríamos añadir muchas más, por ejemplo el cíborg como idea híbrida de sujeto o los avatares como caricaturas del sujeto y también, cómo no, las personas que rechacen voluntariamente ser transformadas por las tecnologías, es decir, la persona humana tradicional, que probablemente y desgraciadamente iría desapareciendo por selección natural (o tecnológica, en este caso). Si se produjera este fenómeno, efectivamente transformismo y darwinismo serían dos teorías compatibles.
Con el darwinismo se dotaba al capitalismo de un sustrato científico en el que las formas de desigualdad se interpretaban como resultado de una selección natural. Ahora da la sensación de que la tecnología y el hipercapitalismo quisiera adoptar el transformismo como base científica para justificar la evolución del ser humano hacia su deshumanización. En su libro La sociedad del cansancio, Byung Chul Han afirma que “La persona es reducida al customer value o valor de mercado. Este concepto se basa en la intención de transformar a la persona entera, toda su vida, en valores puramente comerciales”.
Por último, cabría preguntarse para finalizar, en términos generales, si la validez o no de determinadas teorías científicas guarda alguna relación, pudiera “depender de” o pudiera transcurrir paralelamente a los fenómenos económicos, tecnológicos, sociales y culturales en los que el ser humano vive inserto.
Juan Fco. Cordero
Antropólogo sociocultural.
Bibliografía:
Ramírez Goicoechea, E. (2005). Evolución, cultura y complejidad: La humanidad que se hace a sí misma. Madrid: Editorial Universitaria Ramón Areces.
Koonin, E. V., & Wolf, Y. I. (2016). Just how Lamarckian is CRISPR–Cas immunity: the continuum of evolvability mechanisms. Biology Direct, 11, 9. https://doi.org/10.1186/s13062-016-0111-z.
Biedma L., J. (2022). “Lynn Margulis y la simbiogénesis.” Mujeres para la historia, 21 de junio de 2022. https://mujeresparalahistoria.blogspot.com/2022/06/lynn-margulis-y-la-simbiogenesis.html.
Echeverría, J., & Almendros, L. S. (2020). Tecnopersonas. Cómo las tecnologías nos transforman. Gijón, España: Ediciones Trea.
Han, B.-C. (2024). La sociedad del cansancio (4.ª ed. especial, 2.ª impr., F. Fernández & Comité Herder, Trad.). Barcelona: Herder Editorial.
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