EL ARCHIFILÓSOFO
Ya sabíamos que Leibniz fue uno de los mayores intelectuales del siglo XVII. Nació en Leipzig en 1646 y fue considerado un niño prodigio. Descubrió el cálculo diferencial e infinitesimal de manera independiente a Newton y fue el primero en publicar sus resultados en 1684. Fue considerado un genio universal por sus contemporáneos, el mayor erudito de su tiempo: pocos pensadores en la historia de la humanidad consiguieron dominar como él lo hacía todos los conocimientos de su época. Además, en 1672 inventó una máquina de calcular y fue considerado un pionero en lógica matemática. Se le atribuye la primera formulación sistemática moderna del sistema binario de numeración. Mejoró la silogística aristotélica. Intentó también construir un lenguaje universal y apostó por mantener los grandes temas de la filosofía clásica y medieval. Conoció la peor cara del olvido en los últimos años de su vida y de hecho a su funeral solamente asistió su secretario particular.
Criticó el mecanicismo de Descartes y el atomismo de Gassendi. Una de sus críticas más técnicas y famosas al pensamiento cartesiano se centró en el error de Descartes sobre la naturaleza del movimiento y la conservación de la cantidad de movimiento:
“Leibniz, apoyándose en Huygens, demostró que lo que se conserva en las interacciones mecánicas no es la cantidad de movimiento (tomada en sentido escalar, es decir, su magnitud) como afirmaba Descartes, sino la fuerza o vis viva, que es equivalente a la cantidad mv2 (lo que sería llamado después energía cinética)” (Navarro, 2009:357).
Su sistema filosófico está considerado como la cumbre del racionalismo y su metafísica es espiritualista, ya que para Leibniz el universo está constituido por puntos de sustancia espiritual a los que denomina mónadas, término pitagórico que hace referencia a centros de fuerza o sustancias simples e individuales creadas por Dios y que están pensadas por analogía con el alma humana. De esta forma reconstruye Leibniz la unidad entre lo material y lo espiritual. Para Leibniz, el organismo era concebido como una máquina hipercompleja dotada de características materiales. De esta manera intentó integrar mecanicismo y finalidad, así como percepción monádica y desarrollo corporal orgánico.
En su obra Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano (1703), Leibniz destaca como concepto las ideas innatas, afirmando que el alma no es una tabula rasa, en contra de las opiniones de Locke y Aristóteles. Leibniz sostiene que el alma contiene ciertas ideas de forma innata, es decir, que no proceden de la experiencia, sino que están ya inscritas en la estructura misma del entendimiento humano. El alma contiene ideas innatas que la experiencia despierta o actualiza.
Distingió entre “verdades de razón” y “verdades de hecho”. Las primeras serían analíticas, necesarias y deducibles por la razón sola, las conocemos a priori, son las verdades de la lógica y las matemáticas. Las segundas, serían sintéticas, contingentes y necesitaríamos experiencia empírica para saber si son verdaderas, las conocemos a posteriori, a estas verdades pertenecen todos los demás conocimientos.
Para Leibniz, el principio de razón suficiente y el principio de no contradicción son los dos pilares básicos de nuestros razonamientos. El principio de razón suficiente (nada es sin razón) sería similar al principio de causalidad, solo que éste último sería más limitado, ya que se aplica a cambios o cosas que ocurren en el tiempo. Desarrolló además el principio de continuidad, que podría explicarse con la frase natura non facit saltus (la naturaleza no hace saltos). Leibniz formuló este principio como una regla metodológica: todo cambio debe darse por grados progresivos, sin interrupciones abruptas en la naturaleza. Como dice en el Prefacio a los Nuevos Ensayos, nada ocurre de repente. Ortega y Gasset lo llamó el filósofo de los principios:
“Tras indagar en las obras disponibles en su época, Ortega elaboró una lista de diez principios leibnicianos…” (Echeverría, 2023:287).
En su libro Leibniz, el archifilósofo (2023), el filósofo y también matemático Javier Echeverría nos va narrando junto a una extensa y completa biografía de este genio, sus múltiples facetas, dedicaciones, trabajos, viajes, anécdotas, así como su pensamiento y aportaciones en los diferentes y múltiples campos a los que se dedicó. Leibniz fue científico, ingeniero, inventor, matemático, geólogo, juez, consejero áulico y teólogo, lógico, epistemólogo, filólogo, historiador, archivero, bibliotecario, cortesano, político, diplomático, irenista, metafísico y biólogo, economista, empresario y humanista, alemán, europeo y cosmopolita. En definitiva, fue plural y universal. Echeverría va desgranando todos estos oficios o dedicaciones paralelamente al recorrido que hace por su biografía, además de asociarlos con el momento en que ocurrieron y por qué circunstancias, haciéndolo de una manera cronológica.
Si para Pitágoras de Samos la filosofía era el deseo de saber, nos cuenta Javier Echeverría que Leibniz fue “archilector” y “archiescritor” y que sigue vivo en tanto autor, puesto que aparecen escritos inéditos suyos cada dos años. Sus coetáneos lo consideraban una enciclopedia viviente y sería casi un tópico decir que fue el “último gran hombre universal”. Además, fue un político relevante con una vida muy activa y relata Echeverría que en este trabajo de investigación en París y Hannover, contó con la ayuda de varias personas que le ayudaron a descubrir los manuscritos inéditos del archifilósofo.
Leibniz nunca publicó un libro de matemáticas. Al parecer, escribió mucho más de lo que publicó. Para Echeverría, este filósofo fue plurilingüista y multiculturalista:
“Fue un filósofo comprometido, pero siempre dialogante: defensor de los derechos de las personas y muy sensible a los animales y plantas” (Echeverría, 2023:17)
Habla también el libro del encuentro que tuvieron Leibniz y Spinoza en La Haya. Spinoza vivía prácticamente en la clandestinidad y temía por su vida:
“Leibniz estaba muy interesado en esa época en Spinoza, quien también recurrió a la prueba ontológica para probar que Dios existe. (...) Leibniz Reflexionó sobre el sistema de Spinoza y tuvo claro que partir de las esencias posibles, imposibles y composibles, más allá de la Naturaleza existente, implicaba una noción muy distinta de Dios.” (Echeverría, 2023:77)
En el referido encuentro hablaron a fondo sobre el desacuerdo entre ambos acerca del concepto de Dios. Así Leibniz, forjó su propio concepto de Dios expuesto en su Teodicea de 1710. Considera Echeverría que Spinoza era parmenídeo y Leibniz heracliteano. Spinoza falleció joven pocos meses después de su encuentro con Leibniz, ya que padecía tuberculosis. Sobre este encuentro también nos cuenta Fernando Savater en su libro Apóstatas razonables sobre Spinoza que
“Leibniz fue a visitarle en secreto, peregrino admirado y hostil, pero luego negó haberle visto siquiera, mientras que él no le dio al asunto mayor importancia” (Savater, 2007:99).
Nos dibuja también Javier Eheverría un Leibniz como científico social racionalista, ya que, según John Elster, se adelantó a Adan Smith anticipando modelos de análisis de organizaciones sociales. Leibniz participó activamente en la política europea como diplomático y consejero y diseñó proyectos de reforma educativa, jurídica, científica y religiosa. Y creyó en la necesidad de instituciones racionales para el bien común. De alguna manera, Leibniz anticipó el interés sociológico por el orden social, la estructura institucional y la cohesión política.
También nos narra Echeverría su cualidad de realizar las primeras aportaciones a la naciente geología en su ensayo La Protogaea (1692):
“La Protogaea le acredita como un científico natural que practicó la observación empírica y estuvo al tanto de lo que habían escrito los expertos en ciencias naturales de su época” (Echeverría, 2023: 193)
Creo que nos encontramos aquí ante una de las novedades que presenta Javier Echeverría en su libro y es que Leibniz, además de situarse en la cumbre del racionalismo junto a Descartes y Spinoza, también fue un empirista. De hecho, su lema fue theoria cum praxi (teoría con práctica). Reconocía que la experiencia empírica es necesaria para avanzar en el conocimiento. Este lema refleja que la teoría filosófica y la científica deben estar al servicio de la acción, de la política, de la técnica y del bien común. Leibniz propuso sistemas de educación, desarrollo científico y tecnológico, mejora de infraestructuras, unificación religiosa, etc. Consideraba que el conocimiento debía producir efectos útiles en el mundo.
En el tema religioso Leibniz hizo un esfuerzo por armonizar las diversas creencias. Aunque para él la religión cristiana era la mejor posible, pensaba que podía evolucionar hacia una religión universal. Según Echeverría:
“El proyecto eurocristianizante de Leibniz incluía a Rusia y a China, pero también a Gran Bretaña, España, Portugal y a sus respectivas colonias transoceánicas” (Echeverría, 2023:333)
También fue un filósofo del lenguaje con su teoría de los signos. Para Leibniz, las palabras no solamente son signos de los pensamientos, sino también de las cosas. Estas ideas, comenta Echeverría, las desarrolló más ampliamente en los Nuevos ensayos sobre el entendimiento, donde dialogó con Locke sobre el lenguaje.
Por último, otro de los temas que me parece atractivo e interesante del libro Leibniz, El archifilósofo, es la investigación de las publicaciones de sus escritos inéditos como el Discurso sobre la teología natural de los chinos, que escribió al final de su vida y donde postulaba, según Echeverría, una cierta compatibilidad entre la cultura china y la europea; así como la repercusión que este científico y filósofo multifacético puede estar teniendo en la actualidad, mostrándose un adelantado a su tiempo como precursor de disciplinas que no existían todavía en su época. En palabras de Echeverría:
“A título de precursor, tiene un papel importante en la historia de varias disciplinas que no existían en su tiempo, como las ciencias de la computación y la inteligencia artificial. (...) En las últimas décadas, al hilo de la publicación de sus escritos inéditos, está creciendo su presencia e influencia en ciencias sociales, así como en lingüística, filología y semiología, por mencionar tres ámbitos del conocimiento que cultivó a fondo y que entonces no tenían denominación propia” (Echeverría, 2023:363)
Por cierto, que también fue aficionado a la música barroca y poeta. De hecho, parece ser que Leibniz había considerado en algún momento expresar sus ideas filosóficas de manera versificada, el lenguaje poético le resultaba atractivo como forma de expresar ideas profundas, aunque por el momento no se tienen evidencias de que llegara a hacerlo. Sí que comenta Echeverría en su libro lo siguiente:
“El libro que actualmente lleva el título de Monadología, pese a lo dicho anteriormente, es una de las grandes obras de las artes filosóficas. Cabe calificarlo de poema filosófico, no en vano tiene su origen en un intercambio de poemas entre Leibniz, Fraguier y Rémond de Montmort, como ha subrayado André Robinet. Leibniz nunca pensó en publicar la Monadología como un libro, y mucho menos como un tratado sobre las mónadas, contrariamente a lo que Köhler y Wolff quisieron hacer ver al público alemán a partir de 1720”. (Echeverría, 2023:284)
Así que, para finalizar, pienso que quizá podríamos añadir también el oficio de poeta o la afición y la destreza en la poesía que presentaba Leibniz, a toda la retahíla de habilidades, actividades, trabajos, pensamientos, propuestas, ideas, teorías… que este archifilósofo o plusquam-filósofo desarrolló.
Bibliografía:
ECHEVERRÍA, J. (2023). Leibniz, el archifilósofo. Madrid: Plaza y Valdés Editores. Colección Clásicos europeos.
LOOK, B. C. (2013). Gottfried Wilhelm Leibniz. En E. N. Zalta (Ed.), The Stanford Encyclopedia of Philosophy. https://seop.illc.uva.nl/entries/leibniz
ORDÓÑEZ, J. M., NAVARRO, V., & SÁNCHEZ, J. M. (2009). Historia de la ciencia. Madrid: Austral.
SAVATER, F. (2007). Apóstatas razonables (edición ampliada). Barcelona: Ariel.
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