El predominio de la forma sobre la materia, la primacía del "estilo" sobre la sustancia se ha vuelto conciencia normativa, un nuevo platonismo ordenado por los Mass Media, que imponen su realidad, reducida a actualidad. Como en la nouvelle cuisine, importa más el continente que el contenido, el plato que el alimento, la copa más que el brebaje.
"¡Sea estiloso, ESTILÍCESE, consuma estilo CON ESTILO!" La televisión también promete estilo y organiza a una población individualizada en torno al eje de una fuente de autoridad relativamente centralizada, mas ha perdido centralidad y empaque con el advenimiento de la Red de redes (WWW) y las plataformas de streaming. Somos la sociedad de la apariencia y el look. Premonitorios son los versos de Jorge Manrique:
"Si fuese en nuestro poder / hacer la cara hermosa / corporal, / como podemos hacer / el alma gloriosa, / angelical, ¡qué diligencia tan viva / tuviéramos toda hora, / y tan presta, / en componer la cautiva, /dejándonos la señora / descompuesta!".
Este poder de recomponer "la cautiva" (la dermis de la jeta) mediante cirugía plástica y cremas antiarrugas ya está en nuestro poder, ¡lástima que sea tal vez al precio de dejar a "la señora" (el alma, la mente) descompuesta.
Parecida es la tesis sobre la estilización estética del marketing y el "estilo" de la cultura de masas de Stuart Ewen en su libro Todas las imágenes del consumismo (Grijalbo, 1988). Nada tiene que ver este "estilo" que entrecomillamos con las maneras de las artes históricas (románico, gótico, romanticismo, neoclásico, etc.), sino con las representaciones efímeras del consumismo voraz de la cultura contemporánea y con las fantasías de los poderes engañosos del consumo.
Estilo es también algo que fluye en el mercado, cambia de continuo y se consume, dejando plusvalías y desechos, basuras y reciclables. El estilo consiste en extravagantes hechicerías o hermosas apariencias apetitosas, asociadas al mito de una riqueza ilimitada donde lo ordinario aspira a mostrarse extraordinario, pues el vestido ya no viste y los pantalones del rico se confunden con los harapos de pobre: el estilo, aun glamuroso, es esa "cacofonía incongruente de imágenes esparcidas a lo largo del paisaje social", una iconosfera que sustituye a la naturaleza, un mundo ideal que sustituye al real.
El estilo carece ya de convicciones o las mezcla, como el kitsch de imitaciones baratas del gusto elitista, producidas ya en serie durante el XIX y el XX, como bombones low cost envueltos en papel de orillo en una bandeja de madama famosa, como decadencia pretenciosa.
El estilo une los contrarios: superego y ello, libertad y dependencia, distinción y uniformidad. Ideas, actividades y compromisos se vuelven adornos, expresiones de autoafirmación; y viceversa: tatuajes, percings, pendientes y amuletos pretenden servir de autoafirmación identitaria en un mercado global de bienes de consumo en el que los valores materiales y los valores espirituales se vuelven intercambiables y confusos. El estilo se ha vuelto mascarada de elegancia, desfile de mamarrachadas, en los que adornos y complementos adquieren, como ha sucedido otras veces en el pasado, significados ideológicos, misteriosos y sagrados.
Las marcas ofrecen con su estilística la iconografía de prestigio del valor identitario, como el tonto que se envuelve en una bandera para ser alguien o la pija que se empaqueta en ropa y zapatos de marca. Los diseños son máscaras mistificadoras. La estilización es también un adelgazamiento de la forma desustancializada, abstraída. La estilización habla al inconsciente, a los impulsos más primitivos. Allí el psicoanálisis, aplicado al control de mentes, resultó valioso y eficaz instrumento para los negocios de producir consumidores que deseen y adquieran lo que no necesitan pero es interesante y beneficioso producir, beneficioso para unos cuantos.
El estilo, en fin, es un proceso de creación de imágenes-mercancía para que las personas las emulen y crean en ellas, de modo que puedan soñar con ser "ellos mismos", por mucho que sea perfectamente inaprensible dicha mismidad, pues los estilos, de gafas o de peinados, se han vuelto tan efímeros como las modas, con obsolescencia programada como la de los aparatos electrodomésticos. El estilo aspira a compensar una subjetividad estandarizada sin sustancia, sin carácter, la del ciudadano o la ciudadana reducidos a consumidores compulsivos.
Michelin: personaje-logo, imagen de marca con poder para producir significados: los "michelines" de grasa de las personas no estilizadas. |
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