En una encuesta a 1.000 niños británicos de la multinacional Woolworths, el 22% afirmó que cambiaría a su padre por Homer Simpson. |
En Hacia un saber sobre el alma (1933-1944), María Zambrano refiere a esa relación humana decisiva "que el freudismo ayuda a destruir", otra de la maternidad: la paternidad, relación o religación que al romperse puede hundir al mundo consigo. "El principio sagrado de la paternidad", pues no hay nada más decisivo en una vida humana que sus propios orígenes. (Por "sagrado" entiende María Zambrano algo distinto de lo divino. Sagrado es lo oculto o misterioso, lo ambivalente, aquello real de lo que no puedo dar razón).
El padre tal vez engendre todavía, pero ya es raro que imponga o done nombre, ya no imprime sello, menos aún el abuelo, salvo que al primero se le reclame la manutención a partir de un análisis de ADN. El padre puede estar huido, como un desertor que se evade de sus responsabilidades. Se escaquea. La paternidad se va bancalizando, mercantilizando, en el anonimato de un banco de esperma o un vientre subrogado.
Si no hay estirpe, tampoco hay ya destino. Pocos serán los reclamados (beata illa) por una voz inconfundible a la que se sienten ligados por impronta y obligados con reverencia; cada vez menos los que se sienten herederos y continuadores con reponsabilidad histórica. La humildad ante el origen ha sido contrariada por un narcisismo nihilista, el de aquel que ante la orden y el llamado del deber filial replica: "¡no me hubieras engendrado!, ¡es mi vida!". Pero, ¿qué será de la vida del arbolito sin raíces que la nutran?
No es sólo la contestación a la autoridad que es propia y natural en el adolescente, sino la dejación de autoridad del adulto, del progenitor, su tolerancia degradada en complicidad. Y así forman legión los renegados en que la pseudofiliación ideológica o el nacionalismo supremacista sustituye a la más elemental y fundante filiación, pues antes de ser seres de razón, de ideas o de conciencia, de gustos y de pasiones, somos hijos de nuestra madre y de nuestro padre. La filiación no es sólo reconocimiento de la autoridad del padre, sino también confianza en sus orientaciones, un saber que está allí, un contar con su respaldo protector y ayuda presta, como apoyo que no fallará jamás.
De poco sirve que el Estado se haga cargo del huérfano; el padre es lo irreemplazable. Y será difícil abandonarse a la vida con confianza, con fe en el destino, o dar crédito a algún ideal, si nuestra fragilidad no se enlaza desde el principio a un principio que sentimos invulnerable..., si no percibimos "el peso de la exigencia más inexorable y el apoyo del amor más incondicional (...) Ninguna injusticia podrá desterrar del alma esta ingenua confianza en la vida de quien fue guiado en ella paternalmente en sus primeros pasos" (María Zambrano, op. cit. Alianza 2000, pg. 143ss.).
Si al ser humano en su crecimiento se le deshace la idea del padre, si en el padre ve solamente un hombre reducido al instinto, como un vulgar Homer Simpson, mentecano, vago, apestoso y alcohólico, o a un maltratador cruel y tiránico, si se le pretende educar bajo esta imagen de un padre sin misterio sagrado, ¿qué le queda?, ¿en qué cuenta? -se pregunta la filósofa de Vélez.
"Al más leve incidente de su vida se llenará de terror y resentimiento. Estará en guerra contra todos y contra todo; también contra sí mismo".La proliferación de episodios y noticias de maltratadores y de violentos del género masculino, disfrazada o expuesta como única violencia doméstica en los Mass Media, serviría de advertencia y denuncia y no ofendería a la razón si no fuese por la inclinación que la razón padece a la generalización arbitraria. "Mató un perro y le llamaron ¡Mataperros!". Existe el mal ¡por supuesto! y los abusadores y maltratadores, pero también se dan abusadoras y maltratadoras, aunque sean menos, pero la mayoría de los padres son buenos padres o al menos regulares padres, y no crueles tiranos ni asesinos consumidos por la frustración, el alcohol y las drogas.
La criatura humana sin padre es un ser desamparado y "el freudismo al deshacer la idea del padre y, más que la idea, la trascendencia de la paternidad..., no ha hecho sino perfilar la destrucción del hombre como hijo" y de paso o en consecuencia la reverencia de este hacia sus orígenes. Y sin Padre común será difícil que permanezcamos en paz y tranquilos, porque la paz no nace del instinto ni es natural en nosotros. "En la tragedia del estado de naturaleza lo más natural es la guerra, la discordia", que es lo mismo que decir el struggle for life darwiniano.
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El padre de la medicina psicosomática, el español Juan Rof Carballo, reflexionó sobre la sociedad sin padre o, lo que es lo mismo para él, sobre la falta de seguridad, de autoridad y de sentido de lo sagrado en el ser humano actual, digamos en el ser humano posmoderno o en el normópata dominante de la aldea global mediática, que es consecuencia del eclipse de la paternidad. Rof Carballo entiende la destrucción de este vínculo constituyente del alma humana como una patología de cuerpo, alma y espíritu.
Para Rof Carballo el humano, varón o mujer, se constituye dialógicamente, en interacción y comunicación con los demás. De hecho no sabemos quienes somos hasta que nos comunicamos con otros. Al ser humano le corresponde, más que meramente existir, co-existir: añadirse, acompañar, aportar. De la comunicación, de la interiorización del proceso comunicativo, emerge la persona que llegamos a ser, que imaginamos o creemos ser. Consistimos en lo que Zubiri llamaba religación, entendiendo por una parte esta palabra en un sentido meramente psicobiológico, como "urdimbre afectiva" en expresión de Rof Carballo, pero también en su extensión religiosa, porque en la veneración a los padres, madre y padre, está el germen del respeto frente a lo numinoso, frente al misterio de la vida que resiste a toda comprensión racional, su genuino y último sentido indeterminable.
Nos vamos haciendo a lo largo de toda la vida como personas gracias a la prematureidad, que también se llama neotenia o vie-juventud biológica. Consiste en el hecho de que nacemos a medio hacer, maduramos muy lentamente y nunca estamos terminados del todo. La plasticidad del comportamiento humano no tiene parangón con respecto al resto de las criaturas vivas conocidas. Dicha prematureidad nos permite seguir aprendiendo y modificando nuestra conducta hasta edades muy avanzadas. Pero la prematureidad exige y necesita el cuidado que Rof Carballo llama diatrófico, dual y nutricio, que proporcionan los padres y que condiciona un troquelado tan especial que cada ser humano será único: este ser humano con nombre propio y no cualquier otro. Formamos nuestra personalidad singular, nuestro carácter moral (ethos) bajo un apoyo afectivo en una atmósfera de seguridad y el niño sólo puede sentirse bueno si es protegido y amado en un buen ambiente.
La urdimbre afectiva en la que nos desarrollamos como personas se prolonga en una urdimbre de orden, por la que se adoptan normas sociales y en otra de identidad, por la que el individuo toma conciencia de su mismidad, de su ser personal. Y la persona es algo más que el individuo, es el individuo dotado de conciencia. La personilla que empezamos siendo no se conforma con ídolos e iconos en fríos monitores, requiere (con)tacto y olfato, tercera dimensión, necesita verdaderas presencias porque, como cantó el místico, la dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura. Y la personilla requiere la presencia de la verdad, porque también el necesitar la verdad es característica específica del humano.
La personalidad psicológica, como algo previo y empenta de la personeidad o ser personal metafísico, se articula en torno a tres necesidades básicas según Rof Carballo: de respaldo, de autoridad y de protagonismo... "¡Papá, mira lo que hago!". La ruptura de la confianza básica en la madre o en el padre origina un inconsciente sentimiento de culpabilidad contra sí mismo o contra otros, muchas veces, en caso de ruptura o de familia desestructurada, agresividad inmotivada contra el tutor monoparental. He presenciado esto muchas veces en mi condición de educador y director de Instituto de educación secundaria.
Una sociedad desligada de la madre Tierra o del padre Dios desarraiga sin remedio al ser humano, según Rof Carvallo. Tal vez se busquen entonces desesperadamente sustitutos, padres vicarios en pseudoprofetas, ideólogos, líderes sectarios, caudillos de banda juvenil. Y es porque el hombre ha de contar en su haber con dos raíces vivificadoras: el cuidado del amor maternal y la confianza en el orden paterno. Para Rof Carballo ambos factores resultan imprescindibles y la paternidad no es comprensible al margen de la maternidad, ni viceversa.
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Roto en muchos casos el lazo de la paternidad e incluso el más entrañado y entrañable de la maternidad, el resultado es la fuga, la huida, el desamparo: huida de la libertad hacia una amorfa e irreflexiva confianza en lo científico-técnico, en el apoyo clínico o terapéutico, en el guía espiritual o gurú enajenante; huida de la tierra y desarraigo de la naturaleza; huida de lo alto, del mundo paterno y por ello de toda instancia de autoridad; huida también del pasado (y "nada de lo que verdaderamente se quiere puede ser logrado si contradice o hunde el pasado; lo mismo en la vida personal que en la histórica", María Zambrano, Persona y democracia, I, 2); y por fin, lo peor: huida del amor, sustituido por el desear compulsivo y la satisfacción inane del consumismo, asociado a la obsesión erótica y a la proliferación de la pornografía sentimental o sexual, o a la exhibición de la violencia, virtual o real.
La consecuencia son manifestaciones estridentes que denotan carencias en una sociedad martilleada por el peso de la angustia. Rof Carballo comprende la relevancia psicológica y constructiva del sentimiento religioso, opuesto a un pensar descarnado, sin fantasía ni emociones: la alexitimia, término que denuncia la dificultad de sentir, reconocer y expresar emociones en relación con uno mismo y con los demás, una inquietud que lleva a la agresividad del ser humano que piensa mal o, lo que es peor, no piensa.
Hoy piensan por él poderosos medios de comunicación de masas, la televisión y la
prensa determinan, junto a otros factores, la aparición de una urdimbre adulterada, que
explica la abundancia de toxicomanías, de suicidios, de criminalidad de nuestro tiempo.
(Juan Rof Carballo, 1993. "Autopercepción intelectual de un proceso histórico: Autobiografía intelectual". Anthropos, 141, p. 35)
Contra la "alexitimia" como continencia emocional se ha reaccionado con un diluvio de propuestas para la expresión y gestión de las emociones. La educación y la expresión emocional están de moda en las escuelas, pero ¡ojo!, tendemos a saltar de un extremo a otro: ciertos estudios con estudiantes de secundaria han demostrado que los que más piensan en sus malas experiencias también se desahogan más con sus compañeros y que esto, a su vez, los lleva a ser socialmente excluidos y rechazados. Nadie desea intimar con un quejica. Todo el mundo prefiere hacerlo con un triunfador, antes que con un perdedor. A este respecto dice Gregorio Luri: "Frente al actual fomento de la incontinencia emocional, llevo años defendiendo que lo primero que hay que considerar, cuando nos invade una emoción fuerte, es la posibilidad de callarla". Un buen padre, una buena madre, siempre estarán dispuestos y a punto para escuchar las aflicciones de sus hijos, y es así que ellos habitualmente desahogan sus malos humores por esos oídos-alcantarillas de los padres, con menoscabo de sus paternales corazones.
Hemos de renunciar a que en toda sociedad, familia incluida, tenga que haber un ídolo y una víctima, para que lleguemos a amar, creer y obedecer sin idolatría; "que la sociedad deje de regirse por las leyes del sacrificio o, más bien, por un sacrificio sin ley" (María Zambrano, Persona y democracia, I, 3). También el amor está obligado a legitimarse y a cobrar sustancia moral, si no lo queremos trágico o criminal. Un padre prudente no se endiosa ni tropieza con nadie, ni tampoco consigo mismo. Un verdadero padre no abandona a sus hijos, no los desampara, no los "arroja" a la existencia como devolvemos una trucha a la corriente del arroyo. No obstante, un buen padre también merece el respeto y tal vez la veneración de sus hijos. En el arte, en las teleseries actuales brillan por su ausencia los buenos hijos, tanto como los buenos padres.
En efecto, se dice con frecuencia, siguiendo la formulación de Heidegger, que
el hombre está geworfen, arrojado a la existencia. Es cierto, pero lo está a través de alguien. Ya vimos que el niño se abrigaba de su temor frente a lo desconocido en el regazo de sus padres. Más adelante se le ha educado en el respeto a sus progenitores. Pero cuando se vuelve hombre, ha de sentir aquello que en la vinculación a sus padres lo une al mundo de la cultura y de la tradición y, a la vez, al misterio que rodea su existencia, en forma de temeroso respeto. (…) Nosotros decimos veneración. En la veneración a los padres está el germen del respeto frente a lo numinoso. A través de los padres se encuentra el hombre vinculado con el misterio del origen, de su ser en el mundo. Ya sabemos que su liberación del mundo instintivo, su libertad le va a hacer enfrentarse con el problema de su trascendencia, del sentido que su existencia tiene, con el problema de su fe religiosa. Entonces, esa veneración hacia sus lares paternos, que ya constituía una de las formas más elevadas de amor, puede convertirse en una de las raíces de su sentimiento religioso (Rof Carballo, J. Cerebro interno y mundo emocional. Barcelona, Labor, 1952).
El sentido de filiación y el respeto al valor y la autoridad del padre, que nada tiene que ver con el autoritarismo o el ejercicio tiránico de la fuerza y el poder, es tan fundamental en el desarrollo armónico de la especialísima naturaleza humana y del carácter moral de la persona como el seno protector y alimenticio de la madre en los primeros días del desarrollo del nasciturus y del bebé... Y puede que el narcisismo y sus patologías, tan frecuentes hoy, tengan que ver precisamente con el eclipse de la paternidad en la sociedad contemporánea:
“La paternidad humana constituye de un modo nuevo al hombre por hacerlo respectivo a un nuevo ser humano. A su vez, la relación del hijo con el padre, por ser constitutiva y originaria, remite inevitablemente al origen del propio ser: el hombre es interpelado por su propio origen. Así se evita la caída en el narcisismo, tan extendido en la sociedad actual, que viene a ser la exclusión de la conciencia del origen, (…) sea cual fuere
la duración de su biografía, el hombre siempre es interpelado por la cuestión de su origen, interpelación que le encamina al reconocimiento de ser generado, del que no puede hurtarse: no puede soslayarlo o sustituirlo. La identidad personal es, por tanto, indisociable de ese reconocimiento. Sin embargo, uno de los fenómenos más notorios de las ideologías modernas es el no querer ser hijo, el considerar la filiación como una deuda intolerable”
(Leonardo Polo, Ética: hacia una versión moderna de los temas clásicos. Madrid: Unión
Editorial, 1996, p. 66).
Quienes sabemos que el verdadero regalo de los Reyes Magos es habernos donado buenos padres, rendimos agradecimiento a los dioses por tanta y tan decisiva ganancia.
Nota bene: En el origen de este estudio estuvo la lectura del artículo de Consuelo Martínez Priego "La 'sociedad sin padre' en la obra psicológica de Rof Carvallo. Aproximación a la cuestión del ateísmo contemporáneo". Límite (Revista de Filosofía y Psicología), vol. 6. nº 24, 2011, pp43-54. Universidad de Tarapacá, Arica, Chile.
La influencia de un padre o la obligación no es solo engendrarlo, es estar en los momentos en que sea necesario y también en los que no. Es mucha responsabilidad el ser padre, aunque hoy día ni el matriarcado ni el paternalismo son valorados ante un moderno teléfono. Falta educación en nuestros hijos y la educación en nuestros nietos. ¿Pues a qué abuelo o abuela no nos han dicho bien el hijo o la nuera o la hija o el yerno) ¡que sabrás cómo está la vida, o son mis hijos, y los educo como quiero! No sé si me he expresado correctamente, pero estoy en contra del paternalismo Alfa como del materialismo Alfa. Ambos padres y de común acuerdo son los responsables de la educación de los hijos
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