jueves, 5 de enero de 2023

LA MONJA ALFÉREZ

 

La Monja Alférez dibujo de
Juan P. Ruiz Orellana, IBIUT nº 31, pg. 26

Decía el bueno de Roque de la Torre Vegara, pariente de Maripepa, mi sabia amiga, ilustre ubetense del que Juan Pasquau dijo que era "escritor que no escribía", pues estaba convencido de que escribir en España es llorar y de que casi nada sirve para el futuro, "porque dentro de pocos años nadie será nadie y la historia desde los egipcios hasta la llegada del rey Don Juan Carlos I estará resumida en un microfilm de un par de horas de duración" (IBIUT, nº 29, pg. 14, en entrevista de Ramon Molina Navarrete)... 

(Sí, me pirro y me pierdo por la rama de la digresión)

... Decía el maestro Roque, facultativo también de minas, que las noticias que con más fruición leemos son las relativas al sexo y que nos parece inusitado cuanto refiere a la transexualidad "con intervenciones quirúrgicas que no logran la transmutación total que anhelan los interesados/das. Nunca consiguen ser hombres fecundantes ni hembras paridoras". No se equivocaba. De momento.

Esto publicaba Roque, que había perdido a un hijo en un glacial de los Alpes, de cuyos restos o huesos ni se supo, aunque los buscó por dos veces el afamado montañero y aventurero César Pérez de Tudela. Roque publicó a regañadientes en el número 31 de IBIUT en 1987. Y añadió, a propósito del transexualismo o la transexualidad, que en la antigüedad no hacían falta semejantes tejemanejes de bisturí y hormonación, refiriendo el caso sobresaliente de "La Monja de Úbeda", basándose en el artículo "Los estados intersexuales de la especie humana" del Dr. Marañón. "Estados" -repito yo- que no esencias ni modos permanentes de ser, pues todos tenemos mano derecha y mano izquierda.

Esa antigüedad a la que refiere Roque no es tan antigua, sino barroca, como el episodio extraordinario que cuenta... A principios del siglo XVII, Magdalena Muñoz (a la que algunos llaman Catalina) ingresó muy joven en el convento de Nuestra Señora de la Coronada, de las Madres Domininicas. Contra Magdalena arremetían sus compañeras novicias llamándola "marimacho". Ella, para justificar la ausencia de menstruos, manchaba con la sangre de sus disciplinas las sábanas, pero apenas conseguía con ello zafarse de las bromas a causa de su voz, sus maneras y el bozo que apuntaba, siendo víctima de lo que hoy llamamos bullying. Pasó en el convento nada menos que doce años.

A la priora le sorprendió que a la novicia le gustase echar mano de espadas y disparar arcabuces, así que la examinó desnuda, "y halló ser mujer". Pero un día, trabajando duro en el granero del convento, Magdalena sintió un gran dolor entre las ingles hinchadas y al cabo de tres días emergieron como por milagro los atributos viriles. Abrumada, es decir, abrumado, quedó encerrado en su celda, servido por "seis monjas juntas, las más ancianas y religiosas", sin duda para que pudiesen defenderse en caso de ataque...

En un nuevo análisis de Fray Agustín (¿prior dominico del convento de San Andrés?), acompañado de otro prior de Baeza se determinó, por la vista y por el tacto (como santo Tomás) que Magdalena era Magdaleno, o sea hombre perfecto y "que no tenía de mujer sino un agujerillo como un piñón, más arriba del lugar donde dicen que las mujeres tienen su sexo". Este "donde dicen que" es delicioso, pues acredita la ignorancia de los frailes respecto al sexo femenino: su voto de castidad. Coligieron los monjes que aquel agujerillo era el evacuador de orina, pues el miembro carecía de tal, digamos que era pene macizo, cipote sin ojo. Tampoco tenía pechos la criatura y el bozo le empezaba a negrear. Había nacido con genitales masculinos gualdrapeados, como los osos.

Ni que decir tiene que se le acabaron los jugueteos con las compas... Fue exclaustrado/a. Hay testimonio de que no fue bien acogido por su familia sabioteña. Tal vez para evitar el morbo de sus paisanos y las habladurías ociosas de las gentes, no le quedó otra que poner tierra por medio y alistarse en los tercios de Flandes. 

El historiador Ginés de la Jara Torres Navarrete la llama "La Monja Alférez" (IBIUT nº 39). Confirma el erudito investigador y eximio cronista que la monja era de Sabiote, pueblo cercano a Úbeda, y que fue bautizada con el nombre de María Magdalena Muñoz de Molina en 1589, aunque entró de recluta con el nombre de su padre, Gaspar Muñoz, en 1617, "año que quebrose en partes de varón". Marchó de soldado a Italia junto a su primo hermano Juan Muñoz Ruiz. Magdalena nació hija del segundo matrimonio de Gaspar con Juana de Molina. Tomó el nombre de su abuela paterna y tenía un medio hermano de un matrimonio anterior del padre: Francisco Muñoz. 

De su paso por los tercios resultó la más asombrosa aventura que imaginar se pueda. Sucedió que Daniel Burghamen, lansquenet mercenario, había dejado a su bella esposa en Piadena (provincia de Cremona, Lombardía) para combatir en Hungría y Holanda. Este Daniel volvió luego a su pueblo donde el 26 de abril de 1681 fue presa de violentísimos dolores. ¡Increíble, pero cierto!: Tras atroces sufrimientos y asistido por su esposa y vecinos, el soldado de infantería dio a luz una niña. Por lo tanto, "Daniel" resultó Daniela. Al sorprendente y nunca visto evento acudieron un notario y un cirujano. El galeno constató que el bebé o la bebita era mitad macho mitad hembra, anomalía que Daniel conocía desde chico y su esposa también, pero que guardaban discretamente en secreto.

Contó el exlansquenete que en el ejército había convivido en Flandes con un soldado español apellidado Muñoz, en cuyo trato, al parecer, había evolucionado y habíase afirmado su naturaleza femenina, en detrimento de la masculina. Muñoz era el padre de la criatura. Del español dijo que era arrojado, andaluz, cariñoso y hábil para curar heridas, sabedor de latines y algo barbilampiño, que era del Santo Reino y que tenía hermana en un convento, de la que gustaba hablar... Todo esto se sabe gracias a los archivos de los Fugger, o Fucares, célebre casta de banqueros alemanes, documentos que se hicieron públicos tras la Segunda guerra mundial.

Lo formidable e insólito de esta historia de transformación o versatilidad sexual y erotismo espontáneo es la productividad de la androginia y hermafroditismo de los sujetos: que una exmujer hiciese embarazar a un exvarón, aunque ninguno lo fuese del todo. Casi siempre los sujetos hermafroditas resultan estériles. ¿Fueron estos dos seres extraordinarios la avanzadilla de una mutación específica hacia una androginia transhumana o más que humana? 



La célebre escritora de ficción científica Úrsula K. Le Guin ideó una raza de humanoides hermafroditas que transmutaban su sexo en un planeta frío e inhóspito: Invierno; en una de sus mejores novelas: La mano izquierda de la obscuridad (The Left Hand of Darkness, 1969). Los habitantes del mundo de Gueden son andróginos, humanos bisexuales; durante unas tres semanas son biológicamente neutros y en la semana restante del mes son machos o hembras, hecho determinado por la influencia feromonal de su compañero sexual, aunque en ocasiones el individuo puede elegir el sexo ayudándose con drogas. Así pues, un individuo puede tanto ser padre como madre y dar a luz hijos, hecho que se da aún en las parejas estables... 

Fin de la desigualdad. Utopía o pura fantasía transhumana, a no ser que la ingeniería genética emule lo que la naturaleza hizo con Magdaleno/a y Daniel/a. En la novela de Le Guin se supone que los guedenianos fueron en efecto creados mediante ingeniería genética. ¿Por qué? Puede que para maximizar el éxito reproductivo en el duro mundo glacial de Gueden, o bien como experimento destinado a determinar si una sociedad sin relaciones de dominación sexual podía dedicarse a la guerra, o con el fin de evitarla, o simplemente porque los antiguos bio-ingenieros sentían curiosidad por la manera en que se comportarían gentes con posibilidades de sentirse ora macho ora hembra

Por supuesto, la idea de que es la diferencia sexual, o el machismo o el patriarcado, la raíz de todo conflicto bélico es sumamente discutible, igual que el tópico de la zarzuela: "si las mujeres mandasen serían balsas de aceite los pueblos y las ciudades", rutinariamente contradicho por el conflicto doméstico -y territorial- entre hembras (como entre gatas) y excepcionalmente refutado por el mito o real existencia de las amazonas y otras mujeres guerreras. "¡Las chicas son guerreras!", dice la canción popular. La capacidad para la ira, la furia y la violencia no es menor en la mujer que en el varón, sólo que se expresa de modo diferente, menos muscular, diríamos, mediante intrigas, sirviéndose muchas veces del control de la voluntad masculina e instrumentalizando al varón violento como sicario.

¿Qué hay de común en la naturaleza humana cuando la determinación bipolar o binaria deja de ser una constante? Le Guin se pregunta esto y juega con la idea de que en una sociedad sin antinomia sexual, sin conflictos ni violencias de género, no puede haber ni riñas ni guerra ¡ni nacionalismo!, aunque sí intrigas y conspiraciones. Sólo la geografía y el clima imponen entonces diferencias culturales.

Se ha dicho que su novela es una de las más significativas de la "ciencia ficción feminista", pero a la propia autora no le gustaba el rótulo ni la etiqueta adjetiva. Su obra es un estudio imaginativo de las diferencias e identidades, contrastes, afinidades y complejas relaciones de lo que hoy llamamos sexos (biológicos) y géneros (culturales).


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