Comentario de La
dimensión histórica del ser humano, de
Xavier Zubiri, en REALITAS I. Trabajos del seminario Xavier
Zubiri, 1972-1973. Sociedad de Estudios y Publicaciones. Madrid, 1974.
El ser humano concreto
pertenece a un phylum específico -el de
la especie humana (homo sapiens)- por constituir un esquema de
replicación genética que es parte constitutiva suya y por la cual, aunque sólo
sea esquemáticamente, los hombres están vertidos a los demás. Además de ser
genética, la unidad humana es una unidad histórica que se va constituyendo
diversamente. Los hijos nacen de unos padres, pero nacen en una tradición
cultural y en un contexto socio-cultural donde van construyendo su propia
personalidad. La realidad humana se constituye de manera radical en el seno
materno, pero después del nacimiento hay un factor esencial que va a actuar en
la configuración de la persona: las demás personas.
(…) con todos sus caracteres psico-orgánicos, el hombre
tiene una vida abierta a distintas formas de estar en la realidad. Entonces es
evidente que una forma de estar en la realidad no es que de hecho no se
transmita genéticamente con los caracteres psico-orgánicos; es que, por su
propia índole, no es genéticamente transmitible. De ahí que para instalarse en
su vida humana, el hombre no puede comenzar de cero. Por tanto no le basta con
la transmisión genética de sus caracteres psico-orgánicos, sino que sus
progenitores (o quienes sean) han de darle un modo de estar humanamente en la
realidad. Comienza su vida apoyado en algo distinto de su propia sustantividad
psico-orgánica: en la forma de estar en la realidad que se le ha dado. Es lo
que radical y formalmente constituye la historia.
Cuando un
animal de realidades engendra otro animal de realidades, pues, además de
transmitirle la vida, le entrega un cierto modo de estar en la realidad.
Entrega es traditio, tradición, y es
por esto, dice Zubiri, por lo que la vida humana no empieza de cero, sino
montada sobre un modo de estar en la realidad que le ha sido entregada. El
proceso histórico es tradición, entrega de formas de estar en la realidad, lo
cual, advierte Zubiri, no significa que quien la recibe no pueda romper con lo
entregado. Pero la posibilidad de ruptura sólo es posible si se recibe aquello
que se rompe.
El carácter
continuante de la tradición se torna un problema justamente porque necesita del
acto positivo del receptor de la tradición por el cual revive en cierto modo lo
recibido. Pero como se trata de realidades psicorgánicas distintas, iguales tan
sólo esquemáticamente, insertas además en un ambiente que tampoco es nunca el
mismo, nunca se está seguro de estar repitiendo lo recibido o estar innovando.
Más aún, dice Zubiri, muchas veces será necesario cambiar algo de lo accidental
recibido para mantener la continuidad esencial de lo recibido. La tradición a
veces toma formas distintas no a pesar de ser la misma, sino para seguir siendo
la misma.
Zubiri pasa
lista a una serie de tesis sobre la esencia de la historia que, si bien no son
falsas, son inexactas y no nos dan su verdad primaria y radical. La que aquí
nos interesa es la que afirma que la historia es transmisión de sentido, y esto
porque lo que realmente se transmite son modos de estar en la realidad, que por
su propia índole, tiene necesariamente que tener sentido (recordemos que la
cosa-sentido se funda en la cosa-realidad). Y esto es esencial, porque al no
tratarse de la entrega de sentido, sino de la realidad misma, no se entrega una
posibilidad, sino todas las posibilidades. Si la historia fuera entrega de
sentido, sería una historia estancada, es decir, no sería historia.
Que la historia
sea entrega de realidad es una afirmación equívoca, advierte Zubiri, porque
podría entenderse la historia como un proceso de producción o destrucción de
formas de estar en la realidad, y esto implicaría la pérdida del pasado, porque
la historia tiene un carácter procesual que envuelve una connotación temporal
(algo “fue” y ya no “es”). Por el contrario, si se quiere de alguna manera
salvar el pasado en el presente, entonces se hace del pasado algo que persiste,
y, por lo tanto, algo que no termina de pasar, de ser pasado. En consecuencia,
la historia no puede consistir en un proceso de producción o destrucción de
formas de estar en la realidad.
El hecho de
que, como ya se ha dicho, el que recibe un modo de estar en la realidad se
apoye en lo recibido para admitirlo, modificarlo o rechazarlo (en definitiva,
que pueda optar), pone de manifiesto algo esencial: que la intelección
sentiente abre al ser humano a todo lo real y le pone en situación de optar por
qué hacer, le abre un ámbito de distintas posibilidades. Las posibilidades por
las que opta son un “proyecto”. La inteligencia sentientes es una facultad
proyectiva. Las potencias psico-orgánicas del hombre (las que, entre otras
cosas, le permiten y obligan a optar) son las mismas en todos los individuos de
la especie. Sin embargo, sus sistemas de posibilidades son radicalmente
distintos, su forma de construir contenidos es distinta). Por ejemplo, dice
Zubiri, el hombre de Cromagnon no tenía la posibilidad de volar, pero sí la
tiene el hombre actual.
En toda acción
humana, además de ejecutarse unas potencias (respirar, deglutir, andar,
moverse, pensar, etc.), se realizan unas posibilidades. Zubiri distingue entre
ejecución de potencias (hechos) y realización de posibilidades (sucesos). El
suceso ocurre cuando por opción propia determino a las potencias a ejecutar su
acto de acuerdo con las posibilidades por las que he optado. Por esto, realizar
posibilidades es hacerlas mías, apropiarme de ellas. La apropiación es lo que
convierte un hecho en suceso.
Pues bien,
afirma Zubiri, la historia está tejida de sucesos y no de hechos. La tradición
entrega un modo de estar posiblemente en la realidad, de realizar sucesos, no
hechos (aunque sin éstos no hay aquellos), de determinar su modo de estar en la
realidad optando por aceptarlo, rechazarlo, modificarlo, etc. Nadie está en la
realidad en un vació de meros posibles abstractos, sino optando por un elenco
de posibilidades concretas, como nadie visita un museo adánicamente, sino con
un bagaje cultural y una disposición personal que le hace mirar de cierta
manera. Esa manera de mirar está determinada por la historia, por mi historia.
O por mis circunstancias, que diría Ortega y Gasset. Puedo no apreciar una obra
de Picasso porque no he incorporado como posibilidad de mi vida la poética que
me posibilitaría comprenderlo y hasta disfrutarla, o porque, aun incorporando
esa poética, mi sensibilidad no la aprecia y disfruta.
La historia es un
proceso de posibilitación de modos de estar en la realidad. De ahí que el
pasado como realidad ya no es, pues no sería pasado, pero continua como
posibilitación. La historia es un proceso temporal, pues cada momento sólo
viene después del anterior, apoyado en él, pero sobre todo es un proceso de
posibilitación, un proceso en el que cada posibilidad se apoya en la anterior.
Unas formas de estar en la realidad son principio de posibilidad de otras.
Entender un suceso no es sólo conocer sus causas, sino conocer el proceso por
el que una posibilidad realizada es principio de posibilidad de otra. El
dinamismo de la historia es el dinamismo de la posibilitación, de la misma
manera que el dinamismo de la materia es dinamismo de potencialidades. Al igual
que de un insecto no emerge un primate, de la Venus de Willendorf no surge la
Venus de Milo.
El proceso
histórico, en definitiva, es un proceso de posibilitación, lo cual, sostiene
Zubiri, nos lleva inexorablemente a las personas individuales en las cuales, y
sólo en las cuales, transcurre el proceso histórico. El problema, ahora, es
averiguar qué es lo que la historia aporta a cada uno de los individuos por el
hecho de perteneces estos a ella. Como la historia es un proceso de lo que el
hombre puede y no puede hacer, el problema se resuelve en decir en que consiste
ese poder. Y para ello hay que establecer una diferencia entre poder como
potencia y poder como facultad. La inteligencia sentiente es
una facultad conformada por dos actos indisolubles: sentir e inteligir. Pues
bien, la inteligencia sentiente, según Zubiri, es poder como potencia que,
ontogenéticamente, solo se faculta en cierto momento de la embriogénesis, y
que, filogenéticamente, solo se faculta con la aparición del primer homo.
Pero hay,
además, un tercer tipo de poder, el poder como posibilitante. Tener o no tener
posibilidades no es lo mismo que tener o no tener potencias y facultades. Con
las mismas potencias y facultades, el hombre, en el curso de su biografía y en
el curso entero de la historia, puede poseer posibilidades muy distintas. Y es
que la inteligencia sentiente, por ser una facultad “abierta” al todo de la
realidad, es decir, no facultada para un solo tipo de acciones determinadas
(como la facultad animal de sentir), es una facultad que necesita, dice Zubiri,
estar positivamente posibilitada.
Estos tres
poderes son interdependientes. Nada es factible que no fuera potencial. Lo
potencial y lo factible pertenecen a la nuda realidad de algo, a la
cosa-realidad, pero no ocurre lo mismo que lo posible, que pertenece a la
cosa-sentido: lo posibilitado, en cuanto tal no adquiere ninguna nota real que
no tuviera ya en cuanto potencial y en cuanto factible (la cosa-sentido
“caverna” no tiene porqué adquirir más notas que la cosa-realidad “oquedad en
la roca”. La nuda realidad, por tanto, fundamenta lo posibilitado, como lacosa-real fundamenta la cosa-sentido. Lo posibilitado es una nueva actualizad
de realidad que no se enriquece con nuevas notas, sino “realizando” lo que estas
notas son como “posibles”.
Potencias y
facultades no son sino dotes en cuanto principio de posibilitación. Y esto,
afirma Zubiri, es un carácter físico de mi realidad, porque con las mismas
potencias y facultades, los hombres pueden tener muy distintas dotes. Una
inteligencia, una voluntad y una sensibilidad pueden estar mejor o peor dotadas
para según qué cosas. Es más, las dotes no son fijas ni continuas, sino que pueden adquirirse,
modificarse o perderse, a pesar de conservar las mismas potencias y facultades.
Las dotes se adquieren porque nos apropiamos de posibilidades, las cuales se
incorporan (se naturalizan) por la apropiación misma a las potencias y
facultades enriqueciendo la realidad y acrecentando el poder de posibilitación.
La variación de dotes no es arbitraria ni azarosa, pues unas posibilidades nos
las apropiamos porque antes nosotros u otros se apropiaron de otras
posibilidades (de nuevo: de la Venus de Willendorf no surge la Venus de Milo).
Como la
naturalización de posibilidades apropiadas puede ser de dos tipos, hay dos
tipos de dotes. Hay una naturalización que se funda en el mero uso de las
potencias y las facultades, es decir, una naturalización operativa, a la que
Zubiri llama “disposición”, que es todo el ámbito de la casualidad dispositiva
en orden al uso de potencias y facultades. Las disposiciones son, pues, dotes
operativas. Pero hay, además, unas dotes más hondas, fruto de una
naturalización que no concierne al mero uso de potencias y facultades, sino a
su cualidad misma, es decir, dotes constitutivas de las potencias y facultades,
o “capacidades”, las cuales son más o menos ricas según sea mayor o menor el
ámbito de lo posible que constituye. Hay una distinción innegable entre
disposiciones y capacidades, pero, advierte Zubiri, no puede realizarse entre
ellas una frontera nítida: dentro de una misma capacidad puede variar el elenco
de disposiciones por aprendizaje u otros factores.
Las capacidades
no se van adquiriendo de forma azarosa, sino que sólo adquiriendo ya
determinadas capacidades se pueden ir adquiriendo o modulando las anteriores, y
aunque muy pocas son adquiridas de forma innata (lo son por morfogénesis
psico-orgánica), lo que diferencia a
estas de potencias y facultades es ser principio de posibilitación. Potencia, facultad y
capacidad son irreductibles: una potencia puede no estar facultada, una
facultad puede no estar capacitada o estarlo muy deficientemente.
La historia,
por tanto, determina a cada individuo porque es proceso de capacitación. Es
proceso, porque cada estadio no sólo sucede al anterior sino que se apoya en
él: cada dote en general, y en especial las capacidades, surgen apoyadas en
capacidades muy determinadas. Las acciones no se determinan tan sólo por lo que
son por sí mismas, sino por el momento procesual en el que acontecen. Por esto,
al apropiarnos de determinadas dotes posibilitamos o no el adquirir otras. Y
esto no solo en el individuo, sino, lo que es más decisivo, en la historia.
Como ejemplo, dice Zubiri que nos hemos apropiado de las matemáticas como modo
de entender la naturaleza, lo cual ha supuesto un éxito indudable, pero nunca
sabremos si no hemos obturado con ello la apropiación de otras posibilidades
que pudieran habernos abierto a otros aspectos de la naturaleza muy esenciales.
Culturas distintas se apropian de posibilidades distintas de estar en la
realidad, de entender la naturaleza, al hombre, a Dios, su relación con él,
etc. Y dentro de una misma cultura hay infinidad de maneras de apropiarse de
posibilidades de estar en la realidad, y unas pueden excluir a otras o pueden
complementarse por otras, dependiendo de las disposiciones y capacidades de
cada uno, de su inteligencia, sensibilidad y voluntad.
El hombre pone
en juego lo que es ya potencialmente, pero esto no es suficiente sin que la
historia produzca nuevas capacidades: el hombre de Cromagnon estaba potenciado
para volar, pero no estaba capacitado. Entre los dos ha mediado una producción
de algo que en realidad no era, las capacidades, gracias a las cuales tenemos
hoy posibilidades de las que carecía el hombre de Cromagnon.
La historia,
como proceso de capacitación, tiene cierto carácter cíclico: la persona, con
sus capacidades, accede a unas posibilidades, las cuales una vez apropiadas se
naturalizan en las potencias y facultades, con lo cual cambian las capacidades,
con los que se abren a un nuevo ámbito de posibilidades, y esto ocurre por un efecto
de bola de nieve, no teleológicamente, lo que otorga al hombre una capacidad de
agencia y autopoiesis desconocida en las antropologías filosóficas
existencialistas. El hombre, pues, produce sus propias capacidades produciendo
irrealidades. Y esto, dice Zubiri, es “cuasi-creación”. “Cuasi” porque, contra
el adanismo, nunca es creación desde la nada.
El hombre, al vivir necesariamente
“con” las cosas reales (y no con
estímulos), vive “en” la realidad, la cual no
es una especie de continente donde se hallan las cosas, sino que es un
carácter vehiculado por cada una de ellas, pero que físicamente excede de ellas
(físicamente porque la formalidad de realidad es un carácter físico de las
cosas, que aprehendemos sensiblemente). Pues bien, cada persona está en la
realidad según sus capacidades, apropiándose de formas nuevas de realidad y de
posibilidades de estar en ellas, en definitiva, configurando su ser. Entonces,
el yo de cada cual es necesariamente histórico, está incurso en la historia,
pero no como decía Hegel, pues la historia surge no del espíritu absoluto, sino
del individuo personal, como proceso de posibilitación, resultado de
apropiaciones opcionales encontradas necesariamente por personas individuales.
Y contra Hegel sostiene Zubiri: “no es la persona para la historia, sino la
historia para la persona. La historia es la que es absorbida en y por la
persona; no es la persona absorbida por la historia”.
José Javier Villalba Alameda
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