martes, 1 de mayo de 2018

ESPIRITUALIDAD, RELIGIÓN, SACRALIDAD, CREENCIA

¿Cómo pasar del yo al nosotros? Desde que el individualismo y cada uno para sí son ley, es más complicado. La congregación religiosa tiene mucho que enseñar al respecto del animal político que es el hombre. Cómo fabricar a partir de un montón de individuos perecederos  un todo persistente y resistente.
Primero habrá que trazar una frontera del grupo, como hacían los reyes antiguos, “regere fines” significa trazas las fronteras. Es preciso distinguir el interior del afuera, después hace falta un origen, ya sea un padre, un acontecimiento, un ideal, un totem. Imprescindible una genealogía no menos que una jerarquía interna que asegure cohesión y transmisión futura de la sociedad. Las grandes religiones han seguido estos cuatro pasos a la letra y son las sociedades más resistentes al paso del tiempo.



Suprimido el pathos religioso y su grandilocuencia, una religión es el arte de lo colectivo. Ya dijo Pablo VI que la iglesia era “experta en humanidad” y pour cause: en la tarea de unir los beatos, atrasados y oscurantistas fueron los primeros, y los “sin Dios”, vinieron después.


Hace falta un intocable al que referirse, algo que escapa a los sentidos, un dogma, un estilo que oponer a los otros. La jerarquía ligada a lo sagrado, un hieron, una liturgia, una lengua sagrada.
En todas las religiones como la hindú o la católica, hay jerarquías también entre los santos y los dioses que se traducen en castas y en niveles de competencia dentro de la religión. Para juntar y lograr un inter hay que tener un meta, un más allá. El fuego sagrado que preexiste y nos sobrevive. Algo que nos supere. Sólo si somos convocados por un símbolo tendrá alma la comunidad, que es lo que le falta a la Unión Europea. Trascendencia y encierro en sí van de la mano, lo que está dentro del templo es lo sagrado, lo profano lo que está fuera. Sagrado es lo que ha sido consagrado, puesto a parte para uso especial: un vaso, un cáliz, un lugar. En Roma eran sagradas las murallas y las puertas de la ciudad. 

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Lo cerrado, sinónimo de opresión ejercida por el grupo, lo abierto, sinónimo de escapada personal hacia lo alto. Y de la experiencia histórica aprendemos que lo encerrado en el plano horizontal impulsa la apertura hacia lo vertical. Sin encerrar no hay infinito. El profeta sea Jesús o Mahoma, pasa por encima de la autoridad, desestabiliza los muros que dan seguridad, salta la autoridad del sacerdote y del príncipe y se dirige directamente al pueblo. El profeta reinsufla oxígeno en la comunidad. Pero desaparecido, el mismo es elevado sobre todos y se instala una nueva ortodoxia en su nombre.

Por ello hay una eterna desilusión y un eterno comenzar y recomenzar: esperaban la tierra prometida, llegaron los reyes; esperaban el Reino, vino la Iglesia: esperaban la Umma, aparecieron los califas. El tiempo más corto gana al tiempo más largo, es decir, la política acaba tapando los agujeros en el muro de la comunidad. 

Existe el principio de no completitud, ningún conjunto puede cerrar sólo con los elementos que lo forman. Si hay “un adentro” ha de haber “un afuera” y un “por encima”. Para los estoicos fue la razón universal, si en Atenas no se entraba en la reunión del consejo sin haber sacrificado una ternera, en el Senado norteamericano se empieza por una oración. Quitemos lo sagrado y la ciudad se viene abajo. Lo maravilloso es cemento y lo útil separa.

De ahí las contradicciones de pensar una religión natural que ni existe ni existirá, si hay religión hay encierro, están los que no pertenecen, no hay unión interna sin separación con el exterior, es incoherente pretenderlo. Enseñar lo que une y no lo que separa es enseñar la mitad de la historia. Y la eliminación de la religión no elimina lo sagrado, lo mismo que la erradicación de los ejércitos no acabará con la violencia.

La crítica de la religión desde Jenófanes es un paso obligado en la emancipación. El problema es que para que “suba” la masa humana el mito es realista y la razón idealista, pues ¿qué sentimiento de pertenencia y de ayuda colectiva nos han dejado Lucrecio, Espinosa y los demás filósofos? Cada vez que una escuela de pensamiento quiso engendrar un mundo común acabó en secta. ¿No habrá que aprender de las religiones cómo hacer para transformar la dispersión atómica de los hombres en moléculas sociales? ¿hará falta un gramo de espíritu santo para llegar a ser cuerpo?

Para sobreponernos a las objeciones existencial e intelectual que se oponen al hecho de inspirarse en la religión a la hora de “formar” colectividad, está el recurso a la capacidad simbólica. La religión no es sólo un asunto social, pero tampoco lo social es mero social. Símbolo es todo lo que representa otra cosa, nuestra especie homo sapiens halla correspondencias entre lo visible y lo invisible. En cuanto se narra y fabula un hecho cualquiera aparece lo otro que no está pero que podría estar. Ese otro es un “ser de palabra”, puede ser un ancestro animal, un mana, un dios, un orden cósmico, una fuerza, un principio como Justicia, República, Libertad o un mito como la Clase, la Raza, el Pueblo. El animal que sabe que va a morir inventa y se agarra a entidades inmortales. Todas esas entidades irreales que pensamos no existen más que en nuestro cerebro hacen la vida más soportable e incluso “digna de ser vivida” y hasta sacrificada.

Ya dijo Valéry en célebre frase: “¿Qué seríamos sin la ayuda de lo que no existe? Los mitos son el alma de nuestras acciones y nuestros amores. No podemos actuar sino es moviéndonos hacia un fantasma. No podemos amar más que lo que creamos (del verbo crear).” 

Si en las sociedades agrarias se pensaba en una edad de oro previa que se había perdido (Atlántida, Edén), los progresistas tendemos a pensar que la plenitud está delante. En ambos casos nos falta el original. El hombre,eterno exiliado, nunca en su lugar verdadero, siempre pre algo o post algo. 

La fe es el conocimiento de lo que no se ve. No hace falta extenderse sobre los males causados por esta propensión a lo ilusorio. El espíritu humano es un cerebro pero dicho cerebro está organizado de tal modo que no puede dejar de pensar en cosas que no son cosas. Interesante cuesstión responder a la pregunta en qué momento apareció esta locura en el homo, ¿quizás antes del sapiens? El hecho es que no podemos renunciar al sueño sin quedarnos sin pie.

La cultura presta cualidades abstractas a lo caliente, lo frío ,lo salado y lo dulce. Inventa un sistema de parentesco, no basta un óvulo y un espermatozoide para hacer un hombre: también son precisas prohibiciones, leyes, mitos, resumiendo, no hay ser humano sin fantasía. También un territorio de caza está lleno de relatos y de sueños, tiene un centro ceremonial, una periferia menos importante.
Al revés que en las teorías científicas, los relatos míticos no caducan, toda melodía religiosa toca una fibra concreta en nuestro interior. La más irrazonable de las ilusiones es esperar que el hombre pueda un día vivir sin ilusiones.


Tampoco quien renuncia a los dioses escapa a lo simbólico. Y para curarnos de sus excesos hemos inventado la ciencia que desde hace más de dos mil años contribuye a aumentar nuestra libertad frente a ese tropismo natural que nos arranca de lo efectivo y actual. También la laicidad desde hace dos siglos casi, donde la hay, salvaguarda un área de neutralidad frente los símbolos imaginarios y sus efectos devastadores sobre la libertad de conciencia y la convivencia de los creyentes en diferentes dioses.

Pero no hay que llamarse a engaño, el desencantamiento de una parte del mundo, hoy le ha tocado a la política, suscita el reencantamiento de otra parte que puede ser la cultura y sus creadores o el arte y los artistas. El acto de trascender la realidad material es un movimiento involuntario, espontáneo. Dar sustancia a ese Otro que nos sobrepasa es inclinación natural de quien se da cuenta de que la bóveda celeste le hace sentirse perdido. El hombre de siempre miró hacia lo alto, dijo Ovidio, pero de ahí a concluir que Uno nos observa hay un paso, diferente para el místico y para quien asume la condición simbólica del hombre con mayor sobriedad.

Que el hombre sobrepasa infinitamente al hombre es una constatación de sentido común comprobable cuando un creyente o un ateo ponen un ramo de flores sobre una tumba. A partir de ahí quienes piensan que hay un Ser divino se diferencian de quienes piensan que ese Ser divino no es más que una astucia de la vida que nos salva de la melancolía. La especie humana ha construido el Sentido, sin especie humana no hay sentido. En el primer caso el hombre habita lo sagrado, en el segundo lo sagrado habita en nosotros y por nosotros. Yavé ha ayudado al pueblo Judío durante 3000 años a sobrevivir porque el pueblo Judío no ha cesado de acordarse y ser el guardián de lo recordado. Sin el ser humano, antes y después de él, la tierra será o fue sólo una planeta con agua, piedras, nubes.

Lo trascendente es propio de cualquier grupo con vocación de durar. La laicización de la sociedad no nos lleva al dominio de la inmanencia. Lo imposible real, la esperanza en algo mejor, la simbolización de lo sensible ahonda la brecha entre los dos niveles de realidad que ya distinguiera Platón:mundo sensible, cielo de las Ideas. Hay variedad en la relación y distancia establecida entre ambos niveles, en Africa, India, China no hay solución de continuidad entre ambos. En Occidente hubo separación suficiente en determinado momento histórico como para merecer un saber profano sobre el cielo. Tierra y cielo, hecho y valor. Los clérigos y chamanes son los intercesores especializados, algunos realizan viajes entre ambos mundos, y el comisario político del comunismo soviético mediante sus discursos se encargaba de ligar la sociedad burocrática y llena de delatores a la sociedad sin clases del mañana.

Todo tipo de terapeutas y curanderos, también la inmensa diversidad de “psi”, se basan en la creencia de que las cosas no son lo que deberían ser y que hay un camino para llegar a la altura conveniente. La curación supone un recorrido interior, “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, en hebreo la halaka designa la marcha, el camino marcado por la Torá. Y dado que el cumplimiento y satisfacción exige un tiempo futuro tenemos el edificio simbólico con varios pisos: 

-el individual o espiritual, hoy tan de moda frente a lo religioso,
-el comunitario o religioso,
-lo sagrado o social,
-la creencia o general.

Lo espiritual tiene buena fama, ser espiritual es independiente, autónomo, auténtico, personal. Le falta la dimensión solidaria de las comuniones. En Occidente hemos prescindido de la parte violenta, guerrera y comunitaria. Lo espiritual parece lo religioso sin sus inconvenientes. LO espiritual en sentido terapéutico personal no tiene que luchar ni enfrentarse a nadie más.

Las religiones son a lo espiritual lo que los estilos a la gramática o las novelas a la imaginación, una encarnación. La religión da figura concreta a la sed de algo más, los cultos instituidos encarnan el sueño y por eso han servido de crisol identitario siempre unos frente a otros, cristianos frente a judíos por ejemplo. Vestimentas, ayunos, oraciones, ritos constituyen signos de reconocimiento mutuo más allá de las fronteras. No es una opción sino que se nace en ella. Una religión conlleva una herencia que pasa de generación en generación.

Lo sagrado, donde hay una comunidad, hay algo que está por encima de todos. Donde no, no queda más que avidez, deseos enfrentados, celos, intereses. Si existe la invariante de la sacralización, existe lo contingente puesto que para cada grupo humano es sagrado algo diverso, cada comunidad constituye lo sagrado según sus carencias y urgencias. Las religiones no tienen el monopolio de lo sagrado. Dios no está en Auschwitz, pero el lugar es sagrado. Tampoco se excluyen sacralidad y laicidad, en nuestras sociedades en las que las iglesias pierden fuelle surgen otras sacralidades: quien se burle de los derechos humanos o de la Shoah o ponga en cuestión la igualdad varón mujer o heterosexual y homosexual, cae en lo escandaloso. La democracia es sagrada hasta que la humanidad encuentre otro tabú. En todos los países se observa que agotado un depósito de fe aparecen sustitutos.

Todos los humanos son creyentes desde el momento en que actúan anticipándose al futuro. Creencia es convicción moral, práctica y personal que no se argumenta. El hombre no muere más que por estas improbablidades. Por irracional que parezca a los cultivadores de la razón, los momentos cruciales de la existencia personal y las revoluciones que rehacen el mundo reposan sobre una especie de delirio. Todas las creencias producen sus testimonios y acreditaciones, cada cultura valida sus propios delirios. Sin olvidar que determinados lugares no tiene sentido la expresión “yo creo en Dios”, por ejemplo entre los aborígenes australianos, ya que el yo distinto del nosotros y sus representaciones tribales no tiene sentido. Y tampoco lo tiene un Dios Otro y lejano del aquí y ahora. 

La creencia existe si se opone al saber, y los redactores de la Biblia ignoraban la palabra creer. La creencia frente al saber tiene las de perder, le faltan pruebas. Pero frente a la acción gana la creencia al saber, porque creer lleva a luchar, a amar, a buscar lo que se perdió. La debilidad de la creencia es fuerza vital. Si es equivocado creer, es equivocado existir y puede que sea ese el caso. Si el sujeto cognoscente es un yo en singular el sujeto creyente es un nosotros, se cree todos juntos, y ese nosotros cree en función de promesas, vestigios, supuestos. Creencia está asociado a crédito, apuesto por lo desconocido, espero que se me devolverá, prometo, anticipo.

No somos el mismo cuando creemos que cuando pensamos, hay un tiempo para cada cosa y no tiene sentido enfrentar el “yo pienso” al “yo creo”. La duda metódica de hoy no niega el entusiasmo de mañana. La Razón de comunión tiene sus razones que la razón individual rechaza. El acto de conocimiento permite grandes progresos y el acto de fe grandes acciones.
Las doctrinas religiosas aparecen como aparatos para sublimar, canalizar y domar nuestra pulsión natural a la credulidad. Sectas, espiritismo, astrología, platillos volantes florecen salvajemente cuando pierde pie la institución que domesticaba la credulidad.

En resumen, donde hay seres humanos unidos en comunidad de destino y valores encontramos una estructura de comunión colgando de una “gran ausencia”. Un valor trascendente no es un adorno prescindible, sino una armadura de lo común.
No por tener un lado espiritual estamos condenados a una obediencia confesional, pero tampoco por ateos nos podemos considerar increyentes. Una humanidad sin lo irreal sería una humanidad sin comuniones. Si el individuo es finito nada de lo humano lo es.

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