¿Cómo pasar del yo al nosotros? Desde
que el individualismo y cada uno para sí son ley, es más
complicado. La congregación religiosa tiene mucho que enseñar al
respecto del animal político que es el hombre. Cómo fabricar a partir de un
montón de individuos perecederos un todo persistente y
resistente.
Primero habrá que trazar una frontera del grupo, como
hacían los reyes antiguos, “regere fines” significa trazas las
fronteras. Es preciso distinguir el interior del afuera, después
hace falta un origen, ya sea un padre, un acontecimiento, un ideal,
un totem. Imprescindible una genealogía no menos que una jerarquía
interna que asegure cohesión y transmisión futura de la sociedad.
Las grandes religiones han seguido estos cuatro pasos a la letra y
son las sociedades más resistentes al paso del tiempo.
Suprimido el
pathos religioso y su grandilocuencia, una religión es el arte de lo
colectivo. Ya dijo Pablo VI que la iglesia era “experta en
humanidad” y pour cause: en
la tarea de unir los beatos, atrasados y oscurantistas fueron los
primeros, y los “sin Dios”, vinieron después.
Hace
falta un intocable al que referirse, algo que escapa a los sentidos,
un dogma, un estilo que oponer a los otros. La jerarquía ligada a lo
sagrado, un hieron, una
liturgia, una lengua sagrada.
En todas las
religiones como la hindú o la católica, hay jerarquías
también entre los santos y los dioses que se traducen en castas y en
niveles de competencia dentro de la religión. Para juntar y lograr
un inter hay que tener un meta, un más allá. El fuego sagrado que
preexiste y nos sobrevive. Algo que nos supere. Sólo si somos
convocados por un símbolo tendrá alma la comunidad, que es lo que
le falta a la Unión Europea. Trascendencia y encierro en sí van de la mano, lo
que está dentro del templo es lo sagrado, lo profano lo que está
fuera. Sagrado es lo que ha sido consagrado, puesto a parte para uso
especial: un vaso, un cáliz, un lugar. En Roma eran sagradas las
murallas y las puertas de la ciudad.
Lo cerrado, sinónimo de
opresión ejercida por el grupo, lo abierto, sinónimo de escapada
personal hacia lo alto. Y de la experiencia histórica aprendemos que
lo encerrado en el plano horizontal impulsa la apertura hacia lo
vertical. Sin encerrar no hay infinito. El profeta sea Jesús o
Mahoma, pasa por encima de la autoridad, desestabiliza los muros que
dan seguridad, salta la autoridad del sacerdote y del príncipe y se
dirige directamente al pueblo. El profeta reinsufla oxígeno en la
comunidad. Pero desaparecido, el mismo es elevado sobre todos y se
instala una nueva ortodoxia en su nombre.
Por ello hay una
eterna desilusión y un eterno comenzar y recomenzar: esperaban la
tierra prometida, llegaron los reyes; esperaban el Reino, vino la
Iglesia: esperaban la Umma, aparecieron los califas. El tiempo más
corto gana al tiempo más largo, es decir, la política acaba tapando
los agujeros en el muro de la comunidad.
Existe el principio de
no completitud, ningún conjunto puede cerrar sólo con los elementos
que lo forman. Si hay “un adentro” ha de haber “un afuera” y
un “por encima”. Para los estoicos fue la razón universal, si en
Atenas no se entraba en la reunión del consejo sin haber sacrificado
una ternera, en el Senado norteamericano se empieza por una oración.
Quitemos lo sagrado y la ciudad se viene abajo. Lo maravilloso es
cemento y lo útil separa.
De ahí las
contradicciones de pensar una religión natural que ni existe ni
existirá, si hay religión hay encierro, están los que no pertenecen,
no hay unión interna sin separación con el exterior, es incoherente
pretenderlo. Enseñar lo que une y no lo que separa es enseñar la
mitad de la historia. Y la eliminación de la religión no elimina lo
sagrado, lo mismo que la erradicación de los ejércitos no acabará
con la violencia.
La crítica de la
religión desde Jenófanes es un paso obligado en la emancipación.
El problema es que para que “suba” la masa humana el mito es
realista y la razón idealista, pues ¿qué sentimiento de
pertenencia y de ayuda colectiva nos han dejado Lucrecio, Espinosa y
los demás filósofos? Cada vez que una escuela de pensamiento quiso
engendrar un mundo común acabó en secta. ¿No habrá que aprender
de las religiones cómo hacer para transformar la dispersión atómica
de los hombres en moléculas sociales? ¿hará falta un gramo de
espíritu santo para llegar a ser cuerpo?
Para sobreponernos
a las objeciones existencial e intelectual que se oponen al hecho de
inspirarse en la religión a la hora de “formar” colectividad,
está el recurso a la capacidad simbólica. La religión no es sólo
un asunto social, pero tampoco lo social es mero social. Símbolo es
todo lo que representa otra cosa, nuestra especie homo sapiens halla correspondencias entre lo
visible y lo invisible. En cuanto se narra y fabula un hecho
cualquiera aparece lo otro que no está pero que podría estar. Ese
otro es un “ser de palabra”, puede ser un ancestro animal, un
mana, un dios, un orden cósmico, una fuerza, un principio como
Justicia, República, Libertad o un mito como la Clase, la Raza, el
Pueblo. El animal que sabe que va a morir inventa y se agarra a
entidades inmortales. Todas esas entidades irreales que pensamos no
existen más que en nuestro cerebro hacen la vida más soportable e
incluso “digna de ser vivida” y hasta sacrificada.
Ya dijo Valéry en
célebre frase: “¿Qué seríamos sin la ayuda de lo que no existe?
Los mitos son el alma de nuestras acciones y nuestros amores. No
podemos actuar sino es moviéndonos hacia un fantasma. No podemos
amar más que lo que creamos (del verbo crear).”
Si en las
sociedades agrarias se pensaba en una edad de oro previa que se había
perdido (Atlántida, Edén), los progresistas tendemos a pensar que
la plenitud está delante. En ambos casos nos falta el original.
El hombre,eterno exiliado, nunca en su lugar verdadero, siempre pre
algo o post algo.
La fe es el
conocimiento de lo que no se ve. No hace falta extenderse sobre los
males causados por esta propensión a lo ilusorio. El espíritu
humano es un cerebro pero dicho cerebro está organizado de tal modo
que no puede dejar de pensar en cosas que no son cosas. Interesante
cuesstión responder a la pregunta en qué momento apareció esta
locura en el homo, ¿quizás antes del sapiens? El hecho es
que no podemos renunciar al sueño sin quedarnos sin pie.
La cultura presta
cualidades abstractas a lo caliente, lo frío ,lo salado y lo dulce.
Inventa un sistema de parentesco, no basta un óvulo y un
espermatozoide para hacer un hombre: también son precisas prohibiciones, leyes, mitos,
resumiendo, no hay ser humano sin fantasía. También un territorio
de caza está lleno de relatos y de sueños, tiene un centro
ceremonial, una periferia menos importante.
Al revés que en
las teorías científicas, los relatos míticos no caducan, toda
melodía religiosa toca una fibra concreta en nuestro interior. La
más irrazonable de las ilusiones es esperar que el hombre pueda un
día vivir sin ilusiones.
Tampoco quien
renuncia a los dioses escapa a lo simbólico. Y para curarnos de sus
excesos hemos inventado la ciencia que desde hace más de dos mil
años contribuye a aumentar nuestra libertad frente a ese tropismo
natural que nos arranca de lo efectivo y actual. También la laicidad
desde hace dos siglos casi, donde la hay, salvaguarda un área de
neutralidad frente los símbolos imaginarios y sus efectos
devastadores sobre la libertad de conciencia y la convivencia de los
creyentes en diferentes dioses.
Pero no hay que
llamarse a engaño, el desencantamiento de una parte del mundo, hoy
le ha tocado a la política, suscita el reencantamiento de otra parte
que puede ser la cultura y sus creadores o el arte y los artistas. El
acto de trascender la realidad material es un movimiento
involuntario, espontáneo. Dar sustancia a ese Otro que nos sobrepasa
es inclinación natural de quien se da cuenta de que la bóveda
celeste le hace sentirse perdido. El hombre de siempre miró hacia lo
alto, dijo Ovidio, pero de ahí a concluir que Uno nos observa hay un
paso, diferente para el místico y para quien asume la condición
simbólica del hombre con mayor sobriedad.
Que el hombre sobrepasa
infinitamente al hombre es una constatación de sentido común
comprobable cuando un creyente o un ateo ponen un ramo de flores
sobre una tumba. A partir de ahí quienes piensan que hay un Ser
divino se diferencian de quienes piensan que ese Ser divino no es más
que una astucia de la vida que nos salva de la melancolía. La
especie humana ha construido el Sentido, sin especie humana no hay
sentido. En el primer caso el hombre habita lo sagrado, en el segundo
lo sagrado habita en nosotros y por nosotros. Yavé ha ayudado al
pueblo Judío durante 3000 años a sobrevivir porque el pueblo Judío
no ha cesado de acordarse y ser el guardián de lo recordado. Sin el
ser humano, antes y después de él, la tierra será o fue sólo una
planeta con agua, piedras, nubes.
Lo trascendente es
propio de cualquier grupo con vocación de durar. La laicización de
la sociedad no nos lleva al dominio de la inmanencia. Lo imposible
real, la esperanza en algo mejor, la simbolización de lo sensible
ahonda la brecha entre los dos niveles de realidad que ya
distinguiera Platón:mundo sensible, cielo de las Ideas. Hay variedad en la relación y distancia
establecida entre ambos niveles, en Africa, India, China no hay
solución de continuidad entre ambos. En Occidente hubo separación
suficiente en determinado momento histórico como para merecer un
saber profano sobre el cielo. Tierra y cielo, hecho y valor. Los clérigos
y chamanes son los intercesores especializados, algunos realizan
viajes entre ambos mundos, y el comisario político del comunismo
soviético mediante sus discursos se encargaba de ligar la sociedad
burocrática y llena de delatores a la sociedad sin clases del
mañana.
Todo tipo de
terapeutas y curanderos, también la inmensa diversidad de “psi”,
se basan en la creencia de que las cosas no son lo que deberían ser
y que hay un camino para llegar a la altura conveniente. La curación
supone un recorrido interior, “Yo soy el Camino, la Verdad y la
Vida”, en hebreo la halaka designa la marcha, el camino marcado por
la Torá. Y dado que el cumplimiento y satisfacción exige un tiempo
futuro tenemos el edificio simbólico con varios pisos:
-el individual
o espiritual, hoy tan de moda frente a lo religioso,
-el comunitario o
religioso,
-lo sagrado o
social,
-la creencia o
general.
Lo
espiritual tiene buena fama, ser espiritual es independiente,
autónomo, auténtico, personal. Le falta la dimensión solidaria de
las comuniones. En Occidente hemos prescindido de la parte violenta,
guerrera y comunitaria. Lo espiritual parece lo religioso sin sus
inconvenientes. LO espiritual en sentido terapéutico personal no
tiene que luchar ni enfrentarse a nadie más.
Las
religiones son a lo espiritual lo que los estilos a la gramática o
las novelas a la imaginación, una encarnación. La religión da
figura concreta a la sed de algo más, los cultos instituidos
encarnan el sueño y por eso han servido de crisol identitario
siempre unos frente a otros, cristianos frente a judíos por ejemplo.
Vestimentas, ayunos, oraciones, ritos constituyen signos de
reconocimiento mutuo más allá de las fronteras. No es una opción
sino que se nace en ella. Una religión conlleva una herencia que
pasa de generación en generación.
Lo
sagrado, donde hay una comunidad, hay algo que está por encima de todos.
Donde no, no queda más que avidez, deseos enfrentados, celos,
intereses. Si existe la invariante de la sacralización, existe lo
contingente puesto que para cada grupo humano es sagrado algo
diverso, cada comunidad constituye lo sagrado según sus carencias y
urgencias. Las religiones no tienen el monopolio de lo sagrado. Dios
no está en Auschwitz, pero el lugar es sagrado. Tampoco se excluyen
sacralidad y laicidad, en nuestras sociedades en las que las iglesias
pierden fuelle surgen otras sacralidades: quien se burle de los
derechos humanos o de la Shoah o ponga en cuestión la igualdad varón
mujer o heterosexual y homosexual, cae en lo escandaloso. La
democracia es sagrada hasta que la humanidad encuentre otro tabú. En
todos los países se observa que agotado un depósito de fe aparecen
sustitutos.
Todos
los humanos son creyentes desde el momento en que actúan
anticipándose al futuro. Creencia es convicción moral, práctica y
personal que no se argumenta. El hombre no muere más que por estas
improbablidades. Por irracional que parezca a los cultivadores de la
razón, los momentos cruciales de la existencia personal y las
revoluciones que rehacen el mundo reposan sobre una especie de
delirio. Todas las creencias producen sus testimonios y
acreditaciones, cada cultura valida sus propios delirios. Sin olvidar
que determinados lugares no tiene sentido la expresión “yo creo en
Dios”, por ejemplo entre los aborígenes australianos, ya que el yo
distinto del nosotros y sus representaciones tribales no tiene
sentido. Y tampoco lo tiene un Dios Otro y lejano del aquí y ahora.
La creencia existe si se opone al saber, y los redactores de la
Biblia ignoraban la palabra creer. La creencia frente al saber tiene
las de perder, le faltan pruebas. Pero frente a la acción gana la
creencia al saber, porque creer lleva a luchar, a amar, a buscar lo que se
perdió. La debilidad de la creencia es fuerza vital. Si es
equivocado creer, es equivocado existir y puede que sea ese el
caso. Si el sujeto cognoscente es un yo en singular el sujeto creyente
es un nosotros, se cree todos juntos, y ese nosotros cree en función
de promesas, vestigios, supuestos. Creencia está asociado a crédito,
apuesto por lo desconocido, espero que se me devolverá, prometo,
anticipo.
No somos
el mismo cuando creemos que cuando pensamos, hay un tiempo para cada
cosa y no tiene sentido enfrentar el “yo pienso” al “yo creo”.
La duda metódica de hoy no niega el entusiasmo de mañana. La Razón
de comunión tiene sus razones que la razón individual rechaza. El
acto de conocimiento permite grandes progresos y el acto de fe
grandes acciones.
Las
doctrinas religiosas aparecen como aparatos para sublimar, canalizar
y domar nuestra pulsión natural a la credulidad. Sectas,
espiritismo, astrología, platillos volantes florecen salvajemente
cuando pierde pie la institución que domesticaba la credulidad.
En
resumen, donde hay seres humanos unidos en comunidad de destino y
valores encontramos una estructura de comunión colgando de una “gran
ausencia”. Un valor trascendente no es un adorno prescindible, sino
una armadura de lo común.
No por
tener un lado espiritual estamos condenados a una obediencia
confesional, pero tampoco por ateos nos podemos considerar
increyentes. Una humanidad sin lo irreal sería una humanidad sin
comuniones. Si el individuo es finito nada de lo humano lo es.
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