El pesimismo antropológico es el
fundamento del realismo político de Nicolás Maquiavelo. Sus ideas acerca de los
principios que deben guiar las acciones del príncipe proceden de la consideración
negativa de la naturaleza humana. La propensión humana hacia el mal debe
tenerla el príncipe siempre presente, y su acción política debe tener como
objeto minimizar sus consecuencias sociales.
La tesis esencial de su pensamiento político,
que tan mala fama le ha dado, esto es, que cualquier medio, por
inmoral que resulte, es políticamente válido siempre que sea eficaz para
conseguir y mantener del poder, el cual debe orientarse hacia el buen común, está
determinada en gran parte por la idea de la natural disposición del hombre a
hacer el mal y por el propósito de evitar sus consecuencias negativas para la
sociedad.
La obra teórica de Maquiavelo es instrumento de acción política, como demuestran sus obras más conocidas, El príncipe y Discursos sobre la primera década de Tito Livio. En ellas describe y explica los fenómenos políticos y el comportamiento de sus actores para después realizar valoraciones que sirvan de pauta para la acción política. Esto último es muy claro en El príncipe (1513), obra de circunstancias que Maquiavelo escribe obligado por los acontecimientos políticos y militares de Italia. Se trata de un manifiesto nacional de urgencia cuyo fin es provocar la acción de los italianos contra la invasión extranjera, como deja patente el título de su último capítulo, Exhortación a librar a Italia de los bárbaros.
La obra teórica de Maquiavelo es instrumento de acción política, como demuestran sus obras más conocidas, El príncipe y Discursos sobre la primera década de Tito Livio. En ellas describe y explica los fenómenos políticos y el comportamiento de sus actores para después realizar valoraciones que sirvan de pauta para la acción política. Esto último es muy claro en El príncipe (1513), obra de circunstancias que Maquiavelo escribe obligado por los acontecimientos políticos y militares de Italia. Se trata de un manifiesto nacional de urgencia cuyo fin es provocar la acción de los italianos contra la invasión extranjera, como deja patente el título de su último capítulo, Exhortación a librar a Italia de los bárbaros.
La reflexión política carece de sentido
para Maquiavelo si no tiene como finalidad hacer frente a las necesidades
políticas del momento, que en el ámbito del florentino estaban entonces determinadas
por una situación caracterizada por las luchas internas de la República de
Florencia, las luchas entre los estados italianos y la lucha de los estados
hegemónicos europeos (Francia y España) en el ámbito italiano. Y es
precisamente porque la reflexión política pretende ser eficaz por lo que debe
ser realista, es decir, basarse en la experiencia histórica y en los hechos tal
como se nos presentan. Maquiavelo es consciente del peligro que corre un
príncipe que fundamenta su acción política en lo que debería ser y no en lo que
efectivamente es:
Siendo
mi propósito escribir algo útil para quien lo lea me ha parecido más
conveniente ir directamente a la verdad real de la cosa que a la representación
imaginaria de la misma. Muchos se han imaginado repúblicas y principados que
nadie ha visto jamás ni se ha sabido que existieran realmente; porque hay tanta
distancia de cómo se vive a cómo se debería vivir, que quien deja a un lado lo
que se hace por lo que se debería hacer, aprende antes su ruina que su
preservación (…) Por todo ello es necesario a un príncipe, si se quiere
mantener, que aprenda a poder ser no bueno y a usar o no usar de esta capacidad
en función de la necesidad (El príncipe,
C. XV).
Este pasaje es clave porque nos
muestra la importancia que la concepción antropológica tiene en el pensamiento
político de Maquiavelo. Hay que huir de los planteamientos político-abstractos
y teológico-metafísicos de la tradición grecolatina y cristiana, en la que
política y moral (desde Sócrates por lo menos) van indisolublemente unidas.
Maquiavelo se basa en el conocimiento de la naturaleza humana que la
experiencia y la historia le otorgan. Y sobre ésta no cabe hacerse muchas
ilusiones: esa naturaleza es mala y el príncipe que pretenda comportarse como
bueno entre tantos que no lo son ira derecho a sus ruina. En política la
actitud prudente nace de la desconfianza basada en la conciencia de la
naturaleza malvada del hombre y de que ésta se manifiesta en cuanto la ocasión
es propicia. En los Discursos
encontramos el mismo planteamiento:
Como
demuestran todos los que han meditado sobre la vida política y los ejemplos de
que está llena la historia, es necesario que quien dispone una república y
ordena sus leyes presuponga que todos los hombres son malos, y que pondrían en
práctica sus perversas ideas siempre que se les presente la ocasión de hacerlo
libremente (Discursos I, 3).
Aceptar esta realidad, indiscutible
para Maquiavelo, será el punto de partida de toda acción política y legisladora
en aras, no sólo del mantenimiento el poder político, sino de cualquier tipo de
organización social que permita la convivencia humana. Maquiavelo pretende el
bien de la república, lo que sucede es que, debido a la natural maldad humana,
sólo un príncipe fuerte que la tenga en cuenta y obre en consecuencia podrá
garantizar el bien común. Es decir, que el príncipe actúe al margen de la moral
puede redundar en favor de la comunidad. Esto era muy difícil de aceptar y
Maquiavelo se aseguró una legión de críticos y que su nombre pasara a la
posteridad para adjetivar a aquellos que se conducen por el principio “el fin
justifica los medios” (lo que, por cierto, Maquiavelo nunca dijo).
Maquiavelo cree que no se puede
hablar de la naturaleza humana sin considerar cómo la determinan las pasiones
humanas. El análisis del componente pasional del hombre fundan es esencial para
el florentino. Los griegos siempre tuvieron en cuenta la fuerza de las pasiones
humanas como fuente de desequilibrio y conflictividad, y resolvieron que la conflictividad
social siempre venía acompañada por el sometimiento de la razón por las
pasiones. Platón, Aristóteles y los estoicos dieron buenas muestras de esta
manera de pensar. Más tarde, en esa misma línea, Erasmo de Rotterdam, con su
“Elogio de la locura” (un elogio de la mesura) describe cómo el poder de las
pasiones perjudica al hombre y a la sociedad.
Se ha señalado la importancia que las
pasiones juegan en la reflexión política de Maquiavelo. Términos como
“pasiones”, “ánimo”, “deseo”, “voluntad”, “apetito”, “humores” o “ambición” son
de los más usados por el florentino, y, entre ellos, el más utilizado, “ambición”, la pasión
más poderosa, según Maquiavelo, aquella cuya satisfacción induce a los hombres
a hacer el mal y que constituye en política el impulso básico de los seres
humanos. Ambición de riqueza y, sobre todo, de poder y gloria, que llega a
determinar los objetos y fines de la política. Ambición, además, que es
producto de una contradicción esencial en la naturaleza humana entre los deseos
insaciables y sus posibilidades de realización efectiva. Ambición que obliga a
los hombres a ir siempre más allá de lo que la dura realidad les permite:
En
efecto; cuando los hombres no combaten por necesidad, combaten por ambición, la
cual es tan poderoso en el alma humana, que jamás la abandona (…) Causa de esto
es haber creado la naturaleza al hombre de tal suerte, que todo lo puede desear
y no todo conseguir; de modo que, siendo mayor el deseo que los medios de
lograrlo, lo poseído ni detiene el ánimo, ni detiene las aspiraciones (Discursos, I, 37).
Asimismo son los hombres arrogantes e
inconsistentes y, en general, indignos de confianza. Son, en general,
“ingratos, volubles, falsos, cobardes y codiciosos [y suelen tener] menos
miramientos para perjudicar a quien se hace amar que a quien se hace temer” (El príncipe, C. XVII). Además, “a casi
todos los hombres satisfacen lo mismo las apariencias que la realidad, y muchas
veces les agitan más las primeras que las segundas” (Discursos, I, 25), lo que, unido a la ya indicada desconfianza que
el príncipe que quiera mantenerse en el poder debe tener hacia los hombres, obliga
al príncipe a ser simulador y desleal a la palabra dada. Maquiavelo, una vez
más, llevado por su pesimismo antropológico, aconseja escoger siempre el
comportamiento inmoral siempre que sea necesario. Aunque sea “loable que un
príncipe mantenga su palabra y viva con integridad y no con astucia”
el
vulgo siempre se deja llevar por la apariencia y el resultado final de las
cosas, y en el mundo no hay más que vulgo (…) un príncipe de nuestro días (…)
jamás predica otra cosa sino paz y lealtad, siendo total enemigo tanto de una como
de la otra (El príncipe, XVIII).
Es la identidad y uniformidad
esencial de la naturaleza humana la que permite comparar el presente con las
situaciones políticas de los tiempos pasados. La naturaleza humana es
inmutable; los hombres sufren y se ven zarandeados por las mismas pasiones
antes y ahora, “en todas las ciudades y todos los pueblos existen los mismos
deseos y los mismos humores, y así ha sido siempre” (Discursos, I, 39). Lo humano siempre presenta el mismo rostro, no
cabe esperar repúblicas utópicas, ni que desaparezcan la violencia, la
ambición, la imposición por la fuerza, las luchas civiles por el poder. Todo
ello es consecuencia de la constitución natural e inmutable del hombre, de las
pasiones que no pueden ser eliminadas, sino a lo sumo atemperadas y canalizadas
constructivamente para el ordenamiento político y social del Estado.
Inmutabilidad que no permite albergar ninguna esperanza respecto a la conquista
de la sociedad ideal, pero sí permite, en cambio, por su carácter histórico y
empírico, ser ejemplo de lo que se debe y no se debe hacer. Permite tal
uniformidad en la historia basada en la igualdad de la naturaleza humana, establecer
equivalencias y comparaciones de sucesos históricos diferentes, y esperar que
las mismas causas ocasionen los mismos efectos en tiempos y circunstancias
diferentes.
En paralelo a la consideración de la
historia como ejemplo de acción política, Maquiavelo reconoce la presencia en
la naturaleza humana de rasgos positivos, tales como la admiración ante la virtud
ajena, “pues, en opinión de todos los escritores, las virtudes se alaban y
admiran aun en los enemigos” (Discursos,
I, 58). Rasgo este especialmente útil para los príncipes, que deben “leer
historia, poniendo atención a las acciones de los hombre eminentes, viendo cómo
se condujeron en las guerras, examinando las causas de sus victorias y
derrotas, a fin de evitar éstas e imitar aquellas” (El príncipe, XIV).
Pero no sólo los hombres, también la
fortuna es voluble, caprichosa y cruel, pero sólo es relativamente
incontrolable, pues si lo fuera absolutamente toda acción humana sería
superflua, y ya hemos visto que la reflexión política de Maquiavelo está
orientada a la acción. Sería absurdo aceptar un fatalismo en el que no cupiera
remedio alguno contra la fortuna. Así que, a pesar del radical pesimismo
respecto a la naturaleza humana, algo podrá hacer el hombre para controlar su
natural predisposición al mal en orden al bien común. Aunque Maquiavelo afirma
la existencia de una tendencia natural a la maldad en el hombre que parece
impermeable al control de la razón, es eso, una tendencia, y no un hecho
insuperable e irreversible. No se nos impone a los hombres un fatal destino, y
el que tenga la virtud (prudencia y determinación) para aprovechar los picos de
la fortuna (la dificultad del asunto la ilustra el dicho “la ocasión la pintan calva”) puede escapar de la rueda
de la fatalidad y determinar, en parte, su destino.
La tarea del legislador es crear
mediante el orden político un cuerpo social que excluya las tendencias
asociales de los individuos, grupos y clases sociales. Y no sólo de generarlo,
sino de mantenerlo como sea, lo que redundará en el bien común y en la gloria
personal. La fuerza, la violencia, las acciones inmorales, el disimulo y el
cultivo de las apariencias generan y, sobre todo, mantienen el orden social en
el que todos se benefician. Es el bien común lo que debe prevalecer como
finalidad de la acción política, y sólo secundariamente -como efecto colateral,
podríamos decir- la gloria del gobernante. El objetivo de éste es el de
mantener a los ciudadanos como servidores del bien público y activos
participantes en las instituciones de la comunidad, sobre todo en la defensa
militar de la república.
Maquiavelo explica en los Discursos, con ejemplos históricos, cómo
un exceso de riqueza y poder del Estado convierten a los ciudadanos en ociosos,
hasta el extremo de dejar la defensa
militar en manos de mercenarios (en el caso concreto de Italia, sostiene en El príncipe que a este estado de cosas
se llegó después de la paz de Lodi, que ponía fin a una larga guerra entre las
ciudades-estado italianos). El círculo vicioso en el que se instalan los
estados:
estabilidad-expansión-conquista-paz-prosperidad-ocio-corrupción-disolución-lucha
por la existencia-estabilidad, sólo puede romperse gracias a la regeneración de
los ciudadanos mediante tres recursos que deben imponer los legisladores, como
describe en los Discursos, con cierto
regusto platónico, el poco platónico Maquiavelo: mantener a los ciudadanos en
cierta igualdad social que impida enriquecimientos y empobrecimientos
excesivos, imponer leyes e instituciones que estimulen el comportamiento
virtuoso en pro de la comunidad y que castiguen el individualismo, y mantener
vivos los viejos usos y costumbres como pegamento social. Respecto a esto último
la religión es muy útil. Para Maquiavelo, la religión tiene fundamentalmente
una función política. Por un lado, imponiendo y legitimando el comportamiento
del buen ciudadano, y por otro, por su carácter y capacidad para manipular al
pueblo en ocasiones extraordinarias, dada la tendencia de éste a dejarse llevar
por la retórica, el engaño, la hipocresía y las apariencias: “Y en verdad han
tenido que recurrir a un dios cuantos dieron leyes extraordinarias a un pueblo,
porque de otra suerte no hubieran sido aceptadas” (Discursos I, 10). Y todo esto, claro, en orden a la eficacia
política, y no a la moralidad. Vemos aquí también entrelazados pesimismo
antropológico y realismo político.
Maquiavelo elabora una teoría
política, o mejor, realiza consideraciones históricas que sirven como modelo para la
acción política, en coherencia con determinados supuestos antropológicos;
supuestos que le alejan de cualquier propuesta idealista o utópica.
Maquiavelo parte de la creencia en una esencial igualdad de la naturaleza humana y en que ésta propende al mal. La política no es otra cosa que el intento de
ordenar los efectos de la frágil e imperfecta naturaleza humana en su
convivencia en sociedad. Maquiavelo no pretende hacer un tratado sobre la
naturaleza humana, sino sólo descubrir un principio básico que determine la acción política. Así, la maldad innata al hombre, tesis antropológica, se
convierte en el fundamento de una teoría política.
José Javier Villalba Alameda.
Excelente resumen.Mil gracias
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