"La más humilde flor,
ten que huela azahar,
no sabe si adornará el ojal de novio,
la trenza de su reina,
o si servirá para despejar la inquietud de amor"
Ibsac Albator
En 1945, un campesino cerca de Luxor, en una gruta egipcia de Nag Hammadi descubrió una jarra de cerámica sellada, y dentro doce códices de papiro encuadernados en piel y los restos de un decimotercero: textos de los siglos III y IV, traducciones al copto de textos cristianos muy antiguos.
Son escrituras de los llamados Padres del Desierto, herederos de San Pacomio, el cual fundó monasterios ascéticos de mujeres y hombres de mediana edad entrelazados con otras comunidades iniciáticas alejandrinas. Entre estos manuscritos, se halla una traducción parcial al copto de la República de Platón. El descubrimiento de estos códices hace discutible la versión oficial de que el cristianismo considerado luego ortodoxo fuese anterior a su versión gnóstica, rechazada después como herejía por la Iglesia de Roma.
En las primitivas comunidades cristianas tuvo que haber pugna por el liderato y seguramente asociada al estatus de la mujer. No es imposible que Pedro y María Magdalena, íntima de Jesús, compitieran en un primer momento por el mismo:
"Simón Pedro les dijo [a los discípulos]: 'Que María nos deje, pues las mujeres no son dignas de la Vida'. Jesús dijo: 'Yo mismo la conduciré, con el fin de hacerla masculina, para que también ella pueda convertirse en un espíritu viviente, parecido a vosotros los varones. Porque toda mujer que se haga a sí misma masculina entrará en el Reino de los Cielos'" (Evangelio de Tomás, 51).
Aunque este texto no parece aceptar a la mujer como modelo cristiano, sino a cambio de que se asimile al hombre renunciando a su femineidad, o sea se masculinice, muchos de los textos gnósticos hablan de Dios como de un cuerpo bivalente, que abarca tanto elementos masculinos como femeninos. Y la tercera persona de la Trinidad cristiana, el Espíritu o Pneuma, es neutro en griego, lengua esta de los Evangelios primitivos.
En el Evangelio de Felipe, encuadernado en el mismo volumen de Nag Hammadi (II) que el de Tomás, se cuenta que Jesús amaba a su compañera María Magdalena más que a todos sus discípulos y que solía besarla en la boca, cosa que ofendía al resto. Entre los gnósticos valentinianos, a las mujeres se las consideraba en igualdad con los hombres. Y Marco el Mago (s. II), miembro eminente de la escuela valentiniana, las invitaba a celebrar misa y a profetizar, cosa que indignó a fanático Tertuliano, campeón de la misoginia eclesial. Ireneo cuenta cómo la maestra gnóstica Marcelina se desplazó a Roma bajo el pontificado del Papa Aniceto (s. II) para representar a su comunidad cristiana oriental (carpocraciana), la cual decía haber recibido enseñanzas secretas de María, Salomé y Marta.
Especialmente inédito y fresco resulta, en el Evangelio de Tomás, sobre todo por ser copia de una tradición oral muy temprana, el tratamiento de la mujer. Frente al patriarcalismo semita, cuya vena paulina ampliará hasta el absurdo Tertuliano, Jesús se muestra aquí favorable al papel que ha de desempeñar la mujer en la iglesia primitiva:
Jesús les dijo: "Cuando hagáis de los dos uno, y hagáis el interior como el exterior y el exterior como el interior y lo de arriba como lo de abajo, y cuando establezcáis el varón con la mujer como una sola unidad de tal modo que el hombre no sea masculino ni la mujer femenina, cuando establezcáis un ojo en el lugar de un ojo y una mano en el lugar de una mano y un pie en el lugar de un pie y una imagen en el lugar de una imagen, entonces entraréis en el Reino" (Evangelio de Tomás, 22).
Bibliografía
Elaine Pagels. Los evangelios gnósticos, Barcelona 1982.
Interesante tu blog autentico profundamente intelectual para leerlo
ResponderEliminargracias por compartir
Muchas gracias, RECOMENZAR. Estos comentarios nos animan.
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