sábado, 9 de julio de 2016

YVES BONNEFOY: LA POESÍA Y SU SOMBRA

  LA POESÍA Y SU SOMBRA (Una meditación en torno a la obra de Yves Bonnefoy)

                                                                                                                             Miguel Florian
                                                                                                                         
“La parole est pleine de cendres”i se lee en Une pierre, poema perteneciente a Vie errante (1993). Esas cenizas, tal vez puedan explicar el que la lectura de la obra de Yves Bonnefoy (1923-2016) nos deje un eco remoto, brumoso, inasible. Esas palabras creemos haberlas escuchado antes, en un tiempo y un lugar imprecisos. Lo mismo que al recorrer por vez primera las calles de una ciudad, nos sobrecoge a veces el estupor, la improbable sospecha de haber estado allí antes; su voz despierta en nuestra alma otra voz, y nos reconocemos turbiamente en su eco. Sí, en alguna ocasión -¿quizá en la entraña del sueño?- fuimos mecidos en un mar de similares voces. Como un murmullo que en el fondo de la noche desvela un alma fatigada, y recupera el un perfume lejano perdido, así, su palabra fascina.
En la cadena de las voces, la de Yves Bonnefoy parece enlazarse con formas primigenias (protopalabras) que bullen desprendiendo un aroma a heno y a tierra humedecida; allí, en el crisol donde se generan los seres. Por todo ello, su poesía se encuentra transida de una enorme capacidad desveladora, pues que, en verdad, desnuda algo que se hallaba velado, cubierto por la pátina del devenir. Palabra esclarecedora, que derrama su chorro de luz sobre una superficie cubierta por el olvido. No estamos ante la palabra descriptiva, el nombre que nada más enuncia lo que se muestra, sino que consigue que los seres graviten –en su reverberación- hacia lo que tras ellos subyace. De esta manera, la poesía recupera su vocación de guía para alumbrar al alma a través del dédalo del acontecer. Más que palabra en el tiempo (si por él hemos de entender este horizontal de nuestra existencia cotidiana) es palabra que alcanza a suspenderse entre lo temporal y lo atemporal.


La obra de Bonnefoy es heredera del simbolismo mallarmeano; pero en ella es reconocible, asimismo, el influjo del formalismo surrealista. Con escritores como Jouve, Emmanuel o Menard, comparte una común sensibilidad hacia lo trascendente. Su poesía ha sido tachada en ocasiones de hermética. Las más de las veces estas opiniones suelen proceder de aquellos para quienes todo arte debe supeditarse a una preceptiva que por su comodidad, adecue fielmente lo nuevo a lo manido. Se rehuye así lo desacostumbrado y, por ende, todo se torna oscuridad. Sin embargo, no hemos de pedirle a la poesía que se conforme a una función muelle y doméstica, útil quizás para disimular el tedio; es cometido suyo invitarnos a salir de casa y guiarnos en la intemperie. Es buena esta ocasión para recordar aquella llamada baudelairiana ‘hacia lo desconocido, para encontrar lo nuevo’. No hemos de ocultar que esta tarea comporta determinado riesgo, pues fácilmente puede encubrir inanidad; pero, en definitiva, todo depende –recordando a Nietzsche- de la capacidad de verdad que cada espíritu sea capaz de albergar.

“La verdadera poesía, la que es inicio, la que reanima, nace en lo más cercano a la muerte”; puesto que la Poesía como la Filosofía –tal como Platón la entendió en el Fedón- es un quehacer que se asienta en la contingencia. El reconocimiento de la fragilidad humana, de su existir precario es, en definitiva, lo que el lenguaje debe confirmar. Pero, reconoce Bonnefoy, “la poesía no es filosofía” ya que “la operación poética se apoya sobre presencias, no sobre esencias”ii. Esta observación es en parte cierta, pues tampoco podemos olvidar que el ámbito de las presencias remite al de las esencias. Y es a la poesía a la que corresponde mostrar dicha mediación. Lo que en la filosofía, así como en la ciencia, denuncia Bonnefoy es el hecho de que sólo atiendan a una realidad de espectros (esencias), en donde lo inmediato, lo que aparece, queda desleído, exangüe y, en definitiva, falsificado. Este es el error que se origina en el platonismo, y del que es deudora la metafísica posterior. En esto, y no en otra cosa, consiste el onirismo que Bonnefoy halla en el pensamiento abstracto: que nos muestra un universo descarnado. La filosofía, afianzada en el concepto, elevó la mirada (theoria) tan lejos de lo inmediato que terminó por obviado. Por ello, es buena ocasión para que la poesía se sitúe en lo que podríamos llamar un horizonte preplatónico, previo a la escisión conceptual, y abolir así la dualidad: “la poesía fue el acto mismo donde en el curso de los siglos se rescataron las certidumbres en los vértigos, la unidad en el seno de lo múltiple (La presencia y la imagen)”. Aunque no podamos sustraernos a usar la palabra -la imagen, el concepto- no por ello hemos de olvidar su naturaleza instrumental, consistente en asumir lo concreto, y no diluirlo. En todo signo -si no vamos más allá de él- habita el engaño, ya que tiende a imponer la tiranía de lo abstracto. Y es así como acabamos por someternos a la idolatría de las imágenes. Éste seria el mayor pecado del artista, preferir el sueño a la vigilia, la sombra a la luz, y emular la obra oscura del Demiurgo tendente a multiplicar los fantasmas. Formalmente, a la poesía también le corresponde una labor de vigilancia frente a la proclividad natural de las palabras a petrificarseiii.

De esta manera, la muerte no debe ser entendida únicamente, como negación, pues que la vida se edifica desde ella. El hombre, cuando no procura el engaño, debe reconocer qué suelo pisa: si es que pretende sostenerse sobre él. La poesía no puede, por menos, que emerger de este reconocimiento de la finitud: “Te he visto romperte y gozar de estar muerta”, leemos en Del movimiento y la inmovilidad de Douve. Es desde la caducidad, desde la radical indefensión de su ser, de donde el corazón humano se nutre para atisbar en lo próximo su tensión hacia lo lejano, “lo que tengo en mis manos quizá no sea más que sombra, / aprende a ver en ella una cara inmortal”.

La palabra poética es símbolo, pues que unifica lo que se encuentra acá con lo que está allá, este país con el “transpaís” (L’arriére-pays). No desdobla, sino que fusiona lo real y lo soñado, la esencia con la apariencia. A través de este verbo redimido es que se puede “alcanzar dentro de nosotros algo más que nosotros (El artista del último día)”.

Si al menos en cierta medida Bonnefoy rechaza la impostura platónica, no ocurre otro tanto con el pensamiento de Plotino, Lo mismo que para este pensador (de tan enorme influencia en la génesis del misticismo cristiano) al arte le compete sobrepasar lo aparente y conseguir que “las imágenes ya no sean engañosas representaciones de las ideas, sino emisoras de éstas”iv. Es así que se pueda hablar -como opina Jean Starobinskiv - de un proyecto ontológico en la obra bonnefoyana, pues que tanto en su obra lírica como en la ensayística, existe una permanente búsqueda del Ser, de lo Uno que subyace a la multiplicidad de los entes; y que se muestra, no mediante la razón especulativa (“el miedo a la muerte es el secreto del concepto”, podemos leer en Lo improbable), sino de la razón mítica que, mediante la Imagen, nos lleva a reconocer en lo mutable su comunión con lo imperecedero: “la imagen es un dardo que surca en dirección al transpaís (El artista del último día)”.

La belleza de los seres sensibles, le hace sentirse al alma arrebatada hacia otro reino donde los fragmentos se concilian bajo una luz armonizadora. En lo hondo del espíritu parece encerrarse un profundo misterio, la nostalgia inefable que nos descubre como desterrados, y sólo “basta con que algo nos conmueva (...) para que el ser se separe, así como su luz, y nos haga sentir exiliados (El transpaís)”.

La obra de Bonnefoy se entronca, por todo lo que llevamos dicho, con la tradición órfica -y gnóstica- para la que el hombre esconde bajo el disfraz de su cuerpo un alma eterna que pugna, mediante la reflexión y la pureza, por remontarse hasta el fuego atemporal de donde se desprendió. Pero, sin embargo, para Bonnefoy esta vuelta ha de realizarse desde la experiencia del cuerpo -desde el alma encarnada.

Si, debido a su naturaleza, la palabra surge mediante un proceso de desrealización, habrá de ser ella misma, sometida ahora a la crisolización simbólica la que, superando su inicial carencia, se reintegre aquello mismo que escindió. Esta palabra -hecha carne- recuperará su patria perdida. La labor poética es una tarea de intensidad. La palabra auténtica, la palabra desveladora, se reconoce por la fuerza del espíritu que la forjó, “basta sólo con mirar y escuchar intensamente para que lo absoluto se declare (El transpaís)”. Dos mundos se reconcilian, dos mundos que siempre fueron uno, por eso “no importa cuál es el verdadero (El engaño del umbral)”.

El verso de Bonnefoy parece ya proceder de la otra orilla, como una voz que encontró su pantalla en lo infinito, y se nos la devuelve transmutada. Rumor semejante escuchamos en otras aguas -pienso ahora en J.V. Foix, en Seferis, en Juan Ramón-. Palabra que se enciende en sus márgenes, y reverbera, y deja entrever el horizonte curvado del Ser. Sobre ella siempre penderá el riesgo de la mentira, que le hace convertirse en piedra, opaca materia que se resiste a la claridad. Palabra falsa entonces, siniestra sacerdotisa de la sombra. Caer de bruces ante los ídolos, esa es la permanente tentación que acecha al alma. La palabra debe evitar dicha inercia, traspasar el umbral, y asomarse a otro mundo. “El acto creador -leemos en Homenaje a Jorge Luis Borges- no es escribir. Es darle nombre a la cosa, y escuchar resonar en él, indefinidamente, el misterio del ser”.



Miguel Florián, publicado en CUADERNOS DEL SUR (Diario de Córdoba). Córdoba, 13.06.1991.


i La palabra está llena de ceniza
ii en La emoción postergada, Quimera, nº 34.
iii “La poesía es la renovación del lenguaje”. Quimera, nº 34
iv Fernando Castro, Fe, figura y visión en Yves Bonnefoy. Syntaxis, nº 14.

v Jean Starobinski, La poèsie, entre deux mondes. En Poèmes de Y. Bonnefoy.

3 comentarios:

  1. María Zambrano soñó con la restitución de la presencia (poesía) a la esencia (filosofía). Y es que, a veces, el bosque nos impide ver los árboles. Cuando se habla mal de Platón yo insisto en que suele tomarse por "Platón" lo que no es sino una interpretación dualista, gnóstica, cristiana de su gradualismo. Nunca negó Platón que el mundo sensible fuese real. Incluso sus virtuales simulacros lo son. Sólo que de otro modo a como son reales los números o las ideas.
    Me atrae está apertura al misterio, este conjurar la muerte por la palabra, está metafísica poética (todas lo son). Así que habrá que leer a Bonnefoy y habrá que hablar de él.

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    1. Muchas gracias Encarna, muy buen post.

      Bonnefoy fue un gran poeta, y como todos los auténticos poetas, sabía que la palabra se abre a "mundos" cuyo status ontológico no se deja reducir a las categorías que habitualmente manejan los filósofos. Sean o no justas sus apreciaciones sobre Platón y el neoplatonismo, entiendo que lo que el poeta intentaba era preservar esa particular "ontología" de lo poético.

      Leer a Bonnefoy, como a otros poetas, es caminar en el filo de navaja de la palabra. Un filo corta...

      No por nada ese estupendo libro que mencionas en tu post, Del movimiento y de la inmovilidad de Douve, comienza con una significativa cita de Hegel:

      "Pero la vida del espíritu no se espanta de la muerte ni se mantiene incontaminada de ella. Es la vida que le da soporte y en ella se mantiene"

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    2. Muchas gracias por tu comentario, Máximo, pero el mérito es del poeta y también filósofo Miguel Florián, en cuyo nombre he publicado el texto. Yo soy solo la portavoz. Excelentes tus reflexiones, como también las de José Biedma. En el siglo XVI el poeta cortesano inglés Philip Sidney defendió la preeminencia de la poesía sobre la filosofía como forma de conocimiento. Yo no me atrevería a tanto, pero sí a aceptar la complementariedad de esta forma de captar y expresar geniales intuiciones sobre el mundo, de la que puede aprenderse mucho. un placer coincidir con ambos de nuevo en este foro.

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