jueves, 17 de enero de 2013

UNAS NOTAS SOBRE TERRY EAGLETON

Luis Roca Jusmet



 En su monumental y al mismo tiempo fresca obra Los extranjeros. Por una ética de la solidaridad están expuestos todos los matices que le merecen estos pensadores. Hay toda un crítica radical al planteamiento ético-político de Jacques Derrida, pero dice de él que es uno de los grandes filósofos del siglo XX. Se ríe de Žižek llamándole el "representante de Lacan en la Tierra",  pero en el prefacio le agradece sus comentarios y en el libro desarrolla una reflexión muy interesante sobre varias de sus posiciones teóricas. Aunque todo esto es anecdótico en este gran libro, que plantea desde una óptica muy original las principales problemáticas actuales de la ética y de su relación con la política. Esta óptica es nada menos que las teorías éticas actuales pueden asignarse a los tres registros formulados por Lacan: imaginario, lo simbólico y lo real. Aquí hay que precisar que lo real para Lacan es lo que está más allá de lo imaginario y lo simbólico, es decir de lo que podemos representa o formular.
Concluye además de forma bastante provocativa que la mejor opción surge de un encuentro entre la tradición socialista y la judeocristiana. La crítica más radical es a lo que Eagleton llama el postmodernismo despolitizado y a la repulsión de lo normativo en la moral (o ética, que en el libro es sinónimo). Igualmente al rechazo a  lo bueno y a lo justo entendidos en una dimensión universal. 

 
Terry Eagleton considera que la ética imaginaria es la que se basa en la sensibilidad, como sobre todo la filosofía anglosajona del siglo XVII y XIX; la ética simbólica basada en las normas universales (Kant sería el paradigma) y la ética real de tipo trágico y absoluto (como la de Levinas, Derrida, Badiou). Como para el mismo Lacan lo real es lo más importante y a lo que Eagleton dedica más tiempo (quizás en algún momentos excesiva). Aquí hay una crítica muy interesante al elitismo que se desprende tanto de Kierkegaard como de Schopenhauer y de Nietzsche. Elitismo que atraviesa todas estas éticas que llama "de lo real" y que alcanzan a posturas izquierdistas como las de Alain Badiou. Es una lástima que no recoja aquí Eagleton las aportaciones de Jacques Rancière (del que podría hablar porque forma parte de los pensadores franceses ex-althusserianos) en lo que éste llama "el nuevo odio a la democracia". Hay momentos especialmente brillantes como la comparación de los tres registros con los tres estadios de Kierkegaard (el estético, el ético y el religioso) y constantes referencias a los clásicos de la literatura inglesa, especialmente a Shakespeare. La excelente mezcla de pensamiento propio, rigor y claridad hace que la lectura de Terry Eagleton sea, aunque no siempre fácil, un auténtico placer intelectual. El libro tiene elementos muy sugerentes, además, para una sociología de la filosofía.
Los temas están perfectamente centrados y tratados de forma crítica. El papel de los sentimientos y de la razón en la teoría ética; la necesidad del aspecto normativo en un sistema moral; el papel imprescindible de las instituciones en una política de raíces éticas; el equilibrio entre lo singular y lo universal... Con matices pero cogiendo el toro por los cuernos Eagleton se posiciona sin ambigüedades pero sin dogmatismos dando un valioso material para el pensar propio del lector.
Resulta impresionante la manera como Eagleton reivindica la tradición judeocristiana en tiempos tan difíciles para hacerlo y sobre la base de su núcleo duro, no de diluirlo en un humanismo blando donde todos los gatos son pardos. En este sentido podemos alinearlo con Alain Badiou en su reivindicación de San Pablo o con Žižek cuando nos explica que lo que podemos recuperar del legado cristiano es su aspecto traumático. La reivindicación del amor es en este sentido fundamental, sobre todo en la contraposición al deseo. Aquí sí que critica certeramente toda la mitología levantada por los postestructuralistas franceses, empezando por Lacan. Lo que importa en el amor es que sólo desde él es de donde se puede generar una ética altruista y solidaria. Aquí Eagleton ataca otro prejuicio establecido por Lacan y sus seguidores en la idea, heredada de los moralistas franceses del siglo XVIII, de que el altruismo es una forma de egoísmo (paralelamente a la concepción del amor como una forma de narcisismo). No es cierto, dice Eagleton con firmeza, ni una cosa ni la otra. El amor es desprendimiento, es salir de uno mismo para acoger al otro y el que encuentra satisfacción en lo que hace desde el amor recibe este sentimiento de manera secundaria, no como motivación. El altruismo es renunciar a lo que nos proporciona un placer para apoyar, para ayudar al otro, cuestión muy diferente del egoísta que sólo actúa en función de lo que le proporciona una satisfacción. Y resulta también muy válida la manera como Terry Eagleton elimina el falso dilema (presente en Kant) entre egoísmo y altruismo. Amarás al prójimo como a ti mismo, decía Jesús, lo cual implica que el amor a uno mismo es tan importante como el amor a los otros. Hay aquí una concepción del cristianismo totalmente contrapuesta a la que presenta Nietzsche, ya que hay amor a la vida y negación del sufrimiento. Es en la concepción trágica y no en la cristiana donde hay una cierta apología del dolor. El dolor y el sacrificio para el cristianismo, dice Eagleton, no tienen ningún valor en sí mismos pero debemos aceptarlos cuando son inevitables. Es interesante también el planteamiento de la responsabilidad, que no puede ser ni infinita ni absoluta. La responsabilidad con los otros, dice Eagleton, es finita y limitada, no es con todo el mundo ( lo cual nos llevaría al absurdo de lo imposible) sino con la personas o personas concretas que en cada momento ocupan el lugar del prójimo. 
 
 El bien, lo útil, la virtud, la felicidad son conceptos demasiado prosaicos que algunos espíritus que se pretenden excelsos, pero es, dice Eagleton, lo que hay que reivindicar para todos, para una buena vida. Hemos de olvidarnos de toda la corriente moderna, originada en personajes como Baudelaire, que la transgresión, el exceso, lo marginal y lo maldito son las únicas vías para salir de la mediocridad del mundo burgués. Es en lo ordinario y en lo cotidiano donde encontramos lo importante; no en lo excepcional, el acontecimiento o en lo especial. La revolución, cuando es necesaria, hay que hacerla pero para volver a una nueva concepción de lo ordinario, no para mitificarla en términos románticos. Nos recuerda también que es la tradición judeocristiana la que defiende lo común, frente al carácter aristocrático de los relatos homéricos.
Es fundamental la defensa del equilibrio entre los aspectos imaginario, simbólico y real en la ética. Asumir la fluidez de lo imaginario, de lo sentimental, son necesarias la disciplina y la mediación de lo simbólico y también las discontinuidades de lo real. Reivindica el legado aristotélico de defensa de la virtud frente a la defensa del deber de Kant, exclusivamente centrado en lo simbólico (el superyo normativo). El planteamiento de Kant separa radicalmente el conocer y el hacer, lo cual abre el paso al positivismo, que separa radicalmente los hechos por un lado y los valores por otro. Los primeros son indiscutibles y los segundos totalmente opinables, ya que no tienen fundamento. Esto abre paso al decisionismo, que entiende los actos morales como algo gratuito, totalmente separado del conocimiento. 
 
 Es mejor entender la virtud como propia del carácter y no exclusivamente como seguimiento de unas normas internas. Nos conduce a la política, que es (en esto coincide Eagleton con Žižek) la condición de lo ético y no al contrario. Es desde la justicia y no desde el amor desde donde debemos plantearnos las cosas. Hay que combatir las teorías que pretenden liberar la moral de la política porque no tiene sentido una ética fuera de la sociedad en la que emerge. Ética y política no son ámbitos separados sino puntos de vista diferentes de un mismo objeto. La primera investiga las cualidades, deseos y valores. La segunda las convenciones, relaciones de poder, formas de poder, las instituciones. Es una lastima, de todas maneras, que Eagleton no saque mejor partido de Michel Foucault, del que trata solamente aspectos muy parciales y poco aprovechados.
¿Qué implica la pérdida de cada uno de los tres registros en el ámbito de la ética? La pérdida de lo imaginario significaría eliminar el sentido de pertenencia al grupo, el aspecto emocional, de empatía del discurso ético. La de lo simbólico implicaría eliminar la ley como elemento regulador, las normativas que garantizan la universalidad de los derechos y los deberes. Y la de lo real significaría eliminar lo más singular y lo que está más allá de lo que podemos representar o decir, algo irreductible que no podemos eliminar. En cierta forma podríamos decir que en lo imaginario encontramos lo particular, en lo simbólico lo universal y en lo real lo singular. Pero aquí quizás me parece mejor el planteamiento de Žižek cuando al reivindicar el texto de Kant ¿Qué es la ilustración? reivindica lo universal y lo singular contra lo particular. Lo particular es para Žižek el narcicismo de las pequeñas diferencias. Este narcisismo se basa el la identificación especular, en identificarnos con una imagen de grupo como reflejo de nosotros mismos. En este material tan interesante es en el que no entra Eagleton, desperdiciando así un material muy valioso que nos lega Lacan y que Žižek recupera.
Cristianismo, psicoanálisis y socialismo son tres de los términos fuertes con los que juega Eagleton y que nos da mucho juego para la reflexión éticopolítica. Eagleton sugiere que tanto el psicoanálisis como el cristianismo pueden ser ficciones y que si las dos son verídicas el segundo podría ser la redención necesaria para la concepción trágica de la primera, dominada por la pulsión de muerte. También el socialismo puede ser una redención colectiva pero en todo caso se basa en el deseo de la emancipación humana. Y aunque las condiciones tan difíciles que vivimos parece que nos impidan salir del posibilismo o el derrotismo aquí sí que Eagleon reivindica a Lacan : no ceder en el deseo, en este deseo intempestivo de justicia.
 Para acabar este artículo solo quiero recomendar como complemento otro libro anterior de Terry Eagleton titulado La idea de cultura. Una mirada sobre los conflictos culturales. Aquí el autor nos plantea un concepto democrático de cultura que se ajusta muy bien al socialismo emancipador que reivindica. Nos alerta contra culturalistas y biologistas para reivindicar la condición humana como interacción entre lo biológico y lo cultural. Y nos anima a buscar lo común no sólo en la racionalidad compartida sino también en lo real, que es lo que se escapa al discurso y a la representación: el cuerpo viviente y mortal, sede del placer y del dolor, de la vitalidad y de la enfermedad. Este límite de las culturas particulares es el que nos permite entender el fondo común de la experiencia humana. Es desde la universalidad de lo simbólico y desde esta experiencia común de lo real desde donde podemos establecer una ética de la solidaridad, como dice el subtítulo del libro. El título, mal traducido, no son los extranjeros sino los extranjeros como problema. Éste es el peligro y libros como éste apuntan a un interesante planteamiento desde la izquierda para enfocar una buena solución.




4 comentarios:

  1. Densísimo artículo que desde luego animan a leerse el libro de este Eagleton. Muy bueno este final, no se trata tanto de la universalidad de la razón para unir a los humanos de distintas culturas sino la realidad de que todos somos cuerpos vivientes, sufrientes, mortales. Experiencia real de la vida que es la forma más sencilla de unirse al otro o sentirse solidario a pesar de enormes diferencias culturales y de idioma como cuando hablabas en tu blog de China.

    Entiendo me parece lo real singular, lo simbólico universal. Lo particular imaginativo ¿podrías explicarlo un poco más?

    Me parece fundamental lo del amor bien entendido empieza por uno mismo. Es que si uno no se ama y se cuida a sí mismo no tiene modo de amar a los demás, es lo primero. Sin embargo, a lo mejor es sólo en la versión del cristianismo que yo conozco, pero se insiste muchísimo en "los demás", y parece poco espiritual o poco cristiano "el cuidado de sí". Y sin este segundo es que no te esfuerces porque no te va a salir el otro, en mi opinión.

    No entiendo eso de lo "traumático" del cristianismo. ¿Qué es? La reivindicación de san Pablo me parece curiosa, tendré que leer el libro para saber a qué se refiere. Hay otros que opinan que san Pablo estropeó muchas cosas del evangelio con sus particulares obsesiones. En concreto lo he leído en un autor católico inspirado de Onfray, por eso esto me pica la curiosidad.

    Me preocupa mucho lo de la ley como elemento regulador y garantía de la universalidad de derechos y deberes, hay una sensación extendida, yo al menos la tengo, de vivir en un país donde lo que "trae cuenta" es la pillería. Y cuando explico los derechos humanos y que todos somos iguales ante la ley, en ciudadanía o en ética, cada día que pasa me siento peor. Es como si estuviera hablando en un país que no es el mío...no puedo hacer abstracción de la situación real de España.

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  2. Hola Ana. Tus preguntas, como siempre, me ayudan a clarificarme. Lo particular imaginario: se refiere a que la base de lo imaginario es la identificación. La identificación la entiende aquí como el sentimiento de sentirse parte de un grupo : sexual, étnico, cultural, nacional.
    Lo del cristianismo traumático. Tanto eagleton como Zizek reivindican este aspecto, entendido como el hecho traumático de Jesucrito en la cruz, frente a unas religiones orientales que hablarían de armonía, de equilibrio, de sentimiento oceánico. A San Pablo estos filósofos de izquierda y uno más radical como Alain Badiou le dan la vuelta. Reivindica que con él el cristianismo se convierte en universal.
    Lo que dices de la Ley y los derechos universales es muy cierto. Pero yo, cuando por ejemplo lo explico a mis alumnos, lo hago como un Ideal regulador. les digo que no pasa, ya lo sabemos, pero como mínimo sirve para criticar lo que hay. Sin ideal caeríamos en el cinismo.
    Un abrazo

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  3. El altruismo solo es un contrasentido cuando se parte del concepto de homo oeconomicus, un paradigma de ser humano capitalista, maximizador de beneficios mediante el cálculo racional egoísta. Desde esa óptica no se entenderá nunca el desprendimiento gratuito, sin ventajas a cambio, porque sí, por empatía o compasión con las necesidades del prójimo. Esto lo lleva el cristianismo en su programa, pero en absoluto le es exclusivo. Más bien pienso que es una herencia milenaria de comportamientos que nos han ayudado a salir adelante en momentos durísimos de la historia de la humanidad y que, por su enorme valor positivo para la especie, han sido seleccionados para incorporarlos a nuestro acervo genético, y así lo afirma también Antonio Damasio. Otra cosa es que unos se encuentren en las condiciones adecuadas para ser muy altruistas y otros no tanto. El ejemplo generalizado de comportamientos solidarios genera alrededor una corriente de altruismo verdaderamente contagiosa. A ver, si no, cómo se explica la masiva reacción ciudadana ante el desastre ecológico del Prestige, aunque en casos de catástrofes colectivas el altruismo tiene buenos aliados en el operador sinergia ( la euforia de la acción en grupo) o en la homeostasis social, la tendencia a reequilibrar el sistema, como si fuésemos abejas que reparan su colmena porque de ello depende su supervivencia. Tampoco estoy de acuerdo con la estrechez de miras de la teoría del gen egoísta de Dawkins y de la sociobiología de O. Wilson, que no son más que versiones del modelo del homo oeconomicus pero con terminología biológica y reduciendo la escala del ser humano a sus genes. Todavía peor esa reducción de escala, si bien se piensa.
    En cuanto a esa visión trágica del cristianismo, quizá pueda entenderse mejor contrastando la estética tremendista de la imaginería de la Pasión que propició la Contrarreforma en Italia y España( y que se apoya, además, en una tendencia muy mediterránea a la emoción excesiva), con la iconoclastia y la frialdad de ánimo en el protestantismo. Tal vez recordaréis la sorpresa (y admiración) que provocó en el público inglés la exposición en la National Gallery de Londres sobre el Siglo de Oro español, con el título Lo sagrado hecho real. Existe una contraposición radical entre esas dos estéticas e ideosincrasias. Pero nada tienen que ver esas dos interpretaciones históricas, dentro de diferentes contextos culturales, con el auténtico mensaje cristiano. Es fácil recordar la insistencia de San Pablo a los Filipenses:” estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres”.

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  4. DEnso e interesante comentario, Encarna. Mi visión del hombre es ambivalente : Freud lo explicó bien con su Eros y Tanathos. Cada sociedad potencia un aspecto más que otro. no creo que el hombre sea nunca racional en el sentido de los utilitarista. Detrás de los intereses hay pasiones y deseos. Spinoza, supuesto racionalista, lo dejó claro. Quizás la mejor explicación del altruismo sea, finalmente, la de Hume : un sentimiento desinteresado. también una pasión, un deseo que nos hace salir de nosotros mismos. Decir que, por tanto, también es egoismo me parece confundir los términos. Es una pasión no egoisya, por el otro.
    Respecto a lo que dices del cristianismo te escucho. En mi caso reconozco que tengo una pasión anticristiana como cristiano rebotado, por decirlo así. Pero la he ido suavizando. En todo caso Ziziek, Badiou utilizan la figura de San Pablo como le conviene, pero me parece que Ziziek acierta cuando contrapone este aspecto traumático a las religiones orientales. Eagleton es cristiano pero me parece justamente un cristiano alegre.
    Un abrazo

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