Ana Azanza
Una civilización que se aleja y desconoce el poder de la naturaleza va
camino de la enfermedad, de la patología social generalizada. Es lo
primero que he pensado tras ver los efectos que la simple presencia de
un caballo entrenado y preparado para ello tiene no sólo sobre las
personas enfermas sino incluso en el ambiente del hospital. El equipo
médico de la unidad de cuidados paliativos, médicos, enfermeras,
personal sanitario reconocen que la visita de Peyo, el caballo medicina,
federa, une, tranquiliza y serena. Paradójicamente el animal rehumaniza
el ambiente del hospital.
Aunque no se entiendan las conversaciones en francés, las imágenes hablan por sí solas y merece la pena como experiencia de lo que es la "terapia por la presencia".
Peyo acude donde lo llaman para transmitir su gran poder de terapia. Han comprobado que tiene efectos mejores que los medicamentos. Especialmente entre abuelos aquejados de Alzheimer o personas desahuciadas. Algunos ancianos que no se levantaban de la silla en meses lo hicieron cuando Peyo pasó a su lado, otros se pusieron a contar historias de su vida que nunca habían contado. Este caballo es un animal especial, desde joven le vieron una especial capacidad para interactuar y comunicar fácilmente con los humanos, además de una sensibilidad hacia las personas que sufren, incluso es capaz de averiguar donde está el daño y dirigirse hacia esa parte del cuerpo y lamer. Un caballo difícil de dominar como montura, se queda como hipnotizado frente a las personas enfermas.
Ha seguido un duro entrenamiento para aprender a hacer sus necesidades según órdenes, como se hace con los perros. Lleva un seguimiento veterinario estricto de la piel y el pelo para evitar que lleve parásitos, de los cascos. La crin y la cola siempre recogida. El protocolo higiénico es duro, está en cuarentena dos días antes de ir al hospital y dos días después. Le han enseñado a entrar y salir de ascensores, a subir y bajar escaleras, a andar hacia atrás para salir de las habitaciones. Un caballo que ha aprendido a pasearse por los pasillos de los hospitales con toda naturalidad, y el efecto de serenidad que conlleva su presencia es visible en todas las caras y actitudes de la gente que se lo encuentra. Sin que se lo digan el caballo sabe pararse delante de la puerta del enfermo prescindiendo de todos los que reclaman su atención.
El caballo actúa como un "passeur", una especie de contrabandista que ayuda a los seres humanos a pasar la frontera entre este mundo y el otro. Los niños enfermos de cáncer quieren que el caballo les acompañe en su final, y Peyo lo ha hecho ya varias veces.
Por lo demás es un caballo como los demás que tiene que correr, revolcarse en el barro si le apetece.
Su dueño, Hassen Bouchakour, buscaba un caballo para un espectáculo de "music hall" que recorre el mundo. Quería uno de color blanco o gris, visible bajo los focos, cuando le presentaron a Peyo. Durante año y medio no se entendió con él, hasta que descubrió que tenía una empatía especial con las personas enfermas, frágiles, ancianos, niños. El primer beneficiado de su capacidad terapéutica fue su dueño.
Tras ver estas imágenes y escuchar estos testimonios de profesionales sanitarios y médicos geriatras, si alguna vez estoy clavada a una cama de hospital me encantaría recibir la visita de un caballo medicina.
El caballo sigue bailando bajo los focos y la segunda parte de esta historia será la explicación científica de este fenómeno mágico.
Como dice Sandrine, c'est magique! De todos modos, preferiré morir acompañado por un ser humano querido, hijo, nieta..., antes que por un caballo, pero a falta de humanidad o caballerosidad, bien esté la caballosidad. Gracias por la entrada.
ResponderEliminarMi hija, Sofía, enfermera en Francia, se sorprendió de la soledad en que dejaban los padres a los hijos en los hospitales del sur de Francia, hijos que eran niños. Aquí todavía no andamos tan desoladores... ¡Aunque tampoco sea cuestión de llenar la habitación del doliente de parientes!
ResponderEliminar