LENGUAJE ANIMAL, LENGUAJE HUMANO
De “El anillo del rey Salomón” por K. Lorenz, 1973.
Los animales no poseen un lenguaje en el verdadero sentido de la palabra. Cada individuo de una especie de animal superior, principalmente en las especies sociables, como la grajilla o la oca gris, dispone de manera innata, de un código de señales completo, formado por voces y movimientos expresivos. También es innata la facultad de emitir estas señales y la de entenderlas correctamente, es decir, de responder a las mismas de una manera que tiene sentido respecto a la conservación de la especie.
Con estas bases, que asientan firmemente en muchas observaciones y experimentos, se pierde una gran parte de la semejanza superficial que pueden guardar con el lenguaje humano los medios de entenderse empleados por los animales. Dicha semejanza disminuye aún más cuando uno se da cuenta, poco a poco, de que el animal, con todas sus emisiones sonoras y sus movimientos expresivos, no muestra una intención consciente de influir con ellos sobre algún congénere. Los gansos, patos salvajes y grajillas que han sido criados y mantenidos aislados, emiten estas mismas señales cuando adquieren el estado de ánimo al que acompañan. Entonces la cosa viene como forzada, mecánicamente y, por tanto de manera muy poco humana.
También en las relaciones entre seres humanos se usan señales mímicas que traducen y transmiten de manera irrefrenable cierto estado de ánimo. Por ejemplo, y para referirnos a un caso muy corriente, la vista de una persona que bosteza nos induce a bostezar. Desde luego, la expresión mímica de las ganas de bostezar en el hombre es fácilmente perceptible y constituye un estímulo relativamente intenso, cuyo efecto es comprensible.
Pero en general para transmitir un estado de ánimo no hacen falta señales tan visibles y toscas. Por el contrario dicho proceso de transmisión se caracteriza por responder a movimientos expresivos muy finos, insignificantes y que, a veces, escapan a la atención consciente. El misterioso aparato emisor y receptor que cuida de la transmisión inconsciente de sentimientos y afectos es antiquísimo, mucho más viejo que la Humanidad. Sin duda alguna ha ido atrofiándose en nosotros a medida que se iba desarrollando el lenguaje.
Grajilla, Coloeus monedula
Al poder hablar, el hombre no necesita ya de movimientos que indiquen sus intenciones para dar a conocer su estado de ánimo. Pero las grajillas o los perros deben “leerse” en los ojos qué es lo que piensan hacer en un momento determinado. Por esto en los animales superiores que viven en sociedad, tanto el dispositivo emisor como el receptor, están mucho más desarrollados y mucho más especializados que en el hombre. Todas las llamadas expresivas de los animales como el “kia” y el “kiu” de la grajilla, las voces monosílabas o polisílabas que el ganso emplea para mantener el contacto entre los individuos del grupo, todo ello no puede compararse con nuestro lenguaje, y solo puede parangonarse con la exteriorizaciones constituidas por el bostezo, el fruncir de cejas, el sonreír y cosas parecidas, que se expresan de manera inconsciente y no aprendida, que todos las entienden. De manera que las palabras de los distintos lenguajes de los animales no son más que interjecciones.
Aunque el hombre disponga de numerosas posibilidades en su mímica inconsciente, ningún J. Kainz o E. Jainings podría expresar por medios exclusivamente mímicos si desea andar o volar como hace el ganso, o indicar si se dispone a ir a casa o a alejarse de ella, como puede hacer la grajilla de manera simple.
Por tanto hemos de aceptar que el aparato emisor de los animales es mucho más capaz y efectivo que el del hombre y lo mismo puede decirse del otro extremo de la comunicación, del aparato que percibe el estado de ánimo. No solo puede discriminar selectivamente e interpretar un elevado número de señales sino que, siguiendo el símil que venimos usando, responde a una energía de emisión mucho más baja de la que es necesaria en nuestro caso. Es increíble la levedad de las señales, totalmente imperceptibles para el hombre, que los animales pueden percibir y utilizar correctamente. Si una bandada de grajillas está buscando comida en el suelo, y una de ellas se eleva para posarse en un manzano próximo y limpiarse el plumaje, ninguna de las demás hace el menor caso. Pero si emprende el vuelo para recorrer un espacio mayor, según la “autoridad” que tenga el que lo haga, volarán tras él su pareja o un grupo mayor de grajillas, aunque el individuo que tomó la iniciativa no lanzara ni un solo “¡kia!”.
Ganso salvaje
En los perros, el receptor supera ampliamente a nuestras facultades análogas. Toda persona familiarizada con perros sabe hasta qué punto y con qué inquietante seguridad un perro fiel conoce si su dueño sale de la habitación para algún fin que carezca de interés para el animal, o bien si se trata del esperado paseo. En este sentido, algunos perros llegan mucho más lejos. Así, mi perra pastor “Tito”, conocía exactamente, y por medio que podemos calificar de telepáticos si la presencia de una persona me atacaba los nervios.
Cuando ocurría esto, nada podía evitar que le mordiera por detrás, con suavidad, pero con decisión. Era especialmente peligrosa para las personas ancianas y de autoridad que en sus discusiones conmigo adoptaban la clásica actitud del “por lo demás, tú eres muy joven”: si un extraño se expresaba de ese modo, pronto dirigía la mano, asustado, hacia el lugar en que había recibido puntualmente el castigo de “Tito”. No me pude explicar nunca cómo se producía esa reacción, manifiesta incluso cuando la perra estaba debajo de la mesa y, por tanto, no podía ver las caras ni los gestos de los interlocutores. ¿Cómo sabía, pues, quien era el que me hacía la contra?
Hablando con propiedad, tan sutil percepción del talante de mi interlocutor no se puede llamar como es natural "telepatía", pues muchos animales tienen la aptitud de percibir movimientos asombrosamente pequeños que escapan a la vista humana. Y un perro obsesionado en ser útil a su dueño y señor, y que está pendiente de sus labios, lleva hasta un nivel muy elevado el ejercicio de dichas facultades. También los caballos muestras considerables aptitudes a este respecto….
Todos estos animales que calculan, discurren y piensan, “hablan” dando golpes o ladridos cuyo significado se ha establecido al modo de un alfabeto morse. Lo que se pretende de los animales es, a primera vista, algo desconcertante. Nos ponen delante un jamelgo, el can o el animal de que se trate. Pregunta uno cuántos son dos y dos, el perro nos mira fijamente y contesta con cuatro ladridos. Más asombroso todavía resulta un caballo que golpea con la pata como si ni siquiera lo mirase a uno, pues los caballos “ven” también fuera del punto en el que parecen fijar la vista, y con esta mirada periférica perciben los menores movimientos.
En realidad es uno el que da a los animales pensantes la contestación, en comunicación involuntaria a través de gestos o señales mínimas. Si uno mismo no conoce la solución del problema, el desventurado animal se hartará de golpear y de ladrar esperando captar en nuestra cara algún indicio de que ya ha hecho bastante. Y son muy pocas las personas capaces de anular del todo esta inconsciente e involuntaria transmisión, con una tensión extraordinaria de autoobservación y autodominio…..
Ningún animal expresa nada con la intención consciente de inducir a los otros de su especie a una determinada forma de comportarse. Todos los sonidos y movimientos expresivos que permiten entenderse a los animales son emitidos como interjecciones puras y simples. Cuando mi perro refriega su nariz contra mí, gime, corre a la puerta y la araña, o bien coloca las patas en la pila del lavabo, debajo de la cañería, y me mira con aire interrogador, su proceder se acerca mucho más al lenguaje humano que el de una grajilla o un ganso, por comprensibles y ajustadas a su finalidad que sean las emisiones sonoras de estas aves.
El perro conseguirá que abra la puerta o que dé la vuelta a la llave del agua, su proceder trata de influir sobre su amigo, el hombre, de manera consciente y encaminada a un fin, pero la grajilla y el ganso expresan de manera inconsciente su estado de ánimo. El ¡kiu! O ¡kia! Así como la voz de alarma que significa “¡a escapar!” no son intencionadas, el ave está obligada a emitirlas por hallarse en aquella disposición, no puede inhibirlas y las deja oír incluso cuanto está sola.
Por otra parte lo que el perro hace es aprendido e intencionado, mientras que las voces de las aves son innatas y heredadas. Cada perro desarrolla a su manera los procedimientos para hacerse entender de su dueño, y un mismo perro, según la situación, puede emplear distintos medios para alcanzar el mismo fin. Mi perra Stasi comió algo que no lo sentó bien, por lo cual de noche tuvo necesidad de salir. Yo estaba muy cansado y dormía pesadamente, de manera que con sus señales acostumbradas no consiguió despertarme y darme a entender sus necesidades.
Por lo visto cuando me tocaba con la nariz y gruñía, yo me iba arropando cada vez más. Entonces saltó resuelto sobre mi cama, me destapó con las patas anteriores y me sacó literalmente del lecho.
Los movimientos expresivos y llamadas de las aves carecen por completo de tal variabilidad y adaptabilidad, capaz de ajustarse continuamente al fin deseado.
Interesante, Ana. Al principio el genial naturalista parece establecer un corte nítido entre el lenguaje animal y el humano. El resto de los animales, ¿sólo interjecciones? Ciertamente la función expresiva predomina en el lenguaje animal sobre la conativa o la representativa (o o lógica, la más tardía). Expresión, dominada por las emociones y estas por la bioquímica y el medio ambiente. Lo innato es más decisivo que lo adquirido o aprendido incluso, a veces, en nosotros. Pero luego reconoce don Conrado que los animales superiores también aprenden y pretenden a veces dirigir el comportamiento de sus interlocutores; el empujón leve que me da mi perro Bruno significa dame de comer... Yo no menospreciaría la capacidad de ciertas aves, como córvidos y loros, para aprender a comunicarse mediante convenciones. Como siempre, es cuestión de grado, aunque hay que reconocer un salto fundamental, no tanto con el lenguaje oral, sino con la escritura, su registro mnémico.
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