martes, 3 de abril de 2018

IATROGÉNESIS CLÍNICA Y SOCIAL



Iván Illich (1926-2002) fue un filósofo austríaco afincado en México cuya obra parece sido olvidada y sin embargo planteó hace cuarenta años una serie de ideas que pueden actuar como revulsivo en nuestra acomodada y adormilada existencia. En particular me fijaré en su crítica a la medicina moderna como la padecemos y disfrutamos en las sociedades avanzadas.


Está en sus Obras Completas, vol. I, publicadas en 2006. Los griegos veían dioses en las fuerzas de la naturaleza, Némesis era la venganza divina que caía sobre los mortales que osaban usurpar privilegios divinos. Némesis es la respuesta a la arrogancia del individuo, Illich se vuelve a los griegos porque su análisis y denuncia nada tiene que ver con los realizados desde una perspectiva burocrática e industrial contemporánea, abundan los análisis de las disfunciones en el sistema, pero el ethos o marco de comprensión está industrialmente determinado. Si algo rechaza con vehemencia el filósofo de Cuernavaca es el saber de los expertos y el lenguaje mistificado que los caracteriza.

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Los perjuicios de la medicina y los médicos sobre la salud sólo pueden revertirse cuando los no médicos recobren la voluntad de autoasistencia mutua, es decir, que en cada uno y en la comunidad humana, con independencia del saber médico institucionalizado, existe una capacidad de autocuración que se ve aplastada, perseguida en la actualidad. La tesis de Illich es que la medicina crea más enfermedades de las que cura.

Se trata de una nueva plaga a la que denomina iatrogénesis, por ser su origen la propia medicina, del griego iatros que significa médico. Durante las últimas generaciones el monopolio sobre la asistencia a la salud ha coartado la libertad sobre nuestro propio cuerpo, denuncia Illich. Es preciso revertir la tendencia con el fin de que la gente viva una vida autónoma y saludable.

Empezando por denunciar la ilusión de que sea legítimo ese monopolio sobre la salud, ha sido el propio planteamiento industrial o ingenieril del asunto de la curación el que ha reducido la supervivencia humana. La salud paradójicamente se ve afectada y reducida por el ejercicio de aquellos que se dicen profesionales de la misma porque la sociedad así los reconoce.


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No separa Illich estos efectos perversos de la medicina de otros avances pretendidos que también han degenerado y consiguen en su progreso lo contrario de lo que se proponen. La intensidad y velocidad del tráfico es una amenaza para la movilidad, la educación normalizada en las escuelas y los medios masivos de comunicación se cargan el aprendizaje y la urbanización masiva nos inutiliza como constructores de nuestra propia casa. Son cuatro casos si los unimos al de la medicina en los que una institución se aparta de la finalidad para la que se creó.

La iatrogénesis es social porque coloniza la libertad, se da cuando la burocracia médica aumenta las tensiones, genera nuevas necesidades, multiplica la dependencia inhabilitante, disminuye el nivel de tolerancia al malestar, reduce el trato que la gente acostumbraba a tener con el que sufre. Se produce cuando el cuidado es un artículo de consumo, cuando todo sufrimiento se hospitaliza y ya no se nace, se convalece ni se muere en casa. Cuando sufrir, dolerse y sanar sin representar el papel de paciente sumiso al que se trae y se lleva por el pasillo de un hospital se etiqueta como desviación.

El problema viene dado porque la autonomía profesional degenera en monopolio radical sobre la salud. El control social de la población por parte de los médicos se ha convertido en una actividad económica, la medicina iatrogénica cataloga a los enfermos como ineptos, genera categorías nuevas de pacientes y enfermedades. No eres un ser sufriente sino un caso de tal o cual patología a la que se examina como una rata de laboratorio para comprobar efectos de una medicación, empeoramiento o mejora de síntomas. Sólo se puede seguir viviendo bajo supervisión del médico y no hay nada que hablar sobre el propio sufrimiento y sentimiento, puesto que el paciente no tiene “preparación científica”. Se desanima a la gente en la lucha por un mundo más sano.
La tesis renovadora de Illich es que para tratar el común de las dolencias que se pueden dar en una comunidad sana, bastaría una formación más somera que cualquiera podría tener a parte de otra dedicación profesional.

La medicina es una empresa moral, tiene autoridad para declarar enfermo a alguien aunque no se queje y para rehusar a otro el reconocimiento social de su dolor. Pero hoy la profesión médica es una manifestación del poder de clase que han obtenido las élites universitarias. Sólo los médicos saben quién está enfermo. Y el eclipse del componente moral que hay en la decisión del médico lo ha dotado de un poder totalitario. El médico no necesita tener en cuenta la moral, porque le basta la ciencia. Y precisamente por esta falacia urge la revisión de la iatrogénesis social.

En todas las sociedades ricas y pobres contemporáneas se gasta mucho dinero en asistencia a la salud. Parte de ese dinero ha enriquecido a los médicos y una parte mucho mayor a los oficinistas médicos. Otra considerable a los negocios del seguro médico. Todavía peor es el dinero invertido en asistencia sanitaria de alto costo, en ningún otro sector se han dado crecimiento tan sostenido. Y sin embargo los índices de mortalidad curiosamente es comparativamente alta. Para ilustrar todos estos aspectos Illich da cifras de Estados Unidos, Inglaterra, Unión Soviética, Colombia y otros muchos países correspondientes a los años 70 del siglo pasado.

Sólo en China no existe la tendencia a fiarse sólo del médico y el hospital. En los años 60 y 70 la nutrición, la higiene y el control de la natalidad han mejorado notablemente la salud de la población. Este país demuestra que todos los instrumentos técnicos eficaces para una vida más sana pueden pasar en muy poco tiempo a millones de personas comunes y utilizarse de forma conveniente.

El estudio de las infecciones más comunes en otro tiempo muestra que los médicos no han influido sobre las epidemias. Después de la segunda guerra mundial la tuberculosis había descendido al úndécimo lugar habiendo sido la primera. Cólera, disentería, fiebre tifoidea alcanzaron un máximo y disminuyeron con independencia del control médico. Cuando se comprendieron estas enfermedades ya habían perdido gran parte de su virulencia. Lo mismo pasó con las enfermedades infantiles escarlatina, difteria, tos ferina, sarampión. Retrocedieron por el mejoramiento de las condiciones en las viviendas y sobre todo el factor principal fue la mejora en la alimentación de los niños.

Cuando las enfermedades infecciosas disminuyeron aparecieron las epidemias modernas: cardiopatías, enfisemas, bronquitis, obesidad…etc Dos cosas son ciertas, no puede acreditarse que el ejercicio profesional de los médicos haya eliminado las antiguas formas de mortalidad ni tampoco es responsabilidad suya la mayor expectativa de vida que por otra parte transcurre sufriendo las nuevas enfermedades.

Geografía médica, historia de las enfermedades, antropología médica han mostrado que lo  decisivo fueron alimentación, agua, aire en correlación con igualdad sociopolítica y mecanismos culturales que mantienen la estabilidad de las poblaciones.

Se extiende Illich sobre la inutilidad de los tratamientos médicos, las lesiones provocadas por el médico y la indefensión de los pacientes. Pero me parece suficiente para abrir boca sobre la idea fundamental, y es que el despliegue de la medicina científica e industrializada tiene su lado negro que es precisamente contrario a la salud. Que la salud es un concepto mucho más amplio y está en nuestra mano en una medida mayor de lo que deja suponer el consumo creciente de medicina y medicinas al que nos hemos lanzado.

1 comentario:

  1. Déu et guard Ana,
    Mossèn Jacint Verdaguer, capellà i el més gran poeta de les lletres catalanes, té una poesia que fa:

    "El dolor tot temps et segueix com l'ombra,
    qui més ne fuig més prompte se'l troba,
    qui no el vol de grat el tindrà per força."

    Sense saber-ho, Jacint Verdaguer, tenia el mateix ideari que Ivan Illich. Tots dos eren sacerdots, i un no tenia coneixement de l'altre.

    Salutacions,
    Joan Vives.

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