ENFERMEDAD Y SALUD PSÍQUICAS
Determinar un concepto
de la salud parece inútil, cuando se ha imaginado la esencia del hombre
como un ser acabado. Hay una serie de determinaciones generales: La más antigua
es la de Alcmeón de Crotona, un pitagórico: la salud es la armonía de las fuerzas contrapuestas. Cicerón
la caracteriza como justa proporción mutua de los estados psíquicos.
Contra todas las inclinaciones al entusiasmo, a la excepción
y al peligro, estiman los estoicos y los epicúreos sobre todo la salud. El
epicúreo la encontró en el contento completo con la satisfacción moderada de
todas las necesidades. El estoico sintió toda pasión, todo hervor del
sentimiento, como enfermedad, su teoría moral era en gran parte terapia para
destruir las enfermedades del alma a favor de una sana ataraxia.
Neurólogos del siglo XX ven la salud en “la capacidad para
cumplir la posibilidad congénita del destino humano” (Von Weizsäcker), si se
supiese lo que es esa posibilidad, o “en el hallarse uno mismo en la
autorrealización, en la integración completa y armónica en la comunidad”.
Tales definiciones corresponden a las concepciones de la
enfermedad: 1) como descomposición en oposiciones, aislamiento de oposiciones,
desarmonía de las fuerzas; 2) como afección y sus consecuencias; 3) como
veracidad, por ejemplo como fuga en la enfermedad, como apartamiento, como
ocultamiento.
La enfermedad como veracidad ha sido muy discutido. Dice Von
Weizsäcker: “En la medida en que un ser humano recibe de la penuria la virtud
de una enfermedad, en tanto que se vuelve reacción moral al síntoma patológico,
se ha dado algo como un falseamiento del sentido, que excita nuestra conciencia
de la verdad a la crítica”. “El neurótico produce un ocultarse y traiciona éste
por su sentimiento de culpabilidad. A menudo hemos visto en enfermos orgánicos
no neuróticos el encenderse de sentimientos de culpa; cómo combate consigo
mismo en la etapa inicial, si debe ceder en la reconvalecencia, si está todavía
enfermo.”
De ahí que salud tiene que ver algo con verdad, la
enfermedad es inveracidad. Se recuerdan los pensamientos de antiguos
psiquiatras: la inocencia no se vuelve nunca loca, sólo la culpa (Heinroth). La
perfección moral y la salud mental son una misma cosa (Groos), es decir donde
el instinto congénito se ha desarrollado libremente hacia lo bueno, ningún
proceso somático puede provocar una enfermedad mental. A lo mismo responde
Klages: la psicopatía es el sufrimiento de autoengaños necesarios para la vida.
A todas estas discusiones se opone la frase de Nietzsche:
“No hay una salud en sí”, Nietzsche desconfiaba de todo concepto unívoco,
rectilíneo, optimista de salud.
Von Weizsäcker nos hace percibir las paradojas del hombre
enfermo cuando nos dice que “la enfermedad grave significa a menudo la revisión
de toda una época de la vida”, es decir, la enfermedad puede tener en otro
respecto un significado curativo, creador, o cuando acentúa la ley de que la
supresión de un mal deja espacio a otro.
La armonía de las oposiciones del principio es un ideal que
al mismo tiempo restringe, no es ningún
concepto del ser y ninguna posibilidad llenable. La ataraxia y la satisfacción
entrañan un empobrecimiento del alma y perturbaciones desde lo que fue
despreciado y malogrado.
La psicoterapia y
todo el comportamiento práctico ante enfermos mentales y personas anormales
están bajo las condiciones del poder del Estado, de la religión, de los estados
sociológicos, de las tendencias intelectuales dominantes de la época, luego, pero de ninguna manera únicamente, bajo las condiciones del conocimiento
científico reconocido.
El poder del Estado
fundamenta a través de sus políticas las relaciones humanas básicas, la
organización de ayuda, la seguridad, la utilización, da derechos y los rehúsa.
Sin poder del Estado no hay privación de derechos, no hay internamientos
psiquiátricos. En toda práctica hay una voluntad que se deriva de
confirmaciones y exigencias estatales. En todo consultorio del médico está dada
una situación de autoridad eficiente, elevada por la clínica, por un cargo. Y
donde el poder del Estado no da la fundamentación, queda siempre aun la
necesidad de un poder a través de la autoridad, que entonces tiene que ser
conquistada personalmente.
La religión o su
falta es una condición para los propósitos del trato terapéutico. Donde el médico
y el enfermo están ligados en la creencia común, conocen una instancia, desde
la que son dadas las últimas decisiones, apreciaciones, orientaciones, bajo
cuya condición son posibles las medidas psicoterapéuticas especiales. Si falta ese
vínculo y aparece en lugar de la religión una concepción secular del mundo,
asume el médico funciones de sacerdote, surge, por ejemplo, la idea de una
confesión profana, un consultorio público en asuntos del alma. La psicoterapia,
donde ha caído la instancia objetiva, está en peligro de no ser ya sólo medio
sino de convertirse en efecto de una concepción del mundo más o menos oscura,
que juega absoluta y camaleónicamente, seria o teatralmente.
La comunidad en una
objetividad -en símbolos, en creencias, en convicciones filosóficas de un
grupo- es una condición de la profunda cohesión de los hombres. Es muy raro que
los hombres se encuentren confiados unos en otros por motivos inescrutables,
que experimenten su dicha como trascendencia que se muestra en la comunidad de
destino. Una ilusión de la psicoterapia moderna es que, frente a neurosis y
psicopatías, es posible la más alta exigencia: la realización del ser “mismo”
propiamente, el desarrollo de la razón abarcativa, la plena humanidad armónica
en forma personal. La psicoterapia está ligada a la realidad de la creencia
común. Donde falta ésta, y por eso, se hace al individuo la exigencia
extraodinaria de la autoayuda. Para todo el que pueda satisfacerse con la
autoayuda es superflua la psicoterapia.
Las condiciones
sociológicas matizan las situaciones múltiples de los hombres aislados. La
holgura de un estrato social es la condición de las medidas psicoterapéuticas
que cuestan tiempo y dinero.
La ciencia crea la condición previa del conocimiento, en
cuya base son posibles sólo los objetivos determinados de la voluntad; pero la
ciencia misma no los funda. La ciencia es legítima en sus exposiciones de
validez general y al mismo tiempo crítica, porque sabe lo que sabe y lo que no
sabe. La práctica es en su ejecución, no en su propósito, dependiente de esa
ciencia.
Hay tentaciones para escapar a la insuficiencia de la
ciencia como única fundamentación de la acción. A la ciencia le es atribuido lo
que no puede hacer. En un período de superstición científica, la ciencia es
utilizada para encubrir hechos insolubles. Donde debe decidirse por
responsabilidad, la ciencia debe calcular lo exacto con base en el conocimiento
de validez general, incluso allí donde en realidad no sabe: hace fundamental lo
que ocurre por otras necesidades. Así están las cosas, en caso de que el médico
no separe agudamente y no se exprese con claridad, en algunos casos de neurosis
de accidentes, en algunos peritajes sobre la libre determinación de la
voluntad.
Puede ocurrir que en forma de ciencia aparente se exprese lo
que no se sabe, sino que sólo se quiere, lo que sólo se piensa, lo que sólo se
desea y cree. La ciencia se vuelve plástica para los fines de la práctica. Así
surgen esquemas de aprehensión en los cuadros de la práctica tranquilizadora,
encubridora, aseguradora, para los fines de la práctica juzgadora, decisiva,
que da derecho y que lo quita. La ciencia se vuelve convencional en su
formación, se vuelve disposición de lo científico en el procedimiento
psicoterapéutico, análogamente a la disposición teológica de los tiempos
antiguos.
Karl Jaspers, Psicopatología General, 1ª ed en alemán 1913,
Sexta parte “El todo del ser humano”
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