lunes, 29 de febrero de 2016

EL YO IDEAL-REAL DE LUNA CABAÑERO


EXPERIENCIAS MAS ALLÁ DE LA FILOSOFIA EN JAÉN

Ana Azanza

Gracias a don José Biedma he podido leer “La insuficiencia del discurso racional” de Laureano Luna, filósofo jiennense alejado del mundanal ruido. Me ha sorprendido el libro. Los primeros capítulos se me hicieron pesados, pues Laureano parte de la lógica, Cantor, Gödel, Richard, Husserl, Babel, no fue un buen comienzo.

Tampoco me agradó la tesis del límite de la razón discursiva, en efecto, la razón tiene límites, pero en una circunstancia como la nuestra, la española, con una ilustración tan débil y siempre cuestionada, pensé que no nos hacía falta otro antiilustrado más. No voy a repetir argumentos sobre la falta de ilustración, ya lo hago en otros lugares y no quiero repetirme.



Sin embargo una vez que empiezo un libro no lo suelo dejar, hay que dar oportunidad al autor de sacar todo su pensamiento a la luz. Luna Cabañero denuncia y expone la incompletitud de la modernidad en sus teorías físicas y normativas. También lo que él llama "subrepticios" de la modernidad, es decir, falsas soluciones a problemas filosóficos: la sustancia, el yo puro, la estructura pura, el infinito moderno. Lo hace a partir de demostraciones lógicas, y exhibe un conocimiento exhaustivo de todos los autores en ese campo: Quine, Tarski, Russell…

La parte que me ha llamado más la atención se titula “La autoconciencia de la razón”, considero que he tenido premio al llegar hasta ahí. Lo primero que me ha sorprendido es la exposición de Algazel, filósofo musulmán del siglo XII que en “El salvador del error” plantea punto por punto el proceso de la duda que creíamos original de Descartes. Nada más lejos de la verdad,  ¿habría  leído Descartes la meditación de Algazel?:

“Acto seguido dediqué una gran atención a considerar los datos sensibles y los primeros principios y a ver si me era posible ponerlos en duda. Aquellas largas vacilaciones me determinaron a no dar crédito tampoco a los datos sensibles pues empecé a extender la duda a éstos también, ya que me decía: “¿Cómo voy a confiar en los datos sensibles cuando el más seguro es el que procede de la vista y siendo así que ésta, cuando contempla una sombra, la ve quieta e inmóvil y juzga que no hay movimiento? Sin embargo luego al cabo de una hora reconoce que se ha movido…”. Igualmente la vista mira la estrella y la ve pequeña, del tamaño de un dinar, pero la demostraciones geométricas prueban que es de tamaño mayor que la tierra.” (p.262)

El final de la meditación es sin embargo diferente al cartesiano, Algazel no halla la sustancia pensante, que “con sólo que hubiese dejado de pensar habría dejado de ser”. Más bien da un giro común en el medioevo: la iluminación. Algazel pasó dos meses en estado de escepticismo, pero Dios le puso una luz en el pecho que le curó.

A partir de ahí viene todo el razonamiento que más me ha atraído, la existencia de un ámbito que Laureano llama idealreal. La palabra que inventa para designar un acto de pensamiento que no es intencional como la inmensa mayoría de ellos, es un acto cisdiscursivo, es decir, que está más allá de lo discursivo. La distinción entre lo ideal y lo real sigue ahí, no se puede negar, pero Luna Cabañero avanza la interesante tesis de que pudieran existir actos en los que lo real y lo ideal aparecen integrados.

Se hace eco de los esfuerzos de Platón y de Husserl por establecer y defender ese estatus de lo ideal, por encima de lo fáctico. Como bien dice en el ámbito de la razón discursiva lo ideal y lo real son irreconciliables. También es muy interesante la tesis de que quizás la epojé husserliana no es posible, no es tan fácil poner entre paréntesis la realidad de los objetos de la conciencia:

“¿No queda la conciencia una vez objetivada para convertirse en objeto de la Fenomenología, deformada y achatada hasta lo fáctico?”

La solución al problema que merece considerarse despacio le llegó como fruto de una experiencia personal en 1981. Estallaron sus dudas filosóficas en una situación de pánico intelectual que duró varios meses.

Pero en septiembre de ese año y en un lugar de sabor jiennense tuvo lugar una experiencia personal de la que no hay porqué dudar puesto que él da testimonio de que le ocurrió. Me ha llamado la atención la referencia concreta al sitio donde estaba que identifico con el “Callejón de la mona”, el bar al que se refiere me parece que se llama “Sanatorio” no “Sagrario” como dice. Sagrario es la capilla de la catedral de Jaén construida en el siglo XVIII como un anexo que efectivamente corresponde al muro del callejón de la mona.
 
La cuestión es que en ese lugar:

“se abrió la confianza trascendental en la razón en medio de un estado de certeza y lucidez absolutas. Si pudiese describir con palabras la naturaleza de ese estado y el origen de su lucidez y certeza, hablaría, como en una metáfora, de la identidad perfecta entre la instancia que conoce y la instancia que estaba siendo conocida”.

Fue un conocimiento intelectual diferente a todo lo que el autor había experimentado hasta entonces. Se dio cuenta en el fondo de la unidad de todo y lo vivió. Personalmente no tengo experiencia semejante, pero comprendo que en ese momento experimentó el ser de Parménides por seguir usando términos filosóficos, todo es uno, el ser es uno y no cambia.

Esa experiencia le hizo entender el secreto y misterio del yo, del que tanto se preocupa la filosofía moderna, que es un caballo de batalla epistemológico con consecuencias políticas. En efecto, lo poco que nos ha llegado de la Ilustración es el yo individual, autosuficiente, racional, digno en sí mismo, que se une a otros yoes tan individuales y tan dignos como él para dar lugar a la sociedad en la que todos somos iguales. Pero es evidente que todo este montaje ilustrado es una falacia, puesto que ese yo absoluto, sin sexo ni raza ni circunstancias es una pura nada o “un menos que nada”, como diría Zizek.

¿Entonces?

Luna Cabañero expone los pasos de la “subrepticia” construcción del yo:
-la conciencia puede saber de sí sin captarse como objeto.
-cuando la conciencia sabe de sí pretende reconocerse en su mismidad.
-la conciencia puede reconocerse como lo mismo por la huella de sus diferentes y sucesivos, aplicando el llamado IDEM se obtiene la identidad.
-finalmente para llegar al Yo puro se aplica ENS sobre la identidad y sobre la mismidad y se obtiene el “yo sustancia pensante”.

Pero  la cuestión del yo no podrá ser resuelta en el ámbito de la filosofía y de la psicología. El yo no es de naturaleza constructiva, sólo es posible en el ámbito de lo que está más allá del discurso, nunca podremos alcanzar el yo pensando discursivamente. El yo es diferente a todo lo que aplicamos nuestra razón raciocinante.

El yo pertenece al ámbito de lo que el autor ha llamado idealreal. Contra las apariencias, el yo no puede ser solo individual. La individualidad es una característica de lo que no es ideal. No puede haber muchas mismidades, si la ipseitas misma es capaz de encarnarse en el yo idealreal, entonces el yo al que nos referimos cotidianamente es en cierto sentido absolutamente el mismo. Aquí coinciden las reflexiones filosóficas de Luna Cabañero con los Vedanta, el Vedanta de la no dualidad, con la mística sufí y con la mística cristiana de Hugo y Ricardo de San Víctor o con San Juan de la Cruz, con la doctrina zen de la visión de la propia naturaleza.

Este yo común a todos los yoes no puede dejar de recordar el misterioso intelecto agente del que habla Aristóteles en “De anima”.

Otra experiencia personal así se lo confirmó:

“aquello que uno es y comprende en la experiencia de la suprema identidad podría expresarse así: uno mismo es el mismo que todo otro ser, incluidos los seres carentes de autoconciencia…..los seres individuales existen y existen en pluralidad, pero a pesar de eso son el mismo según su identidad última, la única verdadera;…esa identidad es la identidad idealreal de todos los seres, a la que todos se refieren de manera generalmente inconsciente cuando dicen yo, o a la que se referirían si pudiesen decir yo.

El problema del yo sólo se resuelve en la autoconciencia correcta, y esta cae fuera del ámbito de la filosofía. La conciencia no puede ser ella misma su mismo origen, no puede ser su propio objeto. En la autoconciencia hay una transparencia del alma para sí misma que no está al alcance de muchos, primero hay que reconocer el testimonio de quien lo ha vivido y segundo no buscarla como objetivo. Quizás alguna vez hemos tenido esa experiencia pero la mandamos al inconsciente, interpretamos que somos un ser sólo real y esto es una ilusión. El yo de alguna forma “cae del cielo”, es la aparición de un estado de naturaleza distinta.

En la vida corriente esa unicidad de todo permanece inconsciente, oculta. Creemos en la existencia de “yoes individuales”, y ciertamente no se ve como podríamos ser uno con determinados sujetos de nuestro alrededor. Pero quizás eso se resuelve por el hecho de que no todos los individuos están preocupados por “encontrarse a sí mismos” y por tanto están lejos de sospechar que fundamentalmente todos somos uno, perdidos en las sombras de la caverna que toma por real la apariencia.

La conciencia no asume su condición de idealreal más que en determinados momentos y especiales ocasiones. El yo es el sujeto trascendente que no puede ser objetivado. Una realidad no objetivable es el límite de la razón discursiva.

La modernidad por tanto se ha equivocado, no es que todos los seres humanos sean iguales, es que todos son el mismo. Y desde este punto de vista, cuando llega un acontecimiento generalmente inesperado y desagradable no tiene sentido preguntarse ¿por qué yo?, ¿no hay otro yo?

Por lo que Luna Cabañero sabe, el ser se resuelve en conciencia. La conciencia en racionalidad y la racionalidad en mismidad. De ahí extrae también la superación del miedo a la muerte, puesto que el Yo no se extingue, no por una creencia en otra vida diferente a ésta.

En lo que me parece que acierta plenamente nuestro filósofo jiennense es en su afirmación de que las cuestiones metafísicas expresadas en palabras son sólo aproximaciones al asunto del que en realidad se trata. La confianza en la razón no se puede obtener a partir de la razón discursiva. Lo demuestra este libro desde el punto de vista de la incompletitud lógica de todos los sistemas lógicos y matemáticos y desde el punto de vista de una fenomenología de la conciencia que hace reflexionar y abre horizontes insospechados.

Luna Cabañero me ha confirmado que Hegel es el “filósofo” que se dio cuenta y expresó las dos caras de la realidad, la de Parménides y la de Heráclito, de su unión dialéctica. De que es cierto que por un lado el ser es y no puede dejar de ser, pero que “de tejas abajo” tenía razón Heráclito, todo deviene y no deja de pasar, nosotros incluidos.

Me alivia que el autor de este libro no haya arrojado la modernidad al cuarto de los trastos. Sólo ha analizado con profundidad lo que anunciaba el título “La insuficiencia de la razón”. Recupera por tanto su proyecto político y ético de unidad e igualdad del género humano, pero de una manera más profunda que el simple contrato social de los individuos diferentes y egoístas. 

Como complemento musical al comentario de este libro inserto esta canción que habla de un monstruo que no tiene madre y la echa en falta, algo así como ese “yo autofundante y autofundado” de la filosofía moderna.


Las lágrimas de un grupo viejo de niños
las esparzo sobre un cabello blanco
lanzo al aire la cadena mojada
y desearía tener una madre
Ningún sol me ilumina
ningún pecho ha llorado leche
en mi cuello hay un tubo encajado
No tengo ombligo en el estomago 

Madre

No me dejaron sorber pezones
y sin faldas donde esconderme
nadie me dio un nombre
concebido con presura y sin semen
A la madre que nunca me dio a luz
he jurado esta noche
le regalaré una enfermedad
y la pondré en el río a hundir

Madre

En sus pulmones vive una anguila
en mi frente un lunar
lo remuevo con el beso de un cuchillo
aunque por ello tenga que morir

Madre

En sus pulmones vive una anguila
en mi frente un lunar
lo remuevo con el beso de un cuchillo
aunque por ello me tenga que desangrar

Madre, oh dame fuerza


1 comentario:

  1. Laureano piensa que además de la razón discursiva hay otra, que llama "pura" y que carece de límites. Es esta razón pura la que pone límites a la discursiva. El libro de Laureano tiene mucha miga lógico-filosófica. Más, por ejemplo, que el ameno libro de Markus Gabriel "Por qué el mundo no existe" (MG distingue mundo y universo, que es de lo que tratan las ciencias naturales) que también nos acerca al realismo o nos regresa a él después de la posmodernez.
    Laureano, que fue compañero mío en el Instituto de Mancha Real, me dedicó un ejemplar de *La insuficiencia del discurso racional* en 2013 con un proverbio zen que viene muy a pelo de tu excelente comentario, Ana: "Si con tu mente intentas / comprender tu mente / ¿cómo evitarás la confusión?".

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