EXPERIENCIAS MAS ALLÁ DE LA FILOSOFIA EN JAÉN
Ana Azanza
Gracias a don José Biedma he podido leer “La insuficiencia
del discurso racional” de Laureano Luna, filósofo jiennense alejado del
mundanal ruido. Me ha sorprendido el libro. Los primeros capítulos se me
hicieron pesados, pues Laureano parte de la lógica, Cantor, Gödel, Richard,
Husserl, Babel, no fue un buen comienzo.
Tampoco me agradó la tesis del límite de la razón
discursiva, en efecto, la razón tiene límites, pero en una circunstancia como
la nuestra, la española, con una ilustración tan débil y siempre cuestionada,
pensé que no nos hacía falta otro antiilustrado más. No voy a repetir
argumentos sobre la falta de ilustración, ya lo hago en otros lugares y no
quiero repetirme.
Sin embargo una vez que empiezo un libro no lo suelo dejar, hay que dar oportunidad al autor de sacar todo su pensamiento a la luz. Luna Cabañero denuncia y expone la incompletitud de la modernidad en sus teorías físicas y normativas. También lo que él llama "subrepticios" de la modernidad, es decir, falsas soluciones a problemas filosóficos: la sustancia, el yo puro, la estructura pura, el infinito moderno. Lo hace a partir de demostraciones lógicas, y exhibe un conocimiento exhaustivo de todos los autores en ese campo: Quine, Tarski, Russell…
La parte que me ha llamado más la atención se titula “La
autoconciencia de la razón”, considero que he tenido premio al llegar hasta
ahí. Lo primero que me ha sorprendido es la exposición de Algazel, filósofo
musulmán del siglo XII que en “El salvador del error” plantea punto por punto
el proceso de la duda que creíamos original de Descartes. Nada más lejos de la
verdad, ¿habría leído Descartes la meditación de Algazel?:
“Acto seguido dediqué una gran atención a considerar los
datos sensibles y los primeros principios y a ver si me era posible ponerlos en
duda. Aquellas largas vacilaciones me determinaron a no dar crédito tampoco a
los datos sensibles pues empecé a extender la duda a éstos también, ya que me
decía: “¿Cómo voy a confiar en los datos sensibles cuando el más seguro es el
que procede de la vista y siendo así que ésta, cuando contempla una sombra, la
ve quieta e inmóvil y juzga que no hay movimiento? Sin embargo luego al cabo de
una hora reconoce que se ha movido…”. Igualmente la vista mira la estrella y la
ve pequeña, del tamaño de un dinar, pero la demostraciones geométricas prueban
que es de tamaño mayor que la tierra.” (p.262)
El final de la meditación es sin embargo diferente al
cartesiano, Algazel no halla la sustancia pensante, que “con sólo que hubiese
dejado de pensar habría dejado de ser”. Más bien da un giro común en el
medioevo: la iluminación. Algazel pasó dos meses en estado de escepticismo,
pero Dios le puso una luz en el pecho que le curó.
A partir de ahí viene todo el razonamiento que más me ha
atraído, la existencia de un ámbito que Laureano llama idealreal. La palabra que inventa para designar un acto de
pensamiento que no es intencional como la inmensa mayoría de ellos, es un acto cisdiscursivo, es decir, que está más
allá de lo discursivo. La distinción entre lo ideal y lo real sigue ahí, no se
puede negar, pero Luna Cabañero avanza la interesante tesis de que pudieran
existir actos en los que lo real y lo ideal aparecen integrados.
Se hace eco de los esfuerzos de Platón y de Husserl por
establecer y defender ese estatus de lo ideal, por encima de lo fáctico. Como
bien dice en el ámbito de la razón discursiva lo ideal y lo real son
irreconciliables. También es muy interesante la tesis de que quizás la epojé
husserliana no es posible, no es tan fácil poner entre paréntesis la realidad
de los objetos de la conciencia:
“¿No queda la conciencia una vez objetivada para convertirse en objeto de la Fenomenología, deformada y achatada hasta lo fáctico?”
La solución al problema que merece considerarse despacio le
llegó como fruto de una experiencia personal en 1981. Estallaron sus dudas
filosóficas en una situación de pánico intelectual que duró varios meses.
Pero en septiembre de ese año y en un lugar de sabor
jiennense tuvo lugar una experiencia personal de la que no hay porqué dudar
puesto que él da testimonio de que le ocurrió. Me ha llamado la atención la
referencia concreta al sitio donde estaba que identifico con el “Callejón de la mona”, el bar al que se refiere me parece que se llama “Sanatorio” no
“Sagrario” como dice. Sagrario es la capilla de la catedral de Jaén construida en el siglo XVIII como
un anexo que efectivamente corresponde al muro del callejón de la mona.
La cuestión es que en ese lugar:
“se abrió la confianza trascendental en la razón en medio de un estado de certeza y lucidez absolutas. Si pudiese describir con palabras la naturaleza de ese estado y el origen de su lucidez y certeza, hablaría, como en una metáfora, de la identidad perfecta entre la instancia que conoce y la instancia que estaba siendo conocida”.
Fue un conocimiento intelectual diferente a todo lo que el
autor había experimentado hasta entonces. Se dio cuenta en el fondo de la
unidad de todo y lo vivió. Personalmente no tengo experiencia semejante, pero
comprendo que en ese momento experimentó el ser de Parménides por seguir usando
términos filosóficos, todo es uno, el ser es uno y no cambia.
Esa experiencia le hizo entender el secreto y misterio del
yo, del que tanto se preocupa la filosofía moderna, que es un caballo de
batalla epistemológico con consecuencias políticas. En efecto, lo poco que nos
ha llegado de la
Ilustración es el yo individual, autosuficiente, racional,
digno en sí mismo, que se une a otros yoes tan individuales y tan dignos como él
para dar lugar a la sociedad en la que todos somos iguales. Pero es evidente
que todo este montaje ilustrado es una falacia, puesto que ese yo absoluto, sin
sexo ni raza ni circunstancias es una pura nada o “un menos que nada”, como
diría Zizek.
¿Entonces?
Luna Cabañero expone los pasos de la “subrepticia”
construcción del yo:
-la conciencia puede saber de sí sin captarse como objeto.
-cuando la conciencia sabe de sí pretende reconocerse en su
mismidad.
-la conciencia puede reconocerse como lo mismo por la huella
de sus diferentes y sucesivos, aplicando el llamado IDEM se obtiene la
identidad.
-finalmente para llegar al Yo puro se aplica ENS sobre la
identidad y sobre la mismidad y se obtiene el “yo sustancia pensante”.
Pero la cuestión del
yo no podrá ser resuelta en el ámbito de la filosofía y de la psicología. El yo
no es de naturaleza constructiva, sólo es posible en el ámbito de lo que está más
allá del discurso, nunca podremos
alcanzar el yo pensando discursivamente. El yo es diferente a todo lo que
aplicamos nuestra razón raciocinante.
El yo pertenece al ámbito de lo que el autor ha llamado idealreal. Contra las apariencias, el yo
no puede ser solo individual. La individualidad es una característica de lo que
no es ideal. No puede haber muchas mismidades, si la ipseitas misma es capaz de encarnarse en el yo idealreal,
entonces el yo al que nos referimos cotidianamente es en cierto sentido
absolutamente el mismo. Aquí coinciden las reflexiones filosóficas de Luna
Cabañero con los Vedanta, el Vedanta de la no dualidad, con la mística sufí y
con la mística cristiana de Hugo y Ricardo de San Víctor o con San Juan de la Cruz, con la doctrina zen de la visión de la propia
naturaleza.
Este yo común a todos los yoes no puede dejar de recordar el
misterioso intelecto agente del que habla Aristóteles en “De anima”.
Otra experiencia personal así se lo confirmó:
“aquello que uno es y comprende en la experiencia de la suprema identidad podría expresarse así: uno mismo es el mismo que todo otro ser, incluidos los seres carentes de autoconciencia…..los seres individuales existen y existen en pluralidad, pero a pesar de eso son el mismo según su identidad última, la única verdadera;…esa identidad es la identidad idealreal de todos los seres, a la que todos se refieren de manera generalmente inconsciente cuando dicen yo, o a la que se referirían si pudiesen decir yo.”
El problema del yo sólo
se resuelve en la autoconciencia correcta, y esta cae fuera del ámbito de la
filosofía. La conciencia no puede ser ella misma su mismo origen, no puede ser
su propio objeto. En la autoconciencia hay una transparencia del alma para sí
misma que no está al alcance de muchos, primero hay que reconocer el testimonio
de quien lo ha vivido y segundo no buscarla como objetivo. Quizás alguna vez
hemos tenido esa experiencia pero la mandamos al inconsciente, interpretamos
que somos un ser sólo real y esto es
una ilusión. El yo de alguna forma “cae del cielo”, es la aparición de un
estado de naturaleza distinta.
En la vida corriente esa unicidad de todo permanece
inconsciente, oculta. Creemos en la existencia de “yoes individuales”, y
ciertamente no se ve como podríamos ser uno con determinados sujetos de nuestro
alrededor. Pero quizás eso se resuelve por el hecho de que no todos los
individuos están preocupados por “encontrarse a sí mismos” y por tanto están
lejos de sospechar que fundamentalmente todos somos uno, perdidos en las
sombras de la caverna que toma por real la apariencia.
La conciencia no asume su condición de idealreal más que en determinados momentos y especiales ocasiones. El
yo es el sujeto trascendente que no puede ser objetivado. Una realidad no
objetivable es el límite de la razón discursiva.
La modernidad por tanto se ha equivocado, no es que todos
los seres humanos sean iguales, es que todos son el mismo. Y desde este punto
de vista, cuando llega un acontecimiento generalmente inesperado y desagradable
no tiene sentido preguntarse ¿por qué yo?, ¿no hay otro yo?
Por lo que Luna Cabañero sabe, el ser se resuelve en
conciencia. La conciencia en racionalidad y la racionalidad en mismidad. De ahí
extrae también la superación del miedo a la muerte, puesto que el Yo no se
extingue, no por una creencia en otra vida diferente a ésta.
En lo que me parece que acierta plenamente nuestro filósofo
jiennense es en su afirmación de que las cuestiones metafísicas expresadas en
palabras son sólo aproximaciones al asunto del que en realidad se trata. La confianza en la razón no se puede obtener a partir de la
razón discursiva. Lo demuestra este libro desde el punto de vista de la
incompletitud lógica de todos los sistemas lógicos y matemáticos y desde el
punto de vista de una fenomenología de la conciencia que hace reflexionar y
abre horizontes insospechados.
Luna Cabañero me ha confirmado que Hegel es el “filósofo”
que se dio cuenta y expresó las dos caras de la realidad, la de Parménides y la
de Heráclito, de su unión dialéctica. De que es cierto que por un lado el ser
es y no puede dejar de ser, pero que “de tejas abajo” tenía razón Heráclito,
todo deviene y no deja de pasar, nosotros incluidos.
Me alivia que el autor de este libro no haya arrojado la
modernidad al cuarto de los trastos. Sólo ha analizado con profundidad lo que
anunciaba el título “La insuficiencia de la razón”. Recupera por tanto su
proyecto político y ético de unidad e igualdad del género humano, pero de una
manera más profunda que el simple contrato social de los individuos diferentes
y egoístas.
Como complemento musical al comentario de este libro inserto
esta canción que habla de un monstruo que no tiene madre y la echa en falta,
algo así como ese “yo autofundante y autofundado” de la filosofía moderna.
Las lágrimas de un grupo viejo de niños las esparzo sobre un cabello blanco lanzo al aire la cadena mojada y desearía tener una madre Ningún sol me ilumina ningún pecho ha llorado leche en mi cuello hay un tubo encajado No tengo ombligo en el estomago Madre No me dejaron sorber pezones y sin faldas donde esconderme nadie me dio un nombre concebido con presura y sin semen A la madre que nunca me dio a luz he jurado esta noche le regalaré una enfermedad y la pondré en el río a hundir Madre En sus pulmones vive una anguila en mi frente un lunar lo remuevo con el beso de un cuchillo aunque por ello tenga que morir Madre En sus pulmones vive una anguila en mi frente un lunar lo remuevo con el beso de un cuchillo aunque por ello me tenga que desangrar Madre, oh dame fuerza
Laureano piensa que además de la razón discursiva hay otra, que llama "pura" y que carece de límites. Es esta razón pura la que pone límites a la discursiva. El libro de Laureano tiene mucha miga lógico-filosófica. Más, por ejemplo, que el ameno libro de Markus Gabriel "Por qué el mundo no existe" (MG distingue mundo y universo, que es de lo que tratan las ciencias naturales) que también nos acerca al realismo o nos regresa a él después de la posmodernez.
ResponderEliminarLaureano, que fue compañero mío en el Instituto de Mancha Real, me dedicó un ejemplar de *La insuficiencia del discurso racional* en 2013 con un proverbio zen que viene muy a pelo de tu excelente comentario, Ana: "Si con tu mente intentas / comprender tu mente / ¿cómo evitarás la confusión?".