'Initium Sapientiae Timor Domini' es el lema de la Universidad de los Andes en Mérida (Venezuela). Este proverbio latino u otros similares versionan el Salmo 111:
"Principio del saber, el temor de Yahveh;
muy cuerdos todos los que lo practican.
Su alabanza por siempre permanece"
La idea del miedo como principio del saber siempre me ha producido escalofríos, mucho más si ese saber tiene por fin último el conocimiento de Dios.
Por una parte, no parece presentable un amor a Dios basado en el miedo, ni mucho menos una búsqueda de Dios -aun entre sombras- que tenga por origen el espanto.
Mas por otra parte, ese temor se asocia a la alabanza, al reconocimiento de que por encima de lo humano hay algo superior, más poderoso e incontrolable, de lo cual dependemos, bajo lo cual existimos y ante lo cual no cabe más que la humildad del reconocimiento de nuestra menesterosidad, reconocimiento que algunos grandes filósofos de la religión sitúan como fundamento de esta.
Además, ese principio ante el cual tememos y temblamos (que diría Kierkegaard) puede llamarse Dios, Cosmos o Naturaleza. Y el miedo a la Naturaleza puede reinterpretarse como necesario condimento del respeto y afecto al sustrato terrenal o marco natural del que vivimos y dependemos, y en el que habitamos. El miedo al cambio climático o a las grandes catástrofes naturales como efecto de nuestros excesos puede así alimentar un sano activismo ecologista. El temor a la naturaleza sería entonces el principio de una sabiduría de respeto al medio ambiente, una principio de prudencia que promueva una producción y consumo responsables en un desarrollo sostenible.
Ese "temor de Dios" halla su análogo griego en el asombro reverencial ante la misteriosa inmensidad de la Physis (naturaleza). Asombro que puede ser también entendido como admiración, perplejidad, temor... e, incluso, como agradecimiento porque uno es algo, ¡muy poco!, en lugar de nada. Asombro ante la maravilla de la mera existencia. Los filósofos sitúan esa especie de espanto admirativo como inicio de su oficio, como puesta en marcha de la ciencia y de la filosofía.
Bernardo de Claraval (1090-1153), el abad cisterciense, se refiere al temor que debemos guardar ante el misterio de la gracia divina, y cita el Proverbio 28,14:
"Bienaventurado el hombre que siempre está en temor;
el que endurece su corazón caerá en el mal".
Aquí el miedo predispone a la modestia, la virtud contraria al pecado capital de la soberbia o vanidad del que se siente agraciado por Dios y no teme por la gracia recibida, perdida o recobrada.
También Shakespeare nos recordó a través de las palabras que puso en boca de su atormentado príncipe nórdico que es el miedo lo que nos hace prudentes.
Y parecida lección puede extraerse de un pasaje de la Anábasis de Alejandro escrita en tiempos del emperador Adriano por el historiador Flavio Arriano (92-175), "heleno asiático romanizado", de la noble estirpe intelectual de Jenofonte y Polibio, discípulo del estoico Epícteto, modelo de honestidad historiográfica además de filósofo, valiente soldado y gran general.
Pues bien, en el capítulo IV del libro I de la Anábasis de Alejandro, cuenta Arriano la campaña de Alejandro en el Danubio contra unas levantiscas tribus celtas. Dice de las gentes de estos pueblos que son altos y arrogantes.
Tras vencer a los insurgentes, Alejandro les hace promesas de amistad al resto, y les pregunta qué asunto era causa de especial pánico en su mundo, esperando en su vanidad que su gran fama hubiera llegado no sólo al Danubio, sino más allá, y suponiendo pues que dirían temer a Alejandro por encima de todo...
"Pero la respuesta que le dieron los celtas fue contraria a sus expectativas; pues ellos, que vivían en un territorio de difícil acceso, y conocedores de que su rumbo sería en otra dirección, le contestaron que lo que más temían era que en algún momento el cielo cayera sobre sus cabezas. A estos hombres Alejandro los despidió llamándoles amigos suyos, y dándoles el rango de aliados, añadiendo además el comentario de que los celtas eran unos fanfarrones".
¡Cree el ladrón, que todos son de su condición!
"Vanidad de vanidades y todo es vanidad",
según nos describe el Eclesiastés:
ματαιότης ματαιοτήτων καὶ τὰ πάντα ματαιότης |
¿Será más prudente creer
poder el cielo sobre nuestras cabezas caer?
- ¡Y es de temer!
El initium sapientia del temor Domini lo interpreto en el sentido de temor a la justicia, temor a la verdad. Cualquier hormiga que aplastes sin tener porqué aplastar se volverá contra tí. Para no creyentes en Yavé vale el dicho de Anaximandro: las cosas pagan las culpas unas a otras según la necesidad y la reparación de la injusticia según el orden del tiempo.
ResponderEliminarEn física el principio acción - reacción.
En la sabiduría popular también hay dichos desagradables que no recuerdo.
En definitiva, que desde el punto de vista de la verdad y la justicia el mundo es un todo y cuando estiramos de un lado esa accion rebota en uno mismo.
Hace falta cierta fe en ello, pues los ladrones y asesinos suelen triunfar aunque a veces la procesión va por dentro.
Al respecto me han dicho que en ruso Pravda se usa para verdad y para justicia. No está mal, ya que aquí no coinciden pero esperamos como Kant que en algún lugar lejano sí coinciden.
En la frase de Anaximandro, nuestro aforista de cabecera, don Emilio López Medina, hubiese escrito "según el orden del espacio", ;-).
EliminarSiempre me ha parecido la frase de Anaximandro una especie de Karma griego. Optimista desde luego, porque suponer justicia en la naturaleza ya es mucha fe y mucha esperanza. El mismo optimismo lo encontramos en la sabiduría sapiencial hebrea, en los Proverbios, donde la sabiduría es también verdad-justicia, como la diosa egipcia Maat, la de las enormes alas de avestruz.
Otra cosa nos dice la sabiduría trágica (esa que fascinó a Nietzsche), allí donde el héroe es fastidiado por los dioses sin saber por qué ni para qué.
No cabe duda que muchos pecados llevan en sí su propia penitencia y muchas virtudes son una forma de la astucia,traen dignidad y alegría, pero lo cierto es que en este mundo "no hay derecho", sólo podemos esperarlo, confiar en que el Logos sea algo más que una Razón inescrutable e inhumana.
Muy interesante José, y bien contado. Gracias.
ResponderEliminarMe parece bueno que hayas señalado la vertiente genuina de ese timor domini. Es decir, su relación con la conciencia de la propia pequeñez y vulnerabilidad. Pues la postmodernidad ha instalado el dogma de que el temor es malo y el amor es bueno. Pero ¿se oponen realmente? Y si se oponen, ¿lo hacen siempre y necesariamente?
El padre que ama a su hijo teme no poder darle lo mejor, el hijo que ama a su padre teme defraudarlo, el discípulo que admira a su maestro teme no estar a la altura de su enseñanza, etc. Con cuánta mayor razón el hombre religioso teme a su Dios, ya que comprende la inmensa asimetría que existe entre ambos.
Pero parece que hoy la sensiblería y el emotivismo dictan la norma...
Siempre me ha parecido que allá donde no hay temor, tampoco puede haber respeto. Evidentemente, allá donde sólo hay temor, y no amor, lo que hay es terrorismo.
EliminarGracias por tu atención y comentario, Max.