domingo, 1 de noviembre de 2015

Metensomatosis

Mosaico de esqueleto de Pompeya

De aquellos por quienes sentimos afecto y con quienes colaboramos en las faenas de la vida, a veces en la memoria sólo nos quedan las sombras de unos cuantos gestos. Un mohín, una sonrisa, un encogimiento de hombros, expresiones de ese espejo del alma que fue su cara en movimiento, el modo de andar, el timbre de su voz, la gesticulación de sus manos, el temblor de su carcajada, la sensación tibia de un beso, de un abrazo, de un apretón de manos… El regusto que deja una conversación amable presidida por una afinidad electiva… La filosofía y su enseñanza.

Antonio Gerardo García González también se ganó la vida como profesor de filosofía. Coincidimos en el Instituto “Andrés Segovia” de Villacarrillo, allá por los años ochenta del siglo pasado. Buen mozo, alto, bien parecido, afable, modesto, abierto a la verdad, dispuesto siempre a aprender, a entender a los demás… Supe de sus fáusticos amores con Margarita, amores comprometidos. Y tras mi traslado a Úbeda, la pareja nos visitó algunas veces. Por entonces, Antonio ya sería director del Instituto de bachillerato de Santisteban del Puerto (Jaén), donde los esposos pusieron casa y tuvieron hijos. Supe de aquella casa atacada por las termitas, como nuestros cuerpos por la enfermedad, batalla perdida.


Antonio Gerardo nos ha abandonado, derrotado por un cáncer de esos que minan y destruyen. Conservo de su amistad y su trabajo un artículo en separata, publicado en 1993 por Florentia Iliberritana (Revista de Estudios de Antigüedad Clásica, nº 3, 1992). Se titula “La creencia pitagórica en la transmigración de las almas”.

Digo que sería para mí un gran consuelo, tras el éxodo de Antonio Gerardo, compartir la creencia de aquellos místicos descubridores de la escala musical, inventores de las matemáticas. Creencias venerables estas de que todo el universo está compuesto tan armónica como musicalmente, pues todo tiene que ver con todo, y que el alma renace tras el fracaso del cuerpo, esa cárcel, esa tumba, esa trampa mortal, ese nido de gusanos. Las creencias pueden ser venerables aunque no se crean. O ya son todas dignas –pensará el humanista- si la imaginación del hombre las crea. En esa capacidad creativa vieron los antiguos nuestro parentesco con los dioses.

El artículo que atesoro como reliquia y releo ahora se presentó firmado por Antonio Gerardo y por Miguel Villena Ponsoda. Esta es la traducción de su Abstract:

Analiza la doctrina de la metempsicosis en el contexto pitagórico del parentesco de todos los seres vivos o simpatía universal

Propone el término metensomatosis para referir a la hipótesis de las almas asumiendo distintos cuerpos, como más apropiado que metempsicosis, pues serían las almas las que emigrarían de un cuerpo a otro, como quien calza distintos zapatos o usa distintos vehículos máquinas. Los griegos usaron también el término palingenesia para dicha doctrina.

Libro de los muertos

Heródoto (II, 123) afirmó que fueron los egipcios los primeros en sostener que el alma del hombre es inmortal y que cuando el cuerpo perece se introduce en otro animal que entonces nace, y tras recorrer todos los animales de tierra, mar y aire, el alma vuelve al cuerpo de un hombre hasta completar el ciclo de 3000 años.

Algunos eruditos consideran a Empédocles de Akragas un pitagórico disidente, pero el caso es que también defendió la doctrina de la transmigración de las almas. Según Empédocles, la necesidad nos empuja a recorrer todos los espacios del cosmos antes de retornar al ámbito divino. De ahí la condición peregrina del humano (B 112). Sólo alcanzarán aquel sagrado fin quienes hayan logrado la pureza en su vida terrenal, mientras que los contumaces irán a parar al Tártaro.

¿Se conserva la existencia individual en ese retorno a lo divino? ¿O sólo cabe la fusión del alma con lo absoluto mediante su idiosincrasia? Empédocles parece inclinarse por la segunda opción

Algunos helenistas sostienen que los griegos no tomaron la doctrina de otros pueblos, sino que es un aporte de Pitágoras. Burnet afirma que una doctrina que existió en lugares tan distantes como Grecia e India dependería de desarrollos paralelos a partir de un fondo común de animismo primitivo, un animismo que supone –acertadamente- el parentesco de hombres y animales.

Dodds piensa que el movimiento místico acontecido en la Magna Grecia hacia el VI a. C. tuvo su origen en la irrupción de la cultura chamánica, fruto de la apertura en el siglo VII del Mar Negro al comercio y la colonización griega. Medea expresaría el paradigma de los poderes exóticos del chamán. El perfil del chamán es el de un asceta religioso, psíquicamente inestable, frugal, solitario, que puede experimentar un cambio psicológico de sexo, y al que se atribuyen superpoderes, como la bilocación: el que pueda vérsele al mismo tiempo en dos sitios distintos. Claudio Eliano y Porfirio recuerdan la leyenda de que Pitágoras apareció en Crotona y Metaponto a la misma hora y en el mismo día.

Hécate. William Blake.


No hay palabra en Grecia para chamán, pero Hécate, Medea y Circe, son el arquetipo clásico de brujas, magas o hechiceras, y comparten su condición de mujeres poderosas, libres y autónomas. Además, los poderes de adivinación, curación y purificación, eran ejercidos por figuras religiosas autóctonas. Y es discutible que desarrollaran una teoría de la metempsicosis. La atribución de dicha doctrina a los órficos no deja también de ser una conjetura.

Platón alude a la doctrina en varios diálogos y los comentaristas creen que cuando lo hace parafrasea relatos órficos. En Fedón dice que “hay un relato antiguo…”. En Menón la atribuye a hombres y mujeres sacerdotales, mencionando al poeta Píndaro. En Fedro, el alma caída encarna en el cuerpo de hombre y tras mil periodos de mil años cumple su ciclo y se libera, salvo que haya cumplido tres vidas consecutivas como filósofo, ¡pues entonces se libera antes!

Guthrie señala en los relatos platónicos dos rasgos típicamente órficos: la idea de compensación por la calamidad, que establece la necesidad de castigo y purificación como consecuencia de nuestro origen y no por una culpa individual; y la idea de ciclo. La noción de una condición de culpabilidad original de la raza humana (común a otras tradiciones como la judía) comporta dos elementos que tradicionalmente se atribuyen al orfismo: la concepción del cuerpo como cárcel o tumba, y el descuartizamiento de Dionisos por los Titanes.


No es inverosímil que la doctrina de la metempsicosis esté más asociada a la tradición del sur de Italia y Sicilia que al orfismo, ni es imposible que sea una invención original de Pitágoras. Así, en el testimonio más antiguo conocido sobre Pitágoras, de Jenófanes de Colofón, la doctrina se atribuye con toda claridad al gran matemático originario de Samos. Diógenes Laercio recoge lo escrito por Jenófanes: que al pasar Pitágoras en una ocasión junto a un cachorro que estaba siendo maltratado, sintió compasión y dijo: “cesa de apalearle, pues el alma de un amigo la que reconocí al gritar”.

Aristóteles confirmó la existencia de la doctrina entre los pitagóricos. En De anima critica la teoría según la cual el alma se mueve por sí y parece poner en duda la posibilidad de la existencia de almas que no estén revestidas por algún cuerpo apropiado (la cursiva es nuestra):

“tal teoría [la platónica], así como la mayor parte de las propuestas acerca del alma, adolecen del absurdo siguiente: que unen e introducen el alma en un cuerpo, sin preocuparse de definir ni el por qué ni la manera de ser del cuerpo. Este punto, sin embargo, parece ineludible: pues uno actúa [el alma] y otro padece [el cuerpo], uno mueve y otro es movido cuando tienen algo en común y estas relaciones mutuas no acontecen entre elementos cualesquiera al azar. Ellos, no obstante, se ocupan exclusivamente de definir qué tipo de realidad es el alma, pero no definen nada acerca del cuerpo que la recibe, como si fuera posible –conforme a los mitos pitagóricos- que cualquier tipo de alma se albergara en cualquier tipo de cuerpo: parece, efectivamente, que cada cosa posee una forma y una estructura peculiares” (407b12-24).

Para Aristóteles, que piensa al ser vivo con una unidad psicosomática, hilemórfica (materia-forma), el alma no es más que la estructura o forma de un cuerpo vivo. En el texto se plantea al dualismo psicosomático, que el Estagirita critica, el problema de la conexión, ese tan difícil que Descartes quiso resolver mediante la glándula pineal y mi amigo Jorge Krieger, recién fallecido también, mediante la hipótesis metafísica del conector C

¿Cómo pasar del lenguaje fisicalista al mentalista? Y no podemos reducir ninguno al otro. Así, de facto, el tránsito del cerebro al yo ejecutivo que emerge de su actividad holística; o viceversa, la explicación de cómo eso (conciencia, alma, espíritu), que suponemos emerge de la actividad física del cuerpo, puede sobreactuar sobre el cuerpo físico con relativa independencia, tomando decisiones que pueden incluir la destrucción del propio cuerpo del que emergió (intoxicación..., suicidio), es la explicación más difícil de hallar, esa que busca Penrose en las vibraciones cuánticas de los microtúbulos...


Diógenes Laercio, el gran doxógrafo del siglo III d. C., afirma que Pitágoras había recibido el don de recordar sus existencias anteriores: Pitágoras fue Euforbo, el héroe troyano que irió a Patroclo y fue muerto por Menelao en la Ilíada. Luego fue Hermotimo, y luego un pescador llamado Pirro, y por último Pitágoras fue Pitágoras. Hay una curiosa paradoja en ello, ¿cómo siendo uno puede ser otros sin dejar de ser uno mismo? 

Al parecer, los pitagóricos antiguos, además de suponer el origen astral del alma, creían que la transmigración pasaba por una estancia en el Hades para ser juzgada y en función del veredicto se reencarnaría luego en hombre, animal superior o viviente inferior… Hay una cierta analogía entre la aplicación de estos criterios éticos para el nivel de reencarnación y la doctrina oriental del karma, tan justa y confortadora, porque de ser ciderta, no habría virtud ni esfuerzo humano que no reciba su recompensa, ni vicio o crimen que no resulte castigado en alguno de nuestros sucesivos avatares. Ninguna voluntad o intención se perdería...

Volviendo al artículo de marras, Antonio Gerardo lo concluye afirmando que su investigación confirma el hecho de que por medio de Pitágoras Grecia alcanza un nuevo nivel de consciencia.

No pude despedirme de él. Me sorprendió la noticia de su muerte, como la caída de una teja en el cráneo o el golpe que no se espera en mitad de la cara. Y no veo manera de dejar de esperar, que es algo parecido a creer, que una vez más podamos medir nuestras palabras, un abrazo de oso en alguna o en ninguna parte, una fusión de almas.

Descanse en paz.

Otra bibliografía consultada

Aristóteles. Acerca del alma. Trad. Tomás Calvo Martínez, Gredos, Madrid, 1983.
Diógenes Laercio. Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres. Visión libros, trad.       José Sanz Ortiz, Barcelona 1985, tomo 2.
Javier Murcia Ortuño. De banquetes y batallas. 3. “La ambición de ser el primero”.
Alianza, 2007.

2 comentarios:

  1. Es muy poética y sugerente la doctrina de la transmigración de las almas de los pitagóricos, luego llegó Aristóteles "el empirista" y dejamos de soñar con los viajes por el cosmos de cuerpo en cuerpo. No casan la doctrina pitagórica con la aristotélica sobre el alma, principio del cuerpo vivo, instransferible por tanto.
    Yo no he reconocido a nadie en particular en el lamento de un animal como Pitágoras, pero si me ha pasado oír de noche un quejido sin saber de donde venía. Pense que estaba soñando, pero se seguía oyendo.
    Lo primero que se me vino a la cabeza era que se trataba de un alma en pena, pasé miedo hasta que salí a la escalera y descubrí que era un gatito recién nacido que se había metido en el portal, había subido las escaleras y no sabía bajar.
    Qué quejido, parecía humano, no pude evitar pensar que dentro del gatito había alguna persona que no estaba en paz.

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  2. Cada vez que al dormir soñamos, experimentamos una realidad distinta a la ordinaria. O más bien habría que decir muchas "realidades", tantas como sueños, pues cada sueño tiene su propio espacio, su propio tiempo, sus propios seres y su propio drama.

    ¿Porqué cuesta tanto, entonces, aceptar la idea de que tras la muerte se puedan experimentar otras existencias, otras formas de corporalidad y otras identidades?

    Henry Corbin reunió y prologó una serie de interesantes escritos de sabios musulmanes (del llamado "irfan" o gnosis shiíta) en los que hay vívidas descripciones, junto a lúcidas teorizaciones, de los estados post mortem de los seres. Pues, según esos sabios, esos estados no son abstractos sino que en ellos los seres se revisten de formas y cualidades análogas a las de nuestro mundo. Son textos muy interesantes y arrojan una luz peculiar sobre la teoría de la metempsicosis y la mal llamada "reencarnación". La colección se llama "Cuerpo espiritual y tierra celeste", y en nuestra lengua lo publicó Siruela.

    Dicho sea de paso, a mi juicio, tomar literalmente la doctrina pitagórica de la metempsicosis, u otras afines, es tan necio como negarlas. Entre uno y otro extremo, de la creencia ingenua y la negación torpe, está eso que llamamos intelecto. No se trata de creer o no creer en la literalidad exterior del asunto sino de permitirse pensarlo.

    Gracias por el post, José. Y quiera Dios que tu amigo descanse en paz.

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