MIGUEL FLORIÁN
Los Arqueólogos, de G. Chirico |
Memoria y conciencia
El
hombre es un animal que recuerda en exceso aseguró Nietzsche -¡él
que hiciera suya la desmesura del eterno retorno de lo idéntico…!
La memoria, de agigantarse, nos detiene en el pasado, disipándose
el presente hasta reducirse a un simulacro de lo vivido. La
hipertrofia del recuerdo conduce al entumecimiento, a una
quietud que aproxima el alma a la rigidez de la piedra. La evocación
fiel y precisa amenaza el libre desenvolvimiento del devenir. Pero si
ese exceso de memoria resulta nocivo lo es asimismo su defecto,
porque el ser humano se constituye de olvido, y de recuerdo.
La
capacidad de retener información no sólo es humana: cuanto existe,
existe porque recuerda. El astro que, monótono, se sostiene en su
órbita, las partículas imperceptibles que armoniosamente se ordenan
en el cristal; todo parece someterse a un principio estructurador que
se asienta en la repetición. El zigoto porta ya, ínsito, toda la
información oportuna para el desarrollo espacioso de unas
estructuras innatas que, al desplegarse, conformarán el animal
adulto. La morfogénesis humana se somete a un proceso
semejante. Es sorprendente -y terrible- darse cuenta de cómo en
la naturaleza se dispersan principios organizativos, principios
germinales (los spermata
de Anaxágoras, los eîdos
platónicos) que, a modo de moldes intangibles confieren orden y
forma a la materia amorfa.
La voz de los vientos, de Magritte |
Con
el paso de los siglos, el platonismo no ha perdido un ápice de
fascinación; continúa siendo para muchos de nosotros un pensamiento
dotado de una enorme belleza desveladora. Elías Canetti escribe en
El
suplicio de las moscas:
“¡Cuántos siglos continuarán saqueando a Platón!”. Pues
bien, en el diálogo Timeo,
Platón nos refiere, magistral y misteriosamente, cómo la madre o
receptáculo, la materia informe (jóra),
-caótica, tumultuosa, como la Tiamat babilónica- puede alcanzar la
apariencia que la eleve hasta el ámbito de los seres organizados.
Sí,
los humanos nos encontramos trabados en la telaraña del devenir, en
su eléctrica
zona (JRJ).
El devenir está tejido de orden y desorden, de cosmos y caos, de ser
y no-ser… de memoria y olvido. Avanzamos y retrocedemos. Cada
paso que damos hacia una nueva forma organizativa se obtiene desde la
estructura lograda en el peldaño anterior. Y este temblor de ondas
que es el ser humano (efímero:
'ser de un día'. Un
instante dura el fruto de la juventud, mientras se esparce sobre la
tierra el sol,
dejó escrito Mimnermo de Colofón, ya en el siglo VI a. C.);
sí, ese pálpito de ondas surge brevemente y, de inmediato, se
pierde: propenso como es a regresar a estadios anteriores...
Y
ENSEGUIDA ANOCHECE
Cada
uno está solo sobre el corazón de la tierra,
traspasado
por un rayo de sol:
y
enseguida anochece.i
La
conciencia se organiza desde la memoria, volviéndose cómplice tanto
del pasado cuanto del porvenir: nos da a conocer la consistencia del
tiempo, mostrando cómo lo reciente emergió de lo pretérito. La
temporalidad se convierte en el soporte de un desenvolvimiento
acumulativo. Si la memoria se evade, con ella se desvanecerá el
tiempo, ese enmarañado ovillo que nos constituye. Tal vez, el
infierno, de existir, sea el incesante proceso de rumiación de la
experiencia vivida ("la memoria es la gran culpable en los
infiernos", se lee en La
vida de Milarepa).
Sombras, de Paul Delvaux |
El
Psicoanálisis nos ha hecho un algo resabiados, nos ha desvestido de
inocencia; en cierta medida nos ha desterrado (una vez más) del
Jardín del Edén. El Psicoanálisis, ese saber para
desconfiados, convierte al ser humano en marioneta movida por
pulsiones tanáticas, por oscuras y dudosas fuerzas de intenciones
intrincadas que, desde el abismo del pasado, nos reclaman.
(Regresar..., regresar: desnacer, rebobinar el filme
hasta plegarnos en la microscópica célula orgánica, en aquél
ápice de ser del que partimos). Una y otra vez, merced al recuerdo,
desandamos el camino: el sexo que nos arrastra al estado larvario, a
la agónica dejación de cuanto somos (o anhelamos ser) para así
ensayar la evocación amalgamada de lo que fuimos.
Una
y otra vez, el gozo de la repetición ("la repetición es la
única forma de permanencia que la naturaleza puede alcanzar",
escribió George Santayana…, qué hombre tan fascinante Jorge Ruiz
de Santayana que nos dejó aquellos versos memorables: “El viento,
sólo el viento ¿qué será de nosotros?”). Este es el poema
completo:
CABO
CODii
CABO COD, de Edward Hooper |
La
baja playa arenosa, y el pino enano,
la
bahía y la larga línea del horizonte.
¡Qué
lejos yo de casa!
La
sal, el olor de la sal del aire del océano
y
las redondas piedras que pule la marea.
¿Cuándo
arribará el barco?
Los
vestigios quemados, carbonizados, rotos,
y
la profunda huella dejada por la rueda.
¿Por
qué es tan viejo el mundo?
Las
olas rutilantes, el cielo inmenso y gris
surcado
por las lentas gaviotas y los cuervos.
¿Dónde
han ido los muertos?
El
imponente sauce doblado hacia la tierra,
El
gran casco podrido y los troncos flotando.
¡La
vida trae dolor!
Y
entre pinos oscuros y por la orilla lisa
el
azote del viento. El viento, ¡siempre el viento!
¿Qué
será de nosotros?
Tornar
hacia atrás nuestra mirada, rememorar los instantes en que
alcanzamos la dicha (y que ahora nos devuelven su tibia vaharada:
igual, pero distinta). Y de nuevo abandonarse al oleaje del incesante
mar, con su voz magmática de sirenas dulcísimas. Los momentos
perfectos, y los terribles…; precipitarse a la humedad de unos
labios, al agua fresca del manantial, la voz adentro de madre, el
sudor rutilante de las mulas en las eras, el perfume anisado del
hinojo en los dedos, la retama encendida, la honda arcilla de la
infancia después de la tormenta..., y naufragar, y recogerse en el
confín de arena y sueño de esa turba donde se aquieta la
conciencia.
Igor Mitoraj |
Somos
lo que hemos sido: homúnculos psíquicos, semillas latentes que se
despliegan sin cesar. Afirma Georg Groddeck en El
libro del Ello:
"El sentido de la vida
personal es volver a ser otra vez un niño, o más bien revivir al
niño que nunca desapareció, y esto tras la larga batalla del Yo por
hacerse independiente, adulto, para escapar de la madre, batalla
perdida de antemano".
Salir
de la madre, separarse de ella, imponer una distancia, esa es la
intención del yo
que, tememos, está condenada al fracaso. Desde la matriz de la madre
psíquica, el cordón umbilical se extiende a través de los meandros
de la experiencia, y, en su hilo, finísimo y fatal, damos en el
océano amniótico que llamamos muerte:
"De
la madre a la madre; no llegamos a ninguna parte; todo el peregrinaje
tiene lugar en la madre"iii.
El
olvido se revela remembranza de lo arcaico; soslayamos lo inmediato
para que afluyan vestigios del tiempo originario del que fuimos
expulsados, y al que pertenecemos. Nos envuelve de nuevo aquella
dicha, la estación remota donde éramos uno -adámicos, adérmicos-
con cuanto nos envolvía.
Memoria
de aquel olvido es nuestro alborozo, eco de aquella ventura imposible
de nombrar, que ahonda sus raíces en el existir prelógico.
La
repetición…, única forma de permanencia a que podemos
aspirar… Y en ese juego de contrastes, entre el olvido y el
recuerdo es donde emerge, fugaz, la autoconciencia, el qualia
incomunicable, el “nudo del ser” que somos: “Soy lo que dure mi
pensar". En los intersticios de esa corriente (en sus
inaprensibles anillos) es donde nos hacemos posible, pasando de lo
indeterminado al ser. Perderse y encontrarse; ir del caño al
coro y del coro al caño: en ese territorio, en esa tensión
magnética, lo humano se constituye; como el mar sólo es mar en el
vaivén de sus aguas.
La tierra de los milagros, Magritte |
Palabra
y memoria
Para
los antiguos griegos, Mnemosine –madre de las Musas-personificaba
la facultad del recuerdo.
"Mnemosine
–escribe Giorgio Colliiv-
nos enseña que lo que tenemos que recuperar es precisamente el
origen de todos nuestros recuerdos, ese punto en el que todavía no
ha comenzado el tiempo. Y ésa exactamente es la enseñanza
mistérica: el camino que hay que remontar para llegar al tiempo sin
tiempo, la sucesión de generaciones de dioses y de hombres, la suma
de los mitos de Orfeo, no son más que juegos de apariencias".
La
diosa nos conduce hasta el origen, nos mece en las acompasadas ondas
de la anamnesis y nos deja varados en el tiempo primordial e incierto
(aion)
donde ya no hay propiamente memoria, ni tampoco olvido; las fisuras
desaparecen: sólo conjunción, reencuentro de las partes (símbolo),
elementos reunidos en el Esfero
que imaginara Empédocles.
La
palabra germina en el troquel de la memoria, y es gracias a la
palabra que se activa el proceso evocador: arrastra larvas de la
experiencia fugitiva, convocando espectros anteriores. La palabra es
simbólica, fragmento que aspira a completarse con la realidad
vivida: recrea lo ya vivido, aunque cubierto ahora de una pátina de
extrañeza, por la distancia que impone el propio devenir, por el
alejamiento que provoca la conciencia.
Hablamos
para rellenar oquedades, fisuras que se extienden en el flujo
discontinuo de la temporalidad; este es el juego donde se forma
y perpetúa la conciencia. Las palabras re-flexionan,
se vuelven hacia sí recogiendo el reflejo, la impronta de lo lejano.
Hablamos para retener el instante, para negar brevemente la huida de
los seres, para remansar la estampida tumultuosa de su agua
desbocada. Las palabras… pequeñas burbujas de breve eternidad en
el hervor bullicioso del acontecer. Ser consciente es ser hablante y
la palabra ha sido moldeada en la arcilla del tiempo: es tiempo
cristalizado.
La
palabra es símbolo; reclama alguna porción de realidad, fusiona
presente con pasado, a la vez que prefigura lo porvenir. Tal vez
cuanto sale de los labios divinos posea capacidad ontogénica, no así
en los nuestros. Nosotros quedamos abandonados en el torbellino del
tiempo, en su revoltijo de anillos que se pierden.
La recompensa del oráculo, G. Chirico |
La metáfora,
metamorfosis de la palabra.
La
palabra es metafórica:
siempre encaminándose hacia otra parte, sin abandonar el lugar de
donde partió. Se abre a un movimiento que aboca a un paisaje
huidizo, inapresable, a una incesante imagen que como Dafne nos huye.
En ocasiones (Gabriel Miró) llega a ser matérica, comestible,
dejándonos al enunciarla un regusto a fruta nueva y fresca: a
paraíso perdido que, generoso, regresa. El poeta es "un hombre
que se contenta con palabras" escribió, con melancolía y
ternura, Nicos Kazantzakis. Vuelan, las palabras hacia lo
desconocido, absorben el polen y lo alquimian en miel, como abejas
que son de
lo invisible.
El dinamismo de la palabra es remedo de la versatilidad del ser.
Cuando quedan liberadas de su uso ordinario, y presentadas en
disposición imprevista, las palabras se inflaman, iluminando una
región oscurecida de lo real que emerge de la tiniebla para ocupar
su sitio a nuestro lado, en la heredad del hombre. Es su capacidad
desveladora la que nos hace posible el acceso a la hondura del ser, a
su amasijo de larvas, a aquello que se agita en el corazón de las
cosas y las sostiene.
Dafne |
"Algo
-afirma René Menard- estaba allí, disimulado en nosotros, que unas
palabras desvelan, algo que aparece, desaparece, reaparece, nos
provoca, nos mide, nos juzga, anula nuestras categorías, nos niega y
nos crea una nueva intensidad de ser, abre una especie de paso
vertiginoso hacia un hogar de unidad presente en el trasfondo de
nuestra especie"v.
Arrebatados
a aquella región de raíces antiguas, de madres remotas, caemos
por el abismo de las formas que nos precedieron, y damos en el
centro germinal de la especie, en su humus apretado y fecundo, de
enorme densidad semántica.
Es
en el seno de la palabra donde se nos muestra su capacidad proteica,
su radical ambivalencia. Todo centro es ambiguo. Cada palabra, como
Juno, se ubica en el quicio que distingue (une/separa) dos ámbitos:
el de lo consciente y el de lo inconsciente. De sus dos faces, la
anterior se presenta armoniosa, precisa, dispuesta a referirse a
algún objeto o acción; la posterior, es de aspecto informe, y nos
comunica con un territorio impreciso y turbio. Entonces, la palabra
ya nada significa por sí sola, sino en tanto se aproxima a otras y
se funde con ellas, fiel a su naturaleza fagocitaria propende a
asimilar cuanto se acerca a su área: orden y desorden
conjuntados, diferencia e identidad.
Es
tarea del poeta afanarse por lograr que la palabra se libere del uso
ordinario; conseguir que se quiebre y muestre el fulgor secreto que
esconde. ¿Cómo hacer para que desvele su brasa interior, su rica
capacidad semántica, su encendida llama, aquella avidez suya de
referirse a todo?: en esto y no en otra cosa reside el oficio de
poeta. “La metáfora es la máscara de Dios”, afirmó Joseph
Campbellvi.
Igor Mitoraj |
La palabra poética supone
la conciencia monista, propende a confundir lo vivido, nunca a
diferenciarlo.
"Cuando
se empieza a ver todo en todo, la manera de expresarse suele volverse
más oscura. Se empieza a hablar con la lengua del ángel”, se lee
en un aforismo de Lichtenbergvii.
La
lengua del ángel es pansémica, como la de Dios cuando aparece ante
Job desde el vértigo del torbellino; voz inarticulada con que se
edifican los mundos. La conciencia poética -también la mística-
experimenta lo real como un solo ser. La razón poética es, por
ello, sintética, proclive a la unión y a la confusión,
porque la conciencia (¿el inconsciente, tal vez?) de sobra
adivina que en sus vetas más hondas no existen perímetros, ni piel,
ni compartimentos, sino que "todo es uno y lo mismo".
Similar
entusiasmo aparece en el alma dionisiaca embriagada por la
experiencia extática y estética. De esta forma el antiguo aedo
creía sentirse poseído por las Musas. El aedo
es ciego, y ve. Ve más que los demás mortales. ¿Y qué es lo que
ve?, ¿tal vez el orden inexorable del universo? ¿La cadena áurea?
Él es vidente, de lo pasado y de lo porvenir; ve la intimidad de los
seres en la rueda del devenir: el futuro ya ha transcurrido. El aedo
ve lo invisible. El dios que le inspira le descubre, en una suerte de
revelación, las realidades que escapan a la mirada humana.
Convocar
a las Musas conlleva arriesgarse a acceder a la inocencia primera,
abandonarse al olvido y ser así un no
ser
lo que se es. El poeta es músico,
oficiante de las Musas, y ellas le muestran el pasado y el futuro
(“Infundiéronme
voz divina para celebrar el futuro y el pasado"viii),
le revelan cuanto no
es
presente (el hombre es, en verdad, un animal que desconoce el
presente). Tiresias, y Calcas, poseen la omnisciencia lírica, son
cuenco de la revelación divina. Hesíodo recibe de las Musas el
bastón de la sabiduría (skeptron)ix,
y canta un saber prestado. El aedo
eleva su voz, recita: 'recrea',
'renueva',
'rehace',
'revive',
en definitiva, re-cuerda.
La reminiscencia no es mera recuperación de lo pretérito,
sino también previsión de lo venidero, pues, al cabo, el futuro se
halla, latente, en cada instante.
El
alma humana cuando se dirige hacia la naturaleza viva -que, velada,
alienta en lo aparentemente inerte- queda poseída, impelida a
la danza, al canto (“Cantar es ser”, afirma Rilke en Los
sonetos a Orfeo).
Si la gracia de un dios no intercede, esa emoción no llega a
concretarse en cántico (celebración, conmemoración de lo que es).
Son las palabras vivas: los démones,
almas de seres que nos poseen. Pero cuando el hombre se aparta de ese
encantamiento
de lo inmediato, se taponan sus oídos -como a los compañeros de
Odiseo- y ya nada le es posible escuchar. A lo más, el estruendo de
las máquinas (motores, turbinas, pistones...), o el estremecedora
quietud de los conceptos. En el alma ensordecida ya no anidan los
pájaros fulgentes de las cosas, su desconcierto le hace incapaz de
escapar a la morada del ser. La inocencia del ser precisa servirse de
labios inocentes. No es primitivismo, sino fineza de espíritu
que se logra mediante un esfuerzo extremo. Habita en el poeta un alma
infantil, pues él (como 'músico') es el
representante del habla originalx.
Las
Musas, hijas de la Memoria, nos conducen -como las Helíades, las
hijas del sol, al joven Parménides- hasta el umbral donde se hace
posible la desvelación; nos restituyen al epicentro de la vasta
memoria que nos nutre y nos abarca, allí donde se aglutinan miríadas
de conciencias diminutas que bullen en el crepitar de sangres
iniciales. El canto de la Musas, igual que el de las Sirenas (que son
una de sus máscaras), seducen a quienes se aventuran a ellas para
conducirlos hasta los acantilados donde las naves se desarbolan. Son
ahora las Madres Terribles que nos mecen en su tibio regazo y nos
depositan en las aguas indiferenciadas del olvido.
Ulises y las sirenas, de Waterhouse |
Mímesis, la palabra
desterrada
Platón
no ocultó su desconfianza hacia el hacer de los rapsodas; éstos no
desvelan el ser, lo enturbian; repiten, a lo más las antiguas
leyendas. Platón no quiere a los poetas dentro de su Calípolis
porque teme el riesgo de lo inmóvil, la permanencia de la tradición,
la falsificación, el fruto de una memoria devaluadora que impide que
se genere un nuevo orden conforme al logos.
El poeta exilado, para Platón, es el vate que se afana por conservar
los falsos valores de un tiempo ya caduco. En La
República
no se habla de la expulsión del poeta sin más, sino del poeta
imitativo;
aquel que “produce cosas inferiores con relación a la verdad
(605a)”. Le dice Sócrates a Adimanto: “el arte mimético es
algo inferior que, conviviendo con algo inferior, engendra algo
inferior (603b)”. Pero, si hemos de ser justos con el escritor
ateniense, tampoco debemos ocultar que escribió palabras como éstas:
“(la poesía) educa a los que han de venir (Fedro,
245a)”, y estas otras: “Los poetas son para nosotros como guías
y padres del saber (Lisis
214a)” y, para finalizar esta selección de citas platónicas,
vayan las conocidas y bellas palabras que encontramos en el diálogo
Ión
(534b): “Es una cosa leve, alada y sagrada el poeta”.
La gran familia, de Magritte |
La infancia de las
palabras: el país de los mitos
Vimos
ya que la palabra poética se constituye en una tensión de opuestos
(entre presente y pasado). Hay, es cierto, una pulsión regresiva (o
mejor, una tendencia a la abolición del presente), y ello se debe a
la infancia que, desde su remota presencia nos reclama con un apetito
inagotable, como hontanar originario que es. Esta tensión habrá de
resolverse dialécticamente en la epifanía de algo insospechado, la
emergencia de algo radicalmente nuevo. Así es como nos es posible
comprender la opinión del poeta ruso Osip Mandelstamxi
al afirmar que en la poesía se produce una destrucción al tiempo
que una generación que aboca a la aparición de lo insospechado; el
poeta se mueve a tientas en la selva del lenguaje, sin atisbar el
sentido del poema hasta que el propio poema se lo muestra.
Fue
entonces, en remota la infancia, cuando tuvo lugar la conversión
–afirma Freud- de parte de lo inconsciente en consciencia. El
lenguaje prelógico va con torpeza articulándose en este paulatino
proceso de demarcación. La infancia es el venero de la voz:
cada palabra que ahora pronunciamos si la dejáramos libre, a su
inercia, regresaría por sí misma a aquél su lugar
natural:
a la estación primera en donde el espíritu se dilataba en los
confines de la mirada, allí donde la naturaleza era alma también,
enorme, sin mancha, sin piel. Recordar..., una y otra vez, para el
olvido. Recordar… hasta abolir el presente y mutarlo en pasado,
hasta lograr que lo porvenir quede trabado en el torbellino de lo
pretérito.
Nuestra
dicha es regresar, revivir lo que fuimos dijo Groddeck, pero para
recrearlo desde la experiencia creciente de nuestro caudal de
existencia. La tensión entre la experiencia acumulada y la
inconsciencia
primitiva desencadena una fruición (un recreo)
que alcanza su cumbre en la experiencia estética; ésta nace de
aquella fusión, del entrecruzamiento del presente con el pasado. El
trascurso de los años no borra estadios anteriores sino que los
conserva bajo nuevas capas de experiencia; de manera que el hecho
estético aparece al originarse una suerte de 'arco voltaico', cuando
felizmente el presente se conexiona con algún instante guardado en
el reservorio de la memoria. Son muy oportunas las palabras de Sören
Kierkegaardxii
al afirmar que "el poeta es el genio del recuerdo, que no puede
hacer ninguna otra cosa sino recordar y admirar lo que fue hecho”.
La
infancia no fue feliz, ni desgraciada, fue otra edad; este alborozo
que ahora nos colma se ha hecho posible porque ha sido convocado lo
vivido. Así quiero imaginarme cualquier paraíso, celestial o no, un
Edén con las dimensiones de la memoria, como un inagotable
caleidoscopio que me permita permutar indefinidamente cuanto
hube deseado (Swedenborg). Las palabras que configuran el poema nos
reclaman desde lo distante, por eso es que "un exceso de
infancia es un germen de poema"xiii.
Escribe Jean Tardieuxiv:
"(soy) un hombre que simula envejecer / aprisionado en su
infancia".
El
tiempo acaba entonces por mostrar su impostura, su espejismo: fue
celada; sólo existe la impenetrable duración de los seres: gracias
a la memoria, el tiempo se espacializa, y los acontecimientos pueden
entrecruzarse en las coordenadas de su mapa: y, aquí y ahora, puedo
seguir con mis pupilas, otra vez, el vuelo pardo del zorzal y aspirar
el perfume blanco y limpio de aquella azucena. Y adentrarme, también,
en la tiniebla, oscura y cálida, de la madre. La palabra poética
nos viene de una lejana heredad que habita entre nosotros; de la
apartada (y compañera) infancia; del territorio donde se fraguan los
mitosxv.
El castillo de los Pirineos, Magritte |
La
lengua infantil es radicalmente simbólica, sus palabras siempre
acaban por encontrar aquello a lo que aspiran. En su origen, la
lengua es exageradamente polisémica: propende a decirlo
todo. Las palabras antaño, como seres ingrávidos, flotaban sobre la
superficie de las cosas, depositándose caprichosamente en ellas. La
palabra señalaba una realidad que no era propiamente objetiva, ni
subjetiva tampoco. El poeta, niño disfrazado, se abandona al revuelo
caudal de las palabras que, disociadas de su uso frecuente, le
empujan hacia atrás. Cada uno reproduce, a su manera, la experiencia
de la especie, fiel a una suerte de ley ontogenética del espíritu.
Recuperar el tiempo sin tiempo, desnudo, al tiempo justo (kairós),
el instante axial que reúne, latente, el devenir. Y la palabra es,
para el poeta, el instrumento mediador de esa aventura.
El poema es un faisán
En
uno de sus Adagia
afirma Wallace Stevens: “Un poema es un faisán que se adentra en
el boscaje”. Imagen enigmática y, por ello, seductora, como la
propia poesía. El poeta –sin acaso sospecharlo- aspira a la
primitividad del lenguaje en tanto que procura aquella beatitud
edénica del origen: "Para el hombre que habla, las palabras son
domésticas; para el poeta, permanecen en estado salvaje”xvi.
La palabra es el pan del poeta, y su vino; el alimento del que se
nutre su espíritu y vigoriza la carne. Cuando el poeta principia su
tarea sabe que se adentra en un follaje incierto (per
una selva oscura),
en un boscaje de vegetación viciosa, enmarañado de castaños y
robles, de musgos y muérdagos. Allí parecen fundirse miríadas de
voces: aguas, aves, ramas, viento... Es un territorio ignoto pero,
desde esa algarabía, desde esa confusión, comienzan a erguirse,
delimitándose en claros, rumores que terminan por articularse en
palabras, discernibles ya para el espíritu. Escribe José Ángel
Valentexvii:
"El
comienzo de un poema (...) es siempre mucho más azaroso e
infinitamente más precario. Todo movimiento creador auténtico es en
principio un tanteo vacilante en lo oscuro".
Apolo, el excelso poeta |
El
poeta va urdiendo una malla insospechada, que se trama justamente en
su inmediato hacer, consecuencia de la dinámica intrínseca del
lenguaje, de su labilidad. La palabra prelógica se precipita al
campo gravitatorio que la fuerza a atraer y ser atraída por las
otras palabras buscando la fusión, la confusión, la síntesis
definitiva, la Gran Palabra que es ya indiscernible del Silencio
(“Aquí
está el supremo silencio / que sueña convertirse en un sonido / y
el sonido pensando convertirse en silencio”, se lee en un poema de
Conrad Aikenxviii).
Insisto, la palabra emerge de una substancia averbal y, tras sus
avatares, regresará al indiferenciado magma del que se desprendió.
Las palabras son mensajeras del silencio, que no ha de entenderse
como abolición del habla sino su confirmación: su sustrato y su
culminación. Reconocemos el silencio como el hogar de la palabra: de
él surge y a él se encamina. “Lo demás es silencio” le dice a
Horacio el príncipe Hamlet.
No
pretende la palabra poética (a diferencia del concepto) una
correspondencia con la realidad pues que ella, la palabra, es
generadora de realidad. No busca disminuir el misterio, sino
acrecentarlo. Deseo leerles, a este respecto, un esclarecedor poema
del poeta y filósofo rumano Lucien Blagaxix:
Yo
no aplasto la corola de milagros del mundo
y
no destruyo con mi pensamiento
los
milagros que encuentro en mi camino (…).
Otros
con su inteligencia
ahogan
el encanto de lo impenetrable, de lo escondido
en
los oscuros abismos,
mas
yo con mi luz acreciento el misterio del mundo;
y
así como la luna con sus rayos brillantes
no
disminuye, sino que temblorosa
extiende
aún más el secreto de la noche,
así
yo enriquezco el sombrío horizonte
con
amplios temblores de sagrado misterio;
y
todo cuanto es incomprensible
se
torna aún más incomprensible.
Habitamos
el misterio porque somos misterio (“De todos los misterios nada más
misterioso que el hombre”, escribe Sófocles en Antígona).
Es función del poeta, nos recuerda Blaga, no disminuir el misterio
sino aumentarlo. Los misterios están ahí, con sus labios sellados,
(enigmáticos como korés
sonrientes),
para seducirnos, y arrastrarnos al juego de las conjeturas. Ya
sabemos: “Mientras haya misterio, habrá poesía”.
La
vida de la palabra forma una curva, una parábola sobre el océano de
lo averbal. El silencio (el Gran Olvido o La Gran Memoria) es el
venero de la sola y única palabra: sin escisiones, sin grietas, sin
pausas, en donde se asienta nuestro decir. En ese estado de gracia es
donde la lengua alcanza su plenitud, cuando el objeto más leve, el
sonido más insignificante nos traslada a la edad en que una
"una regadera, un rastrillo olvidado en el suelo, un perro al
sol, un pobre cementerio, un lisiado, una pequeña casa de
campesinos, pueden convertirse en cuenco de revelación”, escribe
Hugo
von Hofmannsthal, en la Carta
a Lord Chandos.
Acabo.
No digo ‘concluyo’ porque no hay conclusión. Lo que he hecho es
ir y venir, errar, deambular, vagar perdido en el inocente laberinto
de las palabras. Descreo de las Ariadnas y de sus madejas. Con todo,
espero que, en alguna medida, les haya convencido aunque vagamente
de que, en verdad, “un poema es un faisán”. Y si no un faisán,
algo muy parecido: un cristal, un atardecer, un lirio… vástagos
todos de la inocencia de las palabras, de las palabras que se
custodian, vivas y limpias en esa urdimbre, la memoria, que nos
edifica.
Miguel
Florián, Sevilla 29 de octubre de 2015
Magritte |
i
(ED
È SUBITO SERA
Ognuno
sta solo sul cuor della terra
trafitto
da un raggio di sole:
ed
è subito sera.)
Salvatore
Quasimodo
ii
CAPE COD
Cape Cod
The
low sandy beach and the thin scrub pine,
The
wide reach of bay and the long sky line,—
O, I
am sick for home!
The
salt, salt smell of the thick sea air,
And
the smooth round stones that the ebbtides wear,—
When
will the good ship come?
The
wretched stumps all charred and burned,
And
the deep soft rut where the cartwheel turned,—
Why
is the world so old?
The
lapping wave, and the broad gray sky
Where
the cawing crows and the slow gulls fly,
Where
are the dead untold?
The
thin, slant willows by the flooded bog,
The
huge stranded hulk and the floating log,
Sorrow
with life began!
And
among the dark pines, and along the flat shore,
O
the wind, and the wind, for evermore!
The
low sandy beach and the thin scrub pine,
The wide reach of bay and the long sky line,—
O, I am sick for home!
The salt, salt smell of the thick sea air,
And the smooth round stones that the ebbtides wear,—
When will the good ship come?
The wretched stumps all charred and burned,
And the deep soft rut where the cartwheel turned,—
Why is the world so old?
The lapping wave, and the broad gray sky
Where the cawing crows and the slow gulls fly,
Where are the dead untold?
The thin, slant willows by the flooded bog,
The huge stranded hulk and the floating log,
Sorrow with life began!
And among the dark pines, and along the flat shore,
O the wind, and the wind, for evermore!
What will become of man?
The wide reach of bay and the long sky line,—
O, I am sick for home!
The salt, salt smell of the thick sea air,
And the smooth round stones that the ebbtides wear,—
When will the good ship come?
The wretched stumps all charred and burned,
And the deep soft rut where the cartwheel turned,—
Why is the world so old?
The lapping wave, and the broad gray sky
Where the cawing crows and the slow gulls fly,
Where are the dead untold?
The thin, slant willows by the flooded bog,
The huge stranded hulk and the floating log,
Sorrow with life began!
And among the dark pines, and along the flat shore,
O the wind, and the wind, for evermore!
What will become of man?
iii
Norman Brown,
El
cuerpo del amor
iv
La sabiduría griega
v
La experiencia poética.
vi
El poder del mito.
vii
Aforismos,
F 47
viii
Hesiodo, Teogonía,
32
ix
Hesiodo, Teogonía,
28
x
Walter F. Otto, Las
musas
xi
Hablando de Dante
xii
Temor y temblor
xiii
Gaston Bachelard, .
Poética
de la ensoñación
xiv
Un
homme qui feint de vieillir / emprisonné dans son enfance. Jours
pétrifiés
xv
“Los
mitos son creados por adultos mediante la regresión a las fantasías
de la infancia, y el héroe se forja y nutre de la historia infantil
personal del autor del mito". Otto Rank, El
mito del nacimiento del héroe
xvi
Jean Paul Sartre, Qué
es la literatura
xvii
Las palabras de la tribu.
xviii
Preludio V
Magritte |
xix
Eu nu strivesc corola de minuni a
lumii
şi nu ucid
cu mintea tainele, ce le-ntâlnesc
în calea mea
în flori, în ochi, pe buze ori morminte.
Lumina altora
sugrumă vraja nepătrunsului ascuns
în adâncimi de întuneric,
dar eu,
eu cu lumina mea sporesc a lumii taină -
şi-ntocmai cum cu razele ei albe luna
nu micşorează, ci tremurătoare
măreşte şi mai tare taina nopţii,
aşa îmbogăţesc şi eu întunecata zare
cu largi fiori de sfânt mister
şi tot ce-i neînţeles
se schimbă-n neînţelesuri şi mai mari
sub ochii mei-
căci eu iubesc
şi flori şi ochi şi buze şi morminte.
şi nu ucid
cu mintea tainele, ce le-ntâlnesc
în calea mea
în flori, în ochi, pe buze ori morminte.
Lumina altora
sugrumă vraja nepătrunsului ascuns
în adâncimi de întuneric,
dar eu,
eu cu lumina mea sporesc a lumii taină -
şi-ntocmai cum cu razele ei albe luna
nu micşorează, ci tremurătoare
măreşte şi mai tare taina nopţii,
aşa îmbogăţesc şi eu întunecata zare
cu largi fiori de sfânt mister
şi tot ce-i neînţeles
se schimbă-n neînţelesuri şi mai mari
sub ochii mei-
căci eu iubesc
şi flori şi ochi şi buze şi morminte.
Poemele
luminii (Los poemas de la
luz)
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