Escrito por Ana Azanza
Boris Cyrulnik (Burdeos 1937) es un psicólogo, psicoanalista
y neuropsiquiatra, profesor en la facultad de medicina de Toulon. Pero quizás
lo más destacable de su curriculum sea la razón biográfica por la cual eligió
esta dedicación profesional en la que ha cosechado éxito y popularidad. En uno
de sus últimos libros “Je m’en souviens” narra su infancia de la que ya había
dado algunas pinceladas en “Biografía de un espantapájaros”. Cyrulnik fue un
niño judío de la Francia
ocupada que a los 8 años se vio solo en el mundo, pues la Gestapo detuvo a sus
padres. Ambos morirían en el campo de concentración.
Espantapájaros es el
término que utiliza para denominar a todos los seres humanos heridos por las
catástrofes de la vida, ya sean conflictos bélicos o simplemente problemas
familiares. A raíz del sufrimiento de niño recogido por la Asistencia pública y criado
en un orfanato, Cyrulnik quiso comprender la naturaleza humana. Ese fue el
motivo que le llevó primero a la medicina y casi al mismo tiempo a la psicología.
Es el creador del concepto de resiliencia que consiste en la capacidad de cada
ser humano de reparar las heridas y hacer de la fragilidad de nuestra condición
una fuerza de la vida.
En esta conferencia explica qué es una memoria sana y la
necesidad vital que tenemos de ella. Lo hace apoyado en numerosos experimentos
que él y su equipo han llevado a cabo en la universidad y hospital de Toulon. Así
mismo muchas de sus reflexiones y afirmaciones sobre la memoria provienen del
contacto con especialistas de otros países y de sus viajes a países en guerra o
recién salidos de la dictadura. Ha trabajado en los orfelinatos de la Rumanía post-Ceaucescu,
Colombia y Palestina.
Una de las lecciones de Cyrulnik es que el esquema
cartesiano causa-efecto que fue un impulso en las ciencias duras (física, química),
no es aplicable a lo psicológico. Más bien en este campo se dan multiplicidad
de factores de muy diferentes órdenes que a veces dan lugar al mismo efecto y a
veces no.
La memoria trabaja en nosotros continuamente, haciendo una
representación del pasado y anticipándose al futuro. Leemos nuestra propia
historia y la reescribimos a medida de los acontecimientos del presente, vamos
cambiando el guión y aunque este sea diferente a los 20 que a los 40 no por
ello dejamos de ser sinceros en cada relectura. En realidad la memoria sana
avanza, la memoria traumática es la que se queda estancada y no evoluciona,
vuelve una y otra vez sobre lo mismo y de la misma manera.
En esa constante reconstrucción de la memoria juegan un
papel fundamental las emociones y el lenguaje. Cyrulnik lo muestra con
experimentos llevados a cabo con soldados de la guerra de Irak y otros
desplazados a Afganistán. El sufrimiento mayor no siempre se debe a las heridas
físicas y al bombardeo, es la posibilidad de hacerse una representación de lo
vivido lo que hace más llevadero el dolor humano.
En ese aprendizaje y asimilación es fundamental el lenguaje: poder narrar lo que pasó. Los niños que sufren antes de haberse iniciado en el
uso de la palabra son por ello más proclives a desarrollar conductas violentas
porque no tienen la posibilidad de verbalizar lo que les ocurrió. Al mismo
tiempo descubrimos que antes de aprender a hablar, un gran reto intelectual y
existencial que todos superamos entre el mes 20 y el 30 de nuestra vida, cuando
nuestro cuerpo está ávido de lenguaje, hemos aprendido a respetar el turno de
palabra. Es importante hablar a los bebés,
porque las palabras antes que un efecto informativo tienen un efecto
afectivo.
Las palabras sirven para ir esculpiendo el cerebro. Y al
mismo tiempo las cosas no quedan ahí, porque si bien el niño es “producto” de
un entorno al mismo tiempo influye en ese entorno y lo modifica, como lo
muestra el caso de los niños con síndrome de Down que con sus especiales
características modifican el carácter de sus madres. Hay plasticidad cerebral y
plasticidad relacional en el mundo humano.
Fundamental la representación del tiempo para ser capaces de
hacer una narración con sentido. La memoria sana “se anticipa” al pasado y “se
anticipa al futuro”. Sin poder establecer el vínculo entre los tres, el
individuo no sabe quien es y está dramáticamente expuesto a que esa ignorancia
le lleve a distorsionar sus relaciones con los demás. Vivir sólo en el presente
de manera patológica, como ocurre en algunos trastornos del lóbulo prefrontal, es
estar sometido a los estímulos del contexto, sin mundo íntimo, sin representación
del tiempo, dejándose llevar por lo que pasa en ese momento preciso. Sin
historia que contar. Es preciso constituir a cada paso nuestra película, drama,
tragedia, historia interior. Cada adulto normal sano lo hace, nos contamos
nuestra propia vida que es lo que nos da identidad.
Y para ser capaz de esa proeza narrativa hemos de tener en
los tiempos de nuestra formación y luego una figura afectiva a la que nos
sintamos especialmente vinculados. Es lo que Cyrulnik ha llamado “la figure d’attachement”
que le lleva a una biología de “l’attachement”. Normalmente suele ser la madre,
pero a lo largo de la vida, cada cual va encontrando su “hada madrina”, su
referencia, otro u otros seres humanos en los que apoyarse para construir una
vida auténticamente humana.
La imposibilidad de hacerse una representación propia puede acarrear, y así es en el perverso, la incapacidad para representarse el mundo de los demás, y lo que puede ser trágico, el sufrimiento ajeno. El perverso es incapaz de hacerse una idea del sufrimiento ajeno. Un rasgo de la actual cultura narcisista, según diagnosticó Lacan, en la que sólo cuenta el placer individual actual y para nada el dolor o sufrimiento que podemos infligir a otros con nuestra conducta. Vamos pasando de una civilización edípica, "si eres niña serás madre, si eres niño serás padre", a una civilización narcisista en la que el placer individual inmediato es el valor supremo.
En resumidas cuentas, podríamos erradicar el estrés de
nuestras vidas gracias a la lobotomía, operación en el lóbulo prefrontal. También
el Propalonol fue un medicamento administrado a los soldados que no querían
sufrir estrés postraumático en la guerra de Irak. Pero sin estrés, sin dolor,
sin frustraciones que superar, nuestra vida deja de ser humana. De ahí la
importancia de la confidencia, del entorno. De ahí la necesidad básica de una
cultura, una familia que nos dé la palabra a cada uno para poder contar nuestra
propia historia y hacer ese trabajo de memoria. De ahí también la función
humanamente necesaria del arte que sólo se desvela al final de la conferencia.
Ya decía Nietzsche que en el dolor puede haber tanta sabiduría como en el placer. Cyrulnik redunda en ese descubrimiento hermenéutico de que, en realidad, somos cuentos. Hume, frente al sustancialismo identitario de Descartes, ya lo intuyó, pero no sacó todas las consecuencias... El valor trascendental de la imaginación en la auto-creación de la propia identidad, hija de Memoria, como las Musas. Y sin duda, en ese cuento que es nuestra bio-grafía, los demás son imprescindibles, sobre todo la atención de los demás, cuando nos forjamos contándoles nuestra vida. "¡Mamá, mira lo que hago!"
ResponderEliminarHacer memoria es una necesidad vital, estamos contándonos nuestra película continuamente.
EliminarTambién como sociedad, en eso consiste la construcción de la identidad, y los agujeros negros en la propia vida o propia historia son fatales, uno se convierte en fantasma de sí mismo.