“Lo fácil es sufrir” es el provocativo título del ensayo de
mi paisano José María García García (nacido en Huesa, Jaén, 1967). Sevillano
de residencia, licenciado en Filosofía y doctor en Psicología, su libro,
editado por Alegoría (Sevilla 2013), es el resultado de su experiencia como
psicoterapeuta reconocido.
Es un libro útil para modificar ciertas tendencias generales
en la Edad de la Queja , cuyas masas consumidoras se ven infectadas por el narcisismo soberbio y el narcisismo llorica. Parte su autor de la distinción entre "sufrimiento"
y "dolor", palabras que suelen usarse como sinónimas.
El dolor supone una amenaza
directa a nuestra integridad física, es un signo, un aviso natural, también
suele incorporar una lección saludable, no repetimos por naturaleza las acciones que nos resultan dolorosas, por eso hay que empeñarse en fumar o tomar alcohol. Sin embargo, entiende José María por “sufrimiento”
la potenciación emocional y/o cognitiva del dolor. Y resulta que muchas veces
el sufrimiento no es otro que la incapacidad para hacer frente a las causas que
producen el dolor. “Porque no hay entendimiento, hay sufrimiento”. El mismo miedo a dolor, muchas veces puramente imaginario o injustificado, es causa principalísima de sufrimiento.
"Del sufrimiento como coartada para no hacernos cargo de
nosotros mismos", podría ser un buen subtítulo para este interesante ensayo. De ahí surgiría una definición curiosa del carácter, como
sufrimiento estructurado, como organización del sufrimiento. Nuestra identidad,
nuestras cicatrices. Pero también ese modo mecánico de repetirse uno mismo,
hijo artificial –en nuestra edad- de la prisa y el estrés, prisas que nos hacen agresivos,
amenazadores, peligrosos, desaprensivos. Psicología y moral, hermanas siamesas.
¿Somos una sociedad de cobardes? ¿Miedos nuevos, más miedos
antiguos? ¿Miedo al dolor? ¿Intolerancia a la incertidumbre? ¿Maledicencia?
¿Negativismo? ¿Nos negamos a enfrentar el dolor, las causas del dolor? Es
posible, también somos una sociedad de comodones, que han hecho del confort un valor casi absoluto, y para enfrentar las causas
del dolor necesitaríamos, en muchos casos, cambiar drásticamente de hábitos. José
María culpa –a mi juicio demasiado- a los padres, o por lo menos a muchos
padres, de la cobardía de sus hijos: “venimos al mundo como príncipes y nuestros
padres nos convierten en ranas”. “Ninguno de nosotros fue amado
incondicionalmente”. ¿Es posible esto, un amor incondicional? Ni siquiera Kant
nos exigió tal cosa, para el alemán el amor no es exigible, la benevolencia sí.
En el libro hay, como viene siendo habitual desde hace
tiempo en toda la literatura psicológica, una llamada al valor e importancia de
las emociones en nuestra existencia y en nuestra educación, emociones negativas
y emociones positivas. Pero también una llamada a la reconquista del alma, recuperando
su contacto con el cuerpo, con los pies, con la madre Tierra, desde unos posicionamientos eclécticos en relación a las grandes
escuelas de psicología, con aportes de amplias y ecuménicas tradiciones
culturales.
¿Estresado? Respira, escucha la esencial sabiduría de tus
tripas. Tritura, deglute, defeca la toxicidad de tus malos sentimientos, el veneno de
tanto rencor acumulado. Luego, abre tu corazón… Para el autor, podría decirse
que todo vale si cura, incluida la teodicea o las más diversas tradiciones
religiosas: la parábola de los talentos, por ejemplo. También resulta útil la
mitología, ¿no entendió Jung el mito como un mapa del funcionamiento de nuestra
mente?; o el refranero: “dime de qué presumes y te diré de lo que careces”.
Lo fácil es sufrir,
o sea, negar, separar, criticar… y al fín, el nihilismo. Es esperanzador que
los psicólogos vuelvan a hablar de voluntad. Cuando yo estudiaba psicología,
allá por los años ochenta y noventa del siglo pasado, los psicólogos la reducían a
motivación, o sea, a algo externo y que no dependía para nada de las fuerzas
del sujeto, sino de la intensidad o naturaleza del estímulo. También pretendían convertir la
psicología –y hasta la pedagogía- en una hard science, en una ciencia dura
formalizable por la lógica matemática. Pronto comprendí que usaban la matemática como una argucia retórica, y que la pedagogía tiene más de arte que de técnica. Por entonces, nuestros psicopedagogos todavía no se habían enterado de que el
cierre categorial de un sistema material (incluido el de las matemáticas) es imposible, y mucho menos si ese sistema es
el cerebro humano o la mente, o lo que quiera que sea aquello que nos gobierna. Lo peor, que cuando la psicología presuponía que somos máquinas o animales, ¡estaba contribuyendo a que
lo fuéramos! Así que no me extraña que José María se pregunte cómo hemos
llegado a convertirnos en electrodomésticos.
No falta al libro cierto sentido del humor trágico, o cínico en el
mejor y más venerable de los sentidos, por ejemplo cuando dice su autor que el trabajo
del psicoterapeuta es fascinante y muy descansado, porque “únicamente hay que
esperar a que la persona se escuche, dándose la solución”.
Confirma mi impresión. La mayoría de los trastornos psicológicos
tienen que ver con una mala gestión del miedo. Nos contruimos mundos ficticios,
paraísos privados, pero también infiernos íntimos huyendo de aquello a que
tememos. Ansiedad, compulsiones, obsesiones, pánicos…, nos encierran en universos
imposibles de habitar, en los que nos consumimos neuróticamente y sin remedio.
Lo más fácil: echarle la culpa a los otros, al mundo, a la sociedad, al
sistema (ahora Podemos decir también “a la casta”). Es el mundo el que quiere
matarme, aplastarme… El resentimiento, la envidia, crecen en el interior del que
sufre. “Para él lo aterrador es enfrentarse a sí mismo tratando de recuperar el
corazón”. ¿Siempre hay por debajo un niño herido? Puede.
“Conócete a ti mismo”. De acuerdo, si se trata de una
llamada a la conciencia, a la concentración, al control de la respiración, al dominio del cuerpo que somos, pero
el viejo imperativo délfico suena también a chamusquina en el País de la Publicidad Halagüeña ,
en el que hemos llegado a suponer, sin fundamento: a) que hay “yo” sin tú (somos mucho más plurales de lo que pensamos). Y b) que nos lo merecemos todo sin tener
que hacer un esfuerzo por ganarnos nada, sin tener que ser amables para ser amados. Tiene razón José María cuando afirma
que “para llegar al corazón es necesario desprenderse de la arrogancia de creer
que sabemos quién somos”. Además, está lo
que podemos llegar a ser, si estamos dispuestos a reconocer que existen
otras perspectivas, las perspectivas de los otros, incluidos los otros que habitan en uno. Estar continuamente mirándose
el propio ombligo tiene su base en el miedo y es una fuente de hastío, padre de todos los vicios.
El sufrimiento no estaría tan extendido entre quienes tienen
lo suficiente, hablamos de un público que no pasa hambre, si no fuese un
mecanismo “negativo” –como su consecuencia, el enfado- para protegerse del
dolor, en lugar de lidiar con sus verdaderas causas hasta superarlas. Si para
algunos, la infancia es el paraíso perdido, para demasiados, es el cenagal de
la insatisfacción, porque se nos ha exigido la perfección, o sea, un cierre
categorial imposible. Se nos ha instruido en el desapego, la impiedad, la falta
de compasión, la desconfianza, incluso respecto de nosotros mismos.
Una cosa es deber
perfeccionarse, y otra muy distinta pensar que se puede llegar a ser perfecto. Un ideal imposible es una fuente segura de frustración. Como “Dios ha muerto”, parece que estamos obligados a erigirnos en Padres
Celestiales. Un Ser Omnipotente jamás te decepcionará, un hombre sí; tú mismo sí. Y hay que estar preparado para asumir la esencial menesterosidad, la finitud de la condición humana, tan fuerte en posibilidades como en imposibilidades.
Y es verdad: muere un hada cada vez que un niño descree de ellas.
Lo fácil es no enfrentar la realidad, mirar para otro lado, diría yo que es el mejor modo de meterse por ese camino de "sufrimiento". Sociedad de cobardes y de comodones, porque las dos van de la mano.
ResponderEliminarNo conocía a este filósofo, por un momento pensé que era el famoso locutor radiofónico.
...¿somos moribundos que nos negamos a vivir?... He leído el libro, sencillamente un genial ensayo para tener siempre en cuenta. Saludos
ResponderEliminarEstupenda recensión. Siento no haber leído la entrada hasta hoy por tanto lío de vida que llevamos. Esa idea tan bien pensada del País de la Publicidad Halagueña, ¿es del autor o del comentarista? Enhorabuena por el texto.
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