Escrito por Ana Azanza
Peter Sloterdijk, Has de cambiar tu vida, Pre textos,
Valencia 2012. (en alemán, Frankfurt am Main 2009)
Estamos ante una obra difícil en principio por el modo de
expresión que utiliza, pero merece la pena sumergirse en su lectura y
consideración.
El planteamiento de este grueso volumen, casi 600 páginas,
parte de un fenómeno social: se dice que hoy la religión vuelve a estar de
moda. Sin embargo Sloterdijk desconcierta con una doble objeción: no vuelve la
religión y la religión propiamente hablando no existe, es un espantajo
conceptual.
Lo que vuelve es el reconocimiento de lo inmunitario del ser
humano. ¿Qué significa lo inmunitario del ser humano? Es un concepto que toma
prestado de la biología: hasta un molusco porta en sí una especie de saber
previo, es decir, una serie de expectativas de vulneración, el molusco “sabe”
que corre peligro, y está preparado para su defensa y reparación.
Esos sistemas inmunitarios en el caso del hombre son lo que
el autor llama antropotécnicas. El ser humano desarrolla su existencia no sólo
en condiciones materiales sino que estamos inmersos y vivimos en “sistemas
inmunológicos y bajo velos rituales”. Lo
que erróneamente se llama religión, y Sloterdijk demuestra su tesis de que es
un error examinando el caso del fundador de la iglesia de la Cienciología , sería
en realidad un conjunto de prácticas o de ejercicios.
El hombre vive ejercitándose. Es la tesis que podríamos
decir es central en esta obra. El hombre produce al hombre en el ejercicio, en
esto se resume la nueva mirada de este filósofo sobre lo que la tradición ha
dado en llamar espiritualidad, devoción, moral, ética, ascesis.
En este sentido propone andar una senda que ya recorriera
Michel Foucault en otro plan: conservar los cuatro siglos de Ilustración y retomar los primeros ejercitantes de la
humanidad. Sloterdijk está convencido de que no hay nada nuevo bajo el sol en
lo cognoscitivo, y se trata sólo de hacer explícito lo implícito.
“Antropotécnica son los procedimientos de ejercitación
físicos y mentales con los que los hombres de todas las épocas han intentado
optimizar su estado inmunológico frente a los vagos riesgos de la vida y las
agudas certezas de la muerte.”
No le falta poesía a la prosa de Sloterdijk. Es importante
destacar que la frase que da título al libro procede de unos versos de Rilke
hechos ante un torso sin cabeza de Apolo:
“….Si no, esta piedra estaría desfigurada y corta
bajo la caída transparente de la espalda
y no centellearía como una piel de animal de presa;
y no estallaría desde todos sus bordes
como si fuera una estrella: pues no hay sitio alguno
que no te mire a ti. Has de cambiar tu vida.”
El posesivo “tu” es fundamental, no se trata de cambiar la
vida en general, sino de preocuparse de la propia, para ello están todos los
numerosos tipos de “ascetología” que la humanidad ha desarrollado a lo largo de
su historia en todas las culturas. No se trata de hacer desaparecer al
individuo ni de separar al hombre, aunque el que se ejercita se diferencia. Eso
se muestra bien por ejemplo con los ascetas cristianos que huían al desierto o
los monjes budistas que se retiran al monasterio en lo alto de las montañas.
Lo interesante del ejercicio es que frente al dualismo en el
que nos introducimos a partir del racionalismo occidental, Sloterdijk propone
que el puente, la pasarela, el paso que une espíritu y naturaleza es
precisamente la vida como ejercicio. Las prácticas corporeizadas, como pueden
ser las lenguas, los rituales, el manejo de las técnicas en tanto que
materializan las formas universales son ejercicios. La educación, los usos y
costumbres, la conformación de hábitos constituyen esa zona intermedia.
Sloterdijk pretende entretenerse y lo consigue “en ese jardín de lo humano,
donde coinciden plantas y artificios.” (Weiszäcker, Der Garten des
Menschlichen.)
Con la
Ilustración emergió la antropología como saber que se
antepone a las otrora reinas de la filosofía, ontología, metafísica, lógica. La
idea es que todo discurso sobre lo humano acaba siendo normativo antes o
después. Desbancados los nobles del antiguo régimen de su posición social,
todos son nobles, todos son hombres. Es decir, todos los seres humanos están
sometidos a lo que Sloterdijk llama “tensiones verticales”. Hay exigencias, no
se puede ser hombre sin tratar de superarse y por tanto de ejercitarse. De ahí
que la antropología se vuelva necesariamente normativa.
La vida como ejercicio es una excursión hacia el universo
poco investigado de las tensiones verticales del hombre. Quien busque hombres
encontrará acróbatas. Las diferencias están en todas las culturas, entre lo
perfecto y lo imperfecto, entre lo sagrado y lo profano, entre la abundancia y
la carestía, entre la iluminación y la ceguera…Entre esos polos y otros más se
mueven los hombres. Lo interesante es que se dan superposiciones y
entrecruzamientos de esos polos y así sigue fascinando una definición no
económica de la riqueza, una definición no aristocrática del noble o una
definición no señorial de lo superior.
El autor hace una crítica muy dura a la barbarie que no distingue
que hay jerarquías y que podemos diagnosticar cuando a cualquier cosa se llama
arte, cultura o educación. Hay universales, meta-ídolos de los que nadie puede
emanciparse y forma parte de nuestra ignorancia contemporánea el rechazarlo.
Uno de los capítulos más potentes del libro está dedicado al simulacro de
educación que practicamos ¿por qué nuestra educación no educa? y a la
degeneración del arte contemporáneo. Basados ambos según Sloterdijk en “falsas
repeticiones autorreferenciales”.
Diversos son los ejercitantes que desfilan a lo largo de
estas páginas. La erudición de Sloterdijk es impresionante: Cioran, el budista
parisino, Unthan el lisiado, Kafka y su arte circense, Coubertin fundador del
olimpismo moderno, Ron Hubbard fundador de la Cienciología …entre
muchos otros. Acertada la consideración del deporte actual como una “ascesis
desespiritualizada”.
De todos estos autores y prácticas, meditando sobre sus
falsas y acertadas repeticiones y con una acerada ironía, Sloterdijk va dando
un contenido muy serio al título de su libro, la vida humana es ejercicio o no
es. La principal diferencia entre los seres humanos estaría entre los que no
hacen nada de sí mismos y los que hacen algo de sí mismos.
Como punto de partida y para no desanimarnos, hombres y
mujeres contemporáneos que no aceptamos tutelas, Sloterdijk ha escogido que la
llamada a la autosuperación venga del arte. De la estética. Porque el arte no
se impone, por ello mismo exhorta sin cohibir. De ahí esos versos de Rilke al
torso desnudo de Apolo. Las propias cosas hablan, las artísticas y los seres
vivos. El poeta descodifica los mensajes, como indica ese verso: “no hay sitio
alguno que no te mire a ti”. La cosa con plenitud de ser no cesa de hablarnos. Y
esos dos últimos versos irradian como un evangelio del arte, dice Sloterdijk.
Con Dios o sin Dios, “has de cambiar tu vida”, has de
ejercitarte. La religiosidad en ese sentido es susceptible de entrenamiento. Es
como la musicalidad, el oído puede entrenarse y afinarse. La capacidad de recibir
los mensajes de los seres-cosas del mundo también. Si hay una conmoción
estética, hay una conmoción religiosa. El torso desnudo de Apolo me habla, me
mira, comunica. Algo me dice: “tú no vives aún de verdad”. La autoridad de las
formas goza del privilegio de interpelarme con un “has de”, “abandona tu
querencia a formas de vida cómoda”. En eso consiste el llamado imperativo
metanoético, “has de cambiar tu vida”.
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