martes, 3 de junio de 2014

EL TERCER WITTGENSTEIN

La filosofía religiosa de Wittgenstein

Escrito por Ana Azanza

Aunque Wittgenstein nunca escribió un libro que tenga que ver directamente con la “filosofía de la religión”, habló mucho de ella. El juego del lenguaje de la religión y la religión en sí misma eran cuestiones que le apasionaban.



Extraigo todo lo que voy a decir de la obra de Jean Greisch “Le buisson ardent et les lumières de la raison”, Tomo II, cerf 2002.


Me ha llevado hasta aquí la comprobación de que Wittgenstein practicó como se verá cierta ascesis espiritual. Fue un luchador contra las sombras y en los límites de la razón, viendo su grandeza y a la vez sus fronteras. Wittgenstein, ejemplo de ejercitante espiritual, particularmente en las “Vermischte Bermerkungen” compuestas en su cabaña noruega.

Para tratar el tema de la religión en Wittgenstein hay que prestar atención a la extrema complejidad de su actitud. Lo mismo que el “Tractatus” se basa en un equilibrio sutil entre lo dicho y no dicho, hay que distinguir entre el nuevo acercamiento filosófico del discurso religioso hecho posible por el segundo Wittgenstein y lo que llamaremos pensamiento religioso personal, consignado en aforismos de tono autobiográfico que no estaban destinados a la publicación.

Hay que aplicar a Wittgenstein la distinción entre filosofía religiosa y filosofía de la religión. Una parte de su pensamiento habría que encuadrarla bajo el primer epígrafe la otra bajo el segundo.

 

El filósofo dijo en una ocasión que se veía a sí mismo como un “guardagujas” y esta imagen puede servirnos en el caso que nos ocupa. En sus “Pensamientos desordenados” del final de su vida escribe: “En la religión todo nivel de devoción debe tener su forma apropiada de expresión que no tiene sentido en un nivel inferior”. Mientras que la doctrina paulina de la predestinación le parece un “sinsentido abominable”, no excluye que a otro nivel se pueda usar con provecho.

La distinción entre el primer y el segundo Wittgenstein tiene la desventaja de olvidar el paréntesis que hubo en medio: los casi 10 años de silencio entre la publicación del Tractatus (1921) y el regreso a Cambridge en 1929. Los pasó en la Baja Austria de maestro de primaria en el pueblo de Trattenbach. Esos años reforzaron la orientación socrática y pragmática de su pensamiento al tiempo que le obligaron a interesarse más por los problemas del aprendizaje del lenguaje y de la psicología en general.

Habría pues un tercer Wittgenstein, no en sentido cronológico, sino en sentido más profundo. No fue ni el diletante ni el charlatán ni el businessman de la filosofía al que se le ha querido reducir.

Tampoco fue un técnico del pensamiento ni una rata de biblioteca y lo muestra su interés por el declive de la cultura, los pretendidos progresos de la civilización, la estética o la moral.

Su capacidad para inventar imágenes plásticas de los conceptos lógicos más oscuros de la lógica ha pasado a la historia. Ese don hace de él un pensador en cierto sentido religioso, puesto que cuenta con la capacidad de explicarse en imágenes como la de la escalera o la mosca en la botella o la de verse como “guardagujas” de la filosofía.

Si nos tomamos en serio la divisa de leer algo más que sus textos canónicos podemos ver ese tercer Wittgenstein en sus pensamientos sobre religión. En las “Vermischte Bermerkungen” aparecen un cierto número de pensamientos religiosos próximos a los de Pascal, Kierkegaard, Tolstoi o San Agustín.

Encontramos la oposición paulina entre la sabiduría de los hombres y la locura de Dios, que sólo un ser tan apasionado como Kierkegaard pudo comprender. Wittgenstein se sintió muy atraído por los “caballeros de la fe” en el sentido kierkegaardiano del término, en los que los Sancho Panzas del empirismo lógico no veían más que Quijotes luchando contra molinos de viento.


La sabiduría es fría y en esa misma medida, estúpida. También se podría decir: el saber no hace más que disimular la vida. Lo dice en sus Bemerkungen, n. 69: “el saber es como una ceniza fría, gris que recubre la brasa”. Es una frase “esperable” en un fenomenólogo como Michel Henry, más que en un filósofo del lenguaje.

Todavía resulta más sorprendente esta afirmación: “Si el cristianismo es la verdad, entonces toda la filosofía que le concierne es falsa”, V. M. 98 o cuando confiesa: “ no puedo arrodillarme para rezar, mis rodillas están rígidas. Temo mi propia disolución si me inclinara” V. M. 68. En estos aforismos  escuchamos la voz del Wittgenstein el “confesor”, por lo que importa distinguir de la voz del filósofo analista de los juegos del lenguaje religioso. De ahí la distinción “filosofía religiosa” y “filosofía de la religión”.

La actitud de Wittgenstein hacia la fe cristiana es demasiado ambivalente para que se le pueda llamar “cristiano anónimo”. Pero el hecho de que Agustín, Kierkegaard y Tolstoi sean sus autores favoritos dice mucho sobre la forma en que no ha dejado de debatirse con cuestiones que dejarían profundamente indiferentes a los miembros del círculo de Viena.

El siguiente texto de tonos kierkegaardianos es representativo de un estilo inspirado de las “Confesiones”:

"Leo "nadie puede decir Señor Jesús si no es por el Espíritu Santo". Y es verdad, no le puedo llamar Señor porque no tiene ningún sentido para mí. Le podría llamar "el Ejemplo" o incluso "Dios" o más exactamente puedo comprender que se le llame así; pero no puede decir la palabra Señor dándole un sentido. Porque no creo que vendrá a juzgarme, eso es lo que no quiere decir nada para mí. Esto significaría algo para mí si viviera de otra manera.
¿Qué me inclina a creer en la resurrección de Cristo? Juego por decirlo así con esta idea. Si no ha resucitado, entonces se pudrió en la tumba como nos pasará a todos. Murió y se descompuso. Por ello es un maestro como los demás y no nos puede ayudar: nos quedamos huérfanos y solos. No nos queda más que contentarnos con la sabiduría y la especulación. Estamos en el infierno, en el que no podemos más que soñar, separados del cielo como por un techo. Pero si de veras debo ser salvado, entonces necesito una CERTEZA no un saber, no sueños, no especulación, y esta certeza es la FE. La Fe es fe en aquello que mi corazón y mi alma necesitan y no mi entendimiento que se libra a especulaciones. Porque es mi alma con sus pasiones, por decirlo así con su sangre y su carne, la que debe ser salvada, no mi espíritu en abstracto.
Quizás se podría decir: "Sólo el amor puede creer en la resurrección". O quien cree en la resurrección es el Amor. Se podría decir: El amor redentor cree incluso en la resurrección, se adhiere firmemente a la resurrección. La redención combate contra la duda. Mantenerla es mantener esta fe. Esto quiere decir: primero sé salvo y luego adhiérete firmemente a la Redención (mantenla firmemente), verás que te adhieres a la Fe. Y esto no se puede hacer más que si, en lugar de poner la confianza en la tierra, estás por decirlo así "suspendido del Cielo". En ese caso, todo es diferente, no es milagroso que seas capaz de lo que por ahora eres incapaz. El que está suspendido del cielo presenta el mismo aspecto que el que está de pie, pero el equilibrio de fuerzas es totalmente distinto, lo que le permite hacer otras cosas muy diferentes a las que hace el que está de pie."

Este texto puede leerse como una especie de memorial del segundo Wittgenstein, un eco del párrafo de los “Carnets” que se propone como ejemplo del credo filosófico del primer Wittgenstein. Nada, salvo quizás la imagen utilizada al final, nos explica el nexo entre estas palabras y la filosofía propiamente dicha del segundo Wittgenstein. O la religión tiene un alcance existencial o se reduce a palabrería hueca. El juego de lenguaje de la religión no se juega más que con cuestiones existenciales. Del mismo modo que la exclamación ¡Ay! Sólo tiene significado como grito de dolor. Quiero decir que si la bienaventuranza eterna del alma no significa nada para mi modo de vivir, entonces no necesito romperme la cabeza con relación a ella; si puedo pensar legítimamente en ella, lo que pienso tiene que relacionarse directamente con mi vida (Carnets de Cambridge y de Skjolden, 15).



Estas declaraciones resuenan junto con otras en las que explica por qué se ve incapaz de seguir los pasos de un Kierkegaard. Aunque concede al danés que es tan imposible que un saber pueda enderezar la vida como forjar el fuego en frío, nunca dio el paso a la conversión a la fe vivida como pasión. La fe debería de haberle dado de haberla tenido “la posibilidad de afrontar las tempestades más violentas con la calma soberana de una religión suficientemente profunda como para guardar la calma por muy alto que puedan llegar las olas” (Bemerkungen 66).

Algunos aforismos parecen sugerir que el propio Wittgenstein descubrió en su temperamento cierta tendencia a la frialdad que le impidió adoptar una fe religiosa entendida “como una decisión apasionada a favor de un sistema de referencia”, una manera de vivir y de juzgar la vida. Estimando que su genio le prohibía toda creatividad, se preguntaba con cierta angustia si la alegría que le procuraban sus pensamientos podía ser llamada alegría de vivir (Bemerkungen 33).

Es significativo que los pensamientos de Wittgenstein sobre religión y ética nos hayan sido transmitidos bajo forma de conversación a pecho descubierto o en intercambios epistolares con sus amigos Engelmann, Drury, Bouswma.

Wittgenstein practicante de las “prácticas de sí”, de los ejercicios espirituales, antiguos y modernos.

Las conversaciones con L. Wittgenstein de Drury son un documento particularmente precioso, en la medida en que Drury era un estudiante de teología anglicana. Estaba destinado al sacerdocio pero acabó siendo médico, una decisión probablemente influida por el filósofo. Wittgenstein le vino a decir que temía verle estrangulado por el cuello romano y que lo veía incapaz de pronunciar un sermón semanal.

Drury defiende con vigor la existencia de un tercer Wittgenstein, posición ampliamente ignorada por los especialistas de renombre. A ellos Drury les recuerda la afirmación de Ludwig Wittgenstein: “no soy un hombre religioso, pero no puedo evitar ver todos los problemas desde el punto de vista religioso.” Alega además testimonios importantes sobre las lecturas religiosas de W. (Dostoievski, Tolstoi, Samuel Johnson, s. Agustín, Pascal…) y levanta acta de conversaciones que permiten conocer las reacciones de W. a ciertos temas religiosos, a la vez que dejan entrever algunas convicciones fuertes subyacentes a sus análisis más técnicos del lenguaje religioso.

Particularmente descubrimos que Wittgenstein admiraba los Evangelios Sinópticos, en especial el de San Mateo y se reconocía incapaz de entender el de Juan.

Wittgenstein rechaza las tentativas de justificar la fe cristiana alegando hechos históricos y más generalmente, las pruebas filosóficas que garanticen la credibilidad de la fe, hasta el punto que considera que la afirmación del Concilio Vaticano I, según la cual la existencia de Dios puede probarse por la razón natural, es una de las razones que le impedían ser católico romano, confesión en la que por otra parte estaba bautizado como el resto de sus hermanos.

No compartía la convicción positivista según la cual el progreso de la visión científica del mundo acabaría antes o después con la superstición religiosa. Por el contrario estimaba que debía aceptar vivir sin el consuelo de pertenecer a una iglesia y que la religión del futuro no tendría ni curas ni ministerio.

La religión de Wittgenstein es extremadamente ascética, no consiste en recitar muchas oraciones y no necesita que se hable mucho de “religión”.

Este “modus religosus” de Wittgenstein, más bien serio, no sé si trágico del todo, algo sombrío y solemne sin pasarse, en mis pocos conocimientos musicales, lo relacionaría con la obra musical de otro austríaco célebre. Concretamente con la Trauermarsch con la que empieza la sinfonía n. 5 de Mahler. También el Sturmisch de la misma sinfonía,  “movimiento violento con un tono de tristeza y soledad. Movimiento altamente explosivo que refleja la frustración más profunda al no poder resolverse tras varios intentos…”



Hasta aquí la “religión de Wittgenstein”.

Más tarde llegará su análisis de la “gramática del juego de lenguaje religioso”.


2 comentarios:

  1. Tanto ascetismo y tan poca sensualidad. Todo muy danés, muy noruego, muy blanco y negro, muy kantiano y nórdico. Y sin embargo, no es tanto la religión dentro de los límites de la mera razón, sino fuera de ella, más allá o acá de la lógica y los juegos de lenguaje.
    Prefiero naturalizarla, hacerla razonable. Sin embargo, no cabe duda, hubo un W místico, un anacoreta silencioso... En los diarios que escribe cifrados durante la guerra está bastante, allí, leyendo a Tolstoi habla de Dios muy amenudo...
    Enlazo tu entrada en facebook (Wittgenstein), página que para nuestra sorpresa, la de Carlos Salinas y mía, que somos los administradores, tiene cientos de lectores registrados de todo el mundo...

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  2. A mí me parece que la dinámica de Wittgenstein en estos aforismos apunta justamente en lo no razonable del asunto, nórdico o meridional, es lo de menos. Me parece bastante apasionado en su modo de tomarse las grandes y profundas cuestiones humanas en serio. En particular la fe en el amor, recién llegado al mundo es probable tenerla, la experiencia de la vida va en contra de la fe.
    Y no me parece nada frío ni nórdico cuando afirma que la fe la necesita el corazón y el alma, no el entendimiento especulador. No está nada mal la diferencia.
    POr lo demás gracias por el enlace a tan celebrada página bautizada con el nombre de este visionario neopositivista, increíble oximorón, pero lo fue.

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