En febrero de 1983 Foucault publicaba « “L’écriture de soi”, Corps
ecrit, n. 5 : L’Autoportrait »
Hemos leído gracias a Luis
Roca en el blog sobre los llamados ejercicios espirituales de Pierre Hadot y de
Foucault.
Me quedaba la duda sobre el
significado concreto de esos ejercicios ¿en qué consistía ejercitarse
espiritualmente fuera de un contexto religioso promovido en especial por san
Ignacio de Loyola? Gracias a estos dos autores citados descubro que la
“gimnasia” espiritual es una práctica bastante antigua que encontramos en pensadores paleocristianos y también en filósofos paganos como Séneca.
El ejercicio espiritual no es
por tanto un invento eclesiástico. Existía ya en la antigüedad, y era un asunto
que ocupaba en especial a las escuelas filosófícas preocupadas por el llamado
“cuidado de sí”. Algo parecido a lo que hoy llamaríamos “autoconstrucción
espiritual”. El ejercicio espiritual filosófico no tiene que ver tanto con la
salvación eterna como en los autores religiosos sino con el adecentamiento de
la propia alma.
L'Eremita de Silvestro Pistolesi |
Antonio fue el primer asceta
cristiano que vivió retirado del mundanal ruido en Egipto empezando la llamada “tradición
de los padres del desierto”. San Atanasio en la biografía que le dedicó y que conocemos
como “Vita Antonii” recomendaba: “que cada uno anote sus actos e impulsos del
alma para estar seguro de no pecar, como si tuviera que contárselo a otro. Por
vergüenza al tener que contarlo, dejaremos de pecar. Del mismo modo que
viéndonos unos a otros no fornicaríamos, escribiendo nuestros pensamientos como
si debiéramos revelarlos a otros nos guardaremos de los pensamientos impuros.”
La escritura mitiga los
peligros de la soledad del anacoreta. El cuaderno de notas era para el
solitario la mirada del otro, en una comunidad de ascetas todos se miran y se
ayudan. Pero el anacoreta no tiene quien le mire, ese es su cuaderno donde
apunta lo que le pasa.
La ascesis es el trabajo
sobre los propios actos y sobre el pensamiento, la escritura tiene un papel de
apremio a los movimientos interiores del alma. Escribir es como la confesión de
los pecados o como la dirección espiritual que otro autor maestro de monjes,
Casiano, recomendaba a sus pupilos.
El filósofo meditando de Rembrandt |
Estos padres de los primeros
tiempos eclesiásticos estaban muy preocupados por el demonio engañador que no
ceja en su empeño, la escritura era un medio para no caer en sus trampas. En
los albores del cristianismo la escritura era un ejercicio espiritual que como
prueba de verdad encontramos asimismo en
Plutarco, en Séneca y en Marco Aurelio.
Todo arte requiere ejercicio.
El arte de vivir se basa en un entrenamiento, ascesis en griego. Un entrenamiento
de sí mismo que fue corriente en las escuelas pitagóricas, socráticas y entre
los cínicos. Todos ellos se ejercían en abstinencias, memorización, examen de
conciencia, meditación, silencio, escucha del otro.
En época imperial la
escritura ocupará un papel preponderante como ejercicio del alma. Séneca se lo
dice claramente a Lucilio: hay que leer y escribir. Epicteto también recuerda
que se debe meditar, escribir, entrenarse: “Ojalá nos sorprenda la muerte
escribiendo esto, leyendo lo otro…diciendo: esto he de escribir, esto he de
leer. No hay que aficionarse a lo que no depende de nosotros”
Escribir y leer dependen de
nosotros. La meditación también, ese ejercicio del pensamiento que consiste en
reactivar lo que uno sabe, en asimilar, en no dejar pasar, volver sobre lo
vivido o sobre lo leído para empaparse de su verdad y estar en condiciones de
afrontar la realidad mejor pertrechado.
Los ejercicios espirituales
afianzan el poder de uno mismo sobre uno mismo, no el poder de otros sobre mí.
Foucault señala que la
escritura como ejercicio se puede llevar a cabo de dos modos: de la meditación
a la escritura y de aquí al ejercicio en la realidad, o bien de la meditación
salen notas que se releen y sirven a su vez para meditar.
En cualquier caso no hay
ascesis sin escritura. La ascesis elabora los discursos reconocidos como
verdaderos y transformados en principios de acción. Se trata de una escritura
“Ethopoiética” que reviste dos formas en los primeros siglos de nuestra era:
los “hypomnémata” y la correspondencia.
Los “hypomnémata” eran los cuadernos en los que las personas cultivadas
anotaban fragmentos, ejemplos de acciones que habían presenciado o leído. Era
un memorial del que se sacaba materia para la meditación, cómo superar defectos
o sobreponerse a las adversidades. Un logos “bioéthicos”, un bagaje de
discursos capaz de acallar nuestras pasiones (Plutarco). Un tesoro que el alma
debe hacer suyo. Se trata de reunir todo lo que se puede para leerlo con el fin
de la constitución de sí mismo.
¿Puede lo antiguo, lo
intemporal servirnos a nosotros modernos o posmodernos en nuestra constitución
de nosotros mismos?
Si la redacción de estos
cuadernillos de memoria es útil es en virtud de que se cumplan tres
condiciones:
-establecer una relación
equilibrada de lectura y escritura.
-evitar las excesivas
lecturas dispersas a través de la escritura.
-apropiarse de lo leído desde
dentro de uno mismo.
En cuanto a la primera
condición, Séneca recomienda ni agotarse
escribiendo ni dispersarse leyendo. Si se lee mucho sin escribir se corre
el peligro de la “stultitia”, de la inestabilidad de la atención, del cambio de
opinión y de voluntad. Es la trampa de la curiositas, es decir, de la falta de
fijeza por estar en todo momento pendiente de novedades sin profundizar en
nada.
Escribiendo ponemos ante
nosotros un pasado sobre el que poder volver más tarde. Escribir ayuda al alma
a no preocuparse por el pasado ni por el futuro, sino a estar en el presente.
En este sentido es un gran
ejercicio escolar que ayuda a centrar la atención, indispensable para poder
enterarse de una clase a la que se está asistiendo. Hay que centrarse, escribir
es una forma aburrida pero eficaz de
calmar todo lo que perturba el ánimo y lo hace incapaz de aprender.
En segundo lugar la escritura
de los “hypomnémata” es un ejercicio de
disparidad, porque no se trata como el filósofo de hacer una unidad
doctrinal. “Poco importa que se haya leído todo Zenón o Crisipo” dice Epícteto.
Séneca elige sentencias de aquí y de allá. Lo que importa es que sean
pertinentes en el momento, la escritura como ejercicio personal hecho por sí y
para sí es un arte de la verdad inconexa o más precisamente, una manera
reflexiva de combinar la autoridad tradicional de la cosa ya dicha con la singularidad de la verdad que en
ella se afirma y la particularidad de las circunstancias que al respecto determinan
su uso.
“Procúrate cada día algún
remedio frente a la pobreza, la muerte y las calamidades”
El mismo Séneca reconoce que
le aprovecha lo que otros sabios han escrito, y se pasa al campo de Epicuro si
es preciso “no como tránsfuga sino como explorador.”
En tercer lugar, la unificación de los elementos dispares
viene del gesto mismo de escribir y de su consulta (lectura y relectura).
Unificación comparada con la libación de las abejas y con la adición de cifras
que forman una suma. Hemos de prestar asentimiento a todos los materiales
recogidos para que no nos resulten extraños.
El papel de la escritura es
constituir un cuerpo con todo lo que se ha leído. No un cuerpo doctrinal sino
el propio cuerpo. La escritura transforma lo visto, lo leído en fuerza y
sangre. El escritor constituye su propia identidad a través de la recolección
de las cosas dichas.
No se trata de una galería de
muertos, porque al escribir el escritor constituye su propia alma. Del mismo
modo que nuestro rostro refleja el de nuestros antepasados, que nuestra alma se
haga de todas las lecturas y pensamientos escogidos. Los libros leídos se constituyen
así en coro de voces que convergen en la unidad de la propia alma.
La correspondencia, escribir a otro es ejercicio espiritual. La carta
actúa sobre quien la escribe y sobre quien la recibe. Hoy que casi han
desaparecido las cartas ¿han ocupado otras formas de mensajería su lugar? La
red social me parece que tiende a la cacofonía y la dispersión. No se puede
comunicar con la misma profundidad y seriedad lo que se lleva dentro con cien
amigos. La correspondencia para ser ejercicio espiritual tiene que ser de alma
a alma.
Séneca no sólo informa a
Lucilio sobre su vida y se informa de la vida de Lucilio. En el cuidado de sí,
es precisa la ayuda de otro. Uno ha de retirarse en sí tanto como sea posible y
a la vez ha de vincularse a quienes son capaces de beneficiarnos y nos hagan
mejores.
Quien enseña se instruye.
Los consejos que se dan en
una carta sirven a uno mismo. Séneca da consejos para superar el duelo por la
muerte de un ser querido, y esa “consolatio” a otro es una “premeditatio”
Porque la ayuda epistolar no se mantiene mucho tiempo en una sola dirección.
Séneca le dice a Lucilio: “eres mi obra, yo te exhorté”. “El sabio tiene
necesidad de ser estimulado por otro sabio.”
La carta es una manera de
manifestarse a sí mismo y a los otros. La carta hace presente casi de una
manera física ante aquel a quien se dirige. “Jamás recibí tu carta sin que
estemos al momento juntos” la mano del amigo impresa en la epístola brinda lo
que sabe muy dulce en su presencia, el reconocerlo.
Escribir es mostrarse,
hacerse ver. El estilo de la carta ejercicio espiritual ha de ser libre y
sobrio, la carta constituye un objetivo de discurso verdadero, en su condición y
en su elaboración como bien propio.
En la misiva uno se abre a la
mirada del otro, es una manera de entregarse a esa mirada, de la que cabe decir
que está sumergiéndose en el fondo de nuestro corazón. El desarrollo del
cuidado de sí empieza por la correspondencia con algún otro más que por los
cuadernos personaes.
Hay diferencias entre esa
correspondencia “espiritual” de cuyo modelo Foucault reconoce en Séneca y
Lucilio y la correspondencia no espiritual de un Cicerón. Este último se
presenta como sujeto de acción, pero Séneca muestra las interferencias del alma
y del cuerpo, recoge las impresiones y las actividades del ocio. Un buen
ejemplo de este estilo de comunicación está en la epístola 78 a Lucilo. Séneca relata su
jornada a Lucilio y es como si la reviviera gustoso: hizo un poco de
entrenamiento físico, una carrera con un esclavo, un baño, una frugal colación
de pan, una breve siesta y acabó el día meditando sobre un silogismo de Zenón. ¿Cabe
mayor felicidad?
El examen de conciencia es
hacer de inspector de sí mismo. Sirve para calibrar nuestras faltas comunes y
reactivar las reglas de comportamiento que es preciso tener siempre presentes
en el espíritu. Marco Aurelio escribe una carta a Frontón en la que combina los
dos ejercicios espirituales, la epístola y el examen de conciencia:
“He pasado el tiempo desde
las primeras horas de la noche hasta la tercera del día leyendo la Agricultura de Catón
y, en parte, escribiendo felizmente, si bien, en verdad menos que ayer. Después
tras saludar mi padre, me enjuagué con agua melada y arrojándola me suavicé la
garganta, aunque no la “gargaricé”. Una vez restablecida mi garganta me volví
donde se encontraba mi padre y asistía a un sacrificio. A continuación, fuimos
a comer ¿Con qué piensas que almorcé? Con un poco de pan, mientras veía a otros
devorar ostras, cebollas y sardinas bien grasas. Luego nos pusimos a recoger
uvas: lo que pudimos sudar y gritar (…) A la hora sexta volvimos a casa. Estudié
un poco, aunque sin fruto; después charlé un buen rato con mi madre, que estaba
sentada en la cama (…) Mientras estábamos así charlando y disputándonos quien
de los dos quería más al otro (…) sonó el disco y se anunció que mi padre se había
metido en el baño. Cenamos después de bañarnos….De vuelta a casa, antes de
girarme sobre el costado para dormir, despliego mi labro; rindo cuenta de mi
jornada a mi dulcísimo maestro a quien quisiera –por cierto, debería perder
peso- desear más todavía…”
La carta a Frontón transcribe
el examen desplegado el día anterior por la lectura del libro mental de la
conciencia.
Resumiendo los ejercicios
espirituales aquí explicados por Foucault:
-Los hypomnémata, el
cuadernillo de notas ayuda a constituirse a sí mismo a partir de lo ya dicho.
-El combate espiritual de los
monjes del desierto se libraba anotando los movimientos más ocultos del alma
para intentar librarse de ellos.
-En el relato espiritual de
la carta se trataba de hacer coincidir la mirada del otro y la propia sobre uno
mismo de acuerdo a unas reglas que son una técnica de vida.
Buen trabajo, Ana. Y gracias por citarme, me alegra mucho el que te haya servido.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias a tí, todavía hay más ejercitantes espirituales por ahí, voy a ver si puedo seguir dando cuenta de ellos
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