viernes, 30 de mayo de 2014

EJERCICIOS ESPIRITUALES CON FOUCAULT Y SENECA



En febrero de 1983 Foucault publicaba « “L’écriture de soi”, Corps ecrit, n. 5 : L’Autoportrait »
Hemos leído gracias a Luis Roca en el blog sobre los llamados ejercicios espirituales de Pierre Hadot y de Foucault.

Me quedaba la duda sobre el significado concreto de esos ejercicios ¿en qué consistía ejercitarse espiritualmente fuera de un contexto religioso promovido en especial por san Ignacio de Loyola? Gracias a estos dos autores citados descubro que la “gimnasia” espiritual es una práctica bastante antigua que encontramos en pensadores paleocristianos y también en filósofos paganos como Séneca.

El ejercicio espiritual no es por tanto un invento eclesiástico. Existía ya en la antigüedad, y era un asunto que ocupaba en especial a las escuelas filosófícas preocupadas por el llamado “cuidado de sí”. Algo parecido a lo que hoy llamaríamos “autoconstrucción espiritual”. El ejercicio espiritual filosófico no tiene que ver tanto con la salvación eterna como en los autores religiosos sino con el adecentamiento de la propia alma.

L'Eremita de Silvestro Pistolesi


Antonio fue el primer asceta cristiano que vivió retirado del mundanal ruido en Egipto empezando la llamada “tradición de los padres del desierto”. San Atanasio en la biografía que le dedicó y que conocemos como “Vita Antonii” recomendaba: “que cada uno anote sus actos e impulsos del alma para estar seguro de no pecar, como si tuviera que contárselo a otro. Por vergüenza al tener que contarlo, dejaremos de pecar. Del mismo modo que viéndonos unos a otros no fornicaríamos, escribiendo nuestros pensamientos como si debiéramos revelarlos a otros nos guardaremos de los pensamientos impuros.”

La escritura mitiga los peligros de la soledad del anacoreta. El cuaderno de notas era para el solitario la mirada del otro, en una comunidad de ascetas todos se miran y se ayudan. Pero el anacoreta no tiene quien le mire, ese es su cuaderno donde apunta lo que le pasa.

La ascesis es el trabajo sobre los propios actos y sobre el pensamiento, la escritura tiene un papel de apremio a los movimientos interiores del alma. Escribir es como la confesión de los pecados o como la dirección espiritual que otro autor maestro de monjes, Casiano, recomendaba a sus pupilos.

El filósofo meditando de Rembrandt

Estos padres de los primeros tiempos eclesiásticos estaban muy preocupados por el demonio engañador que no ceja en su empeño, la escritura era un medio para no caer en sus trampas. En los albores del cristianismo la escritura era un ejercicio espiritual que como prueba de verdad encontramos asimismo  en Plutarco, en Séneca y en Marco Aurelio.

Todo arte requiere ejercicio. El arte de vivir se basa en un entrenamiento, ascesis en griego. Un entrenamiento de sí mismo que fue corriente en las escuelas pitagóricas, socráticas y entre los cínicos. Todos ellos se ejercían en abstinencias, memorización, examen de conciencia, meditación, silencio, escucha del otro.

En época imperial la escritura ocupará un papel preponderante como ejercicio del alma. Séneca se lo dice claramente a Lucilio: hay que leer y escribir. Epicteto también recuerda que se debe meditar, escribir, entrenarse: “Ojalá nos sorprenda la muerte escribiendo esto, leyendo lo otro…diciendo: esto he de escribir, esto he de leer. No hay que aficionarse a lo que no depende de nosotros”

Escribir y leer dependen de nosotros. La meditación también, ese ejercicio del pensamiento que consiste en reactivar lo que uno sabe, en asimilar, en no dejar pasar, volver sobre lo vivido o sobre lo leído para empaparse de su verdad y estar en condiciones de afrontar la realidad mejor pertrechado.

Los ejercicios espirituales afianzan el poder de uno mismo sobre uno mismo, no el poder de otros sobre mí.

Foucault señala que la escritura como ejercicio se puede llevar a cabo de dos modos: de la meditación a la escritura y de aquí al ejercicio en la realidad, o bien de la meditación salen notas que se releen y sirven a su vez para meditar.

En cualquier caso no hay ascesis sin escritura. La ascesis elabora los discursos reconocidos como verdaderos y transformados en principios de acción. Se trata de una escritura “Ethopoiética” que reviste dos formas en los primeros siglos de nuestra era: los “hypomnémata” y la correspondencia.

Los “hypomnémata” eran los cuadernos en los que las personas cultivadas anotaban fragmentos, ejemplos de acciones que habían presenciado o leído. Era un memorial del que se sacaba materia para la meditación, cómo superar defectos o sobreponerse a las adversidades. Un logos “bioéthicos”, un bagaje de discursos capaz de acallar nuestras pasiones (Plutarco). Un tesoro que el alma debe hacer suyo. Se trata de reunir todo lo que se puede para leerlo con el fin de la constitución de sí mismo.

¿Puede lo antiguo, lo intemporal servirnos a nosotros modernos o posmodernos en nuestra constitución de nosotros mismos?

Si la redacción de estos cuadernillos de memoria es útil es en virtud de que se cumplan tres condiciones:

-establecer una relación equilibrada de lectura y escritura.
-evitar las excesivas lecturas dispersas a través de la escritura.
-apropiarse de lo leído desde dentro de uno mismo.

En cuanto a la primera condición, Séneca recomienda ni agotarse escribiendo ni dispersarse leyendo. Si se lee mucho sin escribir se corre el peligro de la “stultitia”, de la inestabilidad de la atención, del cambio de opinión y de voluntad. Es la trampa de la curiositas, es decir, de la falta de fijeza por estar en todo momento pendiente de novedades sin profundizar en nada.

Escribiendo ponemos ante nosotros un pasado sobre el que poder volver más tarde. Escribir ayuda al alma a no preocuparse por el pasado ni por el futuro, sino a estar en el presente.
En este sentido es un gran ejercicio escolar que ayuda a centrar la atención, indispensable para poder enterarse de una clase a la que se está asistiendo. Hay que centrarse, escribir es una forma aburrida pero eficaz  de calmar todo lo que perturba el ánimo y lo hace incapaz de aprender.

En segundo lugar la escritura de los “hypomnémata” es un ejercicio de disparidad, porque no se trata como el filósofo de hacer una unidad doctrinal. “Poco importa que se haya leído todo Zenón o Crisipo” dice Epícteto. Séneca elige sentencias de aquí y de allá. Lo que importa es que sean pertinentes en el momento, la escritura como ejercicio personal hecho por sí y para sí es un arte de la verdad inconexa o más precisamente, una manera reflexiva de combinar la autoridad tradicional de la cosa ya  dicha con la singularidad de la verdad que en ella se afirma y la particularidad de las circunstancias que al respecto determinan su uso.

“Procúrate cada día algún remedio frente a la pobreza, la muerte y las calamidades”
El mismo Séneca reconoce que le aprovecha lo que otros sabios han escrito, y se pasa al campo de Epicuro si es preciso “no como tránsfuga sino como explorador.”

En tercer lugar, la unificación de los elementos dispares viene del gesto mismo de escribir y de su consulta (lectura y relectura). Unificación comparada con la libación de las abejas y con la adición de cifras que forman una suma. Hemos de prestar asentimiento a todos los materiales recogidos para que no nos resulten extraños.



El papel de la escritura es constituir un cuerpo con todo lo que se ha leído. No un cuerpo doctrinal sino el propio cuerpo. La escritura transforma lo visto, lo leído en fuerza y sangre. El escritor constituye su propia identidad a través de la recolección de las cosas dichas.

No se trata de una galería de muertos, porque al escribir el escritor constituye su propia alma. Del mismo modo que nuestro rostro refleja el de nuestros antepasados, que nuestra alma se haga de todas las lecturas y pensamientos escogidos. Los libros leídos se constituyen así en coro de voces que convergen en la unidad de la propia alma.


La correspondencia, escribir a otro es ejercicio espiritual. La carta actúa sobre quien la escribe y sobre quien la recibe. Hoy que casi han desaparecido las cartas ¿han ocupado otras formas de mensajería su lugar? La red social me parece que tiende a la cacofonía y la dispersión. No se puede comunicar con la misma profundidad y seriedad lo que se lleva dentro con cien amigos. La correspondencia para ser ejercicio espiritual tiene que ser de alma a alma.

Séneca no sólo informa a Lucilio sobre su vida y se informa de la vida de Lucilio. En el cuidado de sí, es precisa la ayuda de otro. Uno ha de retirarse en sí tanto como sea posible y a la vez ha de vincularse a quienes son capaces de beneficiarnos y nos hagan mejores.
Quien enseña se instruye.

Los consejos que se dan en una carta sirven a uno mismo. Séneca da consejos para superar el duelo por la muerte de un ser querido, y esa “consolatio” a otro es una “premeditatio” Porque la ayuda epistolar no se mantiene mucho tiempo en una sola dirección. Séneca le dice a Lucilio: “eres mi obra, yo te exhorté”. “El sabio tiene necesidad de ser estimulado por otro sabio.”

La carta es una manera de manifestarse a sí mismo y a los otros. La carta hace presente casi de una manera física ante aquel a quien se dirige. “Jamás recibí tu carta sin que estemos al momento juntos” la mano del amigo impresa en la epístola brinda lo que sabe muy dulce en su presencia, el reconocerlo.

Escribir es mostrarse, hacerse ver. El estilo de la carta ejercicio espiritual ha de ser libre y sobrio, la carta constituye un objetivo de discurso verdadero, en su condición y en su elaboración como bien propio.

En la misiva uno se abre a la mirada del otro, es una manera de entregarse a esa mirada, de la que cabe decir que está sumergiéndose en el fondo de nuestro corazón. El desarrollo del cuidado de sí empieza por la correspondencia con algún otro más que por los cuadernos personaes.

Hay diferencias entre esa correspondencia “espiritual” de cuyo modelo Foucault reconoce en Séneca y Lucilio y la correspondencia no espiritual de un Cicerón. Este último se presenta como sujeto de acción, pero Séneca muestra las interferencias del alma y del cuerpo, recoge las impresiones y las actividades del ocio. Un buen ejemplo de este estilo de comunicación está en la epístola 78 a Lucilo. Séneca relata su jornada a Lucilio y es como si la reviviera gustoso: hizo un poco de entrenamiento físico, una carrera con un esclavo, un baño, una frugal colación de pan, una breve siesta y acabó el día meditando sobre un silogismo de Zenón. ¿Cabe mayor felicidad?

El examen de conciencia es hacer de inspector de sí mismo. Sirve para calibrar nuestras faltas comunes y reactivar las reglas de comportamiento que es preciso tener siempre presentes en el espíritu. Marco Aurelio escribe una carta a Frontón en la que combina los dos ejercicios espirituales, la epístola y el examen de conciencia:

“He pasado el tiempo desde las primeras horas de la noche hasta la tercera del día leyendo la Agricultura de Catón y, en parte, escribiendo felizmente, si bien, en verdad menos que ayer. Después tras saludar mi padre, me enjuagué con agua melada y arrojándola me suavicé la garganta, aunque no la “gargaricé”. Una vez restablecida mi garganta me volví donde se encontraba mi padre y asistía a un sacrificio. A continuación, fuimos a comer ¿Con qué piensas que almorcé? Con un poco de pan, mientras veía a otros devorar ostras, cebollas y sardinas bien grasas. Luego nos pusimos a recoger uvas: lo que pudimos sudar y gritar (…) A la hora sexta volvimos a casa. Estudié un poco, aunque sin fruto; después charlé un buen rato con mi madre, que estaba sentada en la cama (…) Mientras estábamos así charlando y disputándonos quien de los dos quería más al otro (…) sonó el disco y se anunció que mi padre se había metido en el baño. Cenamos después de bañarnos….De vuelta a casa, antes de girarme sobre el costado para dormir, despliego mi labro; rindo cuenta de mi jornada a mi dulcísimo maestro a quien quisiera –por cierto, debería perder peso- desear más todavía…”

La carta a Frontón transcribe el examen desplegado el día anterior por la lectura del libro mental de la conciencia.

Resumiendo los ejercicios espirituales aquí explicados por Foucault:

-Los hypomnémata, el cuadernillo de notas ayuda a constituirse a sí mismo a partir de lo ya dicho.

-El combate espiritual de los monjes del desierto se libraba anotando los movimientos más ocultos del alma para intentar librarse de ellos.


-En el relato espiritual de la carta se trataba de hacer coincidir la mirada del otro y la propia sobre uno mismo de acuerdo a unas reglas que son una técnica de vida.

2 comentarios:

  1. Buen trabajo, Ana. Y gracias por citarme, me alegra mucho el que te haya servido.
    Un abrazo

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  2. Gracias a tí, todavía hay más ejercitantes espirituales por ahí, voy a ver si puedo seguir dando cuenta de ellos

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