JBL & F., Larvas 2022 |
Cualquier personalidad cuenta con múltiples facetas como poliedro irregular de muchas caras diferentes. Contribuye a ello el que seamos una raza nómada. Por eso necesitamos viajar, salir, cambiar de aires, activar los sentidos, renovar la memoria, enriquecer la imaginación. Uno es de aquí y de allá, uno es sobre todo del paraíso, del purgatorio o del infierno de su infancia. Uno es de donde ha hecho la Secundaria y más de donde pace que de donde nace. Sin hacer colas ni soportar aglomeraciones, retrasos o esperas, también se puede migrar a esas ciudades fantásticas que inventó la genial imaginación de Italo Calvino. Es también la lectura un viaje barato, un transporte en el tiempo y una metamorfosis de identidades.
Pero sin duda la geografía, el medio físico y la circunstancia histórica y cultural, nos moldean. Los hábitos que se nos imponen nos dan forma, el clima influye en el talante, en el estado de ánimo... Pues bien, sucediome en el siglo pasado compartir tertulia, farra callejera y fiesta tabernaria con un grupo de maestros gallegos que me convirtieron, al tomarme por andaluz, sin yo casi querer, rápidamente y de improviso, en showman, porque uno también se ajusta, aun involuntariamente, a las expectativas del prójimo. Por eso se ha probado que si el maestro da por hecho que está tratando con zoquetes y sólo con memos, fabricará zoquetes porque sus pupilos se sentirán cómodos en el Reino de Memez; si el maestro supone que ha dado con talentos, sus discípulos al menos intentarán no defraudarle y algunos alcanzarán la excelencia que, como el valor en el ejército, ha de suponérseles siempre a priori, como idea o suposición proversiva, de proyecto o previsión.
“Tú, andaluz, serás el chistoso de esta noche, nuestro juglar particular” –ese fue el mensaje telepático que recibí en aquella noche coruñesa de salsa caribeña (nada de gaitas) y tirantes cubanos. De nada me hubiese servido protestar diciendo que soy medio andaluz, medio levantino, medio manchego y, por demás, un afrancesado que adora la Toscana y la platónica costa de Sicilia. El caso fue que hice reír con el chistario recordado, pero cuando conté algún chascarrillo de humor negro (que hoy los wokistas o guoqueros denunciarían por políticamente incorrecto y hasta inmoral), un cuentecillo de esos en que el hombre del sur –o tal vez el Viejo del Mediterráneo- se ríe del dolor, de la estupidez humana y hasta de la muerte, dejé a mis compañeros atlánticos boquiabiertos, perdidos y como perplejos, porque les resultaba incomprensible que uno pudiese reírse así de nuestras miserias y debilidades.
Y es que el humor negro, tal vez más andaluz que español, revela esa especie de familiaridad con la muerte y el sufrimiento, ese reconocimiento de su poder universal e igualatorio que llegó a hacerse tópico de la literatura senequista.
Es curiosa la influencia que ha ejercido este autor romano, Lucio Anneo Séneca, preceptor y víctima de Nerón, sobre el modo de pensar y sentir de nuestras gentes, aunque naciera en la Córdoba precalifal y precristiana… Autor estoico al que Nietzsche consideraba un “toreador de la virtud” y Antonio Machado un “mediano moralista y trágico de segunda mano”. Trágica fue sin duda la obra y la vida de Séneca, al que Pemán actualizó para una serie de televisión in illo tempore encarnándolo en un personaje popular. He oído el eco de esa voz que mira con indiferencia al mal que no practica en la barra de un bar de Cádiz, ciudad antigua, fenicia, el eco de Séneca en el ánimo imperturbable de un tabernero filósofo.
Tal vez por ese sentimiento trágico de la vida que inmortalizó un vasco españolísimo apellidado Unamuno dejó escrito Gerald Brenan, el intelectual inglés enamorado del paisaje y paisanaje de las Alpujarras, que “Andalucía es la tierra más alegre de los hombres más tristes del mundo”. Porque desde el pensamiento de la muerte los cuidados y preocupaciones de este mundo se muestran vanidad de vanidades y emperifollada ilusión. Brenan, en Al sur de Granada (X), observa esta esencia de la sabiduría popular andaluza que seguramente es extensible, si bien rebajada, a toda la cultura hispana. Por eso –dice- al cementerio se le llama aquí la Tierra de la Verdad.
“Todo es mentira” –decía mi abuelo Agustín, que se cuidaba mucho de no aplicar su retórica nihilista en los negocios. “La vida es una ilusión”. Esta idea aqueja sesgo orientalista y recuerda metáforas indíes como la del velo de Maya. “La vida es una ilusión, porque termina” -explicaba Rosario, la paisana de Yegen a don Geraldo. No obstante, un pensar así mina el gusto por el placer, vuelve a la gente austera y predispone contra Epicuro.
Es precisamente un cierto fatalismo y el sentimiento de lo trágico tan presente en nuestras almas lo que permite comprender –y exige tolerar- rituales como las corridas de toros y artes como la tauromaquia, así como otras costumbres de nuestros pueblos que hoy los urbanitas metropolitanos pretenden abolir con escrúpulos de niños maltrabajados. En esos ritos ancestrales, la mirada de un extranjero poco avisado también desbarraría reconociendo sólo maltrato o brutalidad donde lo que hay es un verdadero sacramento, un misterio trágico en que se expresa un sentido existencial que supera toda lógica, incrustado en la historia como una joya antiquísima.
Cuenta Brenan el duro episodio que contempló en Yegen: Unos chicos ataron a un perro que se había roto las patas cayendo de un tejado y lo arrastraban por el pueblo mientras el animal ladraba lastimero. Los mayores no aplaudían, pero dejaban hacer. Escribe el británico transterrado: “Ante la muerte y el sufrimiento se opera en algunos españoles un cambio misterioso…, como si sus propios instintos de muerte se desataran y obtuvieran una satisfacción vicaria. No es sadismo ni amor a la crueldad, sino una especie de fascinada absorción por lo que consideran el momento culminante de la existencia”.
Hay, desde luego, mucho de pesimismo en esta actitud. No es casual que un potente pesimista como Schopenhauer haya sido y sea tan leído y comentado en España. El pesimismo hispano se ha expresado en un arte exuberante y en el patetismo de la imaginería barroca, también castellana, en la extraordinaria parafernalia de nuestras procesiones de Semana Santa, un formidable espectáculo gratuito y popular. Subyace bajo todas las aparentes alegrías el lamento, el silencio, el recogimiento de la Madrugá. Es el “polvo del camino” de las romerías que sintetizan paganismo y cristianismo, sacrificio y bacanal, y cuyo origen se pierde en la noche de los aconteceres, donde el mismo tiempo (enemigo acre) se deshace o repite en instantes significativos de intensa emocionalidad y comunión pública. Es igualmente el polvo del camino del que venimos todos y al que todos volveremos.
No obstante, se equivocan quienes piensan que el andaluz se recrea en la pobreza y la tristeza. Todo lo contrario. No conozco otro lugar en el mundo en que los amigos se peleen por pagar las copas. En contextos públicos o festivos la generosidad y capacidad del andaluz para ejercer de anfitrión o agasajar a una visita son proverbiales. Por supuesto que la guasa, la chirigota, la “juerga” (palabra esta que empezó siendo andalucismo y se ha universalizado como el gazpacho) pueden entenderse como mecanismos compensatorios. A veces se percibe desde fuera como frivolidad o falta de seriedad lo que en el hombre del Sur y del Levante es distancia y escepticismo (“escepticismo extremado”, le llama A. Machado en su Juan de Mairena, XXXIV), más un notable esfuerzo escénico…, como el que me tocó a mí hacer ejerciendo de “andaluz” en aquella noche coruñesa, un esfuerzo por mantener alta la moral del grupo y animada la conversación.
El carácter pacífico de la cultura andaluza, versátil, adaptable y antidogmático, se debe seguramente, al menos en parte, a la radical sacralización de la dignidad de las personas (personalismo endémico del “nadie es más que nadie” o “todos somos personas”), al margen de todas sus contingencias, incluidas nuestras más ridículas miserias. Es un humor que distingue netamente -como María Zambrano- entre persona y personaje. Ningún tipo de "personaje" evita la caricatura, ningún personajillo se salva de la guasa, porque se salva siempre la persona, esa que oculta y deforma el personaje.
Del autor:
https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm
El Séneca de José María Pemán |
Tal vez por ese sentimiento trágico de la vida que inmortalizó un vasco españolísimo apellidado Unamuno dejó escrito Gerald Brenan, el intelectual inglés enamorado del paisaje y paisanaje de las Alpujarras, que “Andalucía es la tierra más alegre de los hombres más tristes del mundo”. Porque desde el pensamiento de la muerte los cuidados y preocupaciones de este mundo se muestran vanidad de vanidades y emperifollada ilusión. Brenan, en Al sur de Granada (X), observa esta esencia de la sabiduría popular andaluza que seguramente es extensible, si bien rebajada, a toda la cultura hispana. Por eso –dice- al cementerio se le llama aquí la Tierra de la Verdad.
Inversión, F & JBL, 2022 |
“Todo es mentira” –decía mi abuelo Agustín, que se cuidaba mucho de no aplicar su retórica nihilista en los negocios. “La vida es una ilusión”. Esta idea aqueja sesgo orientalista y recuerda metáforas indíes como la del velo de Maya. “La vida es una ilusión, porque termina” -explicaba Rosario, la paisana de Yegen a don Geraldo. No obstante, un pensar así mina el gusto por el placer, vuelve a la gente austera y predispone contra Epicuro.
Es precisamente un cierto fatalismo y el sentimiento de lo trágico tan presente en nuestras almas lo que permite comprender –y exige tolerar- rituales como las corridas de toros y artes como la tauromaquia, así como otras costumbres de nuestros pueblos que hoy los urbanitas metropolitanos pretenden abolir con escrúpulos de niños maltrabajados. En esos ritos ancestrales, la mirada de un extranjero poco avisado también desbarraría reconociendo sólo maltrato o brutalidad donde lo que hay es un verdadero sacramento, un misterio trágico en que se expresa un sentido existencial que supera toda lógica, incrustado en la historia como una joya antiquísima.
Cuenta Brenan el duro episodio que contempló en Yegen: Unos chicos ataron a un perro que se había roto las patas cayendo de un tejado y lo arrastraban por el pueblo mientras el animal ladraba lastimero. Los mayores no aplaudían, pero dejaban hacer. Escribe el británico transterrado: “Ante la muerte y el sufrimiento se opera en algunos españoles un cambio misterioso…, como si sus propios instintos de muerte se desataran y obtuvieran una satisfacción vicaria. No es sadismo ni amor a la crueldad, sino una especie de fascinada absorción por lo que consideran el momento culminante de la existencia”.
Hay, desde luego, mucho de pesimismo en esta actitud. No es casual que un potente pesimista como Schopenhauer haya sido y sea tan leído y comentado en España. El pesimismo hispano se ha expresado en un arte exuberante y en el patetismo de la imaginería barroca, también castellana, en la extraordinaria parafernalia de nuestras procesiones de Semana Santa, un formidable espectáculo gratuito y popular. Subyace bajo todas las aparentes alegrías el lamento, el silencio, el recogimiento de la Madrugá. Es el “polvo del camino” de las romerías que sintetizan paganismo y cristianismo, sacrificio y bacanal, y cuyo origen se pierde en la noche de los aconteceres, donde el mismo tiempo (enemigo acre) se deshace o repite en instantes significativos de intensa emocionalidad y comunión pública. Es igualmente el polvo del camino del que venimos todos y al que todos volveremos.
No obstante, se equivocan quienes piensan que el andaluz se recrea en la pobreza y la tristeza. Todo lo contrario. No conozco otro lugar en el mundo en que los amigos se peleen por pagar las copas. En contextos públicos o festivos la generosidad y capacidad del andaluz para ejercer de anfitrión o agasajar a una visita son proverbiales. Por supuesto que la guasa, la chirigota, la “juerga” (palabra esta que empezó siendo andalucismo y se ha universalizado como el gazpacho) pueden entenderse como mecanismos compensatorios. A veces se percibe desde fuera como frivolidad o falta de seriedad lo que en el hombre del Sur y del Levante es distancia y escepticismo (“escepticismo extremado”, le llama A. Machado en su Juan de Mairena, XXXIV), más un notable esfuerzo escénico…, como el que me tocó a mí hacer ejerciendo de “andaluz” en aquella noche coruñesa, un esfuerzo por mantener alta la moral del grupo y animada la conversación.
El carácter pacífico de la cultura andaluza, versátil, adaptable y antidogmático, se debe seguramente, al menos en parte, a la radical sacralización de la dignidad de las personas (personalismo endémico del “nadie es más que nadie” o “todos somos personas”), al margen de todas sus contingencias, incluidas nuestras más ridículas miserias. Es un humor que distingue netamente -como María Zambrano- entre persona y personaje. Ningún tipo de "personaje" evita la caricatura, ningún personajillo se salva de la guasa, porque se salva siempre la persona, esa que oculta y deforma el personaje.
Del autor:
https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm
Sobre el injusto maltrato recibido por José María Pemán, excelente escritor, por parte del estalinismo, la ignorancia y el "olvido histórico" del siglo XXI cfr.: "Cuando Pemán se adelantó a 'Kichi'".
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