lunes, 21 de febrero de 2022

ALMA FELIZ

 Cuando llega la hora de explicar el empirismo siempre me desazona la crítica de David Hume a la "existencia del yo". Tiene algo de tomadura de pelo o de mal chiste: ¿cómo no va a existir el yo si es lo que nos acompaña toda la vida? Desde presupuestos inspirados en el conocimiento físico es imposible entender nada de lo que es más importante.

La respuesta a la crítica humeana la había oído pero no leído como ahora en Tolstoi, "El camino de la vida", una auténtica guía espiritual, que sirve para ver el mundo como es, es decir al revés de todas o de la mayoría de las cosas que nos han enseñado y enseñamos.

 Sin duda la crisis impuesta desde instancias políticas nos está ayudando a despertar de la falacia de aquellos pensamientos a los que una vez consideramos fundamentales y que nos han llevado mucho tiempo intentar entender.

"A lo impalpable, invisible e incorpóreo que da la vida a todo lo existente y existe por sí mismo, lo llamamos Dios. A ese mismo principio impalpable, invisible e incorpóreo, separado por el cuerpo de todo lo demás y al que reconocemos como nosotros mismos lo llamamos alma".

Si el hombre piensa que todo lo que ve a su alrededor, que el mundo inconmensurable es exactamente como él lo ve, se equivoca grandemente. El hombre conoce lo material sólo porque tiene esta vista, ese oído y ese tacto, y no otros. Si estos sentidos fuesen distintos, el mundo entero sería distinto. Así que no sabemos y no podemos saber cómo es el mundo material en el que vivimos. Lo único que conocemos bien y verdaderamente es nuestra alma.

Cuando decimos "yo" no nos referimos a nuestro  cuerpo sino a aquello que vive en nuestro cuerpo. ¿Qué es ese "yo"? No podemos definir con palabras lo que es es ese "yo" pero a ese "yo" lo conocemos mejor que cualquier otra cosa. Sabemos que si ese "yo" no estuviera en nosotros, nada sabríamos, no habría nada para nosotros en el mundo, y nosotros mismos no habríamos existido.

EL CAMINO DE LA VIDA - LEV TOLSTOI - ACANTILADO - EL ACANTILADO 395 (Libros de Segunda Mano - Pensamiento - Otros)

Cuando reflexiono, me es más difícil entender qué es mi cuerpo a qué es mi alma. Por más cercano que sea el cuerpo, no deja de ser ajeno, solo el alma es propia.

Que el hombre no sea consciente del alma que habita en él no significa que todavía no haya aprendido a tener conciencia de su alma.

Mientras no conozcamos lo que está dentro de nosotros, ¿qué utilidad puede tener que conozcamos lo que está fuera de nosotros? ¿Y acaso es posible conocer el mundo antes de conocerse a uno mismo? ¿Acaso aquel que es ciego en su casa puede ser vidente en casa ajena?

Igual que una vela no puede estar encendida sin llama así el hombre no puede vivir sin fuerza espiritual. El espíritu vive en todos los seres humanos, pero no todos lo saben. La vida de quienes lo saben es feliz; y la de quienes no lo saben, infeliz.

Medimos la tierra, el sol, las estrellas, las profundidades marinas; nos adentramos en las entrañas de la tierra en busca de oro, descubrimos ríos y montañas en la luna. Encontramos nuevos astros y conocemos sus dimensiones; nivelamos precipicios, construimos máquinas complejas; no pasa un día sin que haya nuevas invenciones. ¡Cuántas cosas podemos hacer! ¡De cuánto somos capaces! Pero hay algo, lo más importante, que aún nos falta. ¿Qué es? No sabemos. Somos como un niño: no se siente bien, pero ignora la razón de su malestar.

No estamos bien porque conocemos demasiadas cosas superfluas, y no conocemos lo verdaderamente indispensable: a nosotros mismos. No conocemos aquello que vive dentro de nosotros. Si conociéramos y nos acordáramos de lo que vive dentro de cada uno de nosotros, nuestra vida sería completamente distinta. 

No podemos conocer la verdadera naturaleza de todo cuanto es material en este mundo. Sólo podemos conocer a plenitud el principio espiritual, que habita en nuestro interior, eso que reconocemos como nuestro ser y que no depende ni de nuestros sentimientos  ni de nuestros pensamientos.

(...)

Le hace bien al hombre pensar en qué son él y su cuerpo. El cuerpo parece grande comparado con el de una pulga y minúsculo si se lo compara con la tierra. Le hace bien también pensar que toda nuestra tierra es un grano de arena en comparación con el sol y el sol es un grano de arena comparado con la estrella Sirio, y Sirio es nada comparada con otras estrellas más grandes que ella, y así hasta el infinito.

Está claro que el hombre con su cuerpo no es nada si se le compara con el sol y las estrellas. Si además pensamos que de la existencia de cada uno de nosotros ni siquiera se sospechaba cuando hace cien años, mil años, o muchos miles de años vivieron en la tierra personas como yo, que nacieron, crecieron, envejecieron y murieron; que de esos millones de millones de personas como yo no han quedado, ya no digamos los huesos, ni siquiera las cenizas y que después de mí vivirán, igual que yo, millones de millones de personas, y que de mis cenizas brotará hierba, que las ovejas se comerán esa hierba, las personas se comerán a esas ovejas ¡y de mí no quedará ni una partícula del polvo! ¡Ni el recuerdo siquiera! ¿Acaso no queda claro que no soy nada?

Nada es nada, pero sucede que esta nada entiende lo que es y el lugar que ocupa en el mundo. Y si lo entiende, esa comprensión hace que deje de ser nada para ser algo que es más importante que este mundo inconmensurable, porque sin esta comprensión en mí y en otros seres como yo, no habría ido todo eso que yo llamo este mundo inconmensurable.

Tolstói inédito, la Biblia del apóstol de Yásnaia PolianaLeón Tolstoi (1828-1910)


(...)

El hombre vive por el espíritu y no por el cuerpo. Si el hombre lo sabe y se dedica al espíritu y no al cuerpo, ya puedes encadenarlo, ya puedes encerrarlo detrás de barrotes de hierro, que de todos modos será libre.

Todo hombre conoce dos vidas: la vida corporal y la vida espiritual. La vida corporal, cuando alcanza la plenitud, comienza a debilitarse. Y se debilita más y más, y finalmente muere. La vida espiritual, por el contrario, crece y se vuelve cada vez más fuerte, desde el nacimiento hasta la muerte.

Si el hombre vive únicamente de la vida corporal, su existencia entera será la de un condenado a muerte. Si el hombre vive para su alma, su felicidad crecerá día a día, y la muerte no los asustará.

Para llevar una vida buena, no te hace falta saber de dónde has venido ni que ocurrirá en el otro mundo. No pienses en lo que quiere tu cuerpo, piensa en lo que quiere tu alma, y no necesitarás saber ni de donde has venido, ni que ocurrirá después de la muerte. Y no lo necesitarás porque experimentarás esa felicidad plena que no necesita preguntarse ni del pasado ni del futuro.

Cuando el mundo comenzó a existir, la mente se erigió en su madre. Quien es consciente de que la base de su vida es el espíritu, sabe que está fuera de cualquier peligro. Cuando al final de su vida sus labios se cierren y las puertas de sus sentidos se clausuren, no experimentará ninguna inquietud.

Un alma inmortal tiene necesidad de una tarea tan inmortal como ella. Y esa tarea, el perfeccionamiento interminable de uno mismo y del mundo, es la que es dada.

 


1 comentario:

  1. Preciosa entrada, Ana. No obstante, a mí la crítica de Hume al Yo, su análisis de la etérea y fantasmática identidad personal, me parece genial, hasta floral: "a bundle of ideas", dice que es el yo. Un escenario fantástico. Un teatro. Un manojo de representaciones, o sea, memoria e imaginación. Prueba de que el yo depende de la memoria son los procesos de amnesia traumática. Y la imaginación es hermana siamesa de la memoria. Recordamos porque imaginamos el pasado, porque nos imaginamos habiendo sido mantenemos cierta continuidad yoica. Por otro lado, pienso que la crítica de Hume viene muy bien contra el yoísmo narcisista, tan característico de nuestra época: "yo, mí, me, commigo...". El yo emerge del proceso social de comunicación cuando este es representado interiormente (G. H. Mead). Es un eco del lenguaje, del habla en situación. No creo que saber esto invalide el espiritualismo encantador y poético de Tolstoi. Uno puede explicar físicamente el hambre, pero no el misterio que la hace posible. Por qué el Espíritu (o la Energeia) se hace yo, por qué la vida adopta máscaras, también en los insectos, es algo inexplicado. Ignoramus et ignorabimus. Nuestro común amigo Rafael Bellón diría que ninguna voluntad se pierde. Y eso que el yo no es sólo voluntad, sino también razón y atención considerada (Simone Weil) y contemplación amorosa, en esa que acaba por disolverse felizmente, en arrebato místico: quedeme y olvideme, el cuerpo recliné sobre el amado. Cesó todo y dejeme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado (parafraseo de memoria los versos del santo carmelita). ¡El cuidado del yo puede ser tan cansado!

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