SENSUALIDAD NO ES BELLEZA
EVA ILLOUZ expone en Por qué duele el amor (2012) interesantes
consideraciones sobre los cambios operados en lo que ella llama mercado
matrimonial, estrategias de ambos sexos en las relaciones. El estudio se basa
en las novelas que desde hace 200 años sirven como muestrario de cómo ha
evolucionado la sociedad en este aspecto.
Nada es desechable en este
libro y da abundante material para reflexionar sobre el aburrimiento extenuante
que nos invade. También sobre el hecho de que lo que creemos es fruto de
nuestra libertad individual y opciones se ejerce de hecho de un marco social
altamente determinante.
Extraigo un punto capital que
puede resultar de ayuda para relativizar penas y arrojar un poco de luz. Se
titula la sexualización y la psicologización de las elecciones amorosas.
La sexualización y la psicologización de las elecciones amorosas
Si en tiempos de Jane Austen el “carácter” del individuo expresaba una interioridad que encarnaba un universo de valores públicos, en la actualidad la desvinculación entre los criterios para la selección de pareja y el entramado moral del grupo se manifiestan en dos criterios de evaluación hoy fundamentales:
-La intimidad emocional y la
compatibilidad psicológica, por un lado.
-El atractivo sexual, por el
otro.
El primer criterio es distinto
del amor basado en el carácter típico de las novelas de Austen porque su
objetivo es hacer compatibles dos configuraciones psicológicas individuales.
Mientras que el segundo refleja la importancia cultural de la sexualidad y la
atracción física desligadas del universo de los valores morales.
Seguramente la sensualidad ha
estado siempre presente como factor de atracción y amor. Pero hoy es criterio
cultural, explícitamente legitimado para evaluar al objeto de nuestros amores,
fundamentado en una organización económica y cultural que nos da los códigos de
la persona sexualmente atractiva.
Y son 2 categorías culturales
diferentes: sensualidad y belleza.
En el siglo XIX la belleza era
un atributo físico y espiritual. El atractivo sexual per se no era un criterio
para la selección de pareja. De ahí la novedad de este criterio, porque hoy se
separa tanto de la belleza como del carácter moral. Ambas características
quedan subordinadas a la sensualidad, que cuenta más.
Se pone de manifiesto que la identidad de género de hombres y mujeres se ha transformado en identidad sexual. En un conjunto de señales corporales, lingüísticas, de vestimenta, orientadas a despertar el deseo sexual en los demás. La sensualidad como criterio autónomo de selección es el resultado de dos factores: el consumismo y la legitimación normativa de la sexualidad por parte de la psicología y del feminismo.
El consumismo ligado a la sexualización
El consumismo representa la
fuerza cultural más importante en la sexualización tanto de hombres como de
mujeres. En los años 20 el capitalismo estadounidense en lugar de insistir en
la ética del trabajo necesitó consumidores. La misma ética que animaba a
comprar también alentaba a disfrutar, a la satisfacción de los deseos, se trata
de un punto de vista que fácilmente se traslada al ámbito del sexo.
La cosmética tiene una historia
ilustrativa. En el XIX se diferenciaba la belleza que venía de fuera, moda y
productos de belleza, de la belleza moral, procedente de dentro, “interior” y “eterna”,
no había referencias explícitas a la sexualidad. Incluso el exceso de afeite
generaba reservas, era un modo de sustituir la belleza legítima, la “interior”.
En el XX creció el mercado de perfumes, maquillajes, cremas. Promocionando
estos nuevos productos, la publicidad separó el lazo que unía belleza y
carácter.
“Las mujeres pintadas comenzaron a poblar los universos imaginarios de la publicidad. Se las veía nadando, tomando el sol, bailando, paseando en coche: eran la imagen de la feminidad, sana, atlética, divertida.”
La industria cosmética promueve
una noción del cuerpo como superficie estética que nada tiene que ver con las
definiciones morales de persona. Y afectó a todas las clases sociales. Además
de que el proceso se hizo más veloz cuando a la cosmética se aliaron el cine y
el mundo de la moda. Las productoras de cine, las revistas femeninas, la
publicidad, las marquesinas del autobús, han funcionado como vectores de
popularización y amplificación de este nuevo modelo, en el que se exhibe el
cuerpo y se erotiza. Las mujeres se ven incorporadas al consumismo como agentes sexuadas y sexuales. La belleza
sexualizada ha sido promovida por todos los sectores mencionados unidos, todos
ellos han construido una identidad basada en lo erótico.
Se dibuja una nueva relación
entre maquillaje, atractivo sexual, feminidad, consumo, erotismo. El cuerpo es
visto como cuerpo sensual que busca satisfacción física. EL cuerpo ha de evocar
por tanto la sexualidad. La construcción de un cuerpo
femenino erotizado en todas las clases sociales es uno de los logros culturales
del consumismo a principios del siglo XX. Juventud y belleza pasan a significar
erotismo y sexualidad. La
mercantilización del cuerpo supone una erotización y al mismo tiempo una
proximidad entre el cuerpo y el amor romántico. Maquillarse ya no descalifica a
las mujeres respetables, más bien es el camino para llegar al romance y
matrimonio.
Mercantilización del sex appeal
De hecho -dice Eva Illouz-, una de las motivaciones en las que se basa el cultivo de la belleza es
encontrar el amor verdadero. Conseguir marido. Era una oportunidad para las
mujeres más pobres de ascender en la clase social casándose con un hombre de
clase superior. La belleza que destaca lo sexual está muy vinculada a la imagen
del romance porque publicistas, cineastas, marcas de cosméticos, saben que el
romance y la belleza venden.
Aunque los hombres tardaron en
incorporarse a la cultura consumista en este sentido tratado aquí, ya en el
siglo XIX están los gérmenes de esa identidad sexual basada en la cultura del
hedonismo y la sexualidad. En el extremo más bajo de la escala se hallan los
burdeles, deportes prohibidos y una subcultura del hombre soltero: salones,
barberías, tabaquerías, sastrerías, bares, teatros que prosperan gracias a
clientes ricos.
No será hasta los años 50 con
la aparición de la revista Playboy cuando
se llegue al esplendor de esta subcultura. Dicha revista marca el ascenso de
una ética del Playboy que prioriza el consumo constante, el ocio, la lascivia
indulgente. La mercantilización del cuerpo masculino se asocia a los deportes y
las fantasías sexuales de los hombres. La temática del amor y el romance está
mucho menos destacada que en el caso de las mujeres.
El rol de protagonista que
adquiere el cuerpo, la intensa
mercantilización del sexo convierten al sex appeal en categoría cultural aparte de los valores morales. El
culto a la belleza corporal, el buen estado físico, la definición del hombre y
la mujer en función de sus atributos sexuales son promovidos sin descanso por
la industria cultural. El resultado es la transformación de la sensualidad en
categoría cultural positiva, de manera que uno de los criterios centrales para
elegir pareja y para configurar la propia personalidad sea la capacidad de
despertar el deseo sexual. La mercantilización va alejando a la sexualidad de
la reproducción, del matrimonio, de los vínculos estables, de las emociones.
La cultura consumista ha tenido
éxito en relegar las normas tradicionales en materia sexual, porque se basa
en la autoridad y legitimidad de psicoanalistas y psicólogos. Estas disciplinas conciben la
historia psíquica de cada cual como un relato organizado en torno a la sexualidad.
Convierten a la sexualidad en el rasgo fundamental que define a los individuos,
en su esencia psíquica. Transforman la sexualidad en el espacio del “yo” sano.
Todos los especialistas hacen depender el bienestar de una una satisfactoria vida sexual. La psicología ubica el sexo en
los dos extremos de la narrativa biográfica de la persona: pasado y futuro
giran en torno a él. Hay un relato en el que la sexualidad se convierte en
teoría y práctica en el telos o para qué.
A partir de los 60 el mensaje
de la liberación sexual no hace sino incidir en el proceso. La segunda ola del
feminismo reconceptualiza la sexualidad como fenómeno político. Orgasmo y
placer pasan a ser actos de reafirmación de la igualdad y autonomía femeninas.
El acceso al placer sexual se convierte en un modo de consolidar el concepto de
plena igualdad de las mujeres como sujetos libres e iguales. Por su parte el
movimiento homosexual ayuda a naturalizar la ecuación sexualidad-derechos
políticos, el sexo se asocia con ciertos valores de la democracia como la
capacidad de elegir, la autodeterminación, la autonomía.
Cambios en el vocabulario
La sexualidad y el sex appeal desligados de las normas
morales que definían lo masculino y lo femenino se colocan en el centro de la
elección de pareja. El criterio sexual adquiere autonomía propia. Hay una palabra relacionada con
este nuevo criterio de valor, la condición de “sexy”, que se ha vuelto adjetivo
recurrente para juzgarse a uno mismo y a otros. El sex appeal y la sensualidad
son categorías culturales que provienen de la desvinculación entre la belleza y
la moral. Dicha cultura consumista otorga cada vez más autonomía a la
sexualidad y convierte al orgasmo en una capacidad o forma de perfección a la
que aspiran las parejas y los amantes.
Al parecer la palabra “sexy”
tenía connotación negativa hasta la década de 1950. En la novela de 1957
Prospects of Love escrita por W. Camp leemos: “La chica debe tener algo que
diga a gritos que se la puede llevar a la cama. No hace falta que sea linda
para que sea sexy”. El término "sexy" adquiere un significado que va
más allá del aspecto físico: designa la esencia de la persona. Ya lo dijo Sofía
Loren: “ser sexy es algo que viene de adentro, es algo que uno tiene o no tiene, pero que no se relaciona tanto con los
senos, las caderas o la forma de los labios”. Se trata pues de un rasgo
inherente a la persona. Se transforma en el rasgo central para la elección de
pareja.
Diálogo con un hombre de 52 años entrevistado
por un sociólogo:
Alan: para mi, el aspecto es un
requisito básico, y no sólo la cara, tiene que tener la cintura estrecha,
linda, con pechos redondos, vientre chato, mmmh y piernas largas. Pero bueno,
tal vez que sea sexy es más importante que el físico.
Entrevistador: ¿qué quiere
decir eso?
Alan: Bueno, uno tiene que
sentir que es una bomba, que le gusta el sexo, que le gusta dar y recibir
placer.
Entrevistador: ¿Y hay muchas
mujeres que respondan a esa descripción?
Alan: Uhmmm… Bueno, no son
tantísimas, claro, pero sí, hay algunas, yo diría que sí, sin duda, pero uno
tiene que encontrar la que lo excita en serio. Eso es más difícil de poner en
palabras, aunque uno lo reconoce cuando lo ve. Que sea sexy es muy importante,
pero es difícil de definir. Uno lo reconoce cuando lo ve.
En este caso Alan orienta su
gusto hacia los rasgos convencionales de atractivo sexual. Es un ejemplo que
ilustra la importancia fundamental de dicho atractivo en el proceso de elección
de pareja y cómo se las arregla cada cual para captar la sensualidad en las
personas. Todo esto no significa que en el pasado no existiera nada parecido al
atractivo sexual. Pero la diferencia estriba en que ha pasado a ser un criterio
explícito, legítimo y que la sociedad hoy ofrece más formas de llevar este
atractivo sexual al campo del romance y el matrimonio.
Según un estudio de 1984, “el
atractivo físico constituye el factor predictivo más importante del grado de
aceptación como pareja, mientras que otros factores como el éxito académico, la
inteligencia y diversos rasgos de personalidad no inciden en el grado de
aceptación”. En su estudio de gran escala
sobre las tendencias para los criterios de elección de pareja, desarrollado
durante 50 años, David Buss detectó pruebas contundentes de que el atractivo
sexual como criterio viene creciendo de modo gradual tanto en el caso de los
hombres como en el de las mujeres. La importancia del atractivo físico registró
un claro incremento junto con la expansión de los medios de comunicación de
masas, la industria cosmética y la de la moda.
Muchos interpretaron que sobre
todo tras la Segunda Guerra Mundial se produjo un paso a la sexualidad
recreativa, alienada, mercantilizada y narcisista. Pero sería más fructífero
verla como un elemento que ha pasado a ser una “característica difusa de
estatus”. Muchas consecuencias se siguen
de este cambio sociológico.
Atractivo desligado de la clase social
Cuando la belleza se vinculaba
al carácter moral era más probable que se la asociara con la clase social,
porque la “Moralidad” consistía en la manifestación de cierto sentido del
decoro y modales propios de una clase educada. La noción de sexy fue
configurada por los medios de comunicación de masas de manera que apelara a una
gran variedad de mujeres independizada de códigos morales y clases sociales.
Angelina Jolie, por ejemplo, encarna un modelo de sensualidad que no pertenece a ninguna clase social. Cualquiera puede imitarla. Dado que la belleza y el atractivo sexual no se superponen necesariamente con la estratificación social, pueden constituir una vía alternativa para acceder a los hombres más poderosos, un modo de saltarse las jerarquías sociales basadas en la riqueza.
Consecuencias: el competitivo mercado matrimonial
El mercado matrimonial interfiere
en un nuevo campo social de lo sexual, donde la norma es el sexo por el sexo
mismo. Asimismo esto implica que haya mucha más competencia en el campo sexual
pues participan las personas adineradas y cultas y las que poseen atractivo
sexual pero no cultura ni riqueza.
En segundo lugar, al haber más
criterios son posibles más contradicciones en el proceso de elección de pareja.
Si la homogamia conduce a escoger a alguien del mismo nivel y educación, la
sensualidad interfiere en la lógica normal de la reproducción social. En el
pasado se le daba menos legitimidad a los matrimonios de diferente clase. Así
que el proceso de búsqueda se complica porque debe internalizar distintos modos
de evaluación, el tradicional y el que procede de la cultura mediática
productora de un gran abanico de imágenes desvinculadas de la clase social.
En tercer lugar, la
desvinculación de la que hablamos se manifiesta con el surgimiento de la
llamada “experiencia sexual”, hay una vida sexual desvinculada de la vida
emocional. La sensualidad apunta a la desvinculación entre el sexo y las
emociones, porque éstas son organizadas y generadas por marcos morales,
mientras que la sensualidad se presenta como una categoría moral que carece de
marcos morales. Aunque resulta más frecuente entre los hombres que entre las
mujeres esta separación, se comprueba que los primeros representan el 72% de
los visitantes de las webs porno mientras que las mujeres son más propensas a
mezclar las emociones en la sexualidad.
En cuarto lugar, debido al
criterio de la sexualidad, el proceso de enamorarse se torna puramente
subjetivo. Mientras que en época de Jane Austen los criterios para elegir
pareja eran conocidos, objetivados y conocidos por toda la comunidad, hoy se
han subjetivizado. Las personas solo cuentan consigo mismas para saber si están enamorados y se deben casar, es un
proceso complejo de evaluación cognitiva y emocional.
El criterio de sensualiad hace
que la atracción dependa cada vez más de lo icónico y lo visual. La atracción
que se siente hacia otra persona entra en conflicto con criterios racionales
susceptibles de formularse lingüísticamente. El criterio se basa en un juicio
inmediato sobre personas desconocidas con las que se tiene breve interacción,
lo que da lugar a formas expeditivas de emparejamiento.
La última consecuencia es el criterio de homogeneización del aspecto físico debida a la gran difusión de
imágenes estandarizadas de belleza y atractivo sexual. Los modelos que presenta
la industria de la moda y el entretenimiento comienzan a ocupar un espacio
privilegiado. Y se delinea una jerarquía del atractivo sexual: unas personas
son más atractivas que otras. La subjetivización de las elecciones va de la
mano con la estandarización del aspecto físico que se considera sexy y con la
capacidad de clasificar a las personas según este estándar. Así se sientan las bases del
mercado matrimonial, el conjunto de encuentros en apariencia controlados por el gusto individual en los que aparentemente cada uno puede elegir
sin restricciones.
El economista Gary Becker
introdujo la idea de mercado matrimonial. Como las mujeres y hombres compiten
por la búsqueda de pareja se puede afirmar que el matrimonio constituye un
mercado en que la persona con más atributos detentará mayor poder sobre las otras. Libertad de elección y aplicación
de criterios de selección. Pero desde una perspectiva sociológica la selección
individual se ha vuelto muy compleja, es probable que la persona pretenda
satisfacer múltiples criterios que entran en conflicto entre sí.
Los economistas dan por sentado
que la preferencia induce la elección pero no se preguntan cuáles son las condiciones
para la formación de esas preferencias. Becker no cuenta con que los mercados matrimoniales no son naturales ni
universales, sino más bien producto de un proceso histórico de des-regulación de
los encuentros románticos. La gran transformación de los encuentros románticos
consiste en el proceso mediante el cual dejan de existir los límites sociales
de carácter formal que regulaban el acceso a las relaciones amorosas y
prevalece la competencia en la búsqueda de pareja.
De ahí que sería mejor hablar
de “campos sexuales” en lugar de mercado, pues el concepto de “campo” supone
que los agentes cuentan con recursos desiguales en determinado ámbito social.
"Por qué le llaman amor cuando quieren decir sexo", el título de esa comedia española interpretada por la graciosísima Verónica Forqué es suficientemente explícito, o "cínico", en sentido moderno. La sexualización (y empobrecimiento) del amor con la complicidad del pansexualismo freudiano no es ningún descubrimiento teórico. Quienes mejor lo han denunciado han sido los tradicionalistas como Julius Evola. La universalización de los preservativos y su abaratamiento permitió una disociación de los sentimientos afectivos y la sensualidad hedonista, relativa, porque la intimidad sexual siempre produce efectos emotivos y sentimentales, el sexo engancha, por así decirlo. En esta reducción del amor a sexo son cómplices ciertas tendencias vitalistas como el esteticismo inmoralista e inmoral, que sitúa la belleza por encima del bien, el narcisismo del superhombre nietzcheano y el mimado, por los poderes públicos o privados, normópata dominante; ciertas especies de animalismo misantrópico y, por supuesto, cierto feminismo. Piensa en Simon de Beauvoir seduciendo estudiantes para pasárselas luego a su cómplice Jean Paul Sartre, sin mucho más incentivo que el sexual... Y piensa en su obra considerando el lesbianismo como lo natural en todas las mujeres y al feto como un parásito, un efecto lógico de la desvinculación total de sexualidad y procreación, asociada a la negación de la base biológica de la sexualidad, la supuesta arbitrariedad de la elección de género o su construcción meramente cultural, social. Lo curioso es que ese feminismo misándrico, del empoderamiento femenino, crece paralelamente a la altura de los tacones, la sofisticación de la lencería femenina, la industria pornográfica. Mientras unas amplían el ancho de sus chaquetas mediante hombreras para parecer masculinas, otras reducen la cantidad de tela de sus pantalones y bragas, o usan leggins para enfatizar sus femeninas curvas y valles, ¡qué curiosa paradoja! Los varones, mientras, no saben a qué atenerse, tan confundidos andan que muchos se lo montan con la máquina, la cual es tan obediente y aséptica, también en el sentido de estéril, pues ni tiene derechos, ni dignidad, ni pega enfermedades. Saludos
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