Sapo corredor |
Pensar consciente
El pensamiento no es más que un sentir que ha devenido simpar mecanismo de adaptación, mas peligrosamente independiente y relativamente libre,
gracias a Memoria e Imaginación esas hermanas siamesas que nos liberan del espacio-tiempo que habitamos y somos físicamente.
Es muy probable que el pensar consciente naciese del dolor o se iniciase con la frustración, como un recogerse de la acción fracasada en forma de actividad mental, como un resentimiento. El hombre primitivo que no pudo cruzar la fuerte corriente del arroyo por temor a ahogarse, tuvo que pensar en tender sobre él un tronco que hiciera de puente. No cabe duda que ese pensar consciente dio al ser humano una versatilidad nueva, dominadora, pues le permitió combinar las experiencias recordadas, lo que vio hacer a un compañero ante el peligroso torrente acuático, con los proyectos y planes imaginados, la ampliación por ejemplo de su territorio de caza.
Es muy probable que el pensar consciente naciese del dolor o se iniciase con la frustración, como un recogerse de la acción fracasada en forma de actividad mental, como un resentimiento. El hombre primitivo que no pudo cruzar la fuerte corriente del arroyo por temor a ahogarse, tuvo que pensar en tender sobre él un tronco que hiciera de puente. No cabe duda que ese pensar consciente dio al ser humano una versatilidad nueva, dominadora, pues le permitió combinar las experiencias recordadas, lo que vio hacer a un compañero ante el peligroso torrente acuático, con los proyectos y planes imaginados, la ampliación por ejemplo de su territorio de caza.
Sin embargo una reflexión obsesiva e incesante paraliza. Si
tuviésemos que decidir cada acción consultando al tribunal de la razón, quedaríamos muchas veces paralizados como el asno de Juan Buridan (1300-1358)
que murió de hambre incapaz de decidir cuál de los dos montones idénticos de
heno acometer para saciar su apetito. Las circunstancias muchas veces obligan a
actuar con urgencia, a elegir entre dos bienes o, lo que es más difícil y muy
frecuente, entre dos males. Tal puede ser la diferencia entre el político y el
filósofo, mientras este se queda dudando (pues la duda sirve de puesta en marcha a la Filosofía), el primero toma decisiones. Uno debe confiar y creer para actuar, otro se pone a pensar porque se desilusiona de la fe. Entonces, a falta de razones para actuar, recurrimos al consejo ajeno, al hábito, a la tradición, al sentido común,
o dejamos que actúe el instinto, que orienta casi siempre el obrar a favor de nuestra
supervivencia y la de nuestros genes (si es que podemos considerar a los genes
cosa nuestra y no considerarnos nosotros cosa suya, como ha sugerido Richard Dawkins).
El gran pianista se inició duramente, solfeando, empezó a interpretar
música pensando qué dedo debía usar y qué nota era aquella del pentagrama que
debía hacer sonar, luego mecanizó su comportamiento para no tener que pensar lo
que hacía, sus dedos volaban mecánicamente sobre el teclado como los de un mecanógrafo hábil, igual que el
conductor avezado no sabe qué pie usa cuando frena o acelera gracias a los
automatismos adquiridos. Las costumbres son la mayoría de las veces una
salvaguarda, pero también pueden fastidiarnos si, obligados por la novedad de
las situaciones, no pensamos lo que hacemos. La habituación adormece la
sensibilidad consciente, por eso los viajes o las novedades la activan, aceleran el pulso y volvemos a sentir que vivimos.
Conciencia reflexiva
El gran etólogo Konrad Lorenz pronunció en 1963 una
conferencia con el título “¿Tienen vida subjetiva los animales?”, que es lo
mismo que preguntarse si tienen conciencia, si tienen lo que la filosofía llama
”vivencias” y “biografía”. Decimos, “el perro está asustado”, pero ¿sabe el
perro que está asustado? Parece que la gran diferencia entre el animal y el
hombre es precisamente ese pensamiento consciente reflexivo que nos permite proyectar
las facultades superiores del conocimiento, de la voluntad y de la sensibilidad
sobre ellas mismas: saber lo que sentimos, pensar el sentimiento, sentir el
pensamiento, saber que recordamos, no querer lo que pensamos, querer lo que
sentimos, saber que no sabemos, querer lo que sabemos que sentimos, sufrir por
lo que queremos saber, etc.
El hombre sabe que sabe, sabe que sufre, sabe que muere…
Reutiliza la información. Jacques Ruffié señala en esta capacidad reflexiva la frontera
entre la protocultura de los primates y la cultura propiamente humana. El
humano hace prospecciones, imagina eventualidades, inventa soluciones. Los
animales o se comen o abandonan a sus muertos después de considerarlos vivos
durante un tiempo breve; nosotros los honramos, dialogamos con ellos si dejaron
información escrita en piedra, en papel, en pergamino o en la luz.
La muerte se nos antoja racionalmente absurda porque entre
lo físico y los psíquico, entre el cuerpo y el alma, hay lo que Lorenz llama
una “relación alógica”, ya que a cierto nivel de integración cerebral lo
psíquico manda sobre lo físico, lo que explica que el hombre pueda suicidarse,
negarse a comer o a procrear, actuar contra el instinto, reprimirlo, sublimarlo… Además, hay
operaciones nerviosas muy simples como “el primer beso” o una ducha después de
un montón de días de trabajo físico, que generan intensas vivencias, y otras actividades
muy complejas, como la interpretación de un texto si tenemos el hábito de la
lectura o la conducción de una aeronave para un piloto experimentado, que nos
pasan perfectamente desapercibidas, haciendo bien lo que no sabemos que
hacemos, actividades que hacemos perfectamente sin pensarlas y que ni siquiera
dejan recuerdos en nuestro psiquismo.
Sabemos que moriremos, pero como decía Spinoza, tal pensamiento jamás se vuelve pertinaz en un hombre sano. Si nos engolfamos en la muerte propia o ajena, tal
pensamiento también puede llegar a ser motivo de parálisis, es el caso de la viuda atribulada que se empareda en vida, o el argumento derrotista del deprimido: “Total, tanto
trabajo, ¿para qué? ¡Si volveré al polvo, como todos!”.
Ciempiés. f.: J. Biedma L. |
El sapo y el ciempiés
En la conferencia de Lorenz antes citada y para expresar lo
que venimos diciendo, que el yo y su pensamiento consciente son muchas veces en
la vida diaria un inconveniente más que una ventaja, el científico recuerda una fábula
de Gustav Meyrinck: la del ciempiés y el sapo maligno. Ambos se encuentran en
el soto de un riachuelo del monte…
- Permite, oh venerable animal de muchos pies –dice el
anfibio sofista- que te pregunte un humilde mortal de cuatro extremidades: ¿cómo te
arreglas para levantar siempre el pie izquierdo número treinta y siete cuando
pones en el suelo el pie derecho número treinta y ocho?
El ciempiés quedó inmovilizado pensando cómo lo hacía,
quieto como si echara raíces en el suelo cubierto de hojarasca, ¡y no pudo dar
un paso más!
¡qué bonita la fábula! sí claro, los animales mucho más pegados al instante presente sin fabular ni perder el tiempo evadiéndose al futuro o al pasado....dan envidia
ResponderEliminarEl problema no es pensar, el pensamiento es maravilloso, fuente de placeres sublimes, el problema es permitir que un pensamiento se apodere de tu mente... "No permitas que ningún pensamiento, ya sea positivo o negativo, se apodere de tu mente. Olvida tanto el Budismo como las cosas mundanas. Suelta tu cuerpo y tu mente como si te arrojaras a un acantilado..., desecha toda discriminación y sé tan abierto como el espacio. No sostengas ninguna opinión, acaba con ellas sin permitirles ninguna continuidad". Maestro Xiatang, en *La esencia del zen*, antología de Thomas Cleary, 1989.
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