Herrumbre de sueño |
La religión y el arte pueden interpretarse como una manifestación espiritual de lucha contra el tiempo. Para el filósofo apátrida Emil M. Ciorán, el hombre es un ser degenerado porque cae incesantemente desde la eternidad divina, desde el universo de “la felicidad irreflexiva de lo indivisible” se desploma en el delirio de la historia humana; desde el ser inconsciente que deambuló inocente en el paraíso de las bestias declina el hombre hasta el devenir perverso de la consciencia, quintaesencia de caducidad. “Parirás a tus hijos con dolor y ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Pero igual que cualquier crisis puede interpretarse como un crepúsculo o como una aurora, tal "descenso" a la conciencia puede mirarse como una elevación, un salto de nivel en el juego de la vida.
El misticismo nihilista y budista coinciden con el cristiano: liberarse de la obsesión de sí es el imperativo más urgente. Liberarnos de esa falsificación del éxtasis que nos ofrece la publicidad sería el segundo mandamiento de un cristianismo renovado. Estamos entregados a un absoluto sin dimensión metafísica, por eso Ciorán describió a sus contemporáneos como una “gusanera motorizada” perdida en la velocidad, preguntándose qué hemos ganado trocando miedo por ansiedad o estrés. Y profetizaba: “el siglo final no será el más refinado ni el más complicado, sino el más apresurado”. La prisa es nuestro encadenamiento presente a la idolatría del mañana, nuestra “condena eterna”, la temporalidad en que se aburre y se desquicia el ávido esclavo productor y consumista.
De modo análogo, María Zambrano ve, después del fatal endiosamiento del hombre facilitado por el exilio divino profetizado por Nietzsche, como "Futuro" será nombre abstracto del nuevo tirano. El Futuro será nuestro dios desconocido al que debemos sacrificarlo todo, incluso, a veces, la propia vida, pues gracias a nuestro esfuerzo recobraremos en el futuro "el paraíso perdido", la comunión con la naturaleza o la absoluta igualdad en la unidad humana. Estrategias del totalitarismo, del absolutismo (v. Persona y Democracia, 1958).
Tiempo y vigilia |
Una forma distinta de humana caída en el tiempo es el sueño. Toda nuestra existencia terrenal puede ser representada como un sueño, el sueño de la carne en que el alma olvida su identidad celestial. Calderón o Descartes introdujeron esta duda radical, pues lo mismo que el durmiente cree que es realidad cuanto experimenta en sus representaciones oníricas, el viviente Segismundo puede tener por ciertas cuantas experiencias se le presentan a sus sentidos, sólo aparentemente. Dicha apariencias son la ilusión de nuestra actualidad. Descartes creyó que para deshacer ese vértigo del escepticismo metafísico bastaría con distinguir racionalmente lo claro y distinto, de lo vago y confuso. La intensidad o viveza de la idea nos despertaría del "sueño de las apariencias", así como la atención de los sentidos nos enjugan las legañas del sueño.
Pero la borrachera de las ideas y el sueño de la razón también producen monstruos. La escolástica cristiana introdujo un frenético racionalismo en sus especulaciones teológicas. Ese mismo racionalismo, emancipado de la superstición, sí, pero también de la fe y de la caridad, acabaría engendrando una civilización enemiga del cristianismo, deshumanizada.
Túnel de luz |
Ganivet distinguía entre ideas picudas y redondas. Las picudas han abundado en la historia de España y son como “proyectiles ciegos que no se sabe a dónde van, y van siempre a hacer daño”. El genial granadino creó su noción de idea redonda recordando su primer oficio de molinero: “yo he sido molinero, y a fuerza de ver cómo las piedras andan y muelen sin salirse nunca de su centro, se me ocurrió pensar que la idea debe ser semejante a la muela del molino, que sin cambiar de sitio da harina, y con ella el pan que nos nutre” (El porvenir de España, 1912). Las ideas redondas son como las picudas sin la espoleta que las hace estallar como bombas.
No hace falta ser psicoanalista para comprender el valor práctico que tienen los sueños. Los sueños nos enfrentan a situaciones y acontecimientos insólitos, extraños al estado de vigilia. Nos hacen sentir inconvenientes y peligros reales que la consciencia desprecia. De ahí que los sueños a menudo modifiquen nuestras decisiones y afiancen nuestro fundamento moral, mejor que todas las doctrinas que llegan a nuestro corazón dando el rodeo de la conciencia. Jung estaba seguro de que nuestros sueños otorgan un toque de atención a nuestra conducta lúcida, avisan de que algo no va bien en ella, o previenen un desequilibrio entre los dos mundos que debemos conciliar: el temperamento heredado y nuestro carácter moral, lo que somos por naturaleza y nuestras costumbres civilizadas (o meramente urbanas).
En la mitología griega, Sueño y Muerte, Hypnos y Thanatos, son dos hermanos gemelos. También en el Antiguo Testamento la muerte se comparaba al sueño. El cristianismo reelaboró esta equiparación muerte-sueño. Antes de que se impusiera en nuestra epigrafía funeraria el Requiescat in pacem (RIP), fueron muy populares las fórmulas: In pace bene dormit, Dormit in somno pacis, In pace somni, In pace Domini dormias. Puesto que Sueño es hermano de Muerte, se comprende por qué, tanto en la antigua Grecia como en la India y en el gnosticismo, la acción de “despertarse” tenía una significación soteriológica, salvadora.
Mariposa socrática de hojas de cicuta |
Sócrates despierta a sus interlocutores atosigándoles con su ironía como un tábano irrita a quienes pica. La figura del tábano de Atenas hostiga a la gente con su dialéctica obligándoles a descartar la visión aparente del mundo cotidiano, exhortándoles a examinar el sentido racional de cuanto hacen. Según mi amigo, el filósofo y catedrático ubetense José Luis Villacañas Berlanga, Sócrates nos abrió con ello una nueva dimensión temporal: el tiempo de la espera, que impone un rodeo y seguramente una sublimación al deseo.
Pero, ¿quién tiene hoy tiempo para hacerse preguntas? Y sin embargo, para Sócrates, no era propiamente humana, ni digna de un humano, una vida que no se examina a sí misma. El sueño publicitario del placer que se satisface a golpe de mando a distancia contrasta así con la iluminación del filósofo que atiende al principio de realidad y busca la verdad, aunque esta deslumbre y duela. Tal verdad sólo se propone como fin de un diálogo interminable, infinito. Por eso el instantaneísmo mediático destruye la filosofía, esa salsa del espíritu. Donde sólo existen instantes no puede haber reflexión alguna. Quien no se hace preguntas vive en una culpable minoría de edad (Kant).
En la Apología de Sócrates acaba siendo Dios el que, por amor a los hombres, les envía un Maestro para “despertarlos” de su sueño, que es a la vez ignorancia, olvido y muerte. En Platón, y luego en los gnósticos, el despertar implica la anámnesis, el reconocimiento de la verdadera identidad del alma, es decir, el reconocimiento de su origen celeste. La Epístola a los Efesios, V, 14, contiene esta cita anónima: “Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos y sobre ti brillará Cristo”.
La victoria sobre el sueño y la vigilia prolongada constituyen una prueba iniciática bastante extendida. Se encuentra en los estadios arcaicos de la cultura. Entre ciertas tribus australianas los novicios en vías de iniciación no deben dormir en tres días o incluso se les prohíbe acostarse antes del alba. Habiendo marchado en búsqueda de la inmortalidad, el héroe Gilgamest llega a la isla de un Antepasado Mítico. Allí debe velar seis días y seis noches, pero no logra pasar esta prueba iniciática y pierde la oportunidad de adquirir la inmortalidad.
No dormir no es sólo triunfar de la fatiga física, sino, ante todo, dar prueba de fuerza espiritual. Permanecer “despierto”, estar plenamente consciente, estar presente en el mundo del espíritu. Jesús no dejaba de exhortar a sus discípulos para que velasen. En la noche de Getsemaní se enfada porque éstos se muestran incapaces de mantenerse tan despiertos como él: “Mi alma está triste hasta morir, permaneced aquí y velad conmigo” (Mateo, XXVI, 38). Pero cuando volvió los encontró "fritos". La “vigilia iniciática” parecía resultar superior a sus fuerzas humanas.
Las trompetas de Jesús reclaman nuestra consideración y atención como intemporales cuernos de la abundancia, apuestan por la resurrección de la conciencia vigilante, nos desvelan de la caída del alma en la materia y el sueño mortal que la sigue. Apuntan a la alegría celestial de un nuevo amanecer en la primavera de Dios. Los hermanos de Jesús han de velar, mientras todo el mundo duerme.
Mi epitafio romano favorito "que la tierra te sea leve"
ResponderEliminarlo de pararse a pensar de Sócrates es elemental
pero lo hacemos poco, cuando no te queda otra.
Y así poco a poco vamos despertando a la realidad dura.