jueves, 11 de abril de 2019

VELOCIDAD Y MEDITACIÓN

Por qué tu cerebro odia la lentitud

La alta velocidad de la sociedad ha bloqueado el reloj interno

 Ana Azanza, por la traducción

No hace mucho diagnostiqué mi condición de individuo que anda por el borde de la acera. Lo hago especialmente cuando se trata de una amiga especialmente lenta.  El mes pasado me tuve que morder la lengua mientras íbamos hacia un restaurante: "ultima vez que salgo con ella ¡no vamos a llegar nunca!".


Hay una medida llamada  “Pedestrian Aggressiveness Syndrome Scale,” creada en la University of Hawaii por el psicólogo Leon James, en la que cada cual puede situarse. ¿Te has visto andando entre la multitud "actuando de modo agresivo, poniendo mala cara, yendo más cerca o más rápido de lo normal y abrigando pensamientos asesinos? ”.

La rabia por la lentitud no se limita a las aceras, por supuesto. Los conductores lentos, Internet lento, colas lentas en la tienda... nos desquician.  También la breve introducción de este artículo ha podido resultar ya demasiado larga para ti lector. Así que iré al grano. Las cosas lentas nos vuelven locos porque el paso apresurado en que vivimos en esta sociedad ha deformado nuestro sentido del tiempo. Cosas que para nuestros tatarabuelos habrían resultado milagrosamente eficientes nos sacan de nuestras casillas. La paciencia es una virtud desvanecida en la era de Twitter.

Los científicos cognitivistas nos explican que la paciencia y la impaciencia tuvieron un propósito evolutivo. Eran el equilibrio del yin y el yang, un cronómetro interior perfectamente afinado que nos informaba de cuando estábamos esperando demasiado y que ya teníamos que cambiar de actividad. Cuando empezaba a pitar, había que dejar de buscar comida en un recorrido improductivo o abandonar la caza que se nos escapaba.

“¿Por qué somos tan impacientes? es una herencia de la evolución,” dice Marc Wittmann, psicólogo en el  Instituto de  Psicología y Salud Mental de Friburgo (Alemania). La impaciencia servía para que no nos muriéramos realizando una actividad que nos llevaba mucho tiempo y de la que no sacábamos fruto, además nos impulsaba a  actuar.

Pero se acabaron los buenos tiempos.  El paso veloz de la sociedad ha desequilibrado nuestro cronómetro interior. Crea expectativas que no pueden ser recompensadas con suficiente rapidez o que no pueden ser recompensadas de ninguna manera. Cuando las cosas van más lento de lo que esperamos, nuestro temporizador interno nos juega una mala pasada, alargando la espera y provocando una ira desproporcionada frente al retraso.

"La unión entre el tiempo y la emoción es compleja" dice James Moore, neurocientífico en Goldsmiths, Universidad de Londres. “Mucho depende de las expectativas. Si esperamos que algo llevará tiempo, podemos aceptarlo. La frustración proviene de que  muchas veces las expectativas no se cumplen”. “El tiempo se alarga, y nos vuelve locos,” dice Wittman.

Pero no nos confundamos. La sociedad sigue acelerando como si estuviéramos en un circuito de carreras. En el libro Social Acceleration: A New Theory of Modernity, Hartmut Rosa informa de que la velocidad del movimiento humano desde los tiempos premodernos se ha multiplicado por 100. Y la velocidad de las comunicaciones por 10 millones en el siglo XX, mientras que la transmisión de datos lo ha hecho por más o menos 10 billones.


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 El psicólogo Robert Levine intentó poner los pies en la tierra en la década de  1990, enviando a sus estudiantes alrededor del mundo con la misión de tomar el pulso en 31 ciudades. Midieron el tiempo que le costaba al ciudadano medio cubrir una distancia de 18  metros. En Viena, donde vivo, los peatones lo hacían en 14 segundos. Pero en mi ciudad de procedencia NY, el tiempo medio era  12 segundos. En  la década siguiente, el psicólogo Richard Wiseman descubrió que en todo el planeta la velocidad de marcha había aumentado un 10%.

El ritmo de nuestra vida va unido a la cultura. Los investigadores se han dado cuenta de que el acelerado y crecientemente acelerado paso que llevamos está triturándonos la paciencia. Psicólogos y economistas realizan tests pidiendo a los sujetos si prefieren un poco ahora o mucho más tarde, por ejemplo, 10 $ hoy frente a 100 dentro de un año, o dos trozos de comida frente a seis 10 segundos más tarde.

Los sujetos, ya sean humanos o no, a menudo se deciden por el ahora cuando no es la mejor opción. Un estudio mostró que exponer a la gente a "los últimos símbolos de la cultura de la impaciencia", símbolos de la comida rápida como el logo de McDonald’s —aumenta la velocidad de lectura y la preferencia por los productos que ahorran tiempo y es más probable que elijan pequeñas recompensas ahora antes que mayores recompensas más tarde.

Nuestros rechazo de la lentitud es todavía más visible cuando hablamos de tecnología. "Todo se ha vuelto tan eficiente", dice Wittmann  “que cada vez somos menos capaces de esperar pacientemente.”Insistimos en que las páginas web se carguen en un cuarto de segundo cuando en 2009 nos conformábamos con que tardaran dos segundos y cuatro en 2006. El vídeo que siga como en 2012 tardando dos segundos en cargarse tiene pocas opciones de ser viral.

Por supuesto que no nos vamos a morir si una web tarda en cargar. Pero es probablemente un resto de nuestro pasado primate cuando nos podíamos morir de hambre si la impaciencia no nos llevara a actuar, es seguro que lo sentimos casi igual. "La gente espera que la recompensa llegue a un determinado ritmo y cuando no lo consigue se siente molesta", asegura la antropóloga Alexandra Rosati, experta en primates, estudiante postdoctoral en Yale, futura profesora en Harvard.
El resultado es un círculo vicioso. El ritmo acelerado de la sociedad reinicializa nuestro temporizador interior que acaba por dispararse antes y más a las cosas lentas, echándonos en brazos de la rabia y la impulsividad. El kilometraje puede variar pero en todas partes "cada vez se nota y comprueba que somos una sociedad más y más impulsiva”, dice Wittmann.

Se añaden factores recientes que pueden empeorar el ciclo. Cuando mi amiga lenta como un caracol y yo íbamos por la calle, empecé a pensar que íbamos a perder la reserva. Pero cuando llegamos al restaurante, sólo habíamos tardado dos minutos más. Mi sentido del tiempo estaba fatal.

¿Por qué? la rabia puede destrozar el minutero interno. Nuestra experiencia del tiempo es subjetiva, puede volar o arrastrarse lentamente una eternidad. Y las emociones fuertes son lo que más le afecta, nos dice  Claudia Hammond en su libro de  2012  Time Warped: Unlocking the Mysteries of Time Perception. “Lo mismo que  la teoría de relatividad de Einstein enseña que no hay un tiempo absoluto, tampoco hay un mecanismo absoluto que mida el tiempo en el cerebro" .

El tiempo se alarga cuando estamos aterrorizados o ansiosos. Un aracnófobo sobreestimará el tiempo pasado en una habitación en compañía del simpático bicho, explica  Hammond. A un miedoso aprendiz de buceo le pasará lo mismo con el tiempo para salir a la superficie. La gente que ha sufrido un accidente de coche explica que vio los sucesos ocurrir lentamente. No se debe a que nuestro cerebro vaya más rápido, sino a la intensidad de la experiencia.  Cada momento bajo amenaza parece nuevo y vívido. Este mecanismo fisiológico de supervivencia amplifica nuestra memoria y almacena más recuerdos de lo normal en un intervalo corto de tiempo. Nuestros cerebros se engañan pensando que ha pasado más tiempo.

 
 Resultado de imagen de insula cerebral



Además nuestro cerebro y en particular la ínsula cerebral, relacionada con las capacidades motoras y la percepción, podría medir el paso del tiempo en parte integrando diferentes señales que le llegan del cuerpo, como los latidos del corazón, el roce de la brisa en la piel, o el calor que nos produce un ataque de rabia. En este modelo el cerebro estima el tiempo contando el número de señales que recibe del cuerpo. Si las señales llegan más rápido, en un intervalo dado el cerebro contará más señales, y así parecerá que el intervalo ha durado más de lo que en realidad ha durado.

“No tenemos un reloj específico en el cerebro haciendo tic tac, pero tenemos constantes señales de los sentimientos corporales que se van renovando segundo a segundo, y usamos esa información cuando nos preguntamos a nosotros mismos cuántos segundos han pasado", dice Wittman. Cuando tenemos miedo, porque estamos ansiosos o tristes, nuestro cuerpo envía más señales al cerebro, que cuenta más segundos de los que debería. 10 segundos parecen 15 y una hora parecen tres.

La prisa de nuestra sociedad puede afectar a nuestro sentido del tiempo y a las emociones de otra manera. Los neurocientíficos como Moore han mostrado que el tiempo parece pasar más rápido cuando tenemos una conexión directa con un suceso posterior, cuando sentimos que hemos causado un resultado particular. La experiencia recibe el nombre de atadura temporal. Al revés según Moore, “Cuando no tenemos o sentimos que no tenemos control sobre los acontecimientos nos pasa lo contrario, el reloj interior se acelera, y significa que los intervalos los experimentamos como si fueran más largos”.

¿Hay alguna forma de mantener a raya la rabia por la lentitud y reavivar la paciencia? Se puede. Pero necesitamos encontrar el modo de resetear nuestro cronómetro interior y desenrrollar el tiempo. Podemos usar la voluntad para reprimir nuestros sentimientos, pero esto tiene sus límites. Basta mirar a los chimpancés en el laboratorio. Cuando están esperando recompensas que se retrasan, incluso las que ellos han elegido, dice Rosati, “hacen cosas como proferir vocalizaciones negativas, arañan, lo que significa estrés en los primates, golpean la pared como si entraran en una especie de rabieta". Esos chimpancés son tu cerebro esperando.

Hay otra desventaja. Usar la fuerza de voluntad para una cosa parece que nos hace más vulnerables a la siguiente tentación dice el psicólogo David DeSteno de la Northeastern University, que admite que él también es "el típico que suspira de impaciencia en la cola del  Starbucks.” Si usa el autocontrol para quedarse callado en la cola, es probable que cuando llegue al mostrador pida un  Double Chocolate Chunk Brownie.


Resultado de imagen de Double Chocolate Chunk Brownie.


La investigación ha demostrado que la meditación y la técnica llamada mindfulness -una práctica que se centra en el presente- ayuda con la impaciencia, aunque no está muy claro por qué. Puede que los que practican meditación estén más entrenados para apañárselas con los fallos de paciencia porque se han acostumbrado a hacerlo.

La gente que medita es capaz de "hacerse amiga del espacio incómodo", dice Ethan Nichtern, profesor de meditación en New York City  que practica la meditación budista Shambhala, autor de  The Road Home: A Contemporary Exploration of the Buddhist Path. "La meditación procura una técnica para acoger el momento presente como viene sin intentar cambiar la situación.”

Sin embargo, dice DeSteno, la meditación no es algo que probablemente practique la gente impaciente. Sugiere que mejor equilibrar una emoción con otra. Ha descubierto que la gratitud es un atajo para la paciencia. En un estudio descubrió que las personas que escriben un pequeño relato sobre algo por lo que se sienten agradecidas tienen más probabilidades de elegir pequeñas recompensas que grandes recompensas más tarde. "Contar las cosas buenas que te pasan, aunque nada tengan que ver con la espera de la que se trate, pueden ayudarte a recordar el valor de ser un miembro de una sociedad humana en la que se coopera y la importancia de no ser un imbécil",  afirma DeSteno.

Está a mi alcance. En un reciente paseo con mi "amiga caracol", me dí cuenta de que es fácil hacer acopio de paciencia. Pensé con cariño en su sentido del humor, en nuestras salidas y lo que nos divertimos, en lo que me ha apoyado cuando las cosas han ido mal. Mientras nos dirigíamos al restaurante por un momento me ví libre de la rabia que me hace andar por el borde de la acera, adelantando. ¿Podré arreglar este mecanismo distorsionado tan fácilmente?  Una vez en el restaurante cuando se me pasó este maravilloso sentimiento, volví a enrabietarme contra el camarero, la cocina, el tranvía de vuelta. Estaba rabiando contra mi propia rabia, es como si fuera a durar siempre. La próxima vez me quedo en casa. 

1 comentario:

  1. Pues sí, Ana. La prisa mata la ternura (Marina). La velocidad suprime el paisaje. La frenética agitación que desespera. Leí el *Elogio de la lentitud* de Carl Honoré hace unos años. Mi amigo Jordi Nadal me envió no hace mucho *El descubrimiento de la lentitud*, de Sten Nadolny (ed. Plataforma), una novela sobre el arte de dar sentido al ritmo de la vida. La Meditación puede ser un buen antídoto contra la ansiedad, el estrés, la avidez, la prisa. A mí me ilustró el libro de Eknath Easwaran (Meditación, 1992), quien por cierto propone para la meditación la oración de San Francisco y no desdeña ninguna de las grandes tradiciones espirituales. Manuel Cruz también ha publicado *Ser sin tiempo*, un ensayito en el que analiza la experiencia actual de la temporalidad o, mejor dicho, contra la temporalidad. María Zambrano da una gran importancia a nuestra relación con el tiempo en su proyecto de abrir un horizonte de historia ética tras la historia trágica, bajo los modelos de la respiración y de la música. En fin, apostar por las virtudes de la espera, tan olvidadas, nos conviene: aceptar la situación, por ejemplo, para sacar provecho contemplativo y vivencial de ella. Pasividad vigilante.

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