PECADOS Y ENFERMEDADES
A fines de la Edad Media se consideraba que muchas
enfermedades eran causadas por el azote de Dios o del diablo y que no podían curarse
sin confesión ni penitencia. Tal afirma el teólogo inglés Thomas de Chobham en
su Summa Confessorum de 1216. Hacia
1414, en la famosa Disputa de Tortosa ante el Papa Luna, el cabalista Profiat
Durán, discípulo del rabino de Barcelona
Hasdai Crescas (1340-1411) afirmaba que la pura práctica religiosa era
suficiente para sanar al enfermo, el mago o el sanador vinculaba al doliente
directamente con Dios, y la sanación ocurría por su intermedio. Desde esta
perspectiva, los mandamientos funcionaban como medicinas y la curación ocurría
“en virtud de la acción sacramental”.
Es natural que la medicina y la teología se consideraran así
espejos una de la otra y compartieran métodos y vocabulario, algo parecido pasó
en la Atenas de Sócrates, donde el Tábano de Atenas se consideró a sí mismo un
médico de almas un therapeuta psychês. Palabras
del helenismo tardío como “pneuma” o “dýnamis” se hicieron de uso corriente
entre los clérigos cultos de la baja Edad Media. Galeno (Pérgamo 129- Roma 216), autoridad indiscutible en medicina, definía cerebro,
corazón e hígado como órganos neurálgicos para la vida que transmitían a través
del pneuma o spiritus capacidades específicas al cuerpo. El spiritus, sustancia sutil pero material, poseía una dýnamis o virtus que motivaba a la acción.
Medicina y teología se llevaron bien hasta que toparon con la
sexualidad. En los genitales se ató el nudo gordiano entre la fe y la filosofía
natural, puesto que el deseo erótico nacía de las gónadas, es decir, podía ser
concebido naturalmente como una fuerza orgánica necesaria, pero también como el
apetito vicioso que había causado la expulsión del Paraíso, el nudo resultaba difícil de desatar, pues la doctrina de la filosofía natural se contradecía con la exigencia de castidad que preconizaba la teología oficial. Por una parte, la
teoría médica medieval sostenía que el coito conservaba la salud, sin embargo,
por su parte, los teólogos y la jerarquía eclesiástica consideraba la castidad como
una virtud imprescindible, como propiedad esencial de la perfección espiritual.
Desde una perspectiva naturalista y médica, la castidad
alteraba la complexio, esto es el
equilibrio natural y por consiguiente el ”voto de pureza” no era tal desde una
perspectiva física y amenazaba la salud de eclesiásticos y monjas. El placer
sexual proporcionado por el orgasmo parecía, desde la perspectiva de “los
galenos”, exigido por la higiene de la relación alma-cuerpo. A pesar de ello, y
de que los jerarcas de la Iglesia conocían esta doctrina de “filosofía
natural”, se empeñaron en imponer la castidad entre sus filas durante los
siglos XI y XII.
Pero aunque la abstinencia sexual se sabía peligrosa para
ambos sexos, se aceptaron diferentes tratamientos clínicos en función del
género. A las monjas, en caso de trastornos que luego veremos, les fue tolerado, aun con reticencias y disimulos formales, alcanzar el orgasmo usando su propia mano o consoladores, mientras
que monjes y sacerdotes no pudieron aliviarse porque según las doctrinas
naturales de la época la castidad no amenazaba su vida. El escape masculino fue
un discurso teológico sublimatorio de sexualidad mística orientado sobre todo
hacia la figura religiosa de María.
Un ejemplo maravilloso es el de la Lactatio Bernardi. La anécdota se recoge por primera vez en los Exempla de un monje mendicante de
principios del XIV. Le sucedió a Bernardo de Claraval (1090-1153), la personalidad
religiosa más importante de su época. Siendo Bernardo un joven monje y rezando
ante una imagen de la Virgen se quedó dormido. Ésta se le apareció en sueños
otorgándole el don de la elocuencia al ponerle en la boca leche de su propio
pecho. El hecho milagroso también aparece en el Cancionero de Úbeda de 1588. Y un prodigio similar ya había sido
cantado por el Rey Sabio en sus famosas Cantigas.
En una de ellas un monje cisterciense resucita al recibir en la boca leche de la
Virgen. El evento milagroso de la lactatio
tendrá un amplio desarrollo estético, sobre todo en la iconografía española,
desde el XIII hasta las magníficas obras de Murillo (Aparición de la Virgen a San Bernardo, 1655) y Alonso Cano (San Bernardo y la Virgen, 1656).
Alonso Cano. San Bernardo y la Virgen |
Para Galeno, los estados psicopatológicos se manifiestan
somáticamente alterando la complexio, igual que un buen régimen de vida y
buenas costumbres influyen de modo inverso en el alma mejorando sus virtudes.
Desde el XII, la noción de complexio fue esencial en la medicina europea gracias
a las traducciones del corpus médico árabe. Se entendía, al modo griego, como
equilibrio cuantitativo y cualitativo entre los cuatro humores de Teofrasto (sucesor de Aristóteles como director del Liceo): bilis, flema, sangre y
atrabilis.
Alberto Magno (1200-1280), Doctor Universal e insigne maestro de Tomás de
Aquino, advertía a los sacerdotes de la importancia de la complexio, indicando cómo mientras el colérico tendría
predisposición a la ira, el melancólico al odio y el sanguíneo y el flemático a
la lujuria. Tengamos en cuenta que muchos de quienes ostentaron cargos
eclesiásticos en la Baja Edad Media fueron médicos. Antes que Alberto Magno, Alfano (m. 1085), arzobispo de
Salerno, influido por la medicina alejandrina que traducía, llegó a afirmar que
concupiscentia enim coitus naturalis est,
o sea que el deseo sexual es natural para el coito. Pero mientras que para la
medicina tal deseo era tan necesario como natural su satisfacción, la teología
lo miraba como indudable señal de la condición pecaminosa de hombres y mujeres.
UNA NECESIDAD NATURAL
Galeno no dejaba de considerar la lujuria como una pasión del
alma concupiscible. Su división del alma era la platónica (alma racional, emotiva y
concupiscible o apetitiva). Y sabía que la lujuria, además, es pasión capaz de ofuscar
y obnubilar la razón. Galeno criticó la homosexualidad y el sexo oral, pero
al mismo tiempo recomendaba mantener encuentros carnales regulares para
eliminar la peligrosa acumulación de semen. El coito se valoraba así sobre todo
por su función excretora (‘semen retentum venenum est’, dirá aún el escolástico
en su latín macarrónico), tan natural es expulsar el esperma como las heces y
la orina.
La doctrina médica medieval promulgaba la moderación como
estilo de vida saludable. Como creadas por Dios, las cosas naturales son
buenas, por lo tanto resultará pecaminoso todo uso o abuso ‘contra naturam’. Por supuesto, las cosas
no naturales también tenían valor médico: ambiente urbano, instrumentos de
trabajo… Que las relaciones sexuales fuesen consideradas esenciales para la
salud dependió sobre todo de la traducción que el benedictino Constantino el
Africano, amigo de Alfano de Salerno, hiciese en el siglo XI de un corpus de
medicina árabe en el sur de Italia. Aún sujeto al voto de castidad, escribe:
“Los antiguos dicen en sus obras: las
cosas que conservan la salud son el ejercicio, el baño, el alimento, la bebida,
el sueño y el coito”
La atribución del consejo a “los antiguos” parece reducir la
responsabilidad moral de la afirmación del monje cristiano. En el XII Johannes de Sancto Paulo
explica a las claras cómo viudas, vírgenes y monjas pueden enfermar de castidad
y recomienda el uso de la mano para "el prurito de vulva" o de consoladores
fabricados con salitre, cera y berro.
SOFOCACIÓN UTERINA. SU TERAPIA
Paloma Moral de Calatrava se pregunta: [1]
¿qué llevó a un cargo eclesiástico a recomendar la masturbación y qué
enfermedad justificaba el onanismo femenino? Pues bien, la medicina hipocrática
había descrito los síntomas de la sofocación
uterina distinguiendo de paso este trastorno y sus síntomas de los de la
epilepsia, y asociándo su etiología a la castidad. Los médicos trataban desde antiguo a
las enfermas con fumigaciones nasales y vaginales, pesarios y purgas, pero el
coito y el embarazo fueron el remedio por excelencia. La medicina hipocrática
afirmaba que la sofocación era consecuencia de la falta de esperma masculino.
Por su parte, Galeno hablaba de un exceso de “semen femenino” que, como el
masculino, convenía excretar por motivos higiénicos. Para las mujeres que no
mantuvieran relaciones heterosexuales periódicas o no disfrutaran de la
fricción genital ni del placer erótico, Galeno proponía que las parteras, comadronas o sanadoras realizaran un masaje genital, terapia que ilustró con un caso.
La importancia de la friega genital femenina en la medicina
medieval se debe sobre todo a Aecio de Amida, médico bizantino del siglo VI que
refiere el caso de una sofocada que había perdido la conciencia y la partera se
la devolvió masajeando su sexo. Mientras la tradición hipocrática exaltaba el
coito matrimonial y el semen masculino para la salud de la esposa y la galénica
recomendaba la expulsión de la “semilla femenina”, las relaciones sexuales y
hasta la masturbación o el masaje de la obstetrix, otra tradición procedente de
Sorano de Éfeso (s. II), traducido por Muscio en el s. VI, negaba la eficacia de
las terapias hipocráticas y galénicas, insistiendo en remedios farmacológicos
que también incluían friegas y ventosas en las piernas, incitación al
estornudo, inspiración de olores desagradables o fumigación de la matriz con
sustancias aromáticas, sangría de la safena (importante vena de la pierna),
esto último si la sofocación se debía a la retención de la sangre menstrual.
Se creía que sólo a partir del XV había constancia de dildos
o de prácticas asociadas al
hermafroditismo, el travestismo y el lesbianismo, pero -nihil novum sub
sole- es evidente que tales terapias ampararían estos casos ya en la Edad
Media. En el VII, Beda el Venerable condenó a siete años de pena a las monjas
que hubieran mantenido relaciones carnales per machinam, en el s. IX el
arzobispo Hincmar de Reims calificaba el uso de consoladores como maquinas
diabolicae operationes, en el XI Burcardo de Worms condenaba a 15 años tanto a
la mujer que lo fabricara como a la monja que la usare. Pero si fornicase a sí
misma en solitario (tu ipsa in te solam faceres fornicationem) la pena
descendía a un año.
Codex de Lucca. Liber divinorum operum (1220-1230) |
GUSTOS Y DISGUSTOS
Las penas por los pecados de la carne (diversis
fornicationibus) eran diversas y complejas y venían estipuladas con precisión
en los manuales de confesores. Los pecados incluyen: aborto, infanticidio, uso
de filtros y bebedizos, tocamientos, bestialismo, bigamia, divorcio, incesto,
necrofilia, onanismo, sexo oral, anal, sodomía, rapto, adulterio, prostitución,
violación, tocamientos… En su artículo “De diversis fornicationibus…”[2],
Miguel C. Vivancos señala de qué manera el lesbianismo por lo general se condenaba con
menos severidad que la homosexualidad masculina. Por ejemplo en el penitencial Silense: Si mulier cum muliere fornicatur, III annos peniteat. Las
penitencias incluían reclusión, mortificaciones y ayunos.
El cardenal benedictino Pedro Damián (1007- 1072) clasificaba
los pecados sexuales de los varones de iglesia en tres clases: heterosexual,
homosexual y bestialismo. Entre los homosexuales distinguía: masturbación en
solitario, mutua masturbación, polución femoral (en las piernas del otro) y
fornicación anal. León IX sólo consideraba la expulsión definitiva del cargo
eclesiástico como pena apropiada para la fornicación anal o cuando las otras
especies se hubieran dado con muchos hombres y durante mucho tiempo. En caso
contrario y mediada confesión, arrepentimiento y propósito de la enmienda, era
posible la readmisión y rehabilitación del sacerdote o el monje.
La medicina medieval reconoció el orgasmo como terapia
adecuada para la forma más peligrosa de sofocación uterina sólo cuando el Canon
de Avicena llegó a ser texto de lectura obligatoria en las facultades del XIII:
“Y la partera debe introducir su mano
en su vulva [la de la enferma] untada en aceite de lirio, o de nardo, o de
laurel y agitar la entrada de la vulva y la de la matriz con movimientos muy
rápidos. Y es necesario que estos [movimientos] sean como los que suceden
durante el coito con placentero dolor.”[3]
Alberto Magno afirmó que tocar los genitales era un método
casto e ineludible para devolver la matriz a su lugar en caso de prolapso
uterino, y parecía haber aprobado la masturbación como medio femenino para
mantener la castidad y evitar el adulterio femenino.
Sin embargo, en el
románico la tensión entre el concepto social de la hombría y el celibato
obligatorio de clérigos y monjes se hizo patente. Muchos clérigos protestaron y
acusaron al Papa de pretender que vivieran como ángeles renunciando a sus
necesidades fisiológicas. Algunos teólogos aprobaban los matrimonios secretos
de los clérigos de órdenes menores y el obispo de Rouen afirmó que uno de cada
ocho sacerdotes rompía el celibato. En Inglaterra y nuestros reinos
peninsulares el concubinato era norma más que excepción[4].
Así que la emasculación espiritual que imponía Roma provocaba que los hombres
de Iglesia sólo pudieran afirmar su masculinidad pecando. Ni la masturbación
higiénica ni la misma polución involuntaria se salvaban, por ejemplo el
penitencial Silense impone 540 salmos
de penitencia al que tuviere una polución nocturna, el Cordubense es más
detallista y manda al “manchado” que se levante y lave, luego rece veinte
salmos de rodillas intercalando tres jaculatorias tras cada salmo. Por si fuera
poco, debe también ayunar todo el día a pan y agua.
CORTESÍA MARIANA
Una de las estrategias de restitución de la virilidad fue la
sublimación del icono virginal de María como objeto de devoción mística. En el
milagro de la conversión de un sarraceno contado por Gautier de Coinçy se
describe así la visión que motivó el bautismo del musulmán:
“Voit naistre et sordre deus mameles
Si glorïeuses et si beles,
Si petites et si bien faites
Con se luez droit les eüst traites
Fors de son saim une pucele.
Ausi com d’une fontenele
Cler oile en voit sordre et venir”[5]
La orientación moralizante de la obra aconsejaba a los monjes
que pusieran en sus habitaciones una imagen de la Virgen; la perfecta “amiga”
con la que debían comportarse de modo cortés. Es evidente la relación entre la mística mariana y el fin'amors, así como la interrelación entre el misticismo cisterciense y la poesía trovadoresca. Los árabes poseían una concepción espiritualista del amor y la cultura europea y la árabe en la Edad Media, y muy especialmente en España, tienen un fondo común y un desarrollo paralelo (v. "La mística y el amor cortés", en La psicología del amor en los cistercienses del siglo XII, Miguel Siguán Soler).
En su libro, Miguel Siguán afirma que sería fácil coleccionar textos de poesías provenzales en los que la Virgen ocupa el lugar de la amada. La poesía mariana de los trovadores hace una trasposición piadosa y moralizante de la cansó o de la chanson de femme.
El papel de la mujer en la Baja Edad Media seguramente fue
más relevante de lo que se ha venido contando. Las había con extremado poder.
Piénsese en ciertas abadesas, como la de San Andrés de Arroyo (Palencia),
consideradas "señoras de horca y cuchillo", cuyo dominio se extendía
a monjas, criados, asalariados, vasallos, y sobre cultivos, pastos, ganado, industrias
(molinos, batanes, cerámica, herrerías...), salinas, solares y casas… Hace poco
se han encontrado también evidencias del ejercicio femenino del oficio de
iluminador de pergaminos y manuscritos.
Codex Manesse, Suiza 1300-1340. O Cancionero Manesse, la fuente más importante del Minnesang o poesía lírica cortesana. |
Las dos esposas de Guillermo IX duque de Aquitania y primero de los trovadores fueron monjas en la abadía de Fontevrault. En 1114 ingresó en la orden del Císter Bertrada de Montfort, amiga de Felipe I de Francia, y allí acabó también sus días Leonor de Aquitania, la reina de Francia super celebrada por los trovadores y que sabemos se relacionó con San Bernardo. En Fontevrault las mujeres tenían tal influencia que en algún momento fue una monja la superiora de las varias comunidades femeninas y masculinas. Otros conventos femeninos también alcanzaron fama regidos por abadesas de gran personalidad.
Por su parte, se cree que Mattahaeus Platearius o Mateo Plateario, al que se atribuye un importante manual de Plantas Medicinales escrito en latín, fue hijo de Trota o Trotula, una doctora italiana de la escuela de Salerno del siglo XII. Se conjetura que Trotula fue la que escribió algunos importantes tratados de ginecología, incluyendo Passionibus mulierum curandorum.
[1] En su
bien fundamentado artículo “Celibato, masturbación y sexualidad mística en la
Edad Media”, en Arte y sexualidad en los
siglos del románico: imágenes y contextos, Aguilar de Campoo, 2018.
[2] “De
diversis fornicationibus. Los pecados de la carne y su castigo a través de los
libros penitenciales”. En Op. Cit., 2018.
[3]
Avicenna, Liber Canonis, Venecia,
1507. En la traducción de Gerardo de Cremona no estaba claro si la eficacia del
remedio estaba en el masaje de la obstetrix o en el efecto de los aceites del
ungüento.
[4] De ahí
el antiguo dicho: “Nunca digas de esta agua no has de beber ni este cura no es
mi padre”.
[5] “Vio
surgir dos pechos de la imagen, los cuales eran tan bellos y gloriosos, tan
pequeños y tan perfectos, que parecían pertenecer al torso de una doncella.
Como si fuera una fuente, él ve cómo comienza manar aceite cristalino”.
Hola me parece muy interesante la información plasmada en éste blog.
ResponderEliminarMuchas gracias, Analove. Y más si extiendes tu elogio por tus redes sociales.
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