miércoles, 16 de enero de 2019

MEDICINA Y TEOLOGÍA MEDIEVALES



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PECADOS Y ENFERMEDADES

A fines de la Edad Media se consideraba que muchas enfermedades eran causadas por el azote de Dios o del diablo y que no podían curarse sin confesión ni penitencia. Tal afirma el teólogo inglés Thomas de Chobham en su Summa Confessorum de 1216. Hacia 1414, en la famosa Disputa de Tortosa ante el Papa Luna, el cabalista Profiat Durán, discípulo del  rabino de Barcelona Hasdai Crescas (1340-1411) afirmaba que la pura práctica religiosa era suficiente para sanar al enfermo, el mago o el sanador vinculaba al doliente directamente con Dios, y la sanación ocurría por su intermedio. Desde esta perspectiva, los mandamientos funcionaban como medicinas y la curación ocurría “en virtud de la acción sacramental”.


Es natural que la medicina y la teología se consideraran así espejos una de la otra y compartieran métodos y vocabulario, algo parecido pasó en la Atenas de Sócrates, donde el Tábano de Atenas se consideró a sí mismo un médico de almas un therapeuta psychês. Palabras del helenismo tardío como “pneuma” o “dýnamis” se hicieron de uso corriente entre los clérigos cultos de la baja Edad Media. Galeno (Pérgamo 129- Roma 216), autoridad indiscutible en medicina, definía cerebro, corazón e hígado como órganos neurálgicos para la vida que transmitían a través del pneuma o spiritus capacidades específicas al cuerpo. El spiritus, sustancia sutil pero material, poseía una dýnamis o virtus que motivaba a la acción.

Medicina y teología se llevaron bien hasta que toparon con la sexualidad. En los genitales se ató el nudo gordiano entre la fe y la filosofía natural, puesto que el deseo erótico nacía de las gónadas, es decir, podía ser concebido naturalmente como una fuerza orgánica necesaria, pero también como el apetito vicioso que había causado la expulsión del Paraíso, el nudo resultaba difícil de desatar, pues la doctrina de la filosofía natural se contradecía con la exigencia de castidad que preconizaba la teología oficial. Por una parte, la teoría médica medieval sostenía que el coito conservaba la salud, sin embargo, por su parte, los teólogos y la jerarquía eclesiástica consideraba la castidad como una virtud imprescindible, como propiedad esencial de la perfección espiritual.

Codex Vindobonensis, ca. 1220-1230. Probable donación de Teobaldo V, conde de Champaña y rey de Navarra y de su esposa Isabel de Francia. Se trata de una Biblia moralizada. En el medallón de la izquierda aparece la coronación de la Virgen como síntesis de consumación suprema (a la misma altura que Cristo), que se contrapone a conductas tenidas por inmorales en la época (homosexualidad femenina y masculina) representadas en el medallón de la derecha.

 COMPLEXIO POR SUBLIMACIÓN

Desde una perspectiva naturalista y médica, la castidad alteraba la complexio, esto es el equilibrio natural y por consiguiente el ”voto de pureza” no era tal desde una perspectiva física y amenazaba la salud de eclesiásticos y monjas. El placer sexual proporcionado por el orgasmo parecía, desde la perspectiva de “los galenos”, exigido por la higiene de la relación alma-cuerpo. A pesar de ello, y de que los jerarcas de la Iglesia conocían esta doctrina de “filosofía natural”, se empeñaron en imponer la castidad entre sus filas durante los siglos XI y XII.

Pero aunque la abstinencia sexual se sabía peligrosa para ambos sexos, se aceptaron diferentes tratamientos clínicos en función del género. A las monjas, en caso de trastornos que luego veremos, les fue tolerado, aun con reticencias y disimulos formales, alcanzar el orgasmo usando su propia mano o consoladores, mientras que monjes y sacerdotes no pudieron aliviarse porque según las doctrinas naturales de la época la castidad no amenazaba su vida. El escape masculino fue un discurso teológico sublimatorio de sexualidad mística orientado sobre todo hacia la figura religiosa de María.



Un ejemplo maravilloso es el de la Lactatio Bernardi. La anécdota se recoge por primera vez en los Exempla de un monje mendicante de principios del XIV. Le sucedió a Bernardo de Claraval (1090-1153), la personalidad religiosa más importante de su época. Siendo Bernardo un joven monje y rezando ante una imagen de la Virgen se quedó dormido. Ésta se le apareció en sueños otorgándole el don de la elocuencia al ponerle en la boca leche de su propio pecho. El hecho milagroso también aparece en el Cancionero de Úbeda de 1588. Y un prodigio similar ya había sido cantado por el Rey Sabio en sus famosas Cantigas. En una de ellas un monje cisterciense resucita al recibir en la boca leche de la Virgen. El evento milagroso de la lactatio tendrá un amplio desarrollo estético, sobre todo en la iconografía española, desde el XIII hasta las magníficas obras de Murillo (Aparición de la Virgen a San Bernardo, 1655) y Alonso Cano (San Bernardo y la Virgen, 1656).

Alonso Cano. San Bernardo y la Virgen

Para Galeno, los estados psicopatológicos se manifiestan somáticamente alterando la complexio, igual que un buen régimen de vida y buenas costumbres influyen de modo inverso en el alma mejorando sus virtudes. Desde el XII, la noción de complexio fue esencial en la medicina europea gracias a las traducciones del corpus médico árabe. Se entendía, al modo griego, como equilibrio cuantitativo y cualitativo entre los cuatro humores de Teofrasto (sucesor de Aristóteles como director del Liceo): bilis, flema, sangre y atrabilis.

Alberto Magno (1200-1280), Doctor Universal e insigne maestro de Tomás de Aquino, advertía a los sacerdotes de la importancia de la complexio, indicando cómo mientras el colérico tendría predisposición a la ira, el melancólico al odio y el sanguíneo y el flemático a la lujuria. Tengamos en cuenta que muchos de quienes ostentaron cargos eclesiásticos en la Baja Edad Media fueron médicos. Antes que Alberto Magno, Alfano (m. 1085), arzobispo de Salerno, influido por la medicina alejandrina que traducía, llegó a afirmar que concupiscentia enim coitus naturalis est, o sea que el deseo sexual es natural para el coito. Pero mientras que para la medicina tal deseo era tan necesario como natural su satisfacción, la teología lo miraba como indudable señal de la condición pecaminosa de hombres y mujeres.




UNA NECESIDAD NATURAL

Galeno no dejaba de considerar la lujuria como una pasión del alma concupiscible. Su división del alma era la platónica (alma racional, emotiva y concupiscible o apetitiva). Y sabía que la lujuria, además, es pasión capaz de ofuscar y obnubilar la razón. Galeno criticó la homosexualidad y el sexo oral, pero al mismo tiempo recomendaba mantener encuentros carnales regulares para eliminar la peligrosa acumulación de semen. El coito se valoraba así sobre todo por su función excretora (‘semen retentum venenum est’, dirá aún el escolástico en su latín macarrónico), tan natural es expulsar el esperma como las heces y la orina.

La doctrina médica medieval promulgaba la moderación como estilo de vida saludable. Como creadas por Dios, las cosas naturales son buenas, por lo tanto resultará pecaminoso todo uso o abuso ‘contra naturam’. Por supuesto, las cosas no naturales también tenían valor médico: ambiente urbano, instrumentos de trabajo… Que las relaciones sexuales fuesen consideradas esenciales para la salud dependió sobre todo de la traducción que el benedictino Constantino el Africano, amigo de Alfano de Salerno, hiciese en el siglo XI de un corpus de medicina árabe en el sur de Italia. Aún sujeto al voto de castidad, escribe:

“Los antiguos dicen en sus obras: las cosas que conservan la salud son el ejercicio, el baño, el alimento, la bebida, el sueño y el coito”

La atribución del consejo a “los antiguos” parece reducir la responsabilidad moral de la afirmación del monje cristiano. En el XII Johannes de Sancto Paulo explica a las claras cómo viudas, vírgenes y monjas pueden enfermar de castidad y recomienda el uso de la mano para "el prurito de vulva" o de consoladores fabricados con salitre, cera y berro.

SOFOCACIÓN UTERINA. SU TERAPIA

Paloma Moral de Calatrava se pregunta: [1] ¿qué llevó a un cargo eclesiástico a recomendar la masturbación y qué enfermedad justificaba el onanismo femenino? Pues bien, la medicina hipocrática había descrito los síntomas de la sofocación uterina distinguiendo de paso este trastorno y sus síntomas de los de la epilepsia, y asociándo su etiología a la castidad. Los médicos trataban desde antiguo a las enfermas con fumigaciones nasales y vaginales, pesarios y purgas, pero el coito y el embarazo fueron el remedio por excelencia. La medicina hipocrática afirmaba que la sofocación era consecuencia de la falta de esperma masculino. Por su parte, Galeno hablaba de un exceso de “semen femenino” que, como el masculino, convenía excretar por motivos higiénicos. Para las mujeres que no mantuvieran relaciones heterosexuales periódicas o no disfrutaran de la fricción genital ni del placer erótico, Galeno proponía que las parteras, comadronas o sanadoras realizaran un masaje genital, terapia que ilustró con un caso.

La importancia de la friega genital femenina en la medicina medieval se debe sobre todo a Aecio de Amida, médico bizantino del siglo VI que refiere el caso de una sofocada que había perdido la conciencia y la partera se la devolvió masajeando su sexo. Mientras la tradición hipocrática exaltaba el coito matrimonial y el semen masculino para la salud de la esposa y la galénica recomendaba la expulsión de la “semilla femenina”, las relaciones sexuales y hasta la masturbación o el masaje de la obstetrix, otra tradición procedente de Sorano de Éfeso (s. II), traducido por Muscio en el s. VI, negaba la eficacia de las terapias hipocráticas y galénicas, insistiendo en remedios farmacológicos que también incluían friegas y ventosas en las piernas, incitación al estornudo, inspiración de olores desagradables o fumigación de la matriz con sustancias aromáticas, sangría de la safena (importante vena de la pierna), esto último si la sofocación se debía a la retención de la sangre menstrual.

El uso del placer erótico como terapia contra el sofoco uterino resultaba controvertido a principios del siglo XI, sometido en gran medida a autocensura, la masturbación oficiada por la partera quedaba reducida en los textos al ungimiento interior y exterior de la vulva con aceites olorosos. Pero a mediados del siglo XII las cosas cambiaron. Matteo Plateario el Viejo (+ h. 1161) y su colega Sancto Paulo, eclesiásticos coetáneos de Pedro Damián, recomendaban a las seglares sofocadas acogerse al sacramento matrimonial para que el coito las curase, o a la masturbación a las que hacían voto de castidad o quedaban viudas. Y si las viudas debían usar su propia mano, las doncellas usarían un artefacto simile membro virili.
 
Se creía que sólo a partir del XV había constancia de dildos o de prácticas asociadas al  hermafroditismo, el travestismo y el lesbianismo, pero -nihil novum sub sole- es evidente que tales terapias ampararían estos casos ya en la Edad Media. En el VII, Beda el Venerable condenó a siete años de pena a las monjas que hubieran mantenido relaciones carnales per machinam, en el s. IX el arzobispo Hincmar de Reims calificaba el uso de consoladores como maquinas diabolicae operationes, en el XI Burcardo de Worms condenaba a 15 años tanto a la mujer que lo fabricara como a la monja que la usare. Pero si fornicase a sí misma en solitario (tu ipsa in te solam faceres fornicationem) la pena descendía a un año.

Codex de Lucca. Liber divinorum operum (1220-1230)

GUSTOS Y DISGUSTOS

Las penas por los pecados de la carne (diversis fornicationibus) eran diversas y complejas y venían estipuladas con precisión en los manuales de confesores. Los pecados incluyen: aborto, infanticidio, uso de filtros y bebedizos, tocamientos, bestialismo, bigamia, divorcio, incesto, necrofilia, onanismo, sexo oral, anal, sodomía, rapto, adulterio, prostitución, violación, tocamientos… En su artículo “De diversis fornicationibus…”[2], Miguel C. Vivancos señala de qué manera el lesbianismo por lo general se condenaba con menos severidad que la homosexualidad masculina. Por ejemplo en el penitencial Silense: Si mulier cum muliere fornicatur, III annos peniteat. Las penitencias incluían reclusión, mortificaciones y ayunos.

El cardenal benedictino Pedro Damián (1007- 1072) clasificaba los pecados sexuales de los varones de iglesia en tres clases: heterosexual, homosexual y bestialismo. Entre los homosexuales distinguía: masturbación en solitario, mutua masturbación, polución femoral (en las piernas del otro) y fornicación anal. León IX sólo consideraba la expulsión definitiva del cargo eclesiástico como pena apropiada para la fornicación anal o cuando las otras especies se hubieran dado con muchos hombres y durante mucho tiempo. En caso contrario y mediada confesión, arrepentimiento y propósito de la enmienda, era posible la readmisión y rehabilitación del sacerdote o el monje.

La medicina medieval reconoció el orgasmo como terapia adecuada para la forma más peligrosa de sofocación uterina sólo cuando el Canon de Avicena llegó a ser texto de lectura obligatoria en las facultades del XIII:

“Y la partera debe introducir su mano en su vulva [la de la enferma] untada en aceite de lirio, o de nardo, o de laurel y agitar la entrada de la vulva y la de la matriz con movimientos muy rápidos. Y es necesario que estos [movimientos] sean como los que suceden durante el coito con placentero dolor.”[3]

Alberto Magno afirmó que tocar los genitales era un método casto e ineludible para devolver la matriz a su lugar en caso de prolapso uterino, y parecía haber aprobado la masturbación como medio femenino para mantener la castidad y evitar el adulterio femenino. 

Sin embargo, en el románico la tensión entre el concepto social de la hombría y el celibato obligatorio de clérigos y monjes se hizo patente. Muchos clérigos protestaron y acusaron al Papa de pretender que vivieran como ángeles renunciando a sus necesidades fisiológicas. Algunos teólogos aprobaban los matrimonios secretos de los clérigos de órdenes menores y el obispo de Rouen afirmó que uno de cada ocho sacerdotes rompía el celibato. En Inglaterra y nuestros reinos peninsulares el concubinato era norma más que excepción[4]. Así que la emasculación espiritual que imponía Roma provocaba que los hombres de Iglesia sólo pudieran afirmar su masculinidad pecando. Ni la masturbación higiénica ni la misma polución involuntaria se salvaban, por ejemplo el penitencial Silense impone 540 salmos de penitencia al que tuviere una polución nocturna, el Cordubense es más detallista y manda al “manchado” que se levante y lave, luego rece veinte salmos de rodillas intercalando tres jaculatorias tras cada salmo. Por si fuera poco, debe también ayunar todo el día a pan y agua.

CORTESÍA MARIANA

Una de las estrategias de restitución de la virilidad fue la sublimación del icono virginal de María como objeto de devoción mística. En el milagro de la conversión de un sarraceno contado por Gautier de Coinçy se describe así la visión que motivó el bautismo del musulmán:

“Voit naistre et sordre deus mameles
Si glorïeuses et si beles,
Si petites et si bien faites
Con se luez droit les eüst traites
Fors de son saim une pucele.
Ausi com d’une fontenele
Cler oile en voit sordre et venir”[5]

La orientación moralizante de la obra aconsejaba a los monjes que pusieran en sus habitaciones una imagen de la Virgen; la perfecta “amiga” con la que debían comportarse de modo cortés. Es evidente la relación entre la mística mariana y el fin'amors, así como la interrelación entre el misticismo cisterciense y la poesía trovadoresca. Los árabes poseían una concepción espiritualista del amor y la cultura europea y la árabe en la Edad Media, y muy especialmente en España, tienen un fondo común y un desarrollo paralelo (v. "La mística y el amor cortés", en La psicología del amor en los cistercienses del siglo XII, Miguel Siguán Soler).

En su libro, Miguel Siguán afirma que sería fácil coleccionar textos de poesías provenzales en los que la Virgen ocupa el lugar de la amada. La poesía mariana de los trovadores hace una trasposición piadosa y moralizante de la cansó o de la chanson de femme.

El papel de la mujer en la Baja Edad Media seguramente fue más relevante de lo que se ha venido contando. Las había con extremado poder. Piénsese en ciertas abadesas, como la de San Andrés de Arroyo (Palencia), consideradas "señoras de horca y cuchillo", cuyo dominio se extendía a monjas, criados, asalariados, vasallos, y sobre cultivos, pastos, ganado, industrias (molinos, batanes, cerámica, herrerías...), salinas, solares y casas… Hace poco se han encontrado también evidencias del ejercicio femenino del oficio de iluminador de pergaminos y manuscritos.

Codex Manesse, Suiza 1300-1340.
O Cancionero Manesse,
la fuente más importante del Minnesang o poesía lírica cortesana.

 Las dos esposas de Guillermo IX duque de Aquitania y primero de los trovadores fueron monjas en la abadía de Fontevrault. En 1114 ingresó en la orden del Císter Bertrada de Montfort, amiga de Felipe I de Francia, y allí acabó también sus días Leonor de Aquitania, la reina de Francia super celebrada por los trovadores y que sabemos se relacionó con San Bernardo. En Fontevrault las mujeres tenían tal influencia que en algún momento fue una monja la superiora de las varias comunidades femeninas y masculinas. Otros conventos femeninos también alcanzaron fama regidos por abadesas de gran personalidad.

Por su parte, se cree que Mattahaeus Platearius o Mateo Plateario, al que se atribuye un importante manual de Plantas Medicinales escrito en latín, fue hijo de Trota o Trotula, una doctora italiana de la escuela de Salerno del siglo XII. Se conjetura que Trotula fue la que escribió algunos importantes tratados de ginecología, incluyendo Passionibus mulierum curandorum.

NOTAS


[1] En su bien fundamentado artículo “Celibato, masturbación y sexualidad mística en la Edad Media”, en Arte y sexualidad en los siglos del románico: imágenes y contextos, Aguilar de Campoo, 2018.
[2] “De diversis fornicationibus. Los pecados de la carne y su castigo a través de los libros penitenciales”. En Op. Cit., 2018.
[3] Avicenna, Liber Canonis, Venecia, 1507. En la traducción de Gerardo de Cremona no estaba claro si la eficacia del remedio estaba en el masaje de la obstetrix o en el efecto de los aceites del ungüento.
[4] De ahí el antiguo dicho: “Nunca digas de esta agua no has de beber ni este cura no es mi padre”.
[5] “Vio surgir dos pechos de la imagen, los cuales eran tan bellos y gloriosos, tan pequeños y tan perfectos, que parecían pertenecer al torso de una doncella. Como si fuera una fuente, él ve cómo comienza manar aceite cristalino”.

2 comentarios:

  1. Hola me parece muy interesante la información plasmada en éste blog.

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    1. Muchas gracias, Analove. Y más si extiendes tu elogio por tus redes sociales.

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